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Julio Bazán se emocionó en vivo al recordar sus 40 años en la televisión: “Siento que valieron la pena”

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Julio Bazán se emocionó en vivo al recordar sus 40 años en la televisión. Mientras hacía la cobertura de la Feria del Libro, el periodista recibió las felicitaciones de sus compañeros por el aniversario al aire de eltrece y TN.

“Mis retinas, mis relatos, las cámaras de los camarógrafos me permitieron reflejar las noticias de ocho presidentes elegidos constitucionalmente, de los cuales cuatro ya murieron. De tres Papas, de innumerables levantamientos populares y de cuatro golpes contra la democracia recuperada. Vi morir chicos de hambre, de desnutrición; vi la alegría del pueblo, como el triunfo durante el Mundial. Valieron la pena estos 40 años en la pantalla de eltrece y TN”, comentó visiblemente emocionado.

En el Día del Trabajador, Bazán no dudó en recordar sus inicios en el medio: “Yo había comenzado conduciendo un noticiero que se llamaba Primera hora, que iba a la medianoche, tenía columnistas y tuvo mucho éxito durante dos años. Hoy acá estamos, seguimos trabajando”.

“Estoy agradecido a los cámaras heroicos. Con ellos nos rozaron las balas en Ushuaia, en Paraguay, en José León Suárez. Me rompieron la cabeza un par de veces en la calle y tuve que poner en caja a unos cuantos funcionarios en los despachos oficiales. Esa fue mi historia y continúa”, aseguró.

Noticia que está siendo actualizada.

Julio Bazán

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Mejor que no me toque

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Mi papá quería morir en su casa, sin ensañamiento terapéutico. Incluso, cuando aún no era usual, firmó una escritura en la que autorizaba a que no se le realizaran tratamientos para prolongar artificialmente la vida. Él -con muy buena salud hasta los 86- empezó a declinar y los últimos meses hubo que internarlo varias veces. En esos momentos yo pensaba qué pasaría si lo llevaban a terapia y se quedaba solo ante el final. No tenía respuesta: es que el ensañamiento también se puede dar si uno mantiene al paciente en casa donde sufre por no recibir la terapia que lo calme. Finalmente murió en su dormitorio, pero podría haber sido distinto.

No tengo fantasías horrorosas sobre estar solo en el momento final. Sería mejor no estarlo, claro, pero mucho más me asusta la enfermedad impredecible, el pasar de estar bien a ser un enfermo terminal casi sin darse cuenta. Siempre me pareció extraño cómo uno no detecta irregularidades graves en su cuerpo y sí otras nimias. Por ejemplo, ante una gripe liviana, nos sentimos fatal, sin fuerzas, doloridos, tosiendo sin parar, transpirando con efervescencia. Levantarnos para ir al baño es ciclópeo. Pero a la semana -lo más seguro- estaremos recuperados y no habrá marca. Paradójicamente, podemos, en el mismo tiempo, estar anidando un cáncer grave y no tener síntomas hasta que resulte tarde. Ya sé, en un caso hay un factor infeccioso externo, en el otro es el propio cuerpo. Igual no me satisface la explicación.

Si bien mejor no morir solo, tampoco -confieso- me gusta la imagen en que uno aparece muy delicado, impedido y tiene a toda la familia detrás. Gente que deja de vivir por estar al lado ayudando. Yo ya se lo dije a mis amores: “Véngame a visitar, pero si lo pueden pagar pónganme en una residencia especializada”. No quiero que dejen todo de lado por mí, si eso llegara ser necesario (cruzo dedos, amigos).

El final es duro. Quizás diría, si fuera Bartleby, “preferiría que no me toque”. Pero no soy un personaje de Melville con libertad para jugar con las leyes de la vida sino apenas un hombre y sus disquisiciones.

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