SOCIEDAD
La advertencia de Bill Gates que alerta al mundo: “Si evitamos una gran guerra…entonces, sí, habrá otra pandemia”
En el último tiempo, el cofundador de la compañía Microsoft, Bill Gates, comenzó a alertar al mundo sobre el desolador rumbo a partir de la extensa “agitación” con la que se vive y que, de esta forma, se acercarán escenarios cada vez más catastróficos a nivel global.
En este sentido, el magnate se refirió a los conflictos bélicos en el mundo y desastres climáticos, entre otros asuntos, y aseguró que existen sucesos “inevitables”. “Si evitamos una gran guerra… entonces, sí, habrá otra pandemia, muy probablemente en los próximos 25 años”, expresó Gates en diálogo con el canal de noticias CNBC Make It.
Por su parte, el multimillonario planteó un dilema respecto a cómo afrontar una nueva pandemia y sostuvo, al igual que otros defensores de la salud mundial, la discusión no debe centrarse en si ocurrirá a corto o largo plazo, sino en que las naciones estén mucho mejor preparadas que como ocurrió en 2020 con el brote de Covid-19.
“El país que el mundo esperaba que liderara y fuera el modelo no estuvo a la altura de esas expectativas”, señaló Bates a modo de ironía con Estados Unidos.
A su vez, en 2022, el empresario escribió un libro titulado “Cómo prevenir la próxima pandemia”, en el que presentó reflexiones respecto a los métodos de acción. Así, culpabilizó a su país y otros gobiernos por no haber estado adecuadamente preparados para enfrentar al Covid-19, y, además, enumeró recomendaciones personales para afrontarlas, como políticas de cuarentena más estrictas, mayor inversión en investigación y seguimiento de enfermedades, y desarrollo de vacunas.
“Todavía no hemos logrado poner en orden nuestras ideas sobre lo que [hicimos] bien y lo que no hicimos bien… Tal vez, en los próximos cinco años, eso mejore. Pero, hasta ahora, es bastante sorprendente”, consideró en cuanto a las consecuencias de la crisis inmunológica que sacudió al mundo entero en 2020.
En la misma línea se expresó Anthony Fauci, exdirector del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas y quien aparece en el la próxima docuserie de Netflix, “¿Qué sigue? El futuro con Bill Gates”, que indicó que las naciones más “ricas”, incluida Estados Unidos, son responsables moralmente de compartir sus recursos para prevenir la propagación de enfermedades en todo el mundo. “Todavía me siento un poco optimista y cauto, pensando que en todos los seres humanos habrá mejores ángeles que salgan a la luz”, aseveró.
LA NACION
SOCIEDAD
La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida
Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.
Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.
Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.
Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.
«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»
En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”
Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.
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