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SOCIEDAD

La Claringrilla llegó a las 20 mil ediciones: la curiosa historia de un aficionado que completó cada entrega

El diario Clarín celebra las 20 mil ediciones de la Claringrilla, el juego de agilidad mental que publica en su última página desde 1962. (Foto: Web: clarin.com/claringrilla)Para resolver las Claringrillas diarias, Miguel Ángel Bella requiere de una lupa y sus conocimientos. (Foto: Gentileza Clarín)Aunque Miguel Ángel Bella asegura que el formato impreso de Clarín lo acompañó toda su vida, no se niega a su versión digital. (Foto: Gentileza Clarín)

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El 22 de abril de 1965, el diario Clarín incorporó en la última página de su rotativo impreso, un novedoso formato que, gracias a su popularidad, se mantuvo por 59 años. Este jueves, la popular Claringrilla alcanzó sus 20 mil ediciones.

Este juego de agilidad mental, consiste en rellenar 20 columnas con las respuestas de varias preguntas de cultura general. Al finalizar, se forma una frase en que se visualiza entre la tercera y quinta hilera vertical. En la actualidad, hubo un cambio mínimo en su estructura original, ya que se le restó una columna pero aún dispone de sílabas – pistas para ayudar al lector-. En caso de dificultad, Internet es un recurso infalible para resolver los enigmas con mayor facilidad.

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El diario Clarín celebra las 20 mil ediciones de la Claringrilla, el juego de agilidad mental que publica en su última página desde 1962. (Foto: Web: clarin.com/claringrilla)
El diario Clarín celebra las 20 mil ediciones de la Claringrilla, el juego de agilidad mental que publica en su última página desde 1962. (Foto: Web: clarin.com/claringrilla)

Aunque originalmente se trataba de un pasatiempo , la ciencia ha determinado que la práctica habitual de juegos como los crucigramas, tiene importantes beneficios en el cuidado de la salud mental. Estimula la actividad cerebral en áreas tan importantes como la concentración y la memoria, facilita la resolución de problemas, entre otros beneficios. Además, retrasa el envejecimiento celular y previene enfermedades y trastornos como la demencia senil y el Alzheimer.

Hoy en día, la Claringrilla sigue atrayendo a todos los públicos. Su concepto traspasó generaciones y por supuesto, despertó una increíble afición en lectores que, desde hace varios años, aceptan el desafío de encarar cada edición y poner a prueba sus conocimientos.

Miguel Ángel Bella, su increíble historia como el experto que continúa conquistando ediciones de la Claringrilla

El caso de Miguel Ángel Bella es muy particular. Abogado de profesión y residente del barrio de Villa Urquiza, se corona como un experto en el tema, tras completar insólitamente y durante 20 años consecutivos cada Claringrilla en formato impreso y web. En total, completó casi 13 mil publicadas. El letrado accedió a contar su historia a TN, como parte de esta celebración editorial.

¿Cómo surgió tu afición por la Claringrilla y por qué entre tantos juegos y trivias similares, te aficionaste a este juego en particular?

Mi afición por la claringrilla empezó hace más de 20 años. Desde la web de Clarín las tengo hechas desde fin de mayo de 2010 sin interrupción. Lo que más me atrae de este pasatiempo es el ejercicio mental diario que significa. Ejercicio mental que para los que como yo (tengo 62 años), lo tomo como un aliciente.

¿Cómo crees que la Claríngrilla ha incidido en tu vida ¿Te ayuda, te relaja, te distrae de los temas de la vida diaria

Incidió en mi vida porque en principio, enriquece el lenguaje. Más allá de las palabras de uso corriente, puede ser que hayan palabras más rebuscadas que no se utilizan en el lenguaje diario. Entonces yo creo que ayuda, y realmente lo hace, al lenguaje y la comunicación de cada uno de nosotros.

Para resolver las Claringrillas diarias, Miguel Ángel Bella requiere de una lupa y sus conocimientos. (Foto: Gentileza Clarín)
Para resolver las Claringrillas diarias, Miguel Ángel Bella requiere de una lupa y sus conocimientos. (Foto: Gentileza Clarín)

¿Hubo alguna edición que por alguna razón no pudiste completar?

Yo por lo menos desde finales de mayo del 2010 hasta hoy, 1 de febrero del 2024, siempre las completé.

¿Cuáles son las preguntas que más te gustan? ¿Cuáles son las que te traen mayor dificultad?

Las preguntas que más me gustan son aquellas que refieren a situaciones o lugares que existen en otra parte del mundo. En los últimos días, por ejemplo, salió esa ciudad de China, que es Nanchang, que ya había sido publicada en alguna otra edición. Las palabras que por ahí son las de mayor dificultad, son las que uno puede acceder solamente como palabra final de las 19 o 20 palabras que traiga ese día el juego.

Aunque Miguel Ángel Bella asegura que el formato impreso de Clarín lo acompañó toda su vida, no se niega a su versión digital. (Foto: Gentileza Clarín)
Aunque Miguel Ángel Bella asegura que el formato impreso de Clarín lo acompañó toda su vida, no se niega a su versión digital. (Foto: Gentileza Clarín)

¿Qué piensa tu familia sobre tu afición por las Claringrillas? ¿Te gusta completarlas junto a ellos o preferís hacerlo solo?

Mi familia lo tiene como incorporado. La Claringrilla es lo primero que hago por la mañana cuando llego a la edición electrónica del diario. En el pasado he sido un lector sempiterno del diario de papel porque me acompañó durante toda mi vida desde que yo era un niño hasta hace un par de años atrás, que decidí cambiar ese formato por la edición digital.

Mi esposa dice que yo hago la Claringrilla cuando todos duermen, pasadas recién las 6 de la mañana que es la hora que yo regularmente me despierto. Pero ya es un valor incorporado, nada más que eso.

SOCIEDAD

Mundos íntimos. Parir en el extranjero: cómo es ser madre en otro idioma y que te consideren poco abnegada

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Dislocar: verbo transitivo. Sacar de su lugar. Referido a huesos y articulaciones, usado más como pronominal

La maternidad te saca de lugar. Te descoloca pero, sobre todo, te disloca: las dislocaciones (o luxaciones) son lesiones en las articulaciones que arrancan los extremos de los huesos y los sacan de su posición. Te arranca los extremos –todos los extremos– y te deja en carne viva. Por estar en una posición otra, la maternidad es una forma de exilio. Te posiciona fuera del yo. En la maternidad una persona se pierde. Es como tantear la niebla en la oscuridad; una penumbra que enmaraña el sentido. Lo que digo no es una novedad. Con una amiga querida intercambiamos experiencias maternas y llegamos a la misma resolución. La maternidad como exilio fue una nota concluyente. Ser mamá es deslizarse por una geografía empinada, foránea, que estalla de manera constante porque en sus pliegues yacen artefactos inexplorados, harto inflamable y predominantemente explosivos. Un tobogán de la sinrazón.

Cuando digo maternidad no intento excluir al padre, al pater, la paternidad. No hay política detrás de este texto excepto toda política que ineludiblemente acompaña todo texto. Pero quiero hablar desde mi voz de mamá, la mamá que devine viviendo en el exilio. Por cierto, decir exilio merece una aclaración. Desde hace muchos años que escribo sobre los dislocamientos, sus poéticas y articulaciones –esas figuraciones lesionadas, esos arranques deshuesados– provocadas por el exilio. Pero exilio es un término controvertido. No dejé mi lugar de origen por alguna forma de persecución ni me vi forzada a pedir refugio político. Nadie me obligó a irme. Nadie me enajenó. Dejé mi patria porque, como muchos, busqué oportunidades en circuitos más amplios de conocimiento, en sitios con economías hasta cierto punto estables, en instituciones académicas que me expusieran a una matriz de saberes amplios y diversos que, entonces, no detectaba en mi cercanía.

Para Gisela Heffes, había prácticas de tratamiento del embarazo que parecían distintas a las conocidas, pero había que aceptarlas y disfrutar la “dulce espera”.Para Gisela Heffes, había prácticas de tratamiento del embarazo que parecían distintas a las conocidas, pero había que aceptarlas y disfrutar la “dulce espera”.

Un combinado de posibilidades. Pero de un modo u otro dejar la tierra de origen es una experiencia liminal. Y aunque sin duda la mía fue una experiencia hasta cierto punto “privilegiada”, no es fácil ni fue fácil. La tierra a la que llegué no sustituyó la que dejé, pero tampoco me fue enteramente ajena. Devino un sitio en donde el cuerpo, la voz, la mirada, me obligaron a moverme, a hablar, a ver y observar, a escuchar y sentir desde una posición inédita, en la que no me había apostado previamente y que revelaba mi condición de neófita. El decir y oír palabras inexploradas –a pesar de conocer la lengua– el mirar, oler, sentir, palpitar, y reaccionar con el cuerpo atravesado por una topografía física, mental, psicológica, emocional e incluso epistemológica u ontológica, me atiborró con la torpeza típica del principiante.

Me gusta la idea de dislocamiento a pesar de tantas otras opciones (desarraigo, destierro, desplazamiento, exilio voluntario). Imagino un dislocamiento del hombro, de la cadera. Ese dolor intenso que impide que el lenguaje se manifieste. O que se manifieste en toda su plenitud.

Maternidad. 1. f. Estado o cualidad de madre.

Dar a luz fuera de la tierra de origen, dislocada sin ser forzada a partir, dejar la patria –que en un mundo ideal sería matria: ese matriarcado ansiado, un regreso al oikos que te arropa, te envuelve, te abriga y te nutre. Del griego, oikos significa “casa”. Dar a luz, parir: experimentar un estado o cualidad de madre permanente. Vivir en el exilio del yo. Y habitar otro exilio, el del cuerpo que se mueve en otra lengua –y otra tierra. Un yo fuera del yo fuera del cuerpo. Esa posición física enajenada que yace fuera de sí también determina al lenguaje. Y lo define. El sonido que el cuerpo emana, por ejemplo, varía de frecuencia, y, de igual modo, la vocalización y la cadencia. Si la maternidad es exilio, el desalojarse del cuerpo-territorio en la que una persona nació (yo, en este caso) ¿cómo es ser madre en el exilio? ¿Cómo es ser madre en otra lengua? ¿Cómo es parir en inglés (o para el caso francés, alemán, chino, hebreo, rumano, etc…)? ¿Y cómo es el cuerpo cuyo vientre fecundo te obliga a desplazarte con el soplo de otro ser que te habita?

Gisela Heffes con su hija. Ahora tocaba educarla, pero sin resignar su carrera profesional.Gisela Heffes con su hija. Ahora tocaba educarla, pero sin resignar su carrera profesional.

Regresemos en el tiempo. La mujer está embarazada. Antes, tuvo un aborto espontáneo (no me gusta “aborto espontáneo”, prefiero el término miscarriage, en inglés, porque el mis que precede al carriage concentra pérdida, acumula vacío y solidifica dolor). Pero mis(s) no sólo atañe al verbo “perder” sino también “extrañar”. Es perder esa carga preciada, pero extrañarla. Añorarla aún sin llegar a ser. Extrañarla tremendamente. La mujer que ensaya ser madre regresa al ginecólogo y, por fin embarazada, acoge la noticia de que su bebé es un breech baby. La ignorancia por no saber cómo lo llaman en su tierra la abruma. Recurre al diccionario. El vacío se redobla con la ausencia de referentes. ¿Cómo le dicen al breech baby en Argentina? Una enciclopedia sugiere bebé de nalgas. Pero en Argentina no se usa la palabra “nalgas”. Ese diccionario apunta a otro español. Un español disonante para la madre. Misma lengua pero no. Un ¿bebé de culo? ¿De cola? ¿De trasero? La madre de la madre le explica que ella también fue un bebé de culo-cola-trasero-nalgas. Que se dio vuelta antes de nacer. Que el obstetra –esos de antes, que hacían magia sin someterte a una cesárea– la sacó con sus habilidades magistrales por la cola un 26 de noviembre de 1971 en la clínica Marini (ya no existe). Pero en EEUU, un bebé de culo-cola-trasero-nalgas requiere cirugía.

La obstetra le sugiere que den vuelta a su bebé antes de dar a luz (“dar a luz”, otra expresión que no encuentra equivalente en inglés). Esa operación sin cirugía pero con las propias manos de la obstetra la titulan, en la tierra que ahora habita, External Cephalic Version (ECV). Google Translation le ofrece una traducción bastante literal: “versión cefálica externa”. Este procedimiento consiste en dar vuelta con la mano experta de la obstetra al bebé, sin cirugía, en el hospital, y conectada la madre a múltiples monitores. Pero, y a pesar de someterse a tal ejercicio dactilar, el bebé volvió a darse vuelta.

Inconsciente de este gesto rebelde y contestatario que se efectuaba en su vientre enorme y cilíndrico, cuando las contracciones llegaron, y la beba de culo-cola-trasero-nalgas rebotaba contra el umbral del canal de parto, hubo que aceptar que tendría una cesárea pese a tanto y pese a todo. Le ataron las muñecas; la crucificaron en una camilla horizontal. La desnudaron y la volvieron a cubrir con sábanas de papel esterilizado. Abrieron un hueco en forma de rectángulo al que se arremetieron, médicos y enfermeras, con tijeras metálicas, bisturís, agujas e hilos, para arrancar, con vida y rozagante, el cuerpo pequeño de su hija. La madre no recuerda si gritó en inglés, español o castellano. Si sus lágrimas exaltadas y eufóricas desplegaban un rictus idiomático local o extranjero, o se expandían, como el cuerpo trémulo, a la emoción desenfadada y feliz de la maternidad.

Amamantar. 1. tr. Dar de mamar. Sin.: lactar, atetar.

Lo primero que la madre nota, cuando recobra la conciencia, es a su beba en su pecho llorando, y a su lado, una enfermera con uniforme diferente que la espía desde un costado del ojo. La madre tiene la lengua un poco atascada. Le habla, quien sabe en qué idioma, pero a la enfermera parece no molestarle. Su misión es otra. No es policía de la lengua sino policía de la teta. Deposita unos folletos sobre la mesada junto a la camilla. La mira ahora de manera un poco más directa. Desde un centro que se despliega hacia adentro. La madre no puede percibir, exactamente, de qué se trata. En inglés, le pregunta si considera amamantar a su hija. Por qué no, piensa la madre, pero no alcanza a decir nada ya que el dolor intenso del posoperatorio, sumado al llanto de su hija, que la perturba, no le permite extender su concentración más allá de esa órbita precisa. Le habla y le explica, agarrando su pecho y llevándolo a la boca de su hija que llora incansable de hambre y destierro, que si no le da la teta, la beba, tu beba, no se desarrollará saludablemente. No hay nada como la leche materna, remata. La madre cierra los ojos por un instante, aún bajo los efectos de los narcóticos que le inyectaron para paliar el dolor, para tajarla, y para inducir a su hija, y no logra entender por qué algo tan natural y orgánico de repente se torna una imposición cuasi fascista. La mujer le lastima el seno al obligarla a darle de mamar a su hija, y cuando la madre cobra un suspiro de lucidez, la empuja fuera de sí y le pide que se vaya. No recuerda si lo hizo en inglés, español o castellano. Lejos de la vigilancia insidiosa de la mujer, madre e hija se enredan indivisibles en un hálito sin palabras.

Migrante; migrar. 1. intr. Trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente. Sin.: emigrar, inmigrar, mudar.

En el país que habito, muchas mamás tienden a ser abnegadas. Conozco unas cuántas profesionales que archivaron el título de abogacía en el cajón luego de parir. Nuca supe si aquella abnegación es un vehículo inconsciente para autoconvencerse de que su rol de madre acredita tal sacrificio, o un cálculo meramente económico frente al alto costo de las guarderías o niñeras. Puede ser además la influencia puritana, que late en cada recoveco de esta tierra. En todo caso, ser madre que trabaja es otra forma de habitar el exilio, en el exilio mismo. A veces su hija dice I love you, mom! Pero cuando le recrimina que está “trabajando” y no le dedica su tiempo incondicional a ella, la desacredita con un lapidario never mind. ¿Acaso yo fui grosera, de chica? se pregunta sabiendo que la respuesta es afirmativa. ¿Acaso es esto el efecto búmeran de la genética? ¿O es algo que ella mamó de mi teta cuando apenas era una beba? Le responde en castellano, español, inglés. Por la noche, la arropa con un fragmento de Dailan Kifki. Good night, dice la hija, contenta. Ta mañana, responde la madre. Y así, cada día, mes, año, en el exilio de la vida y en la vida del exilio, entre lenguas que se rozan y confunden, entre gestos y muecas y ademanes disonantes.

Enfocar. 1. tr. Hacer que la imagen de un objeto producida en el foco de una lente se recoja con nitidez sobre un plano u objeto determinado. Ant.: desenfocar.

Parir en el exilio se asemeja a un impulso por encuadrar la experiencia presente en un marco obstinado en borrarse. Es vivir fuera de foco: la guardería y el colegio, los amigos y las vacaciones, la salud, la terapia, la ortodoncia, la pubertad, la ropa, los modos de comer y de vestirse, de hablar, pararse, esperar, saludar. Desde mi nervio óptico, echar los cimientos en una esfera otra es transcribir las vivencias íntimas e inalienables en un intento por delimitar el foco, enfocar lo que no cabe en el marco del lente porque el marco es, en efecto, otro, el medium es otro, el plano es otro. Pura divergencia. Una existencia en continua asonancia. En la esfera que es la tierra que uno habita, el ser madre, parir, amamantar, cuidar, abrigar, cantar (“Manuelita vivía en Pehuajó” y “The Itsy Bitsy Spider”) es anidar lo recóndito. Gravitando al ras del suelo, los huesos arrebatados de cuajo y sus extremos dislocados ovillan el cuerpo desterrado, su voz, la mirada, los pies. Las manos. Y en el gravitar, esparcen semillas ansiosas de ímpetu y arraigo.

Gisela Heffes es escritora y enseña literatura y cultura latinoamericana en la universidad de Johns Hopkins. Sus publicaciones más recientes son el ensayo crítico “Visualizing Loss in Latin America: Biopolitics, Waste, and the Urban Environment” (2023), las novelas “Ischia” (Deep Vellum, 2023), “Cocodrilos en la noche” (2020; 2023), el poemario bilingüe “El cero móvil de su boca / The Mobile Zero of Its Mouth” (2020) y “Aquí no hubo ni una estrella” (2023). Es co-editora de “The Latin American Ecocultural Reader” (2020), “Pushing Past the Human in Latin American Cinema” (2021), “Un gabinete del futuro” (2022) y “Turbar la quietud” (2023).

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