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SOCIEDAD

la escueta respuesta tras conocerse el fallo argentino

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Por ahora, la Real Academia Española prefiere hacer silencio ante la resolución de la Justicia argentina según la cual debería suprimir del Diccionario de la Lengua Española el quinto significado que le asigna al término “judío”.

A pesar de que el diccionario aclara que se trata de un uso “ofensivo o discriminatorio”, la quinta acepción de “judío” lo define como “dicho de una persona: avariciosa o usurera”, descripción que rechazan más de veinte comunidades judías de distintos países que hablan español, que desde hace más de tres años reclaman a la RAE que elimine esa definición.

Sin embargo fueron la Fundación Congreso Judío Mundial y la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) las que finalmente lograron que la justicia federal argentina ordene a la Real Academia “que suprima inmediatamente -esto es, sin la previa intervención de las Academias de la Lengua Española- del Diccionario de la Lengua Española la quinta acepción de la palabra ‘judío, a’ (…) por configurar un discurso de odio que incita a la discriminación por motivos religiosos en los términos de la ley 23.592”.

La decisión del Juzgado Criminal y Correccional Federal 12 manda, además, “al Ente Nacional de Comunicaciones que disponga el inmediato bloqueo del sitio web -enlace a la definición del Diccionario de la Lengua Española, cuestionada en autos- hasta tanto la Real Academia Española cumpla con la medida que le fuera ordenada por este tribunal”.

Clarín intentó contactar a la dirección de la Real Academia Española en Madrid o alguno de los académicos que la integran. Durante toda la mañana de este viernes fue imposible obtener una respuesta.

La biblioteca Rodríguez Moñino de la Real Academia Española, basada en Madrid.
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Foto: Cézaro De Luca

Pasado el mediodía, fuentes de la RAE se limitaron a señalar a Clarín que “la Real Academia Española (RAE) ha conocido esta información a través de los medios. Cuando se le haga llegar una comunicación oficial, la RAE se pronunciará”.

El tribunal argentino, sin embargo, establece, en el punto cuarto, “notificar lo resuelto en el día de la fecha (por el 26 de septiembre de 2024) a la Academia Argentina de Letras -en su carácter de representante de la Asociación de Academias de la Lengua Española-”.

La RAE fue fundada en 1713 con la idea de “fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza”. Hasta la década del ’90, se rigió por el lema “Limpia, fija y da esplendor”. Hoy se interesa más por conservar la unidad idiomática entre los casi 600 millones de personas que hablamos español.

Años de reclamo

A finales de agosto, el apoderado de la Fundación Congreso Judío Mundial, Claudio Gregorio Epelman, y el presidente de la DAIA, Jorge Knoblovits, denunciaron penalmente al director de la RAE, Santiago Muñoz Molina, y a toda otra persona “que integre dicha organización, toda vez que estos se encuentren incitando al odio contra la colectividad judía a través de la acepción discriminatoria del término ‘judío, a’”.

El presidente de la DAIA Jorge Knoblovits había hecho el pedido formal ante la RAE en 2021, pero recién obtuvo respuesta dos años después.El presidente de la DAIA Jorge Knoblovits había hecho el pedido formal ante la RAE en 2021, pero recién obtuvo respuesta dos años después.

En 2021, Epelman y Knoblovits habían hecho el pedido formal a la RAE por escrito. La respuesta de su director llegó en 2023: “De acuerdo con los criterios establecidos para el Diccionario de la Lengua Española, no es posible eliminar una acepción cuando está avalada por el uso -como sucede en este caso-, por más que pueda resultar socialmente inapropiada o reprobable. Sin embargo, se ha considerado oportuno añadir la indicación de que su uso puede resultar ofensivo o discriminatorio”, aclaró Muñoz Molina.

Pero para el juez Ariel Lijo, titular del juzgado que el jueves se expidió sobre el tema, esa aclaración no es suficiente: “Ante el escenario descripto, estimo que se encuentran reunidas las condiciones para sostener que la quinta acepción de la palabra ‘judío, a’ -aún con la nota de uso como ofensivo o discriminatorio- contiene en la base de su significado un discurso de odio. Pues atribuye características peyorativas al integrante de un colectivo por el solo hecho de ser tal”.

El juez Ariel Lijo, titular del Juzgado N° 12, le ordenó a la RAE que suprima la quinta acepción de la palabra judío/a.

Foto: Daniel Vides / NAEl juez Ariel Lijo, titular del Juzgado N° 12, le ordenó a la RAE que suprima la quinta acepción de la palabra judío/a.

Foto: Daniel Vides / NA

El juez fundamenta su decisión, entre otros tratados, en la libertad de religión que se garantiza en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la prohibición de toda apología del odio nacional, racial o religioso, presente en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y en la Declaración de las Naciones Unidas sobre la eliminación de toda forma de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o en las convicciones.

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Cuando la RAE dijo que sí

En febrero del año pasado, la asociación madrileña de abogados Ahora Abogacía logró que la RAE suprimiera del Diccionario de la Lengua Española la tercera acepción del término “abogado”, que lo definía como “persona habladora, enredadora, parlanchina”. Nueve meses antes, la asociación había presentado simplemente un escrito a la RAE “para iniciar el proceso de revisión de este término”.

“El escrito, dirigido directamente al presidente de la RAE, Santiago Muñoz Machado, solicitaba la supresión de esta acepción, por considerar que ‘menosprecia nuestra profesión y los valores de los profesionales que la integramos, así como no define correctamente al abogado como actor jurídico esencial para la defensa de los derechos y las garantías de los ciudadanos’”, aclara la asociación en su web.

“Según la RAE, la propuesta de Ahora Abogacía ‘ha sido estudiada y valorada favorablemente por la Comisión Delegada del Pleno de esta Real Academia’, que ha acordado también ‘enviar esta modificación a las Academias Americanas, integradas en la Asociación de Academias de la Lengua Española’”, celebra la plataforma que, hasta febrero del año pasado, contaba con “más de 1.000 simpatizantes en cinco comunidades autónomas españolas y en siete países de América Latina”.

“Una secuencia que no tiene fin”

Clarín consultó al académico Darío Villanueva Prieto, quien hoy ocupa el sillón correspondiente a la letra D de la RAE y fue su director entre 2015 y 2018.

Darío Villanueva, ex director de la RAE. "Nunca se suprimiría una palabra porque se use de manera ofensiva".Darío Villanueva, ex director de la RAE. «Nunca se suprimiría una palabra porque se use de manera ofensiva».

En 2013, Villanueva se desempeñaba como secretario de la Real Academia y así defendía las definiciones reunidas en el diccionario: “Lo que nunca hará el Diccionario de la Lengua Española es suprimir palabras que se usan porque sean ofensivas o desagradables. Eso no lo podemos hacer. Sería el fin del diccionario y el comienzo de una secuencia que no tiene fin”, aseguraba.

Este viernes, respecto de la decisión judicial argentina de excluir la quinta acepción de “judío”, el académico ironizó: “He sabido de este episodio por diferentes conductos. No me corresponde ya a mi, que felizmente no soy director de la RAE desde 1918, hacer declaraciones a este respecto”.

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“Por otra parte, mi posición ante estos asuntos está muy clara en mi ensayo ‘Morderse la lengua. Corrección política y posverdad’, que obtuvo el premio al mejor libro de 2021 concedido por la Fundación Francisco Umbral”, agregó Villanueva.

Cuando lo presentó hace tres años, Darío Villanueva citó un ejemplo curioso: “Seguro que alguna vez han disfrutado de los espectáculos de un grupo magnífico que se ha llevado el premio Princesa de Asturias, el grupo argentino Les Luthiers. Llevan 50 años en el candelero. Si ustedes analizan, conforme a las reglas de la corrección política, los espectáculos de Les Luthiers, no se salva ni uno”.

“Porque la comedia es transgresión. Y ellos lo hacen con gran inteligencia y gran elegancia -destacó-. Por ejemplo, hay sketches que son una sátira contra los judíos: la mitad de ellos son judíos. Hay otros, magníficos, contra los porteños: todos son naturales de Buenos Aires. Recurren a todos los tópicos pero ingeniosa y humorísticamente manejados. Por esa vía, por la aplicación de la corrección política, nos cargaríamos toda la libertad expresiva de la comedia que, desde la primera definición en un tratado perdido de la Poética de Aristóteles, es transgresión”.

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SOCIEDAD

La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida

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Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.

Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.

Librería de viejoShutterstock

Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.

Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.

«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»

En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”

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Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.

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