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SOCIEDAD

La nueva vida del churrero de Messi: renunció a su trabajo y consiguió una oportunidad única

Juan Pablo Román fue a la casa del campeón a llevar un pedido. Desde ese día todo cambió. Tras un encuentro que marcó un antes y un después en su vida, el joven decidió perseguir sus sueños.Juan Pablo Román fue a la casa del campeón a llevar un pedido. Desde ese día todo cambió. Tras un encuentro que marcó un antes y un después en su vida, el joven decidió perseguir sus sueños.Juan Pablo Román, el cadete que le llevó churros a Messi, tendrá una prueba en Godoy Cruz. Su sueño es ser futbolista profesional. (Instagram Juampi Roman)

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El sueño de cualquier argentino es conocer a Lionel Messi en persona. Ese gran anhelo se le cumplió a Juan Pablo Román, el cadete de un local de churros de Funes, que le llevó un pedido al capitán argentino y cambió su vida para siempre. Es que esa historia, y su historia de vida, hicieron que el joven renunciara a su trabajo y consiguiera una oportunidad única para ser futbolista profesional.

El programa radial Perros de la Calle lo conectó con referentes del plantel de Godoy Cruz que lo ayudaron a conseguir una prueba en el club mendocino.

Lee también: Messi y el toque del rey Midas: a cuatro meses de su llamado, la Churrería de Funes podría instalarse en Miami

“Todavía no puedo asimilar todo lo que pasé. Fue todo muy de golpe. Estoy muy confiado para dar todo lo mejor de mí. Mi sueño es ser jugador de fútbol profesional. Leo es mi ídolo y creo que no fue casualidad que le haya llevado yo el pedido a su casa de Funes. La conexión es la pelota. Se me abrió una puerta gracias a la trascendencia que tuvo esto de trasladar los churros, y ahora todo depende de mí”, señaló en diálogo con el diario La Capital.

Juan Pablo Román fue a la casa del campeón a llevar un pedido. Desde ese día todo cambió. Tras un encuentro que marcó un antes y un después en su vida, el joven decidió perseguir sus sueños.
Juan Pablo Román fue a la casa del campeón a llevar un pedido. Desde ese día todo cambió. Tras un encuentro que marcó un antes y un después en su vida, el joven decidió perseguir sus sueños.

El accidente de tránsito que lo marcó

Desde pequeño, Juan Pablo siempre tuvo una pelota en sus pies. A los 7 años empezó a jugar en el fútbol infantil de Newell’s Old Boys y luego, cuando se mudo a Funes, siguió entrenando en el club Defensores.

Sin embargo, en 2017 su vida cambió: un trágico accidente amenazó su vida y su carrera. Un auto lo atropelló y casi lo mata. Esto puso en pausa su sueño de ser futbolista.

“Tenía pocas chances de sobrevivir, me había fracturado y me detectaron un coágulo en la cabeza. Me daban años de recuperación, pero a los 15 días salí del hospital. Los médicos me dijeron que fue un milagro”, recordó. “Me frustré mucho, me costó un montón asumir lo que pasó. Dejé el fútbol y luego retomé en Defensores, pero no me sentía igual”.

El encuentro con Messi, una luz de esperanza que lo marcó

Lo que comenzó como un simple pedido de churros a domicilio en el exclusivo country Kentucky, ubicado en la localidad de Funes, se convirtió en un giro inesperado que impactó a Juan Pablo de manera profunda. Ese día, el repartidor se encontró cara a cara con el ídolo del fútbol mundial, Lionel Messi, y su vida cambió para siempre.

El 19 de junio de ese año, un mensaje de WhatsApp de Antonela Roccuzzo a una pequeña churrería de Funes con envío a domicilio revolucionó el local y la vida de quienes trabajaban allí. Desde ese momento, los pedidos no pararon de crecer, y la churrería tuvo que contratar más personal para atender la creciente demanda.

Juan Pablo Román, el cadete que le llevó churros a Messi, tendrá una prueba en Godoy Cruz. Su sueño es ser futbolista profesional. (Instagram Juampi Roman)
Juan Pablo Román, el cadete que le llevó churros a Messi, tendrá una prueba en Godoy Cruz. Su sueño es ser futbolista profesional. (Instagram Juampi Roman)

“Mi sueño es ser jugador de fútbol profesional. Leo es mi ídolo y creo que no fue casualidad que le haya llevado yo el pedido a su casa de Funes. La conexión es la pelota. Se me abrió una puerta gracias a la trascendencia que tuvo esto de trasladar los churros, y ahora todo depende de mí”, apuntó.

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SOCIEDAD

Mundos íntimos. Parir en el extranjero: cómo es ser madre en otro idioma y que te consideren poco abnegada

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Dislocar: verbo transitivo. Sacar de su lugar. Referido a huesos y articulaciones, usado más como pronominal

La maternidad te saca de lugar. Te descoloca pero, sobre todo, te disloca: las dislocaciones (o luxaciones) son lesiones en las articulaciones que arrancan los extremos de los huesos y los sacan de su posición. Te arranca los extremos –todos los extremos– y te deja en carne viva. Por estar en una posición otra, la maternidad es una forma de exilio. Te posiciona fuera del yo. En la maternidad una persona se pierde. Es como tantear la niebla en la oscuridad; una penumbra que enmaraña el sentido. Lo que digo no es una novedad. Con una amiga querida intercambiamos experiencias maternas y llegamos a la misma resolución. La maternidad como exilio fue una nota concluyente. Ser mamá es deslizarse por una geografía empinada, foránea, que estalla de manera constante porque en sus pliegues yacen artefactos inexplorados, harto inflamable y predominantemente explosivos. Un tobogán de la sinrazón.

Cuando digo maternidad no intento excluir al padre, al pater, la paternidad. No hay política detrás de este texto excepto toda política que ineludiblemente acompaña todo texto. Pero quiero hablar desde mi voz de mamá, la mamá que devine viviendo en el exilio. Por cierto, decir exilio merece una aclaración. Desde hace muchos años que escribo sobre los dislocamientos, sus poéticas y articulaciones –esas figuraciones lesionadas, esos arranques deshuesados– provocadas por el exilio. Pero exilio es un término controvertido. No dejé mi lugar de origen por alguna forma de persecución ni me vi forzada a pedir refugio político. Nadie me obligó a irme. Nadie me enajenó. Dejé mi patria porque, como muchos, busqué oportunidades en circuitos más amplios de conocimiento, en sitios con economías hasta cierto punto estables, en instituciones académicas que me expusieran a una matriz de saberes amplios y diversos que, entonces, no detectaba en mi cercanía.

Para Gisela Heffes, había prácticas de tratamiento del embarazo que parecían distintas a las conocidas, pero había que aceptarlas y disfrutar la “dulce espera”.Para Gisela Heffes, había prácticas de tratamiento del embarazo que parecían distintas a las conocidas, pero había que aceptarlas y disfrutar la “dulce espera”.

Un combinado de posibilidades. Pero de un modo u otro dejar la tierra de origen es una experiencia liminal. Y aunque sin duda la mía fue una experiencia hasta cierto punto “privilegiada”, no es fácil ni fue fácil. La tierra a la que llegué no sustituyó la que dejé, pero tampoco me fue enteramente ajena. Devino un sitio en donde el cuerpo, la voz, la mirada, me obligaron a moverme, a hablar, a ver y observar, a escuchar y sentir desde una posición inédita, en la que no me había apostado previamente y que revelaba mi condición de neófita. El decir y oír palabras inexploradas –a pesar de conocer la lengua– el mirar, oler, sentir, palpitar, y reaccionar con el cuerpo atravesado por una topografía física, mental, psicológica, emocional e incluso epistemológica u ontológica, me atiborró con la torpeza típica del principiante.

Me gusta la idea de dislocamiento a pesar de tantas otras opciones (desarraigo, destierro, desplazamiento, exilio voluntario). Imagino un dislocamiento del hombro, de la cadera. Ese dolor intenso que impide que el lenguaje se manifieste. O que se manifieste en toda su plenitud.

Maternidad. 1. f. Estado o cualidad de madre.

Dar a luz fuera de la tierra de origen, dislocada sin ser forzada a partir, dejar la patria –que en un mundo ideal sería matria: ese matriarcado ansiado, un regreso al oikos que te arropa, te envuelve, te abriga y te nutre. Del griego, oikos significa “casa”. Dar a luz, parir: experimentar un estado o cualidad de madre permanente. Vivir en el exilio del yo. Y habitar otro exilio, el del cuerpo que se mueve en otra lengua –y otra tierra. Un yo fuera del yo fuera del cuerpo. Esa posición física enajenada que yace fuera de sí también determina al lenguaje. Y lo define. El sonido que el cuerpo emana, por ejemplo, varía de frecuencia, y, de igual modo, la vocalización y la cadencia. Si la maternidad es exilio, el desalojarse del cuerpo-territorio en la que una persona nació (yo, en este caso) ¿cómo es ser madre en el exilio? ¿Cómo es ser madre en otra lengua? ¿Cómo es parir en inglés (o para el caso francés, alemán, chino, hebreo, rumano, etc…)? ¿Y cómo es el cuerpo cuyo vientre fecundo te obliga a desplazarte con el soplo de otro ser que te habita?

Gisela Heffes con su hija. Ahora tocaba educarla, pero sin resignar su carrera profesional.Gisela Heffes con su hija. Ahora tocaba educarla, pero sin resignar su carrera profesional.

Regresemos en el tiempo. La mujer está embarazada. Antes, tuvo un aborto espontáneo (no me gusta “aborto espontáneo”, prefiero el término miscarriage, en inglés, porque el mis que precede al carriage concentra pérdida, acumula vacío y solidifica dolor). Pero mis(s) no sólo atañe al verbo “perder” sino también “extrañar”. Es perder esa carga preciada, pero extrañarla. Añorarla aún sin llegar a ser. Extrañarla tremendamente. La mujer que ensaya ser madre regresa al ginecólogo y, por fin embarazada, acoge la noticia de que su bebé es un breech baby. La ignorancia por no saber cómo lo llaman en su tierra la abruma. Recurre al diccionario. El vacío se redobla con la ausencia de referentes. ¿Cómo le dicen al breech baby en Argentina? Una enciclopedia sugiere bebé de nalgas. Pero en Argentina no se usa la palabra “nalgas”. Ese diccionario apunta a otro español. Un español disonante para la madre. Misma lengua pero no. Un ¿bebé de culo? ¿De cola? ¿De trasero? La madre de la madre le explica que ella también fue un bebé de culo-cola-trasero-nalgas. Que se dio vuelta antes de nacer. Que el obstetra –esos de antes, que hacían magia sin someterte a una cesárea– la sacó con sus habilidades magistrales por la cola un 26 de noviembre de 1971 en la clínica Marini (ya no existe). Pero en EEUU, un bebé de culo-cola-trasero-nalgas requiere cirugía.

La obstetra le sugiere que den vuelta a su bebé antes de dar a luz (“dar a luz”, otra expresión que no encuentra equivalente en inglés). Esa operación sin cirugía pero con las propias manos de la obstetra la titulan, en la tierra que ahora habita, External Cephalic Version (ECV). Google Translation le ofrece una traducción bastante literal: “versión cefálica externa”. Este procedimiento consiste en dar vuelta con la mano experta de la obstetra al bebé, sin cirugía, en el hospital, y conectada la madre a múltiples monitores. Pero, y a pesar de someterse a tal ejercicio dactilar, el bebé volvió a darse vuelta.

Inconsciente de este gesto rebelde y contestatario que se efectuaba en su vientre enorme y cilíndrico, cuando las contracciones llegaron, y la beba de culo-cola-trasero-nalgas rebotaba contra el umbral del canal de parto, hubo que aceptar que tendría una cesárea pese a tanto y pese a todo. Le ataron las muñecas; la crucificaron en una camilla horizontal. La desnudaron y la volvieron a cubrir con sábanas de papel esterilizado. Abrieron un hueco en forma de rectángulo al que se arremetieron, médicos y enfermeras, con tijeras metálicas, bisturís, agujas e hilos, para arrancar, con vida y rozagante, el cuerpo pequeño de su hija. La madre no recuerda si gritó en inglés, español o castellano. Si sus lágrimas exaltadas y eufóricas desplegaban un rictus idiomático local o extranjero, o se expandían, como el cuerpo trémulo, a la emoción desenfadada y feliz de la maternidad.

Amamantar. 1. tr. Dar de mamar. Sin.: lactar, atetar.

Lo primero que la madre nota, cuando recobra la conciencia, es a su beba en su pecho llorando, y a su lado, una enfermera con uniforme diferente que la espía desde un costado del ojo. La madre tiene la lengua un poco atascada. Le habla, quien sabe en qué idioma, pero a la enfermera parece no molestarle. Su misión es otra. No es policía de la lengua sino policía de la teta. Deposita unos folletos sobre la mesada junto a la camilla. La mira ahora de manera un poco más directa. Desde un centro que se despliega hacia adentro. La madre no puede percibir, exactamente, de qué se trata. En inglés, le pregunta si considera amamantar a su hija. Por qué no, piensa la madre, pero no alcanza a decir nada ya que el dolor intenso del posoperatorio, sumado al llanto de su hija, que la perturba, no le permite extender su concentración más allá de esa órbita precisa. Le habla y le explica, agarrando su pecho y llevándolo a la boca de su hija que llora incansable de hambre y destierro, que si no le da la teta, la beba, tu beba, no se desarrollará saludablemente. No hay nada como la leche materna, remata. La madre cierra los ojos por un instante, aún bajo los efectos de los narcóticos que le inyectaron para paliar el dolor, para tajarla, y para inducir a su hija, y no logra entender por qué algo tan natural y orgánico de repente se torna una imposición cuasi fascista. La mujer le lastima el seno al obligarla a darle de mamar a su hija, y cuando la madre cobra un suspiro de lucidez, la empuja fuera de sí y le pide que se vaya. No recuerda si lo hizo en inglés, español o castellano. Lejos de la vigilancia insidiosa de la mujer, madre e hija se enredan indivisibles en un hálito sin palabras.

Migrante; migrar. 1. intr. Trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente. Sin.: emigrar, inmigrar, mudar.

En el país que habito, muchas mamás tienden a ser abnegadas. Conozco unas cuántas profesionales que archivaron el título de abogacía en el cajón luego de parir. Nuca supe si aquella abnegación es un vehículo inconsciente para autoconvencerse de que su rol de madre acredita tal sacrificio, o un cálculo meramente económico frente al alto costo de las guarderías o niñeras. Puede ser además la influencia puritana, que late en cada recoveco de esta tierra. En todo caso, ser madre que trabaja es otra forma de habitar el exilio, en el exilio mismo. A veces su hija dice I love you, mom! Pero cuando le recrimina que está “trabajando” y no le dedica su tiempo incondicional a ella, la desacredita con un lapidario never mind. ¿Acaso yo fui grosera, de chica? se pregunta sabiendo que la respuesta es afirmativa. ¿Acaso es esto el efecto búmeran de la genética? ¿O es algo que ella mamó de mi teta cuando apenas era una beba? Le responde en castellano, español, inglés. Por la noche, la arropa con un fragmento de Dailan Kifki. Good night, dice la hija, contenta. Ta mañana, responde la madre. Y así, cada día, mes, año, en el exilio de la vida y en la vida del exilio, entre lenguas que se rozan y confunden, entre gestos y muecas y ademanes disonantes.

Enfocar. 1. tr. Hacer que la imagen de un objeto producida en el foco de una lente se recoja con nitidez sobre un plano u objeto determinado. Ant.: desenfocar.

Parir en el exilio se asemeja a un impulso por encuadrar la experiencia presente en un marco obstinado en borrarse. Es vivir fuera de foco: la guardería y el colegio, los amigos y las vacaciones, la salud, la terapia, la ortodoncia, la pubertad, la ropa, los modos de comer y de vestirse, de hablar, pararse, esperar, saludar. Desde mi nervio óptico, echar los cimientos en una esfera otra es transcribir las vivencias íntimas e inalienables en un intento por delimitar el foco, enfocar lo que no cabe en el marco del lente porque el marco es, en efecto, otro, el medium es otro, el plano es otro. Pura divergencia. Una existencia en continua asonancia. En la esfera que es la tierra que uno habita, el ser madre, parir, amamantar, cuidar, abrigar, cantar (“Manuelita vivía en Pehuajó” y “The Itsy Bitsy Spider”) es anidar lo recóndito. Gravitando al ras del suelo, los huesos arrebatados de cuajo y sus extremos dislocados ovillan el cuerpo desterrado, su voz, la mirada, los pies. Las manos. Y en el gravitar, esparcen semillas ansiosas de ímpetu y arraigo.

Gisela Heffes es escritora y enseña literatura y cultura latinoamericana en la universidad de Johns Hopkins. Sus publicaciones más recientes son el ensayo crítico “Visualizing Loss in Latin America: Biopolitics, Waste, and the Urban Environment” (2023), las novelas “Ischia” (Deep Vellum, 2023), “Cocodrilos en la noche” (2020; 2023), el poemario bilingüe “El cero móvil de su boca / The Mobile Zero of Its Mouth” (2020) y “Aquí no hubo ni una estrella” (2023). Es co-editora de “The Latin American Ecocultural Reader” (2020), “Pushing Past the Human in Latin American Cinema” (2021), “Un gabinete del futuro” (2022) y “Turbar la quietud” (2023).

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