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SOCIEDAD

Las cuatro chicas que murieron en una ruta: alcohol al volante, bache y tragedia

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Era plena pandemia de COVID-19, época de fiestas de fin de año y, como en todo pueblo del interior, los adolescentes salían a dar vueltas el sábado a la noche. En eso estaba un grupo de amigas, que habían sacado sillones afuera de una casa, viendo qué hacer, en Morteros, provincia de Córdoba, en el límite con Santa Fe.

Hasta que llegó un llamado que iba a cambiar para siempre el destino de cuatro familias: era un joven que las invitaba a ir a una «clandestina» en un parque de Villa Trinidad, una localidad santafesina ubicada a casi 60 kilómetros de distancia.

Las chicas accedieron. Sus padres no se enteraron porque ya era la madrugada del domingo 27 de diciembre de 2020. Fueron seis (cuatro mujeres y dos varones) en un Chevrolet Astra.

Al regreso, a las 5.40, ocurriría la tragedia: Luciano Andrés Filippa (20), que manejaba borracho, agarró un bache en la ruta provincial 23, entre Suardi y Morteros. El auto dio varios tumbos y se estrelló contra un árbol. Terminó dentro de un campo, tras atravesar el alambrado.

Julieta Rosario Gorosito (16), Clarisa Vanina Herrera (16), Camila Bazán (17) y Loana Valdez (15) murieron en un choque en la ruta 23, cerca de Suardi (Santa Fe).

En el lugar murieron Julieta Rosario Gorosito (16), Clarisa Vanina Herrera (16) y Camila Bazán (17). Todas salieron despedidas. Loana Valdez (15) sobrevivió unas horas, pero falleció poco más tarde en un hospital. Filippa y Martín Matías Solís (21) se salvaron.

La investigación estableció que Filippa conducía «con un nivel de alcoholemia de 1,075 gramos por litro de sangre» y «a más de 30 kilómetros por hora por encima del límite máximo de velocidad permitido, que es de 110».

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La condena a 5 años y 6 meses de prisión

Esta semana, el imputado fue condenado a 5 años y 6 meses de prisión efectiva en un juicio oral y público que se desarrolló en los tribunales de San Cristóbal (Santa Fe).

Cuando el fallo quede firme, irá a la cárcel. Este viernes se desarrollará una audiencia para definir la prisión preventiva que pidió la querella. Lo consideraron responsable de «homicidio múltiple culposo» y, además, lo inhabilitaron para conducir durante 10 años (la máxima prevista).

Luciano Filippa, condenado por manejar borracho y causar la muerte de cuatro chicas en la ruta 23, cerca de Suardi (Santa Fe).Luciano Filippa, condenado por manejar borracho y causar la muerte de cuatro chicas en la ruta 23, cerca de Suardi (Santa Fe).

Según las familias de las víctimas, el acusado, hoy de 24 años, «nunca estuvo arrepentido» de lo que pasó.

«El día que pidió perdón, lo hizo porque lo habló con sus abogados, pero nunca lo dijo de corazón, no tuvo remordimiento de lo que hizo, jamás lo notamos sincero», sostuvo Diego Herrera (53), papá de «Clari».

En igual sintonía se pronunció Silvia Carina Gorosito (52), la mamá: «Ellos pasaban por el frente de mi casa burlándose todo el tiempo, desde el día uno… nunca se acercaron, tuvieron tres años y nueve meses para hacerlo y jamás lo hicieron, siendo que, por ejemplo, en la esquina vive el hermano y, a la vuelta de mi casa, el asesino junto a su mamá».

Yanina Giménez (43), mamá de «Lola», como le decían a Loana, advirtió que «al mes siguiente» a la tragedia, Filippa «empezó a salir otra vez, a tomar alcohol» y también «lo vieron manejar autos prestados, siendo que no podía conducir».

«Tiene derecho a seguir con su vida, pero él salía y subía las fotos a las redes sociales. Imaginate nuestro dolor», añadió la mujer.

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Julieta Rosario Gorosito (16), Clarisa Vanina Herrera (16), Camila Bazán (17) y Loana Valdez (15) murieron en un choque en la ruta 23, cerca de Suardi (Santa Fe).Julieta Rosario Gorosito (16), Clarisa Vanina Herrera (16), Camila Bazán (17) y Loana Valdez (15) murieron en un choque en la ruta 23, cerca de Suardi (Santa Fe).

Yanina subrayó que «él no salió a matarlas a las chicas, pero salió a divertirse, a emborracharse, a andar a alta velocidad y se tenía que hacer cargo de eso».

Los allegados a las adolescentes fallecidas intentaron que la carátula fuera más grave (como «homicidio doloso«, con penas más severas), pero la fiscal Hemilce Fissore y la abogada querellante Julieta Bono les explicaron que podían lograr igual una condena importante.

La sentencia fue dictada el martes por el juez Nicolás Stegmayer. Los fundamentos se darán a conocer en las próximas semanas.

Tras la lectura del veredicto, Fissore resaltó que «el monto de la pena dispuesta es similar» al pedido formulado en el alegato (6 años).

Filippa fue condenado por «homicidio múltiple culposo, ocasionado por la conducción imprudente de un vehículo automotor, agravado (por el nivel de alcoholemia, el exceso de velocidad y la pluralidad de víctimas fatales)».

Quiénes eran las víctimas

Clarisa, Camila y Julieta vivían en Morteros. «Lola», en la ciudad de Córdoba. Había ido con su madre, Yanina, criada en esa ciudad, a pasar la Navidad con sus abuelos maternos, pero ella se quiso quedar también para el Año Nuevo.

La noche del 26, la mujer llevó a «Lola» hasta la casa de Clarisa, a las 23.30. «Se quedaban todas las nenas ahí, era en una juntada clásica de pueblo, por eso le gustaba tanto venir a ella a Morteros», contó.

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Julieta Rosario Gorosito (16), Clarisa Vanina Herrera (16), Camila Bazán (17) y Loana Valdez (15) murieron en un choque en la ruta 23, cerca de Suardi (Santa Fe).Julieta Rosario Gorosito (16), Clarisa Vanina Herrera (16), Camila Bazán (17) y Loana Valdez (15) murieron en un choque en la ruta 23, cerca de Suardi (Santa Fe).

A las 6 del domingo llamaron al celular de su hijo de 19 años, desde un contacto desconocido. Cuando atendieron, les preguntaron por «Loana» y les dijeron: «Hubo un accidente«.

Yanina manejó rápido hasta lo de Clarisa. Despertó a la mamá, que todavía no sabía nada. Se dirigieron hasta el hospital de Suardi, donde les informaron que a una de las chicas, «de ojos claros y pelo negro«, la estaban trasladando «a Morteros«. Era «Lola».

La mujer y el joven fueron hasta el lugar de la tragedia. «Las nenas estaban tiradas en el piso, mi hijo saltó sobre los policías y bomberos, llegó a los cuerpos, las destapó y vio que no estaba su hermana. Fue terrible», señaló Yanina.

Julieta Rosario Gorosito (16), Clarisa Vanina Herrera (16), Camila Bazán (17) y Loana Valdez (15) murieron en un choque en la ruta 23, cerca de Suardi (Santa Fe).Julieta Rosario Gorosito (16), Clarisa Vanina Herrera (16), Camila Bazán (17) y Loana Valdez (15) murieron en un choque en la ruta 23, cerca de Suardi (Santa Fe).

A las siete de la tarde, «Lola» murió en el hospital de San Francisco (Córdoba). «Había un bache, no discuto, pero la velocidad era alta«, insistió Yanina.

Según sostuvo, la decisión de ir a la clandestina «la tomaron pasadas las 3 de la mañana y algunas de la chicas le avisaron a sus madres que estaban en ese lugar».

«La fiesta no era en un campo perdido, sino dentro de la localidad, en el parque que hay en el lugar. No entiendo cómo las autoridades no controlaron», planteó la mamá de «Lola», la chica que soñaba con irse de viaje de egresados a Bariloche al año siguiente y ser azafata.

La amiga que se salvó de la muerte

Ana Orellano (21) fue una de las amigas que también pudo haber estado en ese auto del horror.

«Habíamos ido con Cami y Juli a comer a Rock and Rouge, después salimos a dar vueltas en moto. Como era una noche linda, fuimos a la casa de Clari. Al ratito llegó Loana. Estuvimos sentadas afuera, en sillones, charlando, viendo qué hacíamos, era una noche bastante linda», describió.

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La fiscal santafesina Hemilce Fissore y la abogada querellante Julieta Bono.La fiscal santafesina Hemilce Fissore y la abogada querellante Julieta Bono.

En declaraciones a Radio Urbana, contó que «lo único que había era clandestinas» en Morteros, pero como no conocían mucho a quienes las organizaban decidieron no ir.

Hasta que Filippa llamó a Julieta para invitarlas a Villa Trinidad. «Nos buscó en su auto, yo dije que no porque tenía un bautismo familiar la mañana siguiente. Me alcanzaron a mi casa, manejaba Solís. Me dio miedo la velocidad, apenas llegue a mi casa me bajé», indicó.

Además, apuntó que los dos varones «estaban tomando en el auto».

A las 9 del domingo se despertó y escuchó que su mamá hablaba de un «accidente«. Empezó a mandarles mensajes de WhatsApp a sus amigas, pero no les llegaban. Se desesperó y luego se enteraría de la tragedia.

Ahora está con tratamiento psiquiátrico. «Sentí tristeza, y a los días, culpa. Quizás se podría haber evitado si les decía que no fueran», cerró.

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SOCIEDAD

La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida

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Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.

Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.

Librería de viejoShutterstock

Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.

Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.

«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»

En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”

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Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.

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