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Los curas que se enfrentaron a la Campaña del Desierto y civilizaron la Patagonia

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Don Bosco tuvo una vez un sueño en el que indígenas asesinaban a unos misioneros, pero que luego fueron los sacerdotes de su congregación salesiana y lograron ganarse el aprecio de ellos. Tiempo después, en un providencial encuentro, un cónsul argentino en Italia de apellido Gazzolo le mostró unas pinturas y litografías en las que aparecían plasmados aborígenes semejantes a los que aparecieron en su sueño. Supo entonces que eran de la Patagonia.

El fundador de la congregación salesiana comenzaba así a gestar la idea de enviar a misioneros al sur argentino, que terminó de madurar cuando el entonces arzobispo de Buenos Aires, León Aneiros, lo visitó y le pidió justamente misioneros. Lo que daría paso a una verdadera epopeya por las tremendas dificultades de todo tipo que los salesianos tuvieron que afrontar y que salvó a no pocos aborígenes de las matanzas perpetradas por la Campaña del Desierto, llevó adelante una formidable obra civilizadora con la fundación de escuelas y hospitales, y logró establecer con la prédica y el testimonio la presencia cristiana en la Patagonia.

Los primeros misioneros llegaron a Buenos Aires el 14 de diciembre de 1875 y se instalaron en una iglesia. Luego también lo hicieron en otra en la ciudad de San Nicolás. Desde allí comenzaron a organizar su misión patagónica que para el europeo de aquella época no era parte de la Argentina, sino más bien tierra de nadie.

Pero la situación en el sur era difícil. “El plan para pacificar a los indígenas no funcionaba porque el gobierno no cumplía con los tratados, lo único que le interesaban eran las tierras y no la gente, y ellos se sentían cada vez más amenazados”, dice a Valores Religiosos el sacerdote Walter Paris, licenciado en Ciencias Sociales y doctor en Historia, autor del libro de reciente aparición “El imaginario de los misioneros salesianos: Patagonia argentina (1879-1916)”.

De Río Negro a Tierra del Fuego los salesianos se desplazaban a caballo.

“Había temor a las represalias de los aborígenes, a los malones, a los secuestros, a las matanzas”, afirma. Por lo tanto, luego de un frustrado viaje en barco decidieron ir en 1879 a Carmen de Patagones con la Campaña del Desierto, acompañando a monseñor Mario Espinosa, que iba en visita pastoral.

“A estas alturas -cuenta Paris- don Bosco ya sabía que había en marcha un exterminio y que, por lo tanto, consideraba que los misioneros debían ir cuanto antes a acompañar y defender a los aborígenes. Pero al enterarse que lo harían con los perpetradores de la masacre les comunicó su desacuerdo. Pero uno de ellos, el padre Santiago Costamagna, le dijo que no había otra manera más o menos segura de ir.

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“Pero a medida que fueron avanzando no se encontraron con aborígenes feroces, sino vencidos, con un pueblo arrasado y empiezan a preguntarse quiénes eran los bárbaros y quienes los civilizados porque la barbarie del ejército era enormemente superior a la de los aborígenes”, señala.

En general, los principales jefes indígenas habían huido a las montañas con sus combatientes y permanecido mayoritariamente los niños, las mujeres y los ancianos. “Estaban a la intemperie, en corrales, le tiraban la comida como si fueran animales”, narra. “Serán los salesianos -destaca Paris- los que empezarán a acercarse a ellos, a comunicarse, a darles alimentos y ropa”.

Los sacerdotes iban a los ranchos a llevar ayuda y predicar. Los sacerdotes iban a los ranchos a llevar ayuda y predicar.

Los misioneros comenzaron a asentarse al año siguiente, en 1880, cuando el arzobispo Aneiros les otorgó la parroquia de Carmen de Patagones, con jurisdicción hacia el norte, siendo su párroco el padre José Fagnano, y de Viedma que llegaba hasta Tierra del Fuego y que estaba a cargo del padre Domingo Milanesio. Desde allí fueron avanzando, primero hacia poblados cercanos, luego, subiendo, en dirección a la confluencia del río Neuquén hasta a Chos Malal y las demás poblaciones cercanas y, finalmente, bajando hasta llegar al extremo sur.

“Pensemos que no había caminos, que se desplazaban a caballo en medio de la nada con el riesgo de sufrir una imprevista nevada y en el mejor de los casos les daban hospedaje en los ranchos”, apunta Paris. Además, eran pocos los misioneros y, por lo tanto, debían hacer más kilómetros. En ese sentido, destaca que el padre Milanesio fue “el gran misionero itinerante porque terminó recorriendo 88 mil km a caballo, lo que significa dos vueltas al mundo, llegando hasta Tierra del Fuego”.

Los misioneros iban promoviendo la fe, impartiendo catequesis, bautizando a los niños, confesando, además de brindarles la ayuda material posible. “Los indígenas los reconocían como gente buena que no quería hacerles daño”, dice Paris.

La misión empieza a consolidarse en 1883 cuando se crean el Vicariato Apostólico con sede en Viedma y la Prefectura Apostólica en Río Grande. Pero no debe pasarse por alto un marco clave: el hecho de que el arzobispo Aneiros -de gran sensibilidad hacia los aborígenes-, haya creado en 1872 junto con el ministro Nicolás Avellaneda el Consejo para la Conversión de los Indígenas. Sin embargo, no contaba con interesados en ir a misionar a un lugar tan inhóspito como el sur hasta que dio con los salesianos.

En toda la Patagonia se establecieron centros misioneros, o sea, bases desde donde se salía a visitar a los pobladores, salvo en Tierra del Fuego donde se optó por las reducciones, un puñado de pequeñas colonias en las que los aborígenes vivían y recibían formación religiosa.

“Comenzaron a crearse escuelas que permitieran la inclusión y el desarrollo de los aborígenes con idiomas, cultura y oficios, siguiendo el criterio educativo de don Bosco, en contraposición con una línea en boga que los consideraba ‘indolentes’ y que no eran recuperables”, señala. El hecho de que con el tiempo se sumaran las monjas de la congregación salesiana Hijas de María Auxiliadora fue una gran ayuda.

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“Lo cierto es -añade- que terminada la campaña militar el Estado se sacó de encima a los aborígenes y se los dejó a los salesianos”. Las escuelas -más los internados que crearon- eran sostenidas con el aporte de cooperadores de todo el mundo porque el Estado no les daba un sólo peso a los salesianos.

Más aún: los salesianos fundaron hospitales porque aunque suene extraño las poblaciones importantes no tenían hospitales y convirtieron a la Patagonia en el único lugar del país donde la salud era gratuita.

Paris niega de plano que los salesianos hayan ejercido la coerción en su tarea evangelizadora. “Ellos sugerían, les preguntaban a los padres si querían enviar a sus hijos a los internados para educarlos”, cuenta.

“En la actualidad hay líneas dentro de los pueblos aborígenes que dicen que les impusieron el cristianismo, pero los salesianos vinieron a compartir lo más valioso que tenían que era Jesús. Hubo lo que puede ser un único episodio cuando el vicario Juan Cagliero quiso evitar un ritual indígena para que no se desviaran del cristianismo, nada más”.

De hecho, considera que los salesianos “tuvieron que ver en el comienzo de una conciencia indígena que brillaba por su ausencia en aquella época. Y fueron los que llevaron las escuelas, los hospitales, la ayuda a los más pobres, la caridad de Cristo y evangelización. La presencia católica en la Patagonia es gracias a los salesianos”.

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Cambió el pronóstico del clima para el verano en la Ciudad y la Costa: cómo estará de enero a marzo

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A medida que los meses pasan las previsiones del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) para buena parte del país, incluidas la Ciudad y la Costa Atlántica, este verano se han vuelto más benévolas. La tendencia ha pasado de ser la de un verano muy probablemente más sofocante que lo normal a una chance cada vez menor de que así suceda.

Desde fines de octubre hasta fines de diciembre el pronóstico de una temporada más calurosa de lo habitual descendió dos categorías: partió de un 50 a un 55 por ciento de probabilidades, pasó por un 45 a un 50 hace un mes y llegó ahora hasta el rango del 40 al 45 por ciento.

Hoy, la categoría correspondiente a la zona comprende la chance de temperaturas hasta incluso normales para la época, o en su defecto levemente superiores a lo habitual.

Eso abarca, según el pronóstico trimestral de enero a marzo que elabora el Servicio Meteorológico Nacional, a las provincias de Buenos Aires, La Pampa, Mendoza, San Juan, San Luis, Córdoba, Santa Fe, Santiago del Estero, casi toda la Mesopotamia, Santiago del Estero, Chaco, Formosa y este de Salta.

Las marcas de diciembre ya habían empezado a modular un clima no tan caluroso durante los primeros 20 días del mes. Con temperaturas que en los primeros diez días se ubicaron hasta cuatro grados por debajo de lo normal y luego tres grados por encima, hasta ahora hubo una leve diferencia hacia abajo.

Durante los festejos de Navidad, los turistas que decidieron viajar a la Costa por unos días se encontraron con un clima inusualmente otoñal. En las últimas horas el sol finalmente dijo presente, pero las bajas temperaturas siguieron predominando en la zona costera bonaerense.

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Para el arranque del nuevo año en la Costa la previsión vuelve a ser la de mal tiempo, ya que el martes 31 se prevé un 65 por ciento de probabilidades de lluvias, con una máxima de 26 grados, mientras que para el miércoles 1° de enero las chances de precipitaciones alcanzarán en esa zona al 80 por ciento, con una máxima de 24 grados. El sol volvería a salir recién el jueves 2.

En el Sur argentino, en cambio, las probabilidades de que siga haciendo un calor superior a lo normal continúan siendo más altas, lo mismo que en el noroeste del país. Esa característica se vio reflejada ahora incluso, en los segundos diez días de diciembre, cuando la temperatura media patagónica se acercó a la del nordeste del país debido a este tipo de anomalías.

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