SOCIEDAD
Mar del Plata: un conductor alcoholizado chocó contra una moto y se escapó
Un hombre embistió a una moto en la que iban dos personas al intentar cruzar la Avenida Luro por la calle 14 de julio, en la ciudad de Mar del Plata. El conductor tenía 1,30 gramos de alcohol por litro en sangre, mientras que las víctimas fueron hospitalizadas, aunque están fuera de peligro.
El hecho, registrado por una cámara de seguridad en la esquina de la ciudad costera, tuvo lugar cerca de las 2 de la mañana del sábado. Las imágenes reflejan cómo un Renault blanco aguarda a que corte el semáforo, mientras media decena de personas transitaba por aquella esquina.
Sobre la Avenida Luro, eran pocos los autos que circulaban. Segundos después, la vereda quedó casi desierta, excepto por una mujer que permaneció allí unos segundos más. En ese instante, el coche blanco arrancó y cuando tomaba velocidad, antes de cruzar el primer carril de la avenida, ocurrió el incidente.
Es que sobre la mano derecha de la avenida circulaba la moto que, ante la falta de previsión del conductor, terminó impactando al Renault sobre su flanco izquierdo. La mujer, testigo junto a otras 3 personas que aparecieron en escena en ese instante, dio pocos pasos hacia adelante, tomándose el rostro sin poder creer lo que vio.
El fuerte impacto despidió a las dos personas que iban en la moto. Mientras tanto, el auto, tras el golpe, recuperó su rumbo y dobló a aún más velocidad y dobló a la izquierda por el carril de Luro más lejano al punto de inicio de la escena.
Las cuatro personas que vieron todo de cerca, se acercaron a intentar ayudar a los hombres de 25 años heridos que iban en la Yamaha.
Luego de estar tendidos en el asfalto durante algunos minutos, fueron trasladados al Hospital Interzonal General de Agudos y quedaron internados fuera de peligro. Sin embargo, uno de ellos habría sufrido fractura de mandíbula.
El conductor del auto fue capturado a las pocas cuadras, informó el portal 0223, y allí se comprobó la cantidad de alcohol en sangre con la que conducía, cuando en la provincia de Buenos Aires rige la norma que prohíbe totalmente su consumo para quienes manejan cualquier tipo de vehículo.
El Renault fue secuestrado por las autoridades y se solicitaría la suspensión de la licencia de conducir del conductor.
SOCIEDAD
Manuscrito. Para pegar poemas en la heladera
Buena parte de este año tuve a la vera del teclado dos libros que me dediqué a releer a la primera pausa abriéndolos por cualquier página. Son la Poesía completa (1958-2008), de Joaquín Giannuzzi, y La vida en serio. Obra completa (1998-2019), de Juana Bignozzi. El tomo de Giannuzzi tuvo una edición anterior, pero esta (del Fondo de Cultura) agrega un prólogo de Fabián Casas sobre esa “poesía prosaica que viene de estudiar a los grandes maestros de la prosa”. El de Bignozzi (salió por Adriana Hidalgo, lo curó Mercedes Halfon), que reúne la segunda mitad de su producción, incluye algunos inéditos y pone en contratapa un poema inolvidable. Empieza así: “cuando yo esté muerta un libro va a llevar mi nombre/ se llamará obra completa porque nunca más/ podré agregar una línea/ y ahí estará mi primera juventud/ las etapas intermedias/ la última pasión antes de volver a la verdadera…”
«El libro de Martín Prieto deja en evidencia que la lectura de poesía no es nada arcano, que puede ser profunda pero también cosa cotidiana»
Bignozzi y Giannuzzi reaparecen –y este es el punto– en otro de los libros del año, que desborda de versos, pero está en prosa. Lo firma Martín Prieto y tiene un título ganchero: Un poema pegado en la heladera (Blatt&Ríos). Pequeños ensayos o crónicas razonadas, lo que dejan en evidencia es que la lectura de poesía no es nada arcano, que puede ser profunda pero también cosa cotidiana. Prieto relaciona poemas, los analiza y los hila muchas veces con elementos autobiográficos.
Bignozzi aparece cerrando el primer capítulo (después de Denise Levertov, Juanele Ortiz y Philip Larkin). El tema es el paso del tiempo. En “Sutherland. Retrato destruido de Churchill”, la poeta le da instrucciones al artista que pintó al político inglés (cuadro que la mujer de Churchill destruyó) para que la pinte a ella en su juventud, de manera tal que su marido pueda ver “a la muchacha que no conoció/ y con la que vive hace más de treinta años”.
El apartado en que figura Giannuzzi lo tiene además como personaje: un Prieto veinteañero visita al poeta, allá por 1980, cuando sacó con unos amigos un volumen con sus primeras piezas. Giannuzzi –al que no conocía, al que no había leído– lo recibió en el edificio del diario Crónica, donde trabajaba, y después lo acompañó a tomarse el colectivo. “Un gesto soberano” (de modestia, se entiende), define Prieto, antes de hacer la síntesis precisa de una obra –de Nuestros días mortales a Un arte callado– que asumió que todo lo personal es político, pero que el cambio se aprecia mejor en las “pequeñas mutaciones de la vida cotidiana”, a la espera de “un nuevo lenguaje que puede estallar en cualquier momento”.
«Ese hábito, ese gesto que permitía el hallazgo de un poema de la nada, en una página de todos los días se diluyó, como si los lugares comunes de la época no toleraran esa capacidad de resistencia, de duración»
El libro podría valer por ese acercamiento a dos poetas clave, pero hay, claro, muchos otros. La imagen “entre borrosa y mitologizada”, por ejemplo, que conserva Prieto de Elvio Gandolfo en un bar de Rosario, cuando lo conoció, y ese poema urbano que más tarde le permite entender que lo había encontrado en su “zona particular” del mundo. Y también el apartado del título, que habla del recorte de un poema de Francisco Madariaga, “Viaje estival con Lucio” (aparecido en un diario, justamente LA NACION) que la mamá del autor tenía pegado en la puerta de la heladera. “Un poema publicado en un diario contiene no un destino, pero sí una posibilidad de destino diferente al publicado en un libro”, anota Prieto. Ese hábito, ese gesto que permitía el hallazgo de un poema de la nada, en una página de todos los días se diluyó, como si los lugares comunes de la época no toleraran esa capacidad de resistencia, de duración. Una consigna posible: copiar y pegar poemas en la puerta de la heladera.
La poesía soportó en todo caso desplantes peores que ese y sigue ahí para quien quiera. Incluso hace acto de presencia en la vulgar mosca que acaba de entrar por la ventana abierta y que en este momento “explora el borde del vaso en rápidos giros discontinuos”. Linda descripción, me digo, antes de darme cuenta de que solo estoy repitiendo un verso de Giannuzzi.
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