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SOCIEDAD

“Mordisquito”: Discépolo, rebeldía y talento en una miniserie

Este marte estrena la miniserie de la TV Pública que retrata la vida del gran compositor, actor y dramaturgo. Infobae Cultura dialogó con Daniel Casablanca, el protagonista

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Guía de Arte y Cultura: semana del 17 al 24 de noviembre
“Mordisquito”: Discépolo, rebeldía y talento en una miniserie

Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sabemos. También que la suerte es grela y que el malevaje extrañao mira sin comprender. Enrique Santos Discépolo es uno de los grandes letristas del tango que nos enseñó a entender la Argentina y el mundo. Sus tangos son icónicos: de “Yira Yira” a “Confesión”, de “Esta noche me emborracho” a “Infamia”, de “Qué vachaché” a “Sin palabras”. Y, por supuesto, el icónico “Cambalache”, que cantaron Edmundo Rivero, Julio Sosa, Libertad Lamarque y también Caetano Veloso —exquisito—, Nacha Guevara, Serrat, Andrés Calamaro, tantos otros. Gardel no llegó: el avión fatídico nos lo robó.

Pero Discépolo no sólo fue un compositor brillante. De hecho, llegó a la música sin proponérselo. Él era actor y dramaturgo, y en los tangos encontraba la posibilidad de la síntesis que le permitía ser impetuoso, vehemente, grotesco. Así lo cuenta Daniel Casablanca, quien, desde este martes a las 23, le presta su cuerpo a Discepolín en “Mordisquito”, una miniserie de seis capítulos —cada capítulo lleva el título de un tango— que sale por la TV Pública. Producida por Radio y Televisión Argentina y la Biblioteca Nacional, la serie está dirigida por Mariano Mucci y actúan, además de Casablanca, Carlos Portaluppi y Leticia Brédice, entre otros.

Daniel Casablanca, integrante del grupo Los Macocos —con quienes, de hecho, están en cartelera con la obra “Maten a Hamlet” en el CCC—, vuelve a vestirse de Discépolo luego de haber hecho tres años la obra “Discepolín, fanático arlequín”, aunque ahora se ocupa de los últimos momentos de su vida. En julio de 1951, el poeta popular es convocado por el secretario de medios Raúl Apold para escribir unos monólogos para la radio en defensa del peronismo. La serie retrata la relación entre ellos, pero, especialmente, la rebeldía de un artista que rompía el molde y que nunca perdió la mirada social de su obra.

Mordisquito
Daniel Casablanca (Florencia Castrovillari/)

“Él era una estrella”, dice Casablanca en diálogo con Infobae Cultura. “No podía salir a la calle, lo saludaba todo el mundo. Con Tania viajan a México, a París, en España conoce a Lorca. Era un personaje importantísimo de la cultura. Y era muy amado. Muy amado”.

Entonces, surge el peronismo y Perón y Eva le piden que haga los discursos de propaganda, lo que Discépolo acepta sin pedir nada a cambio. Por entonces no escribía tangos porque lo suyo siempre había sido darle voz al perdedor, al desprotegido, y en esos momentos, decía, de algarabía y fiesta popular era difícil hacerlo. Discépolo se compromete con los monólogos y mucha gente se le pone en contra.

Es muy llamativa la reproducción de época, la ambientación. La serie es de muchísima calidad.

—Digo esto con respecto a la TV Pública: yo creo que es importantísimo hacer estos proyectos. Se pueden hacer estas miniseries y que, tal vez, después se vendan a plataformas y lleguen al mundo. Yo he hecho mucho teatro subsidiado. Trabajé muchísimo en el San Martín. Trabajé en el Canal Encuentro, en Paka Paka. Y también hice diez años de teatro comercial con “Toc Toc”. La verdad es que, si estos lugares no existieran, una parte de nuestra cultura no estaría. Adrián Suar nunca va a tomar este producto porque no le dan los números, porque es otra idea, es otro público. Hay que defender lo nuestro. Argentina no es el único país que subsidia la cultura y, además, no es por ahí donde se fuga la guita.

¿Cómo fue el trabajo con Carlos Portaluppi, que hace de Apold, el antagonista de Discépolo?

—A pesar de ser peronista, Apold es mi jefe, es el que me presiona, el que quiere la propaganda y no le importa ni lo artístico ni lo poético. Pide números, estadísticas efectivas. Apold representa la derecha más profunda del peronismo. Apold es un personaje pesado y mesiánico. Siempre, en todos los gobiernos, existen esos personajes.

Mordisquito

También está Leticia Brédice, que hace de Tania. ¿Cómo era ese matrimonio?

—Podríamos decir que era una relación… enferma, simbiótica. Son una pareja de éxito, de muchísimos años. Siempre se decía que ella lo engañaba, pero hace poco se descubrió que él tuvo un hijo en México. Siempre en las biografías se decía que él quería volver a México, pero es claro que quería volver para conocer a su hijo y quizás quedarse con su pareja mexicana. La historia que se comenta es que él estaba en México y que, cuando Tania se entera, lo va a buscar y le dice que si no volvía con ella se tiraba por la ventana. Estaban en un piso 17. Él vuelve y se entera por carta que la chica en México estaba embarazada.

Discépolo se había propuesto volver, pero, como estaba en medio de la campaña de Perón, iba a hacerlo cuando pasaran las elecciones, que fueron en noviembre. Y nuevamente aplazó el viaje porque Perón y Eva lo habían invitado a que pasara con ellos la Navidad. Pero no llegó: murió el 23 de diciembre pesando 37 kilos. “No está claro si era un problema alimenticio, que en esa época no se hablaba, o fue la depresión que le produjo la grieta con su audiencia, o el vínculo con Tania, o el hijo que nunca conoció”, dice Casablanca.

¿Qué buscaste en la nueva interpretación de Discépolo?

—El lenguaje actoral es totalmente otro a lo que yo hago en el teatro, que es mucho más histriónico, clawnesco, de juego. Este es un Discépolo íntimo. Pero a mí me interesaba el Discépolo social que había descubierto en la película “Cuatro corazones”, donde hace un personaje emblemático dueño del cabaret —algo que también hizo Gardel—, y que siempre tira frases políticas y es dado al grotesco.

Mordisquito

El grotesco es un género muy nuestro.

—Claro, el grotesco es el teatro rioplatense. Es Sandrini; es hacer reír y hacer llorar. Es hacer pensar a través de la risa. Si lo pensamos está en nuestro ADN. El grotesco es una herramienta. El público argentino ama eso. Vos ves a los personajes y te reconocés en ellos, y es un reconocimiento que te hace gracia, pero después te cuestiona y también te emociona. Es nuestra forma. Yo creo que si agarramos a Shakespeare, seguramente lo hacemos grotesco.

¿Qué se mantiene del tiempo de Discépolo?

—Me parece que está en el recuerdo de esa época, de ese Buenos Aires brillante, despierto toda la noche como París. ¡Qué momento y qué modernidad tenían esos bares, esas juntadas políticas, filosóficas! Traían todo el teatro que se estaba haciendo en Italia, en Rusia, en Estados Unidos. Traían lo último de todos lados. Eran muy cultos, muy informados. Y el sentido del humor. Cuando veo los monólogos, pienso que, pobre Discépolo, no podría creer que hoy estemos en el mismo lugar. Quizás la calesita es inevitable, quizás es así como el mundo gira sobre sí mismo.

*“Mordisquito, a mi no me la vas a contar” se verá todos los martes a las 22.30.

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Trabajar en el cielo: Matías Guerra tiene 43 años, es torrista y su lugar en el mundo está en una antena

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Matías Guerra es torrista y trabaja a 70 metros. Así de altas son las antenas telefónicas, de radio o internet que suele frecuentar. Yo, en cambio, laburo a nivel del mar y los informes televisivos que hago -miren que casualidad-, se transmiten por esas antenas. Hasta acá todo parece muy alineado, pero en el momento en que se cruzan nuestros destinos porque yo tengo que entrevistarlo para una nota, surge una interferencia: mi vértigo.

Sólo pensar que Matías se sube hasta allá arriba me intranquiliza.Y mucho más si, como ocurrió, intento hacer la nota colgado desde una torre. Lamentablemente esta es una de esas limitaciones que no se pueden vencer a fuerza de voluntad. Ni siquiera sé por qué razón me dan pánico las alturas. Además, tengo muchas otras cosas más urgentes que reparar de mi aparato psíquico antes que ocuparme de la acrofobia. Después de todo, una nota a un antenista se hace muy de vez en cuando, así que esta nota para Telenoche la hice a lo Morales Solá: “Desde el llano”.

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Trabajar en el cielo. (Foto: Telenoche).

Trabajar en el cielo. (Foto: Telenoche).

Matías es todo lo contrario a mí. Él disfruta de estar en las alturas. Él era uno de esos chicos que se suben a todo para la pavura de sus padres. Era de esos nenes que se trepan a los árboles y se quedan ahí: para contemplar todo “desde lo más alto”, me contó el propio Matías. Ahora tiene 43 años y desde hace 15 trabaja donde siempre soñó trabajar: en el cielo. En todo ese tiempo apenas tuvo un accidente. Hago esta referencia porque se trata de una actividad muy riesgosa. Pero Matías es metódico, minucioso y prudente, y eso lo mantuvo siempre a salvo.

Trabajar en el cielo. (Foto: Telenoche).

Trabajar en el cielo. (Foto: Telenoche).

Allá arriba hay más viento y hace más frío. En verano si abajo hay una apacible temperatura de 23 grados, en la punta de la antena se pueden registrar menos de 10 grados. Si a eso le sumás el viento, la sensación térmica baja drásticamente. El viento es un temido enemigo del antenista: las torres son cada vez más finitas y se construyen con materiales cada vez más berretas, así que si soplan fuertes vientos, lo mejor es quedarse abajo. Y si llueve, ni les cuento, porque para ahorrar hay antenas que ni siquiera tienen pararrayos. Matías sabe todo esto mejor que nadie y los días de viento o tormentosos prefiere quedarse abajo reparando cosas o proyectando sus próximos trabajos.

Trabajar en el cielo. (Foto: Telenoche).

Trabajar en el cielo. (Foto: Telenoche).

Matías sube a las torres con todo lo que necesita para un día de trabajo. El ascenso es tracción a manos y no es todo lo sencillo que uno imagina viéndolo desde abajo. Así que Matías no contempla la opción de bajar si se olvida una llave pico de loro, eso lo tiene claro. Todo lo lleva arriba con él: las llaves francesas, las cintas, la vulcanizadora, las llaves fijas y todo lo que necesita va con él en un enorme bolso-yunque que pesa más de 15 kilos.

Para ir subiendo Matías confía en un dispositivo conocido entre los afectos a las alturas como “salvamonos”. Se trata de un arnés con un gancho en la espalda y dos más en cada mano para ir siempre pegado a la torre a medida que se avanza. El problema es cuando hay tramos en donde no se puede enganchar el artefacto. Bueno, para eso también hay solución. Matías lleva un “salvacaídas” para esos casos, de manera que si se cae -Dios no lo permita-, quedaría colgado algunos metros abajo. Pero Matías nunca necesitó nada de eso, él en las alturas está cómodo, felíz y seguro. Su lugar en el mundo está en el cielo.



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