A hora de haber pasado por el altar, Oriana Sabatini sorprendió a sus seguidores con una tierna publicación. En el posteo de Instagram se pueden ver dos postales: una que se tomó este sábado durante su casamiento y una de su infancia, donde también aparece vestida de novia.
“El día de ayer se lo dedico a la Oriana de la segunda foto”, escribió la flamante esposa de Paulo Dybala en una publicación que generó una ola de comentarios.
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Uno de los primeros en reaccionar a la publicación fue su marido, quien se enterneció con la instantánea y exclamó “fuaaaa”. “Manifestaste este día desde nena”, “Siempre fuiste la más hermosa del mundo”, “Esa bebé cumplió su sueño”, y “Me vas a hacer llorar”, fueron algunos de los comentarios de sus fans.
La pareja dio el sí y lo celebró en el Dock Haras, un exclusivo salón ubicado en Exaltación de la Cruz, provincia de Buenos Aires. Entre los 300 invitados a la fiesta hubo figuras de la farándula y del fútbol.
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Los nombres que más destacan entre los presentes en el evento del año son los de Ángel Di María y Jorgelina Cardoso, Rodrigo de Paul, Tini Stoessel, Lizardo Ponce, Leandro Paredes y Camila Galante, Giovanni Lo Celso y Magdalena Alcácer y Enzo Fernández y Valentina Cervantes, Maxi Rodríguez y Lisandro Martínez.
Noticia que está siendo actualizada
Oriana Sabatini, Paulo Dybala, Los famosos en las redes sociales, casamiento de famosos
– ¿Alguna vez alguien te salvó de una situación límite?
– ¿Qué es una situación límite? (odio que me respondan con una pregunta).
– Algo que creas que podría haber cambiado el destino de tu vida para siempre (intentando aclarar).
– ¿A vos te paso algo así? (…y dale con las preguntas…).
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Luchar contra la rutina
Mi antecedente más lejano fue cuando me anotaron en preescolar en el colegio Ricardo Gutiérrez en Olivos. Al año siguiente en 1960, a mi padre lo trasladaron a El Salvador y empecé la escolaridad en un colegio jesuita llamado Externado de San José. Allí hice la “Preparatoria” y primer grado, recibiendo la medalla al mejor promedio de la clase. Luego, por razones de logística, mi mamá me cambio al American School, un colegio mixto para extranjeros, donde no pude terminar 2º grado, porque a mitad de año falleció mi papá. La muerte de mi padre trajo tiempos difíciles para mi familia. Volvimos a la Argentina, mi madre tenía 39 años y cinco hijos en edad escolar.
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Libros sobre la escuela
Como nuestra casa estaba okupada, nos tuvimos que ir a vivir al departamento de mis abuelos y me anotaron en el parroquial Nuestra Señora de Montserrat, pero como el departamento era chico, mama decidió que me fuera a vivir a la casa de una tía. Exiliado y lejos de casa, me anotaron en la escuela pública Nº 17, Leandro N. Alem.
Habiendo vivido tres años en Centroamérica, me había convertido en un raro niño japonés porque hablaba en mejicano y como físicamente era muy chiquito, me pusieron en 1º Inferior, a las tres semanas pasé a 1º Superior y tres semanas después a 2º grado. ¡Tres maestras en 6 semanas! ¿No será mucho? Aun así, tengo buenos recuerdos de la escuela pública, vestido de guardapolvo blanco. Mi prima Elsita, que fue mi madre postiza, siempre se acuerda que cuando me fui del Alem, mi maestra lloraba.
En ese particular año a mi madre y a mis hermanos los veía solamente los fines de semana, era como estar pupilo, a pesar de ello, nunca me quejé ni me sentí abandonado y como era buen alumno, mi mama me alentó para que rindiese 3º grado libre. Cursando doble escolaridad salte de 2º a 4º grado.
Un año después, nos mudamos a La Lucila, donde comenzaba un complejo proceso de adaptación. En lo de mi tía gozaba de privilegios y en mi nuevo hogar tenía muchas obligaciones, fue como pasar de un principado a un orfanato soviético.
Era muy inocente cuando entré en la “escuela de la calle”, donde recibí un curso acelerado de argentinidad. Si tuviese que bautizarla, le pondría la “Diego Armando Maradona”. Aprendí un poco de todo, a patear una pelota, códigos y malos modales. Un lugar de enseñanza al que nunca quería faltar y disfrutaba quedarme después de hora.
Empezaba una nueva etapa en el parroquial Jesús en el Huerto de los Olivos, en 5 años, había estado en 6 colegios. Pasé de la excelencia de la educación Jesuita, al liberalismo del colegio americano, la escuela estatal y por dos colegios parroquiales. Además ahora por las tardes, debía tomar el tren de La Lucila a Retiro y el subte a Constitución, para asistir al colegio Japonés, donde me llamaban Kimio. Una triste experiencia solitaria donde veía pasar la vida por la ventana de un tren que no me llevaría a ningún lado.
Al terminar 4º grado, recibí un premio de aplicación. Ese día estaban todos los papás menos mi mamá, que por su trabajo no pudo asistir. Sin embargo, cuando llegó esa noche a casa, me regaló una pelota de fútbol. A pesar de que ella no quería que estuviese con los “marginales” del potrero, sabía que ese sería el regalo que me haría más feliz.
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1966 fue el año de la catástrofe. Luego de un mágico veraneo en Villa Gessell, influenciado por un ambiente hippydélico de libertad, pelo largo, amor y paz, estallé en un brote de rebeldía y entré en conflicto con mi madre. El campo donde libraría la batalla decisiva sería en el colegio. En ese contexto empecé a cursar 5º grado.
Durante la primera mitad del año, consumía las clases por inercia como caramelos masticables. Nada de la clase me interesaba; no tomaba apuntes ni tenía carpetas. Recuerdo vagamente los infructuosos retos de la maestra enojada, la estoy viendo mover aceleradamente sus labios, a pesar de los gestos elocuentes no la escucho o no le entiendo y me veo a mí mismo encogiéndome de hombros. No era mal pibe, no era peleador ni maleducado, era un mal alumno que lo único que le importaba era jugar al fútbol, un espacio donde me sentía reconocido y alejado de mis obligaciones.
En cuanto a la educación escolar, eran tiempos de valores, premios y castigos, donde la psicopedagogía se estaría recién inventando. No existía el counseling, ni se acercaría una “coach” educacional para ayudarte, los problemas del colegio eran “tu problema”. ¿A quién se le ocurriría cuestionar a la autoridad? La maestra siempre tenía razón, aunque no la tuviera y no le temblaría el pulso si tenía que ejecutarte. Repetías y que pase el que sigue. Así era la estricta realidad de la educación en los años 60.
Repetir era una palabra que infundía terror. Un castigo que no estaba en los cálculos de nadie. Pero si esto ocurría, era humillante y estigmatizante. Serías señalado como el boludo de la clase, una mochila social difícil de cargar. Quedabas marcado y en muchos casos perdías a tus amigos. De yapa, recibías crueles cargadas llenas de bullying. Se arruinaba tu infancia.
Promediando el año, mi situación en el colegio era insostenible. Pensar que hasta el año anterior siempre figuraba entre los mejores y ahora, después del kilombo que armé por tirar una bombita de olor en el acto del 9 de Julio, estaba a punto de ser expulsado y repetir de grado. Mi maestra Cristina de Arcos citó a mi madre y le dio un ultimátum.
– Sra. Tanaka, Si Carlos no cambia de actitud, no tendré más remedio que hacerlo repetir de grado. Es una lástima, porque es un chico inteligente, aunque indisciplinado y rebelde, aun así no lo quisiera perder y continuó:
– Le propongo lo siguiente: comuníquese con la mamá de Blas Vinci (en la foto, segundo sentado en el piso desde la izquierda) y pídale que le permita a Carlos copiar sus carpetas para que se ponga al día. Si cumple con esta consigna, haré lo imposible para que salve el año. A pesar de su juventud, esa docente tenía algo más para dar y vio más allá del cumplimiento del deber de condenarme. Decidió darme una oportunidad y en la misma jugada, le cambiaría el rumbo a dos destinos.
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Blas era un chico extremadamente tímido, no hablaba ni se relacionaba con sus compañeros. Aislado en la primera fila contra la pared, su existencia pasaba inadvertida, hoy calificaría como un nerd antisocial. Blas también estaba en problemas, sólo que teníamos diferentes necesidades. Si a esta maestra le salía la carambola, se anotaba un gol de media cancha, que valía un campeonato.
Cambiando de actitud, tres veces por semana iba a la casa de Blas. Una por una fui rehaciendo todas mis carpetas. En los “recreos”, jugaba al fútbol con mi nuevo amigo (que era de madera). Costó, pero aprendió a patear una pelota y comenzó a integrarse con sus compañeros y a tener amigos.
Resultado: en tiempo de descuento me salvé de repetir 5º grado y muchos años más tarde me recibiría de arquitecto. Blas pudo vencer su timidez y se recibió de Ingeniero Químico, llegando a la vicepresidencia de Shell CAPSA Argentina. Además mejoró muchísimo como jugador de fútbol.
Todos los sucesos del después son anecdóticos, lo importante aquí fue, lo que ocurrió gracias al compromiso y a la sabiduría de una gran maestra y al mérito de dos niños que estuvieron dispuestos a cambiar.
Pasaron los años y nunca más supe de mi maestra Cristina. Con Blas, seguimos siendo amigos. Amigos de la vida.
Cada vez que recordaba esta historia, me volvía a conmover a tal punto, que intenté localizar a mi maestra Cristina de Arcos por las redes. Finalmente abandoné la búsqueda.
Durante el encierro obligatorio por la pandemia, se me ocurrió escribir un libro sobre mi vida y no podía dejar de mencionar este episodio que indudablemente me marcó. Son esas situaciones límite donde un “ángel de la guarda” te salva de caer al precipicio.
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Pasaron 60 años y en el 2023 publiqué mi autobiografía. Pocos días después, recibo un llamado telefónico sorpresivo de un médico ginecólogo, que al leer la historia, reconoció a los protagonistas.
-Hola Carlos. ¿Querés ubicar a tu maestra Cristina?
Criteriosamente el médico que atendía a la señora Cristina de Trucco -su apellido de casada- me pasó una dirección de correo. Mi emoción y mi intriga fueron inmensas ¿Se acordará de mí?
Escribí cuidadosamente midiendo mis palabras, recuerdo haber abierto el paraguas…
– Soy Carlos Tanaka, fui alumno suyo de 5º grado en el Huerto… ¿Se acuerda de mí?
El miedo escénico de exponerme al ridículo me invadía por los flancos, pensaba lo peor en mil interrogantes ¿Estará bien de salud? ¿Qué edad tendrá? ¿Cómo le habrá ido en la vida? Nuevamente ¿Se acordará de mí?
Los días y las horas subsiguientes a la espera de una respuesta pasaban en cuentagotas, mi guardia de vigilia era todo sufrimiento. Esa mañana cuando abrí la computadora y vi su nombre entre los emails no podía contener la alegría de la emoción.
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– ¿Cómo me voy a olvidar de vos? Carlitos Tanaaaaka… ¡Qué mal que te portabas!
La llamé por teléfono y se acordaba de mí con total lucidez. Después de conversar un rato me invitó a tomar el té en su casa. Vive en Martínez con su marido, quien ese día, con mucha delicadeza, nos dejó disfrutar del té a solas. Hoy, a los 84 años, esa maestra genial que me salvó la vida, está impecable. Haber podido reencontrarme con ella, me permitió saldar una deuda del alma.