SOCIEDAD
Otra ahogada en la Patagonia: se zambulló para rescatar a su hijo y murió en una trampa de un canal de riego de Neuquén
En la calurosa tarde del último día del 2023, la paz se volvió una pesadilla en la localidad de China Muerta, en Neuquén. Alejandra Fredes (41) pasaba el día junto con su hijo de seis años. De pronto, el chico comenzó a ahogarse en un canal de riego en el que se refrescaba. Ella se zambulló, desesperada, para rescatarlo. Logró salvarlo, pero la mujer quedó atrapada en una trampa del canal, un efecto conocido como «sifón», y murió.
Alejandra Fredes era de La Plata, pero hace algunos años se había mudado a Neuquén junto con su hijo, que este miércoles cumple 7 años. Trabajaba como preceptora en una escuela de Plottier, 14 kilómetros al oeste de la ciudad de Neuquén, además de algunos emprendimientos personales.
El domingo se instaló a pasar la tarde a orillas de un canal de riego, junto con su hijo. El momento crítico llegó cerca de las 16, cuando el nene jugaba con un inflable dentro del agua y quedó atrapado en un remolino. Los gritos alertaron a Alejandra, que no dudó y se zambulló para salvarlo. Contra la corriente y la fuerza del agua, lo logró.
Si bien consiguió sacar del agua a su hijo, ella quedó presa de una trampa de los canales de riego: un peligroso efecto al que llaman «sifón».
El canal no estaba habilitado para el baño, aunque sea popular entre los vecinos refrescarse en él en días de altas temperaturas.
A esa altura ya no sólo los bañistas ayudaban en su rescate. También llegó el personal médico y de urgencias. Lograron sacarla del canal. Una ambulancia la trasladó al Hospital Senillosa, el más cercano. De ahí fue derivada a otro centro médico, el Hospital Castro Rendón, pero fue entonces que se confirmó su muerte a causa de un paro cardíaco.
El niño no sufrió lesiones y está fuera de peligro, aunque aclararon que quedó afectado por el accidente y no brindaron demasiados detalles sobre la situación que se desató el domingo.
«Libre y sin dolor»: pesar por la muerte de la maestra jardinera y risoterapeuta que murió en Neuquén
Fredes, que en noviembre había celebrado su cumpleaños número 41, era maestra jardinera. Tenía experiencia en establecimientos de la Provincia de Buenos Aires, donde también trabajó en una escuela rural de Arroyito. Pero hace algunos años, según relató el diario platense El Día, había apostado a su espíritu en busca de naturaleza y se mudó al norte de la Patagonia.
Desde febrero era preceptora titular en una escuela de Plottier, donde estaba afincada. También era profesora de yoga y se maquillaba para convertirse en payasa: era terapeuta de risa infantil, un oficio que aprendió en Chile.
Entre mensajes de tristeza y recuerdos, algunos colegas de Alejandra compartieron su pesar en las redes sociales, destacando su espíritu solidario.
“Abrazamos a las y los compañerxs de la Escuela 267 de Arroyito ante el trágico fallecimiento de la compañera de Nivel Inicial Alejandra Fredes”, indicaron desde la comisión directiva del sindicato docente y agregaron: “Nuestra solidaridad con toda la comunidad educativa y su familia ante tan triste momento”.
Algunos colegas se sumaron a las muestras de dolor y acompañamiento a sus familiares. «¡Tristeza! ¡Abrazo fuerte a la familia y compañeros de una persona solidaria!», escribió un colega de Fredes.
«Es un dolor inmenso tener que despedirte», agregó otra compañera. Otros se acordaron de sus familiares en tan doloroso momento: «Mis condolencias a la familia.Tristeza total», agregó Viviana.
Quien la despidió con un mensaje emotivo fue Erika, una amiga que vive en Puerto Madryn. En su cuenta de Facebook, le dedicó una poesía.
«Payasita», encabezó el texto, por su trabajo en risoterapia. «Sabemos cómo venimos / el misterio es cómo nos vamos / Las almas cumplen sus vuelos / las personas cumplen su misión / y yo, hermana, pido para Vos / que encuentras a dónde vayas / la Paz, el Amor y la Tribu».
Y completó: «Viaja libre y sin dolor sabiendo que Aukancito va a estar siempre con un mar de fueguitos a pura música, arte y corazón. Te amamos honramos y abrazamos y agradecemos por los bellos momentos felices compartidos, por el cariño y las risas, por volver al abrazo en amor. Que en paz descanses Alita bella!».
Morir ahogados para salvar a sus hijos: otras dos tragedias recientes en la Patagonia
En los últimos días, además del inicio de las vacaciones, otro factor impulsó a los patagónicas a acercarse a los espejos de agua. Es que la región atraviesa días de altas temperaturas, que llegaron a los 38 grados.
Pero el calor a veces hace olvidar los riesgos y es por eso que en los últimos días otros casos similares se repitieron en la Patagonia.
Javier Francisco Mora (52 años) se refrescaba el sábado en Isla Jordán, a orillas del Río Negro, en Neuquén. Al igual que ocurrió con Alejandra, su hijo se arrojó al agua a buscar una pelota, pero comenzó a ahogarse. Entonces, el hombre se tiró a salvar al chico. Lo logró, pero ya no pudo salir del río. Estuvo cinco días desaparecido hasta que finalmente las autoridades locales encontraron su cuerpo.
Todo comenzó el sábado 23 de diciembre a las 17, cuando Mora compartió un día de paseo con sus hijos en Isla Jordán, al sur de Cipolletti (la ciudad en la que vivía) y justo en el límite con la provincia de Río Negro.
Minutos más tarde de iniciar el paseo, uno de los jóvenes se tiró al río para recuperar la pelota de fútbol, que había caído al agua. La corriente comenzó a arrastrarlo. Entonces fue su padre quien se arrojó al cauce para salvarlo. El chico salió ileso, pero el hombre fue llevado por la fuerza del río.
A partir de allí comenzó una búsqueda que concluyó cinco días después en la misma zona donde fue visto por última vez.
La muerte de Mora se produjo horas antes del fallecimiento de la policía Judith Yamile Aillapan, que el lunes 25 de diciembre, en plena celebración por Navidad, se arrojó al río Azul al norte de Lago Puelo para rescatar a sus hijos. Consiguió salvarlos, pero ella fue sacada del agua con graves síntomas de asfixia e ingresó sin vida al hospital.
Según el relato de testigos, a pesar de lograr poner a salvo a sus hijos, la suboficial había quedado presa de las turbulentas aguas, lo que desencadenó una intensa operación de rescate.
Julián Cayún, director de Defensa Civil de Lago Puelo, detalló que el incidente tuvo lugar a unos 200 metros de la confluencia de los ríos Blanco y Azul, donde la turbulencia y el importante caudal complican las situaciones de rescate.
A estos casos se sumaron, también sobre el cierre del año, dos personas que murieron ahogadas en Mina Clavero con menos de 48 horas de diferencia.
SOCIEDAD
Los misterios del cuerpo
Hay algo en el ser humano que me confunde. Una persona puede tener una gripe o un resfrío pasajeros que dejan ninguna consecuencia y se siente morir: transpira, no tiene fuerza, duerme todo el tiempo, le duele el cuerpo, la garganta. Esa misma persona -supongamos- quizás esté desarrollando un cáncer muy peligroso: de páncreas, de cerebro, de ovarios si es una mujer. Y ni se entera, hasta el día que tiene un síntoma y va a consultar. Ya suele ser tarde. ¿No es una incongruencia?
Lo sé: un cosa es un virus externo que prende todas las alarmas y otra un cambio en las células del propio organismo que al principio puede pasar desapercibido o que genera estrategias para que la respuesta defensiva no resulte suficiente. Pero el razonamiento no me alcanza: ¿tiene sentido que el cuerpo no dé cuenta de una destrucción que le está sucediendo?
Esta disquisición, que quizás resulte infantil, tiene un correlato en nuestra vida cotidiana. Uno no está haciéndose controles para saber si tiene gripe: se anuncia por sí misma. En cambio -y más a medida que crece la tecnología- recibimos sugerencias mandatorias para estudios que “miran si”. Si hay algo, si hay sospechas, si hay que profundizar. Se aplican a cáncer como los de mama, los ginecológicos, los de próstata, los de piel, los de colon, los de pulmón (para los fumadores). Sumémosle las visitas al dentista, al oftalmólogo, al clínico -¿una al año?- y estamos ante un abanico que medicaliza nuestro tiempo. Pero no deja de ser una suerte: los estudios rutinarios salvan vidas y por eso los sectores que tienen menos acceso a la salud mueren antes. Así de claro, así de horrible.
A mí me gusta pensar que, aunque nos creemos modernos, esto es medieval. Que en unas décadas -ya no lo veré, intuyo- habrá detecciones amplias a partir de un pinchazo. O menos. Quizás la historia de la medicina nos coloque en sus páginas y nuestros nietos se sorprendan por lo que hacíamos. Mientras tanto, un poco de paciencia: es lo que hay. Y si no lo hubiera, sería peor.
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