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SOCIEDAD

Paro de aeronáuticos del viernes 13: Flybondi traslada a Ezeiza los vuelos que iban a partir y llegar a Aeroparque

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A horas del inicio del paro de gremios aeronáuticos que comenzará este viernes 13, la aerolínea low cost Flybondi confirmó que trasladará al Aeropuerto Internacional de Ezeiza los vuelos que iban a partir y llegar a Aeroparque. Es porque se vería afectado el servicio de rampa que brinda la empresa estatal Intercargo. Por el paro ya se iban a ver afectados 300 vuelos de Aerolíneas Argentinas.

El anuncio de Flybondi rige para los vuelos que iban a partir de Aeroparque entre el mediodía del viernes y las 12 del sábado, lapso en el que regirán un paro y asambleas de gremios aeronáuticos.

«En el marco de la conflictividad gremial y ante la falta de confirmación de la normal prestación del servicio de rampa en Aeroparque, trasladará su operación al Aeropuerto Internacional de Ezeiza», informaron desde la empresa.

Precisaron que serán unos 70 vuelos los que se vean afectados por el cambio de terminal. «Esta adecuación impacta en más de 15.000 pasajeros y es posible ya que la aerolínea cuenta en ese aeropuerto con la autoprestación del servicio de rampa», estimaron.

Ocurre que en Aeroparque el traslado de bolsos y valijas depende de la empresa estatal Intercargo, con trabajadores vinculados al gremio Asociación del Personal Aeronáutico (APA), de Edgardo Llano.

El miércoles, con la confirmación del paro de la Asociación Argentina de Aeronavegantes (AAA) y de Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA), también quedó en pie una convocatoria a asambleas que lanzó APA. Una medida similar, tomada de forma sorpresiva, obligó a suspender y demorar vuelos de Flybondi, JetSmart y Gol.

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«Esta lucha recién empieza», sostuvo Juan Pablo Brey, secretario general de aeronavegantes, en la conferencia de prensa que dio el miércoles para anunciar el paro. La medida comenzará el viernes 12 a las 12 del mediodía y concluirá el sábado a la misma hora. Se estima que alcanzará a 300 vuelos y 37.000 pasajeros de Aerolíneas Argentinas, la principal perjudicada.

Además de APA, también la Unión del Personal Superior y Profesional de Empresas Aerocomerciales (UPSA) hará asambleas a lo largo de ese lapso.

En Flybondi sugirieron que los pasajeros verifiquen el estado del vuelo de forma online, en y pusieron a disposición la línea de atención al cliente, 0810-555-3592.

La asamblea sorpresiva que realizó APA el martes pasado ya había afectado a las compañías low cost. En el caso de Flybondi, los viajes suspendidos fueron los de Buenos Aires – Mendoza (18.55), Mendoza – Buenos Aires, Buenos Aires-Jujuy (19.40) y Jujuy-Buenos Aires. En tanto, hubo demoras para los pasajes de Buenos Aires – Salta (15), Salta – Buenos Aires, Buenos Aires – Puerto Iguazú (19.10) y Puerto Iguazú – Buenos Aires.

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SOCIEDAD

La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida

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Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.

Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.

Librería de viejoShutterstock

Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.

Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.

«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»

En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”

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Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.

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