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Cambió Bs. As. por Málaga y cree que Argentina tiene solo un punto a favor: “Mucho se vive con absurda naturalidad”

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Sofía Di Leo admite que la forma de crear vínculos de amistad en Argentina, que percibe diferencial y profunda, marca ese punto a favor que tiene el país austral por sobre la nación a la que eligió emigrar: España.

Su historia, similar a la de otros compatriotas, comenzó con esa persistente impresión de sentirse echada de su propia tierra, un suceso doloroso, pero que en su caso la llevó hacia un bienestar que abraza y elige hasta el presente. Si bien ningún lugar en el mundo es perfecto, en su camino, ella descubrió en el viejo continente un destino colmado de ventajas que compensan las carencias, en definitiva, la calidad de vida no se construye únicamente con amigos entrañables.

Su travesía comenzó más de treinta años atrás, casi por accidente. Corría el año 1992, cuando por insistencia del padre tramitó la ciudadanía italiana. ¿Qué sentido tenía?, se preguntó Sofía en tiempos donde irse de Argentina no entraba ni un poco en cuestión. De chica había vivido un período en Lima, Perú, y a su regreso estaba convencida de que no la volverían a arrancar de su patria.

A pesar de sus certezas, la joven siguió el consejo de su padre y por diez años encajonó sus papeles sin intenciones de sacar de ellos un provecho. Sin embargo, cuando el año 2002 arribó, lo que parecía imposible se transformó en una realidad irrevocable: “Aquella semana de los cinco presidentes, nosotros, mi marido y yo, decidimos emigrar”, revela. “Con la crisis habíamos pasado de tener ingresos por 6000 dólares mensuales a 600 dólares (que era el valor de nuestro alquiler por entonces en Arroyo y Suipacha)”.

Y así fue como en marzo de 2002, Sofía y José se fueron. En menos de dos meses ya estaban instalados en Málaga, sin imaginar que sería un viaje sin retorno.

Un emigrante retornado, mucha simpatía y seis meses para encarrilarse en Málaga

Llegaron casi a ciegas. La cuñada de Sofía vivía allí y les ofreció alojamiento por un mes. Tenían dinero suficiente para sobrevivir unos seis meses, aunque pronto su marido, José, comenzó a percibir una pequeña ayuda por poseer la ciudadanía española y ser considerado emigrante retornado.

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En Buenos Aires, un año antes, se habían embarcado en montar un estudio que describían como un espacio de desarrollo de ingeniería de imagen, en el cual ayudaban a diversos emprendedores en el proceso de creación de su negocio (marca, identidad, arquitectura comercial, diseño de muebles, sitio web…). Aquel equipo multidisciplinar duró poco, golpeado por la crisis. Sin embargo, decidieron que no todo estaría perdido: “Llegamos a Málaga con 100 kilos de equipaje, donde venían nuestras computadoras de escritorio, nuestro plotter, ropa y recuerdos”, cuenta Sofía.

Para el matrimonio, el primer mes se fue en trámites de empadronamiento y residencia. Alquilaron un departamento aún sin trabajo, pero con mucha simpatía. Para su fortuna, los dueños quedaron encantados con ellos y no solicitaron garantías. La suerte había estado de su lado, decidieron aprovecharla y pusieron todos sus esfuerzos en encontrar empleo.

“Nosotros llegamos con un handicap a favor como arquitectos y diseñadores gráficos y web. Acá no existía la carrera de diseño gráfico y muchos menos web, por ello fue muy fácil insertarnos, teníamos poca competencia y en un mes yo estaba trabajando. José halló un trabajo a su medida y que jamás debió abandonar. De hecho, hace unos años se asoció”, revela Sofía.

“Yo trabajé en la misma empresa durante diez años hasta que en el año 2009 falleció mi papá”, continúa Sofía, quien al año de perder a su padre le dio la bienvenida a su madre en España y juntas emprendieron un negocio turístico: “Con ella compramos unos apartamentos para explotarlos como viviendas turísticas”.

Málaga, el balcón de Europa.

El prejuicio y un clic que marcó la diferencia: “¡Era el equivalente a la deuda externa argentina!”

En los primeros tiempos, tanto Sofía como José estaban presos por una imagen distorsionada acerca de España. Tal vez, traían su propio pasado a cuestas, sumado al prejuicio de que `los gallegos son muy básicos´, y no imaginaron lo que significaba convivir en otro tipo de organización social. Absolutamente todo, desde todo punto de vista, superó sus expectativas: la calidad de vida, y la calidez y educación de su gente.

Para Sofía, el clic llegó con una publicidad que había en una parada de colectivo. En ella, se hacía alarde del dinero que había ingresado en la provincia gracias al turismo en la última temporada: “¡Era el equivalente a la deuda externa argentina!”, cuenta Sofía.

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“Y encuentro que no hay grandes diferencias salariales, pero sin embargo la calidad de vida es alta, porque el poder adquisitivo es alto. La salud pública española es excelente y gratuita. ¡España es líder en trasplantes!, y su medicina es de las más avanzadas. No se pierde tiempo haciendo cola en el banco o en un pago fácil. Hay tiempo para el ocio. Siempre digo que cuando vivía en Argentina, cuando tenía plata, no tenía tiempo para disfrutarla y cuando tenía tiempo, era porque tenía poco trabajo y quería cuidar la plata. Acá todo es predecible, y no hay casi inflación, cuando llegué un litro de leche costaba 0.60 euros , hoy la misma marca cuesta 0.80 euros, pero pasaron casi 20 años”, describe.

“Málaga es la capital de la Costa del Sol que recibe 14 millones de turistas, es decir más del doble de lo que recibe Argentina. Acá todo el mundo toma vacaciones, todos pueden ir al teatro, cenar en un restaurante o ir a tapear con los amigos. No importa si sos el gerente de un banco o un jardinero. Todo el mundo puede tener un coche si quiere, hasta el mileurista puede acceder a un coche usado de diez o quince años por 1000 o 1500 euros”.

De aprendizajes y regresos a la Argentina: “Hay muchas cosas que se viven con una absurda naturalidad”

“El único punto a favor que tiene vivir en Argentina son los amigos y el concepto de amistad. Quizás acá son más superficiales. Son amigos para salir y divertirse. El amigo del alma es difícil de encontrar”, reflexiona Sofía, mientras repasa su historia desde Málaga, donde ya lleva más de veinte años. Desde entonces, a su suelo de origen regresó en varias ocasiones, aunque la primera vez, luego de dos años sin volver, fue sin dudas inolvidable. El matrimonio retornó con cierto temor, sin dimensionar cómo los impactaría el regreso.

“Fue muy emotivo reencontrarse con familias y amigos, fueron días muy intensos sin embargo, al pisar de nuevo el aeropuerto de Málaga, tanto José como yo sentimos que habíamos vuelto a casa”, confiesa.

“Después de tantos años ya no nos adaptaríamos a vivir de nuevo allá. Me encantaría que esto fuese distinto, pero la realidad es que en cada viaje percibimos una idiosincrasia de vida que ya no compartimos. Nos dimos cuenta de que `allá se vive mal, pero acostumbrados´ Hay muchas cosas que se viven con una absurda naturalidad. Y otra cosa que ha cambiado en la sociedad es que hay una grieta que antes no existía. Esta grieta política radicalizó y dividió al país en dos”.

Sofía y José.

“En mi camino de volver a empezar aprendí a vivir tranquila, sin miedo. Si bien hay hurtos, es muy raro que en Málaga haya un robo con armas de fuego. Aprendí que la calidad de vida no la da la plata. Que existe una estabilidad, que las cosas son predecibles, que no te vas a hacer rico de la noche a la mañana, pero tampoco pobre. Que pagás muchos impuestos que llegan a un Estado de bienestar. Aprendí que el que estafa a alguien es un delincuente y no se lo premia diciendo `qué bien que la hizo´. Sí, el único punto a favor de vivir en Argentina es el concepto de amistad. En 22 años, tenemos muchas amistades, pero ningún amigo”, concluye.

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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.

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De los trabajadores y los oprimidos a la lucha de los célibes involuntarios

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Parece mentira. Podría serlo. Quizá resulta una de tantas exageraciones de sociología inmediata. O de una operación de marketing para explicar lo inexplicable (suele ocurrir). ¿Una broma? Tal vez. ¿Un hecho rigurosamente incierto? Es probable. Como fuera, cada vez suena más fuerte el término “incels” para clasificar a un nuevo sujeto social y político de germinación perenne en los últimos años. Como alguna vez lo fue el trabajador (en el caso del peronismo), los oprimidos (en el caso de la izquierda), ahora se revelan los “incels” como una comunidad capaz de definir elecciones, agruparse digitalmente y de captar la atención de politólogos, foros sociológicos, antropólogos y, por supuesto, facciones políticas.

Con fascinación algo morbosa, algunas interpretaciones hablan de que los “incels” agrupan a trabajadores y oprimidos de toda clase social bajo una misma carencia o necesidad bastante extendida a nivel global. ¿Cuál? Pues… cómo decirlo… que no consiguen mantener relaciones sexuales. Un hecho absolutamente “extraordinario” puesto como antónimo directo de “poco convencional”. Una rareza social. El acrónimo “incels”, acuñado por una mujer canadiense en 1997, quiere decir “Involuntary Celibate” (Célibes Involuntarios). En efecto, quienes sufren esa privación lograron convertirse en el siglo XXl en una subjetivación social lo suficientemente potente como para elevar sus reclamos al nivel de la atención pública. Y como dice la famosa frase “donde hay una necesidad hay un derecho”, los “incels” alzaron su voz y consiguieron cierta relevancia en las bases de algunos partidos políticos como el ideario libertario. Aunque, hay que decirlo, ya son observados con interés por la vulgaridad de ese movimiento que hizo de la jactancia sexual algo doctrinario en los últimos tiempos. Ni en sus momentos más afiebrados J.G. Ballard hubiera imaginado una ficción distópica de este calibre. ¿Qué diría Ernesto Laclau en su teoría de los puntos de equivalencia, donde todos los reclamos pueden ser considerados iguales? No sabemos. Pero, el politólogo e investigador en la Universidad de Lisboa, Andrés Malamud, abordó la “lucha contra la opresión” de los “incels” en una entrevista:

“Muchos varones jóvenes heterosexuales se sentían cancelables. Pasaron a ser material descartable. Macho violador. Esto se ve en todos lados: en estudios en Corea del Sur hasta los Estados Unidos, pasando por Europa y América latina. Estos chicos aparecen sobre todo después de la cuarentena y la rebelión empieza en el mundo digital. Surgen tribus urbanas, los ‘incels’, los involuntariamente célibes, los chicos a los que las chicas no les dan bola: “virgos” diríamos hoy… Toda esa gente se rebela contra ese mundo que considera feminista y feminizado. El feminismo se transforma en el enemigo. Y tienen influencers que son profundamente misóginos, violentos y agresivos. Milei encarna muy bien ese espíritu y representa bien a esta gente”.

Por fuera de lo hilarante del tema, los “incels” suelen destacarse por el vómito diario de expresiones misóginas, hostilidades y la apología de la violencia hacia las mujeres en las redes sociales. Tienden a deshumanizar y responsabilizar a las mujeres y a los Estados por su fracaso por la falta de interacciones sexo-afectivas. Aunque, en verdad, el ente algorítmico de las redes sociales, que nadie sabe bien a qué ideología responde, sobre todo el de Tik Tok, promueve contenidos de modelos masculinos como los “sigma” (que se consideran demasiado inteligentes para el resto del mundo, especialmente para las mujeres) o los Alfa Male (el varón que se realiza a sí mismo solo a través del dinero) y el “hombre de alto valor”, que alimenta la fantasía de lo que se supone que las mujeres buscan. Todas estas categorías, muy típicas de la producción arbitraria cultural norteamericana, de alguna manera pueden desembocar en el movimiento “incels”. Consultada, una alta fuente de la Universidad de Ciencias Sociales de la UBA, recordó un posteo irónico sobre el tema: “Soy libertario, el único derecho que me tiene que garantizar el Estado es el de tener novia”.

Pero los “incels” no nacieron de un repollo. Las políticas de género aparecen siempre mencionadas en singular. Direccionadas solo a las mujeres, porque son las que sufren la violencia de género. No obstante, los “hombres cis”, señalados como privilegiados históricos, quedaron apartados de la discusión, mientras observaban cómo los códigos de la galantería eran insurreccionales, quedaban expuestos al señalamiento constante y a muchos prejuicios. El contexto empezó a aplastar y despersonalizar a un espectro amplio de varones jóvenes (y no tanto). Los que saben del tema no descartan que el uso y estatización de estas cuestiones ahondaron la frustración, el resentimiento, la posterior reivindicación y el reclamo. Tesis, antítesis y síntesis: o sea, un duro revanchismo de los “incels” contra el Estado y sus políticas de género. Hace poco, una conspicua usuaria de la red social X, autodefinida como “Kircha” y exempleada del Ministerio de la Mujer, escribió una crónica personal en la que detalló cómo había logrado humillar a un militante libertario de 28 años luego de montar una especie de performance afectiva para engañarlo. Y escribió: “Para sorpresa de nadie, claro: los incels son más que un estereotipo. Son el símbolo de una generación que está padeciendo recesión sexual, que no sabe cómo empezar una conversación para c…”. La persona aludida, profundamente dolida, decidió abandonar las redes sociales donde, hay que decirlo, ya había abusado previamente de su comportamiento insensible y agresivo.

El desprecio, la degradación y el microabuso de poder son múltiples formas de violencia desde tiempos inmemoriales. Y, cabe aclarar, no tienen género ni edad. Estas conductas solo expanden más sufrimiento humano en todos las direcciones: mujeres tradicionales o progresistas, varones cis o no cis, incels o no incels.

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