“Hasta que no pasemos los 10.000 pies no pueden hablar”, ordena, concentrado, Enrique Piñeyro. Su avión de la ONG Solidaire despega del calor de Yidda, Arabia Saudita, con destino a Puerto de Sudán cerca de las 15.

El vuelo solidario, programado originalmente para las 13:50, se demoró porque Migraciones no autorizaba la salida. Al tratarse de un país en guerra, el gobierno Saudita no permite que sus ciudadanos -o cualquiera que esté visitándolo- viajen a Sudán.

“El avión tiene combustible para ir y volver tres veces a Yidda en caso de ser necesario. Tenemos estudiada la hoja de ruta y practicamos con el simulador de vuelo varias veces con lo cual no hay ningún riesgo», tranquiliza Piñeyro, en un vuelo que Clarín vivió desde la cabina de pilotos.

La misión humanitaria cargó en el avión 14 toneladas de donaciones que seleccionó especialmente la Cruz Roja Internacional para los refugiados sudaneses y que Solidaire compró.

Unas 900 redes de mosquitos, 462 juegos de cocina, 900 lonas para hacer tiendas, 3.200 frazadas y 780 bidones con agua forman parte de la ayuda humanitaria enviada al país africano, sumergido en una brutal guerra civil hace un año y medio.

Puerto Sudán es una ciudad que queda a tan solo media hora de avión de Yidda. Los territorios están separados por los 330 kilómetros de ancho que tiene el Mar Rojo. La principal ciudad portuaria de Sudán es en apariencia segura: los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) aún no llegaron hasta allí.

Cuarenta y seis minutos después de despegar, las autoridades sudanesas dan luz verde para el aterrizaje en el Aeropuerto de Puerto Sudán, el único que actualmente opera vuelos comerciales en el país.

Una cordillera de montañas a la derecha y el Mar Rojo a la izquierda. La tierra que rodea la ruta es árida, seca. El clima, agobiante. La temperatura del celular marca 40 grados, pero en el asfalto del aeropuerto se sienten más. En la pista hay solo cinco aviones de Badar Airlines; el resto es un desierto.

A medida que el avión conduce hacia el parking, un grupo de 14 voluntarios de la Media Luna Roja -la filial islámica de Cruz Roja- esperan emocionados y saltando de felicidad la llegada del avión. Hoy no será cualquier día: volverán a sus casas con la certeza de que el mundo los escucha, que les está prestando atención.

Amira, un empleado del aeropuerto, se acerca a conversar con Clarín mientras realiza las descargas. Esboza una sonrisa, a pesar del dolor que le provoca la guerra. En un inglés imperfecto, asegura que su familia está bien, pero que hay zonas del país, como Darfur del Norte, muy afectadas por los enfrentamientos entre las dos bandas del ejército. Confía en que el conflicto termine pronto.

Del otro lado del avión, otra voluntaria de Cruz Roja se acerca a conversar. “Estamos muy agradecidos por estas donaciones al pueblo sudanés. Van a ayudar a muchas personas que perdieron sus casas por la guerra», destaca. Consultada por Clarín sobre si ve que el conflicto puede llegar a su fin responde entre enojada y evasiva: “Nadie lo sabe, nadie lo sabe”

Si bien las autoridades sudanesas ya habían sido advertidas y notificadas sobre el vuelo humanitario y las donaciones, no permiten que ningún tripulante salga del aeropuerto. El argumento del gobierno militar fue que, dado el contexto de la guerra, no están otorgando visas a turistas.

Conmovidos por la llegada de la misión, los voluntarios y el personal del aeropuerto invitan a la tripulación a conversar en el sector de migraciones del aeropuerto. “Nadie habla de Sudán. Para las mujeres y los niños es muy difícil. Es una guerra olvidada. Para nosotros es muy importante que se hable de nosotros y de lo que pasa acá, ni los países árabes hablan de nosotros”, agradece Aida, secretaria general de la Media Luna Roja para Sudán.

El personal de rampa tarda una hora en descargar todo. La Media Luna Roja se encargará de distribuir la mercadería a a los refugiados de Sudán.

Luego de haber atravesado tres continentes, haber hecho escala técnica en dos paises y recorrido 15.000 kilómetros, la misión humanitaria de Solidaire completa con éxito su objetivo: llevar 14 toneladas de donaciones a un pueblo olvidado y destruido por la guerra.

La vocación de Piñeyro es asistir a los más necesitados, a quienes fueron desplazados de sus hogares y enviar ayuda a los conflictos que él considera deshumanizados y olvidados por el mundo.

“Me llamo Enrique y esto es más enriquecedor que el dinero”, ¿bromea? Piñeyro antes de subir al avión para emprender su regreso. ¿Su próximo destino? Ni él sabe.