POLITICA
El triunfo de Milei sobre la política que puede volverse una trampa
Javier Milei logró consolidar un polo de poder en medio de la decadencia sin final a la vista de los partidos y los liderazgos preexistentes. Esa primacía indiscutida le permite dominar los tiempos políticos sin mayores sobresaltos, pero lejos está de reponer la armonía en un sistema que estalló en pedazos en las elecciones de 2023. Su apuesta consiste, en realidad, en prolongar el caos, donde se mueve como un baqueano.
Los libertarios no quieren aliados. Administran las aguas del Jordán, en las que son invitados a purificarse todos aquellos que expresen fidelidad a “las ideas de la libertad”. Están convencidos de que la confianza social en Milei responde a que se lo identifica como ajeno al sistema de “la casta”. Los pactos de cúpula son una forma de contaminarse y, a la larga, inyectarse una dosis de la crisis de los otros.
Los certificados de “pureza” se reparten de a uno. Es una lección que parecen entender, con demora, Mauricio Macri y sus fieles en el Pro. Patricia Bullrich “la vio” de entrada cuando hizo gala de su experiencia en el arte de cortar vínculos recientes. Esta semana causó estrépito el pase de Diego Kravetz, secretario de Seguridad del gobierno porteño, al segundo sillón en importancia de la SIDE que supervisa el asesor Santiago Caputo. Los cantos de sirena suenan, atronadores, en los oídos de dirigentes amarillos con algún activo electoral.
El círculo del nuevo oficialismo no hace distinciones de origen. Entraron con alfombra roja Daniel Scioli y los gobernadores Osvaldo Jaldo (Tucumán) y Raúl Jalil (Catamarca), actores protagónicos del antiguo régimen. Se ilusionaba con acomodarse ahí Edgardo Kueider hasta que el descuido con una mochila llena de dólares lo mandó a la cárcel en Paraguay. Recuperó la condición de “casta” como una Cenicienta en 4×4, aunque el propio Milei intentó el favor póstumo de entorpecer su expulsión del Senado.
La caída en desgracia de Kueider no impidió que el jefe de su bloque de huidos del kirchnerismo, Camau Espínola, formalizara en la Casa Rosada su vocación de hacerse libertario para competir por la gobernación de Corrientes en 2025. No hay odio a Raúl Alfonsín que trabe la designación de un exdiputado radical como Alejandro Cacace en el Ministerio de Desregulación de Federico Sturzenegger. Ni promesa de combatir la corrupción que despierte la curiosidad presidencial ante las revelaciones periodísticas sobre las propiedades en el exterior sin declarar del director de la Dirección General Impositiva (DGI), Andrés Vázquez, de larga y oscura experiencia en los gobiernos kirchneristas.
La pureza se define en función de la lealtad al líder. Milei llama a dar la batalla con las “armas del enemigo”. Al parecer también necesita a algunos de los que saben dispararlas. Es cierto: le tocó un escenario de gobernabilidad endiablado y un panorama económico desolador. El fin justifica los medios.
La fractura del sistema
Como consecuencia de esa concepción, el nuevo oficialismo tiene límites difusos y su geografía resulta incapaz de aportar niveles razonables de previsibilidad.
Así, Milei y La Libertad Avanza (LLA) se hacen dependientes en extremo de los resultados económicos y de los índices de popularidad que miden las encuestas. Acaso por eso la Casa Rosada acaba de aprobar una licitación que establece las condiciones para contratar a casi todas las grandes consultoras de opinión pública, a las que encargará sondeos en el año electoral. Pobre motosierra.
La baja de la inflación y la estabilidad del dólar acentuaron el magnetismo de Milei en un ambiente político en el que no quedan partidos sino esquirlas. ¿Por qué sentarse a negociar con Macri o con cualquier otra estructura cuando en la cima del poder interpretan que los votantes han abandonado la lealtad con todo lo anterior?
Cuando Macri se indigna y denuncia un “destrato” por parte del Gobierno, Milei baja el tono con un mensaje en apariencia conciliador. “Todos los que defienden las ideas de la libertad tenemos que estar juntos”, dice. Pero no explica cómo sería el trato.
Para eso hay que mirar los movimientos de Karina Milei y de Santiago Caputo. La intención de los otros dos miembros del “triángulo de hierro” es ofrecer, como mucho, lugares en las listas, no sentarse a negociar un acuerdo integral de concesiones mutuas. Y mucho menos una coalición parlamentaria o de gobierno.
Las hostilidades hacia aquellos que le tendieron la mano a Milei se han convertido en una línea de acción permanente. Les aplican una lógica de mercado: bajarles el precio para comprarlos más barato (metafóricamente hablando, claro).
Un sistema edificado sobre bases semejantes resulta por definición imprevisible. La oposición sigue en estado de shock ante el ente extraño al que le toca enfrentar. Sus integrantes orbitan sin concierto, con criterios indescifrables para los ciudadanos a los que deberían representar.
El radicalismo se parte en mil pedazos y cada nuevo sector vuelve a fragmentarse ante la primera discusión de cierta relevancia. El Pro sufre el fuego amigo de Bullrich, aun cuando nadie podría explicar a ciencia cierta qué gran diferencia ideológica (más allá de cuestiones tácticas) la separa del macrismo. Los ensayos del centrismo –tan despreciado por Milei– no terminan nunca de cuajar.
Cristina y más allá
El peronismo revive una crisis de hace cinco años. La fortaleza de Cristina Kirchner en el conurbano bonaerense actúa como tapón para cualquier liderazgo que pretenda sucederla y enfrentar a Milei sin mochilas de antiguos fracasos. Vuelve a sonar, desafinada, la fórmula que acompañó el impensable ascenso de Alberto Fernández al poder en 2019: con Cristina no alcanza, sin Cristina no se puede.
La ruptura de la expresidenta con Axel Kicillof constituye un símbolo de estos tiempos de deterioro. El gobernador alza la bandera del ultracristinismo crítico. Ella aspira a representar lo nuevo sin adaptar los métodos que en otros tiempos la encerraron en una burbuja de fanatismo. Los dueños de parcelas de poder peronista –gobernadores, intendentes pesados, caciques distristales– miran el show desde afuera, sin descartar un salto resignado al mileísmo.
Todos ellos conviven en un ambiente de degradación, cruzado por informaciones escandalosas. El Pro se enfrasca en su incomodidad ante la difusión de los bienes del jefe del bloque de diputados, Cristian Ritondo. El bolsito de Kueider interpela a los libertarios y al kirchnerismo por igual, aunque estos quieran despegarse del tránsfuga entrerriano. Cristina sigue acumulando juicios por corrupción de sus años presidenciales. Grita lawfare, mientras habilita a sus delegados en el Congreso a negociar con el Gobierno una nueva configuración del Poder Judicial. Por ahora sin suerte.
Las revelaciones del periodista Hugo Alconada Mon sobre Andrés Vázquez, el sabueso que no se huele a sí mismo, despiertan un coro de silencios. Milei no le pide explicaciones por omitir en sus declaraciones juradas ante la Oficina Anticorrupción (OA) los departamentos que compró en Miami con sociedades en paraísos fiscales. Elije creer. El Pro quedó atado a la doctrina Ritondo (a quien Milei defendió más que los propios). El peronismo acaso prefiera no escupir al cielo, dado que aquellas operaciones offshore del actual director de la DGI ocurrieron cuando seguía indicaciones de Cristina, en 2013. Sólo la Coalición Cívica, de Elisa Carrió, decidió –como quien se adentra en una jungla peligrosa– denunciar la conducta opaca del responsable de cobrarle los impuestos a “los argentinos de bien”.
El cambalache juega para Milei. Lo dicen las encuestas: una mayoría social lo sigue percibiendo como ajeno a la corporación corrupta que arrastró a la Argentina al desastre económico y social.
La ventaja de hoy puede ser la trampa de mañana. El principio de revelación que usa el Presidente para fortalecerse gracias a la estatura moral de sus enemigos le dio tiempo y margen de maniobra para estabilizar la economía y alcanzar niveles razonables de estabilidad después de años dramáticos, caracterizados por el temblor permanente. Apostó todas las fichas a bajar la inflación, que era la demanda más urgente de la población. Lo logró.
Una gran incógnita de cara al segundo año es si el relato de “yo contra el mundo” le alcanzará para dotar al país de un horizonte de largo plazo, capaz de garantizar las reformas estructurales que requiere un modelo como el que él impulsa. Los inversores por ahora aplauden, pero son reacios a abrir la billetera.
Milei podrá superar 2025 otra vez con decretos, vetos y un Congreso paralizado. Pero tarde o temprano le tocará articular algo parecido a una coalición política que defienda los trazos gruesos del rumbo que propone: el equilibrio fiscal, la apertura comercial, la desregulación para potenciar al sector privado. Del otro lado, con o sin Cristina, se reagrupará el peronismo para representar la noción de una economía regida por el Estado, con tendencia al proteccionismo y sin fobia al gasto público.
Se dibuja entonces la encrucijada electoral de los libertarios. Los grandes acuerdos lo emparentan con “la casta”. Pero, ¿qué pasaría con los mercados si Cristina Kirchner ganara la provincia de Buenos Aires el año que viene, beneficiada por una eventual división entre La Libertad Avanza, el Pro y otras fuerzas afines? ¿Qué efecto tendría un suceso de esas características, para nada improbable, sobre un plan que sustenta antes que nada en la confianza?
La batalla cultural de Milei tal vez no sea transformar el mundo ni demostrar la superioridad moral de la derecha o pasarse el día señalando “mandriles”. Él podrá dictaminar, en pleno vértigo, que el suyo es, “sin lugar a dudas, el mejor gobierno de la historia”. Al final del partido, el juicio lo dictarán otros. Su éxito dependerá de que sea capaz de demostrar a propios y extraños que un programa económico de mercado puede funcionar en la Argentina.
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