En un caluroso día de verano en Buenos Aires, cientos de venezolanos se congregaron en la histórica Plaza de Mayo para alzar la voz contra la asunción de Nicolás Maduro en su tercer período consecutivo. Con pancartas, consignas y el orgullo de su cultura, los manifestantes dejaron en claro su rechazo al régimen.

«¡Edmundo presidente, aquí está tu gente, Edmundo ya ganó, es nuestro presidente!», coreaban en referencia a Edmundo González, un líder opositor que ha surgido como símbolo de esperanza para millones de venezolanos dentro y fuera de las fronteras.

Entre el calor y la emoción, no faltaban los aromas y sabores de su tierra: arepas recién hechas, golfeados dulces y bebidas tradicionales como el papelón con limón. Estas delicias no solo nutrían el cuerpo, sino también el alma de quienes añoraban el hogar que dejaron atrás.

Luisana Pérez, de 34 años, se secaba las lágrimas mientras abrazaba a su hija. “Llegué a Argentina hace tres años porque ya no podíamos más. Hoy estoy aquí porque no quiero que mi hija crezca en un país sin libertad. Ver tanta gente reunida da esperanza, pero también duele. Dejamos familia, amigos y nuestra vida allá.”

A pocos metros, José Contreras, un vendedor de empanadas de 45 años, sostenía con una mano su pancarta que decía «Maduro usurpador, no nos callarás» mientras con la otra atendía a los clientes que lo rodeaban. “Esto es para sobrevivir, pero también para que nuestra cultura no desaparezca. La lucha no es solo política, es también por nuestra identidad como venezolanos,” aseguró con la voz firme y los ojos brillantes de emoción.

Carolina, estudiante universitaria, cargaba una bandera sobre sus hombros mientras ayudaba a organizar la movilización. Con pasión, declaró: “No somos solo exiliados, somos embajadores de la resistencia. Cada paso que damos aquí es un paso hacia la libertad de nuestro país.”

El ambiente en la Plaza de Mayo se volvió aún más solemne cuando los manifestantes comenzaron a entonar el himno venezolano. “Queremos volver”, gritaban con sus voces cargadas de añoranza, rabia y esperanza.

En medio de la multitud, Marisol Delgado, una profesora jubilada, sostenía un cartel en honor a sus seres queridos que aún viven en Venezuela. “Yo no estoy aquí solo por mí. Estoy aquí por mi hermana, por mis sobrinos, por todos los que no pudieron salir. Cada día espero el momento de regresar y abrazarlos, pero con la certeza de que Venezuela será libre.”

El amarillo, azul y rojo de las banderas ondeaban con fuerza mientras los niños jugaban entre las pancartas y los adultos intercambiaban historias de lucha. No era solo una protesta, era una reafirmación de su identidad y una promesa de que la resistencia no se apagará, sin importar cuán lejos estén de casa.