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Novak Djokovic venció a Alcaraz y ganó la medalla dorada en los Juegos Olímpicos 2024

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La mejor versión de Novak Djokovic, la necesaria para sobrevivir al ciclón Carlos Alcaraz, apartó al español del camino hacia el oro y, por fin, le coronó como campeón olímpico, en París 2024, con una victoria por 7-6 (3) y 7-6 (2), el único éxito grande que quedaba pendiente en su inigualable historial y que dejó a su rival a orillas de otro registro legendario.

Un partido de altísimo nivel entre los dos mejores del momento que realzó la ambición de un jugador que se resiste a descender del pedestal en el que le ha situado la historia ante un alumno aventajado, un privilegiado natural que apunta a deportista de leyenda.

El Djokovic más brillante, a lo campeón, cerró el círculo y enterró su obsesión olímpica. Ha sido tardía, pero llegó. El más veterano en disputar una final de unos Juegos, en lograr el oro, se sitúa entre los elegidos.

Ya tiene su Golden Slam. Los cuatro Grand Slam y la medalla dorada en unos Juegos. A la altura de Andre Agassi, Steffi Graf, Rafael Nadal y Serena Williams, presente en uno de los fondos de la pista Philippe Chatrier, cuya grada no disimuló su apoyo incondicional al serbio desde el principio hasta el final.

Fue, de paso, una revancha para Nole, sacado de la pista en el último cara a cara, hace menos de un mes, en Wimbledon. Entonces, Alcaraz logró ganar en tres sets, del tirón, y sumar su tercer triunfo contra el serbio en seis enfrentamientos disputados. Con esos números llegaron a la cita de París.

No hay objetivo que se resista, antes o después, al ganador de veinticuatro Grand Slam, que acudió a la cita con la lección aprendida y con el físico necesario para mantener el tipo ante un rival dieciséis años más joven.

No desmereció Carlos Alcaraz, que tuteó a lo largo del choque a un rival magnífico. Al contrario. Solo los detalles, dos desempates, le privaron de lograr la tercera medalla de oro olímpica para España, la segunda individual, tras la de Nadal en Pekín 2008 a la que sumó el dobles de Río con Marc López.

El más joven en alcanzar una final olímpica cayó ante el más veterano, el tipo que esperaba que no llegaría hasta el último tren y que se agarró fuerte, en un gran momento, en recuperación para conseguir su segundo premio olímpico tras el bronce de Pekín 2008, y un premio gordo en un año sin brillo, desplazado por el furor de jugadores de la nueva hornada como el propio Alcaraz o el italiano Jannik Sinner.

Se quedó en la orilla de ser el tercer jugador en ganar Roland Garros, Wimbledon y los Juegos en una misma temporada, en seguir la estela de Nadal que en tantas cosas continúa. Alcaraz, el cuarto español que disputa una final individual, queda al lado de Jordi Arrese o Sergi Bruguera, los otros que fueron plata.

Y fue por poco, en una dura y enconada lucha de casi tres horas de pelea, de cuerpo a cuerpo en una pista donde triunfó semanas atrás, en Roland Garros. Pero no hay escenarios demasiado grandes para el murciano.

Ya son varias las ocasiones y lugares grandiosos donde Carlos Alcaraz no ha sentido el impacto, no se ha dejado influenciar ni por la magnitud de un evento ni por la historia ni por el rival. A pesar de que el enemigo tenga más antecedentes que ninguno y más gloria que nadie. De hecho, hace menos de un mes que el español pasó por encima del serbio. Es porque tiene talento, mucho talento, desparpajo y descaro. Además de una cabeza extraordinaria, un carácter ganador y frescura de juventud.

Es fiel a Rafael Nadal la pista Philippe Chatrier, pero no así con Carlos Alcaraz, que acaba de implantar la bandera sobre la arcilla parisina y que a pesar de salir campeón semanas atrás de Roland Garros no goza del fervor de la grada. Fue inusual escuchar al seguidor francés con tanta pasión a favor de Novak Djokovic, al que regalaban el aliento en cada intercambio o en cada momento de tensión en el juego.

Fue tal el nivel de tenis durante muchos momentos que uno y otro encontraban respuesta para cada contratiempo. Y los hubo. Momentos de rotura en el primer set que pudieron desequilibrar pronto a favor del serbio y a los que respondía Alcaraz con seguridad. También tuvo los suyos, como en el quinto juego, el tenista de El Palmar. Nadie con más experiencia que el ganador de veinticuatro Grand Slam que encontró en el saque, el primero, un gran aliado.

Aún más claro fue el noveno, en el que Alcaraz tuvo cinco puntos de rotura. Fue el parcial más largo. Mantuvo el tipo plagado de argumentos el serbio, que aguantó el tirón y el servicio para seguir con ventaja (5-4). Fue un momento clave del partido, por lo menos del set. Se rehízo Djokovic y el juego siguió. Cada uno aferrado a su servicio.

En un duelo de semejante nivel los detalles valen doble. Así fue para definir la primera manga con el pulso llevado al extremo. El ‘tie break’ decidió. Y ahí fue mejor el jugador de Belgrado, que aprovechó, con un resto preciso, impecable, y alargó la ventaja. Y no perdonó. Se llevó el set, se puso por delante después de una hora y 36 minutos de juego. Solo un parcial.

La ventaja no distrajo a Djokovic, un mago en la concentración que impone la mente ante cualquier situación. Más frecuentes son las desconexiones en Alcaraz, que casi siempre se lo puede permitir. La pérdida de la manga le hizo daño y le afectó. Aún así no perdió la cara y sacó los juegos.

El cuerpo a cuerpo permanente no cesó. Cada uno amarró su saque, con menos ocasiones de rotura que en el primer set, y volvió a decidir el desempate. Es experto en eso el serbio, que, igual que en el anterior, fue mejor.

Definió su vigésima victoria olímpica, más que nadie, los puntos clave, sobrevivió a los instantes de inquietud y sentenció en el momento preciso. Volvió su mejor versión para darle el éxito ansiado, cerrar su obsesión y privar a Alcaraz, errático en los ‘tie break’, de la carrera del oro. El serbio cerró el circulo.

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El campeón Real Madrid debuta con victoria en el nuevo formato de Champions

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Sin encontrar aún la imagen que se espera por la dimensión de su proyecto, el Real Madrid firmó un nuevo triunfo sin finura, sobreponiéndose a las dudas entre paradas salvadoras de Courtois, el estreno en ‘Champions’ con gol de Mbappé y la participación decisiva de Modric al rescate a balón parado, con una asistencia a Rüdiger.

Las noches europeas del Bernabéu con las que soñaba Mbappé ya le tienen como gran protagonista. Su bautizo encontró la dificultad aliada entre el sello definido de un Stuttgart que regresó 14 años después a la ‘Champions’, jugando como si nada tuviera que perder, y el momento de indefinición futbolístico por el que atraviesa el Real Madrid.

Ya es el séptimo partido de la temporada, demasiados para seguir añorando a Kroos, para que falte finura en la conexión de su tridente y para seguir exhibiendo desajustes tácticos que han borrado la sonrisa del rostro de Carlo Ancelotti. Al técnico más laureado aún no le gusta lo que ve en su equipo. Endeble en el primer acto desde una presión mal ejecutada, desgastado corriendo tras balón con centrocampistas que llegaban tarde a la marca en fase defensiva, y defensas que se sintieron superados en inferioridad.

El rival 112 del Real Madrid en Europa encontró un escenario ideal para exponer su forma de entender el juego. Quiso el balón y le dio buen trato. Encontró espacios para explotar la inseguridad madridista desde el inicio, cuando Millot avisaba a los dos minutos con su disparo cruzado a Courtois, de que nacía una de esas citas de la Liga de Campeones en las que el resultado dependería de su inspiración.

Y Courtois demostró que anda más fino que la mayoría de sus compañeros. Gracias a su firmeza el Real Madrid no se fue al descanso perdiendo. Ocho disparos, cuatro paradas del portero belga. Al Stuttgart no le importó que el duelo fuese un intercambio de golpes ni correr el riesgo de ser castigado con un contragolpe que asoma vertiginoso al juntar a Rodrygo, Vinícius y Mbappé.

Es indiferente de la falta de finura en la construcción del juego la seguridad de que Mbappé aparecerá en ataque. Un equipo que recuperaba a Tchouaméni y Bellingham pero que encontraba la inspiración en el desgaste físico de Fede Valverde para mejorar la intensidad. Porque el Real Madrid temblaba entre la inseguridad de Lucas Vázquez en el lateral, la falta de centímetros de Carvajal como central y de automatismos. La entrada de Militao tras el descanso aumentó la autoridad.

Sintió el Stuttgart que una pérdida o un error sería vital en casa del campeón. Perdonó Rodrygo la primera pero se mostró más fino en el uno contra uno, más eléctrico e incisivo desde la derecha. El peligro lo ponía Mbappé para avisar a Nübel. Siempre cayendo hacia su izquierda para inventar un pase desaprovechado por Tchouaméni o con disparos con más potencia que colocación.

Los errores en la definición los cometió el Stuttgart que en su mano tuvo un guión diferente del partido. Millot perdonó un mano a mano completamente solo tras fallo de Lucas, cruzando en exceso su disparo. Y se encontró con el paradón a mano cambiada de Courtois que minutos después se hacía grande en una salida a la desesperada para impedir el gol a Führich.

Necesitaba el Real Madrid la aparición de Vinícius, referente los últimos años pero alejado aún del jugador desequilibrante que era en cada encuentro. Apenas dos fogonazos para buscar a Mbappé y un disparo que repelió el larguero en el segundo acto en los momentos en los que el viento iba de cara para su equipo. La madera había evitado antes el gol de Undav, cuando el Stuttgart sorprendió en inferioridad en una rápida transición que salvó Carvajal desviando el disparo que cayó sobre el travesaño.

Sin la autoridad que se espera del rey de Europa, en ese ida y vuelta pidió un penalti sobre Bellingham, no señalado, y encontró uno a Rüdiger que el árbitro vio claro en el césped pero que el VAR corrigió posteriormente. La noticia más positiva para el Real Madrid al descanso es que mantenía su portería a cero y que no había encajado gol.

Le bastaron 20 segundos de la reanudación para castigar la valentía alemana. Con su línea defensiva en el centro del campo, bastó un pase al espacio a la carrera de Rodrygo, que encontró la imprecisión de Mittelstadt, para que el brasileño pusiese en bandeja el gol en su estreno a Mbappé que marcó a placer.

Fueron los mejores minutos madridistas en el partido, cuando encontró espacios, jugó con velocidad y perdonó lo que podría haber sido la sentencia. Exuberante por momentos, la tuvo Rodrygo que se quiso meter dentro de la portería sin chutar y el disparo a la madera de ‘Vini’.

Pero al Real Madrid le falta continuidad en sus buenos momentos. Comenzó a decaer de nuevo, salvado por enésima ocasión por una mano abajo de Courtois a Leweling, que ya nada pudo hacer a los 68 minutos en un error de marca en acción a balón parado. Un córner que fue de palo a palo en el centro de Leweling al testarazo certero de Undav.

Era el momento de Ancelotti que encontró el sufrido triunfo con sus cambios. Dio entrada a Luka Modric que puso el balón suave desde el saque de esquina a la cabeza de Rüdiger en el primer palo para regalar la victoria a siete minutos del final. El Stuttgart aún se preguntaba cómo podía perder el partido cuando Vinícius perdonó el tercero que firmó en el último segundo del añadido Endrick, que demuestra que tiene gol cada minuto que sale al campo.

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