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ECONOMIA

Pelea por el atraso cambiario: Milei, enojado porque el FMI «no la ve» y lo presiona con una devaluación

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Javier Milei dejó en claro que, entre todas las «batallas culturales» que está librando, la más difícil de ganar no es la de la necesidad de cortar el gasto público ni la que disputa contra la «agenda woke», sino contra la opinión, cada vez más extendida, de que su plan económico está incurriendo en un atraso cambiario que puede derivar en una devaluación.

Por segunda vez en un mes escribió personalmente una columna en el diario La Nación, para fijar su postura al respecto y responder los argumentos de los «econochantas». El título elegido es una muestra cabal del fastidio que le provoca el debate: «Atraso cambiario, el disco rayado de los economistas».

En su artículo, Milei repitió y profundizó, con terminología técnica, los mismos argumentos que antes había dado la columna anterior y en las entrevistas que le hicieron los medios internacionales. Es decir, que no cree en una ganancia de competitividad a través de una devaluación.

Además, su ministro de economía, Toto Caputo, también viene refiriéndose a ese tema casi a diario, y en una entrevista reciente afirmó que no es que el dólar esté atrasado sino que hay «precios que están adelantados», dando a entender que la apertura comercial presionará a una deflación en dólares para productos importados. Y, además defendió el boom de turistas argentinos en Brasil con un argumento más que polémico: que la Argentina «es un país riqúisimo» y, por lo tanto, no debería verse con extrañeza que un asalariado de clase media pueda pasar sus vacaciones en la playa de Copacabana.

Antes de eso, sus asesores argumentaron extensamente en las redes sociales por qué el plan de las «tres anclas» -fiscal, monetaria y cambiaria- no se parecía a ninguna de las experiencias históricas recientes y por qué, aunque los precios sean altos en dólares, esta vez la situación no tendrá un final traumático.

¿Por qué, después de todas esas argumentaciones, el presidente se empeñó en salir nuevamente a la arena del debate económico? Hay un dato sugestivo para responder esa pregunta: el día anterior, el Fondo Monetario Internacional hizo una declaración oficial respecto de la marcha del plan de Milei. Y ocurrió lo que se temía: detrás del lenguaje diplomático lleno de elogios a los avances contra la inflación, venía el mensaje entrelíneas sobre los «desafíos» que faltan, y que tienen que ver con una mayor coordinación fiscal, monetaria y cambiaria.

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Todos entendieron lo que había ocurrido: la misión técnica que estuvo hace dos semanas en Buenos Aires revisó los números, discutió sin llegar a un acuerdo con el equipo de Toto Caputo y se fue con la misma idea con la que había llegado: que el modelo tiene un problema cambiario, y que ese modelo sólo se arregla con un salto devaluatorio.

Mientras tanto, lo máximo que puede ocurrir es que haya un acuerdo de corto plazo, por el FMI entiende que Milei no levantará el cepo en un año electoral, pero que ese acuerdo no implicará dólares frescos. Para eso, habrá que esperar a 2026, el momento en el que Milei aseguró que ya no regirán los controles cambiarios.

En el FMI tampoco «la ven»

Es comprensible el enojo de Milei: él creía que había una línea interna del FMI que «no la veía» y que se dedicaba a sabotear su plan, pidiéndoles mayores esfuerzos que los que les había pedido a Sergio Massa. Al comienzo, Milei celebró la salida de las negociaciones de Rodrigo Valdés, considerado el «villano» que lideraba la oposición al caso argentino, y creyó que cambiaría la postura del organismo.

Luego, celebró que, con la victoria de Donald Trump, el directorio del FMI sentiría una mayor presión para ayudar a los países amigos y flexibilizar las condiciones que se le piden a Argentina.

Sin embargo, constató una dura realidad: los funcionarios pasan, los gobiernos en Washington cambian, pero el FMI no altera su postura clásica: pone la lupa sobre la cuenta corriente, el indicador del que se habla poco, pero que en el fondo es el que más le importa -mide la diferencia entre la cantidad de dólares que entran y los que salen de la economía-.

Al principio, parecía que esa postura crítica era minoritaria. Al punto que Caputo se permitía mofarse de Robin Brooks, ex economista jefe en el Instituto de Finanzas Internacionales y estratega de divisas en el banco de inversiones Goldman Sachs, que pronosticaba una inevitable crisis devaluatoria.

«Argentina tiene un fetichismo extraño con su tipo de cambio del $/ARS. Se devaluó en diciembre, pero inmediatamente volvió a fijar el peso frente al dólar», afirmaba el economista, para furia del gobierno.

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Pero luego se sumaron otras voces influyentes, como la de Alejandro Werner, experimentado ex director del FMI, quien escribió en un reporte: «Esta apreciación representa un riesgo significativo para el programa de estabilización basado en el tipo de cambio, especialmente considerando las reservas netas negativas del Banco Central y la lenta acumulación de reservas internacionales».

Werner cuestionó el principal argumento del gobierno, ese que afirma que ahora todo es diferente porque Argentina conquistó el superávit fiscal. Contrariando esa opinión, Werner recordó otros casos de la historia reciente -como Chile en los años ’80- en los que, incluso que las cuentas fiscales equilibradas, hubo países que terminaron devaluando su moneda después de un período extenso de déficit de la cuenta corriente.

Y, para colmo, a las críticas de estos expertos internacionales se sumó la advertencia del siempre influyente Domingo Cavallo, que sugiere que el actual esquema del cepo debe pasar a un sistema desdoblado, y afirma que son exagerados los temores sobre un efecto contagio a la inflación.

Apostando a la oleada de dólares

En otras palabras, Milei se dio cuenta de que ya no se trata de debatir sobre el retraso cambiario con economistas del bando «keynesiano» ni con ex funcionarios de gobiernos peronistas, sino que debe convencer, sobre todo, a los economistas e inversores de cuya opinión depende su propia estabilidad.

El argumento del presidente es que habrá que acostumbrarse a una «nueva normalidad» en la que el peso argentino será una moneda fuerte. Su argumentación es que esa es la reacción natural tras un plan de shock contra la inflación y el déficit fiscal. Y que, si se compara con períodos de estabilidad económica -como la convertibilidad de los ’90- habría margen incluso para que la cotización del dólar cayera al entorno de $700.

Mientras tanto, en el mercado no parece convalidarse su punto de vista: el dólar «contado con liquidación» subió un 1,4% en la primera semana de febrero. Es decir, ya supera la suba que tendrá el tipo de cambio oficial en todo el mes, de acuerdo con el nuevo «crawling peg».

Y la liquidación de exportaciones por parte de los productores agrícolas sigue sin mostrar entusiasmo, a pesar de la rebaja temporaria de las retenciones a la exportación. Y los expertos muestran preocupación, además, por la tendencia a la caída de precios del mercado internacional, tanto en el agro como en el petróleo.

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Aun así, Milei confía en que Argentina recibirá tal «oleada de dólares» que lo natural sería que la moneda se siguiera apreciando. Y que, además, hasta podría vivir largo tiempo con déficit en la cuenta corriente.

Ese es el punto más polémico. El déficit argentino muestra un «rojo» todavía modesto, pero lo que preocupa es la tendencia: van siete meses consecutivos de déficit, que en total acumulan u$s7.465 millones. Y la sospecha generalizada es que el nuevo crawling peg de 1% -a contramano de una región que devalúa- puede agravar este panorama.

Pero, sobre todo, lo que preocupa es la propia historia argentina. Es un problema que afectó a gobiernos de todos los signos ideológicos: desde comienzos de los años 80, cuando se rompió la «tablita cambiaria» tras un déficit récord de 6% del PBI, pasando por la crisis del plan Austral que derivó en la hiperinflación de 1989 -con un previo déficit de cuenta corriente de 4%- y por el colapso de la convertibilidad -anticipado por el déficit de 4,8% en 1998.

Ya en este siglo, la llegada del cepo de Cristina Kirchner coincidió con la pérdida del superávit en 2010, y luego el daño del déficit de cuenta corriente se evidenció en toda su intensidad en 2018, durante la gestión de Mauricio Macri, cuando un rojo de 5,2% del PBI llevó a la devaluación y al salvataje del FMI. Y, finalmente, cuando asumió Javier Milei se encontró con un déficit de u$s21.000 millones, equivalente a un 3,3% del PBI.

¿Déficit permanente de cuenta corriente?

Los economistas que estudiaron la historia de los acuerdos entre Argentina y el FMI llegaron a una conclusión interesante: el único punto que siempre el Fondo exigió a rajatabla fue el del equilibrio en la balanza de pagos.

Hoy Milei quiere convencer al Fondo de que su déficit de cuenta corriente podría llegar a ser permanente, dado que se compensará con la entrada de dólares por otras vías, como por ejemplo los proyectos de inversión en energía y minería.

«Es más, dada la caída del riesgo país observada desde que LLA ganó las elecciones, en la medida que la tasa de interés internacional caiga debajo de la doméstica, no debería sorprender que el país vaya a una cuenta corriente negativa. ¿Es de temer? Dado el equilibrio fiscal, no», argumenta el presidente.

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En otras palabras, lo que Milei afirma es que se profundizará el fenómeno por el cual a las empresas argentinas les resulta más conveniente endeudarse en dólares -que luego venderá al Banco Central, ayudándolo a reforzar las reservas-.

Es, de hecho, lo que ocurrió en 2024, cuando las empresas -según una estimación de PwC- emitieron deuda por u$s13.200 millones, el nivel más alto en nueve años.

Pero los economistas ven este fenómeno con cierta aprensión: señalan que para que se sostenga el esquema se necesita un diferencial cada vez más alto de tasas en pesos, que se puede agravar por la misma política de restricción monetaria del Banco Central.

Lo cierto es que, mientras el gobierno argumenta que habrá que acostumbrarse a un dólar «barato», sigue sacrificando reservas del BCRA por la vía de intervenir en el mercado de bonos y, así, mantener a raya al «contado con liqui». Los economistas estiman que sólo en enero ese gasto rondó los u$s1.000 millones.

De momento, todo indica que el debate sobre el atraso cambiario, lejos de terminar, será el tema dominante de la campaña electoral. Para disgusto de Milei, el «disco rayado» suena a todo volumen, tanto en el mercado local como en las oficinas del FMI.

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ECONOMIA

Cómo impactó la recesión sobre dos de los sectores que más empleo generan

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La actividad manufacturera y la construcción fueron los sectores más golpeados por la recesión y el ajuste durante el 2024, con caída que llegaron a tocar el 30%.

De acuerdo con las cifras del INDEC, la industria cayó 9,4% interanual el año pasado, y sufrió el peor comportamiento desde el 2002.

Peor le fue a la construcción. Como consecuencia de la parálisis de la obra pública, se derrumbó 27,4%, un nivel pocas veces visto.

Como dato positivo, la industria mostró una recuperación interanual en diciembre, del 8,4%, tras sufrir una año medio de caída.

Además, mostró una mejor de 0,2% respecto de noviembre.

Según informes privados, comienza a haber una mejora parcial de la actividad industrial, aunque aún opera por debajo de sus niveles potenciales.

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Los reportes consignan que la reactivación del crédito y el escenario de consolidación desinflacionaria consolidarían la recuperación.

En el 2024, 15 de las 16 ramas fabriles cerraron con bajas.

Cayeron materiales para la construcción (24,3%), el sector de maquinaria y equipos (18,6%), la siderurgia (17,5%), la industria textil (17,1%) y la producción de autos (11,3%).

La construcción, muy golpeada

Por su parte, la construcción soportó la peor parte del plan de ajuste, con caídas también en el empleo.

Los costos del sector calculados por cl contado con liquidación subieron 22% por encima del promedio de los últimos cinco años.

El dato favorable es que repunta la demanda. Por ejemplo, la venta de asfalto creció 58% en diciembre.

También mejoró la venta de pinturas para la construcción (22,6%) y se mantuvo estable la demanda de hormigón elaborado (0,1% de variación).

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Caída del empleo público y privado

En los primeros 12 meses de gobierno de La Libertad Avanza, finalmente se redujeron en 111.600 los puestos de trabajo registrados en la Argentina, de acuerdo a los datos oficiales de la Secretaría de Trabajo correspondientes a noviembre de 2024. 

De acuerdo al Informe de la Situación y Evolución del Trabajo Registrado (SIPA) que se dio a conocer ayer, la cantidad de trabajadores en el Sistema de Seguridad Social pasó de 13.392.800 en noviembre de 2023 a 13.281.200 en el mismo mes del año pasado. 

La tendencia fue la reducción del empleo asalariado público y privado y del trabajo en casas particulares, compensada en parte por un aumento en la cantidad de monotributistas y autónomos

En términos intermensuales el empleo también anotó una baja desestacionalizada de 0,1%, y es la tercera al hilo. La última suba registrada fue en agosto pasado. 

En el sector privado, hubo 119.700 puestos de trabajo asalariados menos en noviembre último, a lo que se agregan 15.500 trabajadoras de casas particulares menos. 

Si se analiza al interior del segmento privado asalariado, las mayores bajas se dieron en el rubro de la Construcción, de la mano del freno a la obra pública: 

  • Construcción (-15,3%, es decir 68,5 mil trabajadores menos)
  • Hoteles y restaurantes (-2,8%);
  • Servicios comunitarios, sociales y personales (-2,6%);
  • Industrias manufactureras (-2,1%);
  • Transporte, almacenamiento y comunicaciones (-2,1%).

Por el contrario, los sectores que habrían generado puestos de trabajo asalariados habrían sido la Pesca (14% interanual), la Agricultura, sivicultura, caza y ganadería (4%), Comercio y reparaciones (1,1%), y la explotación de minas y canteras (0,3%)

Esas bajas fueron mitigadas por los monotributistas, -segmento en el cual, en los 12 meses analizados, se sumaron 24.400 personas- y por los autónomos, que se incrementaron en 13.000 contribuyentes. Entre los monotributistas sociales, la suba interanual fue de 37.400 personas. 

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En lo que se refiere al empleo público asalariado, si bien el Gobierno nacional había admitido una reducción de casi 40.000 puestos de trabajo en el Estado Nacional, los datos oficiales muestran una baja de 51.300 personas en total, tomando en cuenta también las posiciones en gobiernos provinciales, municipales, entre otras entidades. 

Según el informe oficial de la Secretaría, la baja total en términos interanuales fue del 1,8% en el empleo asalariado (186,5 mil trabajadores menos). «Esta caída en el empleo asalariado se debe principalmente al retroceso del sector privado y el personal de casas particulares (-1,9% y -3,3%, respectivamente). El sector público, en cambio, mostró una caída moderada en relación con las mencionadas previamente (-1,5%)», resumen.

A la vez, el trabajo independiente de monotributistas y autónomos creció 2,4% (+74,8 mil trabajadores) en el lapso analizado. Pero según admite el reporte oficial mismo, «este aumento en el trabajo independiente fue impulsado por el monotributo social (+5,9%)».

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