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INTERNACIONAL

Calles colapsadas y caos en San Pablo por una huelga de trenes y subtes contra los planes de privatización

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Los trabajadores del metro y el tren de San Pablo, la ciudad más poblada de Sudamérica, entraron este martes en huelga contra la agenda de privatizaciones del gobierno regional, liderado por el bolsonarista Tarcísio de Freitas.

El paro, inicialmente de 24 horas, ha paralizado de forma total o parcial el servicio en cuatro líneas de metro y cinco de tren, que conecta la región metropolitana con el centro de San Pablo, según informaron las autoridades paulistas.

A la huelga también se han sumado los empleados de la Compañía de Saneamiento Básico del Estado de São Paulo (Sabesp), incluida en la agenda de privatizaciones de Tarcísio de Freitas, aliado del ex presidente ultraderechista Jair Bolsonaro y al frente de la administración paulista desde enero pasado.

Los sindicatos de ambos sectores quieren así mostrar su rechazo frontal a esa estrategia del Ejecutivo regional que igualmente busca conceder varias líneas de metro y tren, algunas de las cuales ya están en manos del sector privado.

El tránsito caótico habitual de la ciudad brasileña, donde viven 12 millones de personas, se profundizó debido a la falta de acceso al subte y a los trenes, a la vez que se dispararon los precios de los servicios de vehículos por aplicaciones.

El gobernador Freitas, del partido Republicanos y ex ministro de Bolsonaro, sostuvo que la huelga es «ilegal y política» y defendió la decisión de privatizar los servicios públicos argumentando que esa propuesta estaba en su agenda de campaña electoral.

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En una rueda de prensa, el gobernador insistió en que seguirá adelante con su agenda de privatizaciones.


«Estamos haciendo lo que dijimos que íbamos a hacer (en la campaña electoral): iniciando estudios para verificar la viabilidad financiera y ver si podemos prestar un mejor servicio» y «recuperar la capacidad de inversión», declaró.


El gobernador paulista, quien fue ministro de Infraestructura durante la Administración de Bolsonaro (2019-2022), también acusó a los huelguistas de incumplir los servicios mínimos decretados por la Justicia.

El gobernador de San Pablo, Tarcisio De Freitas (izq) y el x presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en una imagen de 2018. Foto: AFP El gobernador de San Pablo, Tarcisio De Freitas (izq) y el x presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en una imagen de 2018. Foto: AFP

«No están respetando al ciudadano y quien no respeta al ciudadano ni al Poder Judicial, ¿a quién va a respetar?», criticó, mientras la primera huelga que enfrenta De Freitas sumergía en un gigantesco caos a la capital del estado.

«Nos sometimos a las urnas para eso, porque prometimos modernizar y bajar el gasto, estamos trabajando para llevarle eso a la sociedad», remarcó Freitas, quien habitualmente recibe al ex presidente Bolsonaro en el Palacio de los Bandeirantes, la sede del gobierno paulista.

A la huelga se le suma la paralización que ya lleva diez días de profesores y alumnos de la Universidad de San Pablo (USP), la más prestigiosa del país y una de las «top 3» de América Latina, a raíz de que la rectoría -que depende de fondos del Gobierno paulista- suspendió concursos para contratar profesores en las carreras de filosofía, ingeniería, artes escénicas, cine y letras dejando presupuesto sin ejecutar.

Tres líneas de metro que fueron concedidas a la iniciativa privada estaban funcionando.

«Es el mejor ejemplo de que privatizar funciona», aseguró el gobernador en conferencia de prensa.

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Pulso político

San Pablo es el estado más poblado e industrializado de Brasil: tiene 44 millones de habitantes, las dos principales universidades públicas del país, el mayor parque industrial y financiero de América Latina y aporta un tercio del Producto Bruto Interno (PBI) de Brasil.

En términos políticos, la medida es una prueba para el gobernador Freitas y sus alianzas políticas de cara a las presidenciales de 2026, en las que aparece como uno de los líderes de la derecha y ultraderecha para enfrentar al presidente Luiz Inácio Lula da Silva, en caso de que intente una reelección.

El metro de San Pablo, en una imagen de archivo. Foto: XINHUAEl metro de San Pablo, en una imagen de archivo. Foto: XINHUA

Los sindicatos, con esta paralización de 24 horas, buscan la realización de un plebiscito sobre las privatizaciones.

«Queremos la realización de un plebiscito oficial sobre la privatización del metro, el tren y la Sabesp», explicó la presidenta del sindicato de los trabajadores del subte, Camila Lisboa.

A pedido del gobierno paulista, la justicia laboral obligó a los trabajadores del tren a dar servicios esenciales en hora pico. El sindicato aceptó pero puso como condición ofrecer el servicio en forma gratuita, algo que no aceptaron las autoridades gubernamentales.

El servicio de transporte de ómnibus y colectivos funciona normalmente en San Pablo debido a que dependen de la municipalidad y no del gobierno estadual.

Por otra parte, en el estado de San Pablo surgió un nuevo foco de conflicto con la paralización de los trabajadores de la tercera empresa de aviación del mundo, Embraer, ubicada en Sao José dos Campos.

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Los trabajadores reclaman que la empresa redujo los beneficios para el proyecto de carrera y sistema de jubilaciones dentro de la compañía y quieren aumentos superiores al 4% ofrecido por la patronal en los salarios.


Esta es la segunda huelga de los trabajadores ferroviarios que enfrenta Tarcísio de Freitas desde que asumió el cargo de gobernador de São Paulo.

La primera tuvo lugar en marzo pasado, cuando el principal sindicato de la categoría exigió mejoras salariales y nuevas contrataciones.



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INTERNACIONAL

El PT de Lula y la “derecha responsable”, curiosidades del realismo brasileño

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En unos pocos días, las distintas alternativas del amplio abanico del centro a la derecha brasileña se adjudicarán la mayoría de las principales ciudades en disputa en el país. Es la segunda vuelta de las municipales, un barómetro de los reales poderes políticos de la nación continente. Su importancia es significativa porque adelantan el futuro. Pero no todo es lo que parece.

Una singularidad del comicio, no la única, es que el voto a esos partidos con la excepción del Liberal de Jair Bolsonaro, es reclamado por el PT de Lula da Silva. Aún más original, el planteo llega desde lo que queda de la vieja izquierda fundacional de esa fuerza hoy muy rosada. “Frente de derecha responsable”, lo ha llamado Gleisi Hoffman, la presidente del PT, la más dura en el discurso ideológico, al punto que llegó a felicitar a Nicolás Maduro por su “victoria” pese al evidente fraude electoral chavista, e ignorando la cautela de la Cancillería y del propio mandatario. Coherente con ese radicalismo, el domingo 6 de octubre de la primera vuelta, esta polémica dirigente apareció en un reportaje de la CNN brasileña sentada con una gran estrella roja a sus espaldas. Símbolos casi desaparecidos que conviven con el pragmatismo.

Un observador recién llegado a Brasil podría sufrir vértigos con estas aparentes contradicciones, además de la extraordinaria sopa de siglas de la oferta política del gigantesco país. Un dato es que el PT no tuvo la mejor performance en la primera ronda aunque podría mejorar en la segunda, este domingo 27, si gana, por ejemplo en la muy importante Fortaleza. Lo cierto es que en una elección que incluyó la disputa en más de 5.500 municipios los petistas pasaron de 181 a 250 alcaldías. No está mal pero lejos de las 600 que llegaron a controlar en épocas no tan lejanas. Visto en la disputa de fondo con el bolsonarismo, el PL del ex presidente pasó de 4,7 millones de votos en las municipales de 2020 a 15,7 millones ahora, un aumento del 236,2%, dice el portal de Estadao. El PT, también creció, pero de 6,9 millones a 8,9 millones.

Pese a ello esta notable fuerza política que colocó cuatro presidencias en este siglo, tres de Lula y una y media de Dilma Rousseff, se autopercibe ganadora debido a las alianzas tejidas con muchos de los partidos hacia el centro y a su derecha que es el territorio en el que hoy parece sentirse más cómodo el lulismo. El riesgo de esa mutación es que su identidad se disuelva en ese espacio más bien conservador al que parece marchar con firmeza el país.

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, acompaña a su candidato a la Alcaldía de San Pablo, el diputado Guilherme Boulos. Foto EFE

El sello más exitoso en la primera vuelta no fue ni el PT ni el PL, sino una formación de centro derecha, el Partido Social Democrático (PSD). Esa estructura la fundó el ex alcalde de San Pablo, Gilbert Kassab y es un curioso aliado en distintas escalas del actual gobernante petista. Uno de sus dirigentes más relevantes, Eduardo Paes, a quien apoyó Lula, obtuvo una victoria abrumadora en Río de Janeiro, el bastión de Bolsonaro. Kassab, un hombre que vale la pena mantener en la memoria, bajo su paraguas reúne a conservadores, demócratas cristianos y liberales entre otras tribus. El PSD, además, fue uno de los operadores de la destitución de Rousseff, un proceso de impeachment que sacudió al partido y, también debido a la ineficiente gestión de esta mandataria, habilitó la irrupción inesperada de Bolsonaro y su novedad populista de ultraderecha.

Pragmatismo

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Se podría suponer que el PSD sería un adversario fatal del PT. Pero es “la derecha responsable” de la que habla Hoffman. Ese movimiento no solo está enredado con el oficialismo a nivel partidario, también ocupa carteras relevantes en el gabinete con Marcio Franca en Emprendimientos y Carlos Favaro en Agricultura. Esa imbricación tiene pasillos sumamente vistosos. Por ejemplo, la hija de Favaro, Rafaela, es la vicepresidente del PT de Cuiabá que con el candidato Lúdio Cabral busca derrotar en segunda vuelta al bolsonarista Abilio Brunini.

Lula, con extremo pragmatismo, busca afianzar la alianza con esta fuerza para intentar eventualmente buscar la reelección dentro de dos años. A cambio habrá apoyos para Rodrigo Pacheco, un dirigente relevante del PSD, presidente del Senado, con vistas a las regionales de Minas Gerais, importante estado, segundo colegio electoral nacional.

Una curiosidad adicional en estos diseños la brindó la ciudad de San Pablo, la urbe más grande y opulenta de Brasil y de la región. Allí el partido de Kassab se distancia del PT y respalda al alcalde Ricardo Nunes del Movimiento Democrático Brasileño y cercano a Bolsonaro. Lula en cambio alzó la mano del diputado y filósofo, Guilherme Boulos, de una fuerza de izquierda que también giró a la socialdemocracia, el PSOL. Ambos pasaron al balotaje del próximo domingo 27. Difícil que no gane la derecha si se suman los votos que obtuvo el alcalde que busca la reelección y los del tercero en la batalla, el ultra conservador Pablo Marçal, la novedad en el territorio político brasileño.

Esa presencia desgastó a Bolsonaro, que se movió indeciso entre uno y otro, actitud que enfureció a su grey. Posiblemente el dato más impactante fue la ruptura con uno de sus principales y ruidosos aliados, el pastor Silas Malafaia. “¿Qué clase de líder basura es este?”, se pregunta en una entrevista con Folha de Sao Paulo. “Bolsonaro fue un cobarde .. jugó en ambos sentidos”, disparó. En el trasfondo de estos litigios yace la montaña de votos que el ex presidente ultraderechista obtuvo en la elección que perdió con Lula en octubre de 2022, la mayor para un derrotado en la historia de Brasil. Según los analistas, el ex mandatario no parece exhibir la carnadura para liderar ese poder que codician multitud de dirigentes.

El pastor, por ejemplo, reivindica al gobernador de San Pablo, Tarcisio de Freitas, dirigente del derechista partido Republicanos, un ex ministro de Bolsonaro, y que marcha bien posicionado en la carrera por comandar los votos bolsonaristas y apuntar a la presidencia en 2026. Otro nombre que tampoco conviene perder de vista.

Jair Bolsonaro, en un acto en San Pablo. Foto AFPJair Bolsonaro, en un acto en San Pablo. Foto AFP

Este diseño de alianzas tiene por el momento la dificultad de mantener un status quo complejo, especialmente por el virtual cogobierno que ejerce en Brasil el Congreso, un desperfecto que ha hecho bramar a Lula desde que llegó al Planalto. Se necesita un poder que aún no está presente para desmontar el control que el Legislativo ejerce sobre una parte del Presupuesto nacional, un privilegio extravagante que no existe en ninguna otra gran economía global y que el presidente describe abiertamente como “un secuestro” del erario público.

Según la Constitución brasileña de 1988, el Parlamento tiene la potestad de participar en la elaboración de esta ley fundamental. Pero en 2015, el Congreso enmendó la Constitución para obligar al Ejecutivo a separar al menos el 1,2% de los ingresos netos anuales y pasarlos a “partidas específicas”. Gobernaba en su último tramo Rousseff. En 2019 Bolsonaro, acosado por una maraña de pedidos de impeachment en su contra, concedió un 2% adicional de los ingresos que se repartieron entre las distintas bancadas del amplio Centrao del Parlamento.

Con la convicción de que este dispositivo pavimentaba una inevitable corrupción, la Corte Suprema se lanzó a echar todo hacia atrás. Pero los legisladores resistieron desde sus trincheras, incluso autorizando subvenciones con mecanismos cargados de picardías.

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El Supremo multiplicó su presión, y últimamente Arthur Lira, el titular de Diputados, la Cámara de mayor poder y militante del derechista Partido Progresista (PP), propuso otra atrevida enmienda constitucional: permitiría al Congreso modificar o revocar fallos del alto tribunal, es decir disciplinar y subsumir al otro poder republicano.

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