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Sobrevivir a la sangrienta guerra civil que nadie mira: la odisea de los que huyen del horror en Sudán

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La mañana del 14 de febrero de 2024, cuando muchos amanecían en sus casas festejando San Valentín, Eliaf vivió una verdadera pesadilla. A sus 27 años lleva una cicatriz que marcará su vida para siempre: aquel día, hace 8 meses, le dispararon a traición mientras atendía a mujeres en el Hospital Maternal de El Fashersu, en Sudán. Hoy, al recordarlo, su voz se quiebra. Y llora.

Su nombre completo es Eilaf Mohamed Abdulrahman Adam, pero sus amigos la llaman Gumball, por el dibujo animado de Cartoon Network. Es doctora y se preparó toda la vida para recibir vidas, pero el destino la obligó a tener que salvar la suya. “¿Cómo haré para sobrevivir acá?”, pensó mientras sostenía un paño con su propia sangre. La bala que le disparó a traición un miembro de la Fuerzas de Acción Rápida (FAR) había abierto una herida al rozar su cuerpo.

Esa mañana, las FAR de Sudán – el país africano que sufre una sangrienta guerra civil- atacaron el hospital mientras algunas mujeres daban a luz y otras se atendían tras ser víctimas de abusos. Sexuales y físicos. En tiempos de combates armados, los sudaneses las utilizan como instrumento de guerra. No hubo ningún reparo en que se trataba de un hospital maternal. El grupo paramilitar mantiene desde hace un año y medio un salvaje enfrentamiento con el ejército sudanés que ya se cobró 15 mil vidas.

Eliaf estuvo un mes y medio internada en ese mismo hospital, que estaba en ruinas tras los continuos ataques. Piensa que es un milagro estar conversando con Clarín en este momento. No sabe bien por qué se salvó, pero aún no era su momento de morir. Cuando el dolor del disparo comenzó a calmarse y la situación en Darfur del Norte a complicarse, la joven empezó a planificar lo que luego sería su huida de Sudán.

Escapar fue más doloroso que el disparo en sí. Fue toda una aventura tener que marcharme de El Fasher porque la ciudad estaba completamente tomada por las FAR. Tuvimos que arriesgar nuestras vidas. Ellos están dispuestos a disparar en cualquier momento” sintetiza la sudanesa, que atravesó cuatrocientos agobiantes kilómetros hasta llegar a la frontera con Sudán del Sur, el país más joven del mundo.

Eilaf Mohamed Abdulrahman Adam tras huir de la guerra en Sudán

Darfur del Norte es uno de los 18 estados que conforman el territorio sudanés. Tiene una población estimada de un millón y medio de habitantes y su territorio ocupa una superficie cuya extensión es comparable con la de Italia.

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«Es la peor guerra de la historia de la humanidad. Es incluso peor que la actual guerra en Rusia porque a diferencia de lo que ocurre en Ucrania, acá no hay noticias. Nadie habla de nosotros. No hay prensa, no hay medios y entonces nadie sabe ni se imagina la violencia que están recibiendo los sudaneses», cuenta.

Al igual que Eliaf, 8 millones de sudaneses lograron huir de las balas. Algunos al norte, otros al sur. Y otros pudieron llegar a la frontera en Sudán del Sur después de pasar por 17 controles y violentos interrogatorios.

Tras varios meses de infierno, Eilaf Mohamed Abdulrahman Adam sonríe con agua potable y una nueva vida en UgandaTras varios meses de infierno, Eilaf Mohamed Abdulrahman Adam sonríe con agua potable y una nueva vida en Uganda

A diferencia de otros conflictos donde los desplazados llegan a países con una gran infraestructura, en África el remedio puede ser peor que la enfermedad. Cruzar a Chad, Sudán del Sur y Egipto no termina la pesadilla: muchos sudaneses terminan en campos de refugiados que tienen las mismas condiciones deterioradas que Sudán.

La joven Eliaf se toma una pausa para continuar con su relato. Si bien su inglés es casi perfecto, no encuentra palabras para describir las atrocidades que vio durante estos 18 meses de guerra y específicamente sobre cómo están sufriendo las mujeres.

“Violaciones, traumas, no puedo ni contarte las cosas que vi en el hospital y el nivel generalizado de violencia que están sufriendo las mujeres allá. El blanco de esta guerra son ellas. No sé por qué, pero son violadas y forzadas a dejar sus vidas atrás”

Desde Uganda, país que la acogió desde su desplazamiento, conoció la historia de otro valiente joven sudanés como ella.

Una refugiada sudanesa resiste en un refugio ubicado en Darfur del Norte. Foto:. ReutersUna refugiada sudanesa resiste en un refugio ubicado en Darfur del Norte. Foto:. Reuters

El 20 de junio, tres meses después de la odisea de Eliaf, llegó el momento de Mohamed Zakaria. El joven fotoperiodista de 29 años estuvo cubriendo la guerra para la BBC, cadena estatal de medios de Gran Bretaña. Apasionado como cualquier aficionado a su trabajo, Mohamed juró no huir hasta que el conflicto no cesara. Pero un día, después de ser testigo de una sangrienta masacre en la puerta de su casa, decidió escapar. Le entregó su equipo fotográfico a su mejor amigo sin saber si sus caminos volverían a cruzarse.

Su cuerpo ya no es el de siempre. No al menos desde el día que las FAR dispararon fusiles contra su casa. El fotógrafo tiene heridas de ametralladora que aún le duelen. Su hermano, por ejemplo, perdió un ojo. Ese día -que aún recuerda exactitud- estaba camino al hospital cuando sufrió un nuevo ataque que culminó con la vida de 5 personas. A pesar de su estado crítico, pudo ver nítidamente como morían. Otras 19 resultaron heridas.

Mohamed Zakaria, fotoperiodista sudanés, escapó de la guerra en Sudán tras una odisea de 23 días.Mohamed Zakaria, fotoperiodista sudanés, escapó de la guerra en Sudán tras una odisea de 23 días.

“No podía moverme ni trabajar. Ya no soy el de antes. Me costó tomar la decisión de escaparme, pero cuando vi que mi familia ya había llegado a Chad decidí que también tenía que arriesgarme. Quedarme en El Fasher era igual que quedarme sentado esperando la muerte. Los que no pueden, ni quieren irse construyeron trincheras en sus casas” confiesa Zakaria.

El fotoperiodista consideró que viajar a Chad suponía un riesgo mayor que dirigirse hacia la frontera con Sudán del Sur. Su odisea también incluyó violentos interrogatorios por parte del Ejército sudanés que pudo justificar con su gran amor: la fotografía. En cada uno de ellos se excusaba diciendo que estaba trabajando y retratando la guerra.

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Montasser Abdel Rahman, un niño de 13 años que perdió su brazo derecho. Foto: ReutersMontasser Abdel Rahman, un niño de 13 años que perdió su brazo derecho. Foto: Reuters

No son muchos los fotógrafos que están cubriendo la masacre de Sudán. La prensa está imposibilitada de ingresar al país, al igual que la ayuda humanitaria. Lo máximo que pueden intentar es llegar hasta las respectivas fronteras.

Osman Mohammed, de 10 años, en un campo de refugiados. ReutersOsman Mohammed, de 10 años, en un campo de refugiados. Reuters

Luego de varios días viajando en auto junto a su primo Muzamil, Mohamed se vio obligado a dejar su cámara de fotos y su equipo completo en uno de los campos de refugiados. Agarró las memorias y su celular, los escondió en un papel y continuó viaje. Sus herramientas básicas de trabajo eran consideradas un peligro por las FAR, la otra fuerza combatiente.

Me vi obligado a eliminar casi todo lo que tenía mi celular, desde mensajes hasta aplicaciones, por si me revisaban” le cuenta a Clarín el joven, que vivió momentos de máxima tensión en uno de los tantos interrogatorios cuando le encontraron su página de Facebook con mensajes en contra de la guerra. Acusado de ser un espía, Mohamed tuvo que desembolsar una gran cantidad de dinero para que lo liberaran.

Veintitrés días duró la odisea de Mohamed hasta llegar junto a su primo a la casa de su tío en Uganda. Allí comenzó una nueva vida alejado de los disparos, las masacres, los interrogatorios y las violaciones. Ahora vive en un hostel en Kampala, capital de Uganda.

Ni él ni Eliaf se darán por vencidos. Ambos están manejando una cuenta en redes sociales (@voicesofdarfur) por la cual buscan visibilizar los crímenes de guerra que ocurren en Sudán, la tierra de sus amores a la que pronto esperan volver.

Enviada especial a Sudán

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La guerra en Oriente Medio: la Unión Europea se reúne con los países del Golfo Pérsico para impulsar un alto el fuego

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La Unión Europea es invisible en Oriente Medio, aunque se esté jugando en la región el estallido de crisis que pueden ponerla de rodillas. La división europea, con una Alemania que sigue a pies juntillas el dictado estadounidense, una Italia que con Meloni no termina de encontrar el sitio, una Francia preocupada por su antiguo protectorado libanés y una España que exige ya sanciones comerciales contra Israel, llevan al bloque a no pesar nada en un momento gravísimo en el que las cancillerías temen una guerra generalizada si estallan las hostilidades entre Israel e Irán.

Mientras las tropas israelíes atacan esporádicamente a los cascos azules, la mayoría italianos, franceses y españoles, impotentes ante el fuego cruzado entre Israel y el Hezbollah libanés, la voz de Europa es inaudible. O, como dice el canciller luxemburgués Xavier Bettel, “nadie nos escucha, somos confeti”.

Los europeos se reúnen con los países del Golfo Pérsico este miércoles en Bruselas en la previa de una cumbre europea de dos días centrada en migraciones. Habrá, coinciden las fuentes diplomáticas consultadas, acuerdo para pedir un alto el fuego, más ayuda humanitaria y repetir que la única solución a largo plazo entre Israel y Palestina es la solución de los dos Estados. Nada más. Los 27 se dividen en dos asuntos. El primero es hasta dónde puede llegar Israel en sus represalias contra Hamas y Hezbollah.

Algunos creen que simplemente se está defendiendo. Otros que Israel viola el Derecho Internacional Humanitario bombardeando a civiles. Mientras Alemania anuncia que reanuda el envío de armas a Israel, Francia y España piden que nadie más las envíe. El español Pedro Sánchez, apoyado por irlandeses y belgas, cree que es hora de poner sobre la mesa la suspensión del acuerdo comercial entre la Unión Europea e Israel.

Soldados del ejército libanés junto a un automóvil destruido en el lugar del ataque aéreo israelí del lunes en la aldea de Aito, en el norte del Líbano. Foto AP

Europa pesa en Ucrania porque, salvo en el caso de la Hungría del ultranacionalista Viktor Orban, está unida en su apoyo a Kiev. Porque es europea la mayor parte de la plata que evitó que Ucrania fuera ya al default y porque son europeas al menos la mitad de las armas que han permitido a los ucranianos resistir la presión rusa, cada vez mayor. Pero Europa arrastra los pies. La última gira europea del presidente Volodimir Zelenski acabó con malas caras. Las promesas de hace meses no se cumplen, las armas llegan tarde y en menor cantidad.

Si estalla una guerra generalizada en Oriente Medio, con dos potencias regionales como Israel e Irán en la conflagración, los europeos pueden ver otra llegada masiva de migrantes justo cuando la ultraderecha lleva años calentando el ambiente contra ellos. También otra crisis energética, ahora que consiguió volver a controlar la inflación por debajo del 2% anual. De las últimas guerras en Oriente Medio surgieron las semillas que acabaron en atentados terroristas en Madrid, París, Bruselas o Londres.

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Un diplomático europeo explicó el martes que “uno de los objetivos de la cumbre con el Consejo de Cooperación del Golfo es evitar una conflagración general”. Son palabras, porque de esa reunión del miércoles no saldrá más que un comunicado. Si es que sale, porque al cierre de esta nota seguía negociándose una declaración común que todavía estaba lejos.

Decía Bettel el lunes que “cada vez es más difícil ponerse de acuerdo sobre lo que es aceptable y lo que no”, después de que algunos de sus homólogos se negaran a condenar a Israel por haber atacado a soldados europeos de la misión de Naciones Unidas en Líbano. El veterano Josep Borrell, canciller del bloque hasta el 30 de noviembre, cuando ceda el testigo a la ex primera ministra estona Kaja Kallas, cuyas prioridades primera, segunda y tercera son Rusia, Rusia y Rusia, intentaba esta semana poner de acuerdo a los cancilleres.

El diplomático había dicho en Nueva York el pasado 27 de septiembre: “El poder es cuestión de recursos. Pero también es una cuestión de determinación. Y la determinación es ante todo la expresión de un instinto: el instinto de poder. El instinto de poder nace de un sentimiento de peligro, de amenaza y de miedo. Mientras el peligro es real y la amenaza no se materializa, el poder sigue siendo más o menos un concepto abstracto. Pero cuando empiezas a sentir el calor, las cosas cambian. Sólo se empieza a pensar en términos de poder duro cuando se siente el calor, no antes”. Europa todavía no siente ese peligro.

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