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INTERNACIONAL

Trasfondos de una elección histórica: La Venezuela de Nicolás Maduro y después

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El régimen chavista, entre muchos otros problemas, confronta este domingo quizá el más significativo, su finitud. Un desenlace que amenaza suceder de la mano de dos virtuales outsiders convertidos de manera inesperada en los probables verdugos de un cuarto de siglo de brutal régimen autoritario.

María Corina Machado es quien dirige con puño firme la oposición aupada con un respaldo que reconoce pocos precedentes. Pero ha sido en el reciente pasado un factor minoritario y extremo sin un rol decisorio entre la constelación de las organizaciones tradicionales que han enfrentado a la autocracia venezolana.

Las fallas de esa partidocracia hoy gravemente debilitada es lo que explica el surgimiento y consolidación de ese liderazgo alternativo. Edmundo González Urrutia, el candidato presidencial del arco opositor para estas elecciones, es un outsider total, opositor, pero sin pasado político o militancia.

Fue postulado como tercera alternativa tras la represión chavista que anuló con trampas legales a toda la dirección opositora, incluyendo a la propia Machado y bloqueó a la docente Corina Yoris, que la ex diputada intentó poner en su lugar.

Un probable final de época en Venezuela, como anticipan las encuestas, generará un movimiento tectónico en toda la región, particularmente en Cuba encerrada en su propia pesadilla económica, política y social. Pero esa posibilidad de una caída desde el poder estuvo siempre ausente en el registro de este modelo autoritario. Hugo Chávez afirmaba que su “revolución” iba a existir por cien años y su discípulo, Nicolás Maduro, aunque mucho menos mesiánico suscribió acuerdos con compromisos con sus pocos aliados internacionales que llegan hasta bien entrada la década de 2040.

Hay rastros previos de esa persistencia. Cuando en diciembre de 2015 la oposición arrebató sorpresivamente el control del Parlamento con un voto popular masivo como el que parece venir ahora, el régimen demolió ese Poder, inventó una Asamblea Constituyente que creaba leyes operando dentro del propio Legislativo y hasta otorgó esos atributos a su Corte Suprema.

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Partidarios del opositor, Edmundo González y de María Corina Machado marchan en Caracas. Foto Reuters

Tuvo éxito. El régimen acabó convirtiendo en harapos aquella potente dirección disidente, que luego se involucró en prácticas suicidas como un abstencionismo encabezado entre otros con su énfasis conocido por la propia Corina Machado que licuó de oposición al nuevo legislativo. Consecuencias de eso, en 2018 Nicolás Maduro se otorgó una victoria aplastante en su primera reelección pese a un ausentismo extraordinario y con la mayoría de la oposición inhabilitada, judicializada u obligada a huir del país.

Ese comicio fue el fraude más grotesco del régimen, solo comparable al de la votación de aquella Asamblea Constituyente en 2017 que fue manipulada al extremo que Smartmatic, la empresa a cargo del sistema electrónico, denunció en Londres un abrumador amontonamiento de sufragios inexistentes.

Uno de los peores errores estratégicos

A partir de ahí otra vez la oposición quedó desencuadrada, y el Movimiento de Unidad Democrática (MUD), que era la coalición que vinculaba con coherencia a una treintena de partidos tradicionales, terminó por desintegrarse con el invento precario de la presidencia interina de Juan Guaidó, uno de los mayores errores estratégicos en la batalla contra el chavismo.

Maduro adelantó esta votación prevista originalmente para diciembre, en la suposición de que aquel escenario de desmadre se repetiría ahora y con mayor intensidad facilitando el camino a una nueva reelección. Fue un mal cálculo. Esta vez las cosas se anuncian diferentes. La mayoría de la población le dio efectivamente la espalda a los partidos de la oposición mayoritaria facturándoles el oportunismo y las promesas incumplidas y acabó abrazándose a Machado por su consistencia férrea contra el régimen y, por su intermedio, al desconocido González.

En las bases de esta rebelión se enfilan tres grandes corrientes. Están los votos tradicionales del antichavismo, los independientes que no se involucraban, pero la crisis los llevó a apostar por el cambio y “un enorme sector del chavismo desencantado con Maduro”, explica a esta columna Jesús Chuo Torrealba, el ex secretario general de la MUD.

Esa concentración de expectativas explica que los sondeos constaten una ventaja significativa, muy difícil de ocultar y menos de manipular el domingo si se verifica. El escenario que explica esta consecuencia es trasparente. Hay un claro agotamiento tras un cuarto de siglo de autocracia e ineficiencia que dejó un país con un océano de pobres y el Estado corrido de sus funciones.

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A ese fenómeno se suma el durísimo ajuste llevado adelante por el régimen que logró reducir la inflación y desembocó en la actual dolarización desordenada de Venezuela, pero con la consecuencia de una concentración de niveles brutales del ingreso entre los amigos del régimen que manejan la apertura de la economía.

Si los resultados le dan la victoria, la oposición en su mayoría defiende una salida de amplio espectro para el régimen, con alguna clase de amnistía y la intermediación de EE.UU. para garantizarla. Un antiguo modelo que también se esgrimió en 2015. “Puerta de oro” lo llamó hace años con cierta ironía en una charla con este cronista el líder del socialdemócrata AD, Henry Ramos Allup. La consigna de que “no habrá venganza”, que repiten Machado y González, suena con ese eco. Pero las cosas posiblemente no estén tan definidas.

El presidente Nicolás Maduro en un acto en Caracas. Foto APEl presidente Nicolás Maduro en un acto en Caracas. Foto AP

Aunque el riesgo de trampas existe por aquel síndrome de la eternización y las diferencias internas que experimenta el oficialismo, la autocracia, en principio, parecería dispuesta a aceptar la derrota, según anticipó el hijo de Maduro, Nicolás Maduro Guerra, personaje influyente en la nomenklatura: «Si gana Edmundo González nos vamos a la oposición», sostuvo. Lo mismo sugirió el ministro de Defensa y ex jefe de las FF.AA., el general Vladimiro Padrino López, de enorme peso en el gabinete.

La oposición intuye también ese sendero. No son concesiones. Como señala Torrealba, lo que seguiría es una negociación muy dura y en la que el chavismo entraría con una posición de fuerza. “Se iría efectivamente a la oposición, pero lo haría con con el control de casi toda las gobernaciones, dos centenares de alcaldías, el control sobre el alto mando militar, el Legislativo y el Tribunal Supremo de Justicia. Además la relación con grupos no estatales que controlan territorios como el arco minero del Orinoco”.

La noción de que ese “portal de oro” de la ironía de Allup repita el formato de la transición chilena o la de España como siempre ha aspirado la oposición, puede chocar con lo que pretende el madurismo. El plan B que contemplaría el régimen es un desarrollo semejante al Acuerdo de Esquipulas II, alertan desde la oposición. Aluden al tratado que se puso en marcha en Nicaragua cuando Violeta Chamorro ganó la presidencia desplazando al sandinismo.

Después de un muy duro debate interno “los sandinistas acabaron entregando la presidencia, pero manteniendo el control de las FF.AA, la policía y otros grandes espacios de poder. Es el diseño que tiene Maduro y los suyos en la cabeza ”, señala Torrealba, que supone que el régimen no evitaría la entrega del poder precisamente por esa perspectiva. Es claro que el chavismo esta más aislado que antes, en crisis con Brasil y Colombia, entre otros. Un fraude sería imprevisible, también internamente.

El ala más dura del régimen, que encabeza el ex capitán del ejército Diosdado Cabello, en notorio silencio en esta campaña, estaría en contra de aquellos tejidos. Planteaba, en cambio, repetir el modelo de Nicaragua, pero no el de las negociaciones con el sandinismo, sino el que construyó la actual dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Ese dúo autoritario arrestó a los principales dirigentes de la oposición, en primer lugar Cristiana Chamorro Barrios, la hija de Violeta y amplia favorita –como ha sido Corina Machado en Venezuela- para ganar las elecciones presidenciales de noviembre de 2021 en ese país.

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Ortega arrasó literalmente con toda la disidencia incluyendo a sus propios ex compañeros de armas en la lucha contra la tiranía de los Somoza. Les quitó la nacionalidad, los expulsó a Estados Unidos y, por supuesto, en el simulacro de esos comicios, la dupla ganó ampliamente.

Ese espectro ya no podría corporizarse en Venezuela. Maduro se contuvo para no espantar a la colonia de inversionistas petroleros y mineros que han tomado los principales hoteles de Caracas. Pero claramente no ha sido ni será el único fantasma a exorcizar en esta atribulada comarca caribeña .

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INTERNACIONAL

Elecciones en Ecuador: por la violencia narco y el deterioro económico, el nuevo gobierno enfrentará la peor crisis en medio siglo

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Pese a la sangrienta guerra del narcotráfico, el desplome de la economía y una aguda crisis energética, los ecuatorianos se muestran optimistas sobre el futuro de su país tras las elecciones del domingo.

Los últimos años han sido brutales y caóticos para Ecuador, una pintoresca nación andina de unos 18 millones de habitantes que llegó a ser bastión de estabilidad en una región convulsa.

Los cortes de electricidad provocados por una histórica sequía han sumido al país en la oscuridad. La violencia alimentada por el narcotráfico ha provocado el asesinato de un candidato presidencial, el control de las cárceles por parte de bandas criminales y el asalto de un canal de televisión por hombres armados mientras sus periodistas transmitían en directo.

Pero una encuesta publicada en diciembre por la firma local Comunicaliza mostró que más del 50% de los votantes cree que su país estará mejor este año.

«¿Por qué?», se preguntan analistas, menos optimistas.

El futuro presidente enfrentará múltiples desafíos.

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«Ecuador está en un momento muy difícil, creo que en la peor crisis desde que regresamos a la democracia» hace casi medio siglo, asegura Leonardo Laso, analista político.

Dolarizado, con estratégicos puertos en el Pacífico y encajonado entre los dos mayores productores de cocaína del mundo -Colombia y Perú-, Ecuador se ha convertido en un paraíso narco.

«En Ecuador operan las mafias albanesas y balcánicas, la Ndrangheta italiana y las mafias turcas», afirma Douglas Farah, consultor de seguridad y analista de América Latina.

«Y ahora tienes bandas locales como Los Lobos y los Choneros, que luchan por el territorio, para poder mover el producto a través de Ecuador hacia sus nuevos compradores en Europa y en Asia», agrega.

Violencia de todo tipo

Esta transformación ha dejado niveles récord de asesinatos, extorsiones y secuestros, que han sobrepasado las capacidades de la fuerza pública.

Miembros del Ejército patrullan las calles del barrio de Guamani, en el sur de Quito. Foto AFP

Los ecuatorianos «nunca habían sufrido este tipo de violencia», afirma Farah. «Se están viendo azotados por un fenómeno totalmente nuevo para el que no están preparados en absoluto».

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La respuesta de Noboa ha sido desplegar las Fuerzas Armadas, detener a los líderes de las bandas e interceptar los envíos de cocaína, cuando ha sido posible.

El mandatario ha dado a la población la sensación de que se está haciendo algo, aunque pocos expertos creen que sea una estrategia de éxito a largo plazo.

Alternativas como fortalecer la fuerza pública y los servicios sociales, reformar las prisiones y generar empleos cuestan tiempo y dinero. Ecuador tiene poco de ambos.

En la nación sudamericana, las carreteras e infraestructuras que en su día fueron la envidia de la región, hoy empiezan a verse deterioradas.

«Es muy probable que la economía se contrajera el año pasado», dice el economista Alberto Acosta Burneo.

El analista culpa en parte a los apagones a lo largo de 2024, causados por una sequía que afectó a la generación hidroeléctrica, y que provocaron el cierre de negocios.

Pero los expertos también señalan a la falta de inversión.

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Tras más de una década de gasto sin los ingresos de la bonanza de los precios del petróleo, que en su momento llenaron las arcas del Estado, la deuda pública se sitúa ahora en torno al 57% del PIB, según el FMI.

Recientemente, Noboa acudió al FMI para solicitar un salvavidas financiero. Pero es probable que haya más recortes, pues el país sigue teniendo dificultades para obtener préstamos baratos en los mercados de renta fija debido a la escasez de reservas y a más de una decena de impagos recientes.

La situación de seguridad ha agravado los problemas económicos del país, ahuyentando a visitantes e inversores. «No hay turistas, no hay clientes», dice María Delfina Toaquiza, una artesana indígena de 58 años con un puesto en una colina con vista al casco antiguo de Quito.

Para Laso la dura ofensiva militar de Noboa para abordar el problema de las drogas también ha dañado la imagen del país.

«Sale con chaleco antibalas y casco, declara el estado de excepción, cerró las fronteras con las elecciones por un potencial problema que pueda darse. Y él, cuando hace esas declaraciones tan duras (…) anula toda posibilidad de inversión», asegura.

Por si fuera poco, el nuevo presidente también deberá sortear a su homólogo estadounidense Donald Trump, sus deportaciones y amenazas de aranceles.

Noboa ha accedido a ayudar con las deportaciones de Estados Unidos, pese a que los migrantes envían unos 6.000 millones de dólares al año a Ecuador. Cualquier disminución de esas remesas se sentiría profundamente.

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«La migración era como una válvula de presión para la economía, que ahora está bloqueada debido a las políticas de Trump», dice Acosta Burneo.

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