SOCIEDAD
¿Qué significa acumular ropa en la silla según la psicología?

En muchos hogares, es común ver una silla llena de ropa: una campera que se dejó ahí al llegar, una remera que se usó por poco tiempo y no se guardó, o simplemente prendas que no se sabe dónde colocar. A simple vista, este comportamiento puede parecer solo un pequeño desorden, pero según la psicología, acumular ropa en una silla puede revelar mucho más sobre nuestro estado emocional y mental de lo que creemos.
1. Procrastinación y estrés
Una de las explicaciones más frecuentes de este hábito tiene que ver con la procrastinación. La psicología cognitiva sugiere que, cuando estamos abrumados por compromisos y pensamientos, las tareas más simples pueden convertirse en un obstáculo difícil de enfrentar. El simple acto de guardar una prenda se vuelve una tarea que posponemos una y otra vez. “Lo hago después”, decimos, pero ese “después” nunca llega, y la silla termina siendo un depósito para ropa que nunca atendemos.
Este comportamiento puede estar relacionado con altos niveles de ansiedad y estrés. La procrastinación, aunque sea en tareas mínimas como ordenar la ropa, se vincula con un cerebro sobrecargado que necesita descanso. A veces, el desorden se acumula en nuestra vida física de la misma forma en que se acumulan pensamientos y emociones sin resolver en nuestra mente.
2. El desorden externo como reflejo del caos interno
El desorden en la silla no es solo un signo de pereza. Muchas veces, es una señal de alarma: cuando nuestro mundo interno está desorganizado, el entorno comienza a reflejar esa confusión. Si volvemos de un día largo de trabajo o estudios agotados, la última energía que nos queda no se dedica a ordenar. El cansancio mental y físico nos lleva a dejar las prendas en la silla, donde esperan sin ser atendidas.
Este comportamiento refleja, a veces, un estado emocional complicado, donde el entorno desordenado es una extensión del malestar psíquico. Al no tener energía para enfrentar las pequeñas tareas cotidianas, el desorden se convierte en una forma de evasión.
Leé también: Qué significa tener la tele prendida todo el tiempo, según la psicología
3. Hábito adquirido o rutina
Por otro lado, puede que el acumular ropa en la silla sea simplemente un hábito. Algunas personas crecen en ambientes donde el orden no es una prioridad y, por ende, el desorden se vuelve una rutina aceptable. La silla, en este caso, cumple un rol funcional, un punto medio entre el caos y la comodidad, sin generar una sensación de culpa por el desorden.
No siempre el acumular ropa en la silla es signo de problemas emocionales; puede ser que, en el día a día, la falta de tiempo o el cansancio haya convertido este acto en un comportamiento tan natural que no se le da más importancia.

4. Un espacio intermedio: entre el caos y el orden
Finalmente, para algunas personas, la acumulación de ropa en la silla es solo una cuestión de funcionalidad. No es que exista un conflicto emocional o mental detrás de este comportamiento, sino que es simplemente un atajo práctico. La ropa que se usó y se va a usar nuevamente no se guarda inmediatamente, sino que queda sobre la silla, esperando ser utilizada otra vez.
Este acto no está relacionado con la procrastinación o el estrés, sino con una rutina que se adapta al día a día, donde el orden perfecto no es una prioridad, pero sí lo es la practicidad.
Psicología, ropa, hogar, desorden, TNS
SOCIEDAD
De niño miraba el cielo para hablar con su madre muerta y 30 años después recuperó su voz: “Ahora sé que me quiso de verdad”

Cuando era pequeño, Juan Manuel Atondo (36) hacía siempre la misma pregunta al salir del jardín: “¿Por qué no me viene a buscar mi mamá? ¿Dónde está mi mamá?”. Tenía “tres o cuatro años” y aún no sabía que ella había muerto de cáncer cuando él tenía dos. Su papá —viudo a los 40— evitaba el tema y trabajaba todo el día. Quien lo retiraba del jardín era la mujer que limpiaba en su casa.
Durante más de treinta años, Juan Manuel convivió con ese vacío, un vacío que solo conocen aquellos que perdieron a una madre o a un padre en la infancia. No tenía ningún recuerdo propio de su mamá.
Esa sensación lo acompañó hasta 2022, cuando, en plena refacción de la casa familiar, encontró unas cajas viejas en el altillo del quincho. Al abrirlas, apareció una carta escrita a mano por su madre y un video en formato VHS donde la escuchó por primera vez en su vida. La vio moverse, reír y jugar con él. “Yo sabía que mi mamá me había querido, pero jamás lo había podido sentir. Ahora sé que me quiso de verdad”, le dice a Infobae.
Desde Leipzig, la ciudad alemana donde se instaló en mayo de 2025 junto a su pareja, cuenta cómo fue ese hallazgo, la señal que tuvo unos meses antes y la historia detrás de su nombre.
El niño que hablaba mirando hacia el cielo
Juan Manuel nació el 18 de julio de 1989. Su madre, Graciela Parón, falleció en 1991, una semana después de que él cumplió dos años. “Tenía cáncer de mama. Lo ocultó y cuando se lo diagnosticaron ya era irreversible”, cuenta.
La muerte ya se había hecho presente en la familia Atondo. Su papá, Raúl Alcides, había perdido a sus propios padres y, en 1993, a un hermano Omar, un reconocido futbolista de Junín. La seguidilla de duelos fue tan dura que las tías del niño se ofrecieron a adoptarlo, convencidas de que podían darle una vida más estable. Raúl, que había envejecido de golpe —“Se llenó de canas: era un copo de nieve”, dice Juan— se negó: quería criarlo él.
Aun así, Juan asegura que tuvo una infancia feliz. “Hice mucho deporte. Mi viejo me lo inculcó desde muy chiquito. A los cinco o seis empecé a jugar al básquet”, recuerda. Para ese entonces, él y su papá ya se habían mudado a la localidad bonaerense de Adrogué, en zona Sur.
Fue en esos años cuando su padre, sin vueltas, le contó lo que había pasado con su madre. “Me explicó lo que era la muerte, cuando una persona deja de respirar. Cómo él era muy religioso, me contó acerca del alma y me dijo que si quería hablarle a mi mamá, mirara el cielo, que ella iba a estar ahí”, dice. Juan lo intentó más de una vez. Recuerda un campamento del colegio: se apartó del grupo, se sentó bajo un árbol y miró las estrellas tratando de comunicarse con ella. “Desistí porque no me contestaba”, cuenta ahora.

Lo que no se decía
Juan creció sabiendo que había preguntas que su papá prefería esquivar. Si sus inquietudes tenían que ver con cómo había conocido a su mamá o cuánto tiempo habían estado de novios, Raúl respondía sin problemas. Pero cuando las preguntas avanzaban hacia la enfermedad, el hombre se cerraba. “Trataba de evitarlo”, resume Juan hoy.
La familia materna podría haber sido un refugio para esas respuestas, pero ese lazo estaba roto. Su papá se había distanciado de todos, convencido de que no habían acompañado lo suficiente durante el tratamiento y porque le debían un dinero que nunca volvió. Pasaron años hasta que Juan recibió un mensaje por Facebook de su tía Iris, la hermana menor de Graciela.
Ese reencuentro, a sus 19 años, le devolvió piezas que no sabía que necesitaba: fotos, anécdotas, libros y un abrigo de piel que todavía conserva. Recién entonces supo, por ejemplo, que Graciela había trabajado como vendedora de zapatos, que le gustaba la moda y que solía hacerse pequeñas producciones de fotos en las que su esposo hacía de fotógrafo. Fue su primer acercamiento a la mujer a la que no recordaba.
“A pesar de que yo tuve mamá hasta los dos años, como no la recuerdo, nunca pude hacer un duelo”, dice. Con su padre fue distinto. “Cuando falleció mi viejo, la vida me pegó un cachetazo. Mi viejo era todo”.

El hallazgo
Raúl Atondo murió el 10 de noviembre de 2022. Meses después, en febrero de 2023, Juan volvió a la casa familiar de Adrogué. Vivía en Banfield, pero necesitaba estar ahí: había adoptado a Cleo —una perra que llegó un mes antes de que su papá falleciera— y quería refaccionar la vivienda para alquilarla e irse del país. Hacía tiempo que pensaba en emigrar, pero se había quedado para acompañar a su papá, que estaba delicado de salud.
Antes del hallazgo, Juan había vivido una situación inexplicable. En un McDonald’s, la pareja de uno de sus primos de Junín —una mujer que no lo conocía y que se presentó como médium— le dijo que había “más cosas” de su mamá que él todavía no había encontrado. Él no le dio importancia en ese momento, pero la frase quedó dando vueltas.
La carta apareció mientras refaccionaba el quincho, un espacio grande con un altillo lleno de objetos acumulados: herramientas, restos de la mercadería que su papá vendía y cajas que nadie había vuelto a abrir. Entre esos montones vio un folio con papeles, fotos y algo más: “Empecé a revisar y encontré una carta escrita por mi mamá. Fue el primer contacto real que tuve con ella”.
Al leerla, se quebró. “Lloré como un condenado”, admite. La hoja, fechada el 17 de mayo de 1989, había sido escrita por Graciela desde la oficina de su esposo, embarazada, hablándole al hijo que estaba por nacer. Le contaba cómo lo esperaba, por qué había elegido sus nombres —Carolina si era nena, Juan Manuel si era varón— y detallaba que el suyo lo había tomado de Juan Manuel de Rosas, “un nombre con fuerza”, según escribió ella. Cerraba con un “Te queremos mucho” que él nunca había escuchado de su propia madre. “Saber por qué me llamo Juan Manuel es un montón. Y ver escrito ‘Te quiero mucho’ me pegó muchísimo. La leía así —dice, extendiendo los brazos— porque si la acercaba iba a empaparla con mis lágrimas”.

“Ahora sé que mamá me quiso de verdad”
Después de leer la carta, Juan volvió a hablar con la médium. Ella le dijo que lo que había encontrado era “una carta de bienvenida al mundo” y que, para que su mamá “fuera libre”, él debía escribir una despedida. Juan lo hizo: le dijo que había crecido, que era un hombre hecho y derecho, que si alguna vez la necesitaba la iba a llamar, pero que quería que ella estuviera tranquila. Leyó esa carta en voz alta, encendió una vela, la quemó y arrojó las cenizas en una planta. “Creció un montón”, dice.
El video en formato VHS, si bien había aparecido en simultáneo, se demoró en verlo porque lo mandó a digitalizar. “Volví con un pendrive, puse play y apareció mi vieja… No podía parar de llorar”, cuenta. “Era ese nene de dos años que no había tenido a su mamá. Le ponía pausa, rebobinaba”.
En uno de los videos ella juega con él en la cama, grita, lo hace reír. Juan —“gordito y feliz”— salta como puede sobre el colchón. En otro, ella lo está amamantando. También aparecen personas que él no llegó a conocer: los abuelos paternos, fallecidos antes que su mamá. “Mientras iba armando recortes, porque el video dura más de una hora, se los mandaba a mi tía. ‘Mirá lo que encontré’, le decía. ‘Ahí aparecías vos de joven’”. Después se lo mostró a Laura, su novia, y a su mejor amigo, Alejo. “Andaban todos recontentos. Hay mucha gente que perdió familiares y no recuerda la voz. Yo soy un afortunado”, dice.
Según Juan, después de ver esas imágenes, cambiaron muchas cosas en su interior: “Hubo una respuesta que siempre necesité, que era saber si mamá me había querido. Yo lo sabía, pero jamás lo había podido sentir porque era un bebé. Ahora sé que me quiso de verdad. Vi cómo me jugaba, cómo me sostenía y me alimentaba… Me hizo muy feliz”. También encontró parecidos. “Los rasgos finos de la cara son de mi vieja. El color, la nariz, las pestañas. Después, lo grueso, es mi viejo. La altura, el pelo… todo eso es mi viejo”.

Hoy Juan vive en Leipzig, Alemania. Se mudó en mayo de 2025 junto a Laura —una alemana quince años menor que él, a quien conoció en un viaje a Nueva York—. Ella estudia técnica en anestesiología; él trabaja de manera remota para una empresa de Estados Unidos. El plan —dice— es quedarse allá hasta que su novia se gradúe y luego volver a Argentina. Mientras tanto van a aprovechar para viajar y conocer Europa.
A veces, cuando camina por la ciudad o cuando sale a pasear a su perrita Cleo, Juan vuelve a pensar en todo lo que apareció dentro de aquellas cajas. “Tuve que procesarlo”, dice. Y hay algo más. Lo cuenta con pudor, pero sin negar lo que siente: desde hace años, cada tanto, lo rodean mariposas blancas. “Al principio era solo una, ahora son dos. Siento que son mis viejos”, se despide.

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Max Hodak: “Los pacientes pasan de estar casi ciegos a poder leer cada letra y hacer crucigramas”

La startup californiana Science Corp. acaba de anunciar que varios pacientes habían vuelto a leer letras, números y palabras tras la colocación de su prótesis ocular, PRIMA. Algunos incluso páginas enteras de un libro. El avance lo recogió la revista The New England Journal of Medicine. El CEO de la firma, Max Hodak (Estado de Nueva York, 36 años), CEO de Science Corp. habla de todo ello como si hubiera pasado hace tiempo, aunque el anuncio fuera de finales de octubre. Ingeniero biomédico, cofundador también de la empresa de Elon Musk Neuralink, donde ejerció como presidente, fundó Science Corp. en 2021 tras dejar su alianza con Musk. La startup se centra en la recuperación de la visión a través de interfaces cerebro-ordenador. Hodak recibe a El PAÍS en la Web Summit de Lisboa, donde acudió como uno de los ponentes estrella para divulgar los avances de su compañía. Habla serio, rápido y técnico, a medio camino entre el científico y el fundador de startup que es.
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Este juego llega gratis a Nintendo Switch 2 en 2026 y está a punto de recibir todos estos contenidos: hay novedades en Warframe – Nintenderos

En la web ya compartimos información de la llegada de cross-save para el gran Warframe. Ya lo tenemos disponible, y ahora tenemos novedades de cara a Switch 2. Parece que Warframe no cuenta con una versión específica para Nintendo Switch 2 debido a que su equipo de desarrollo aún no había recibido un kit de desarrollo para la nueva consola.
El juego es totalmente funcional en Switch 2, pero no aprovecha su hardware más potente. Desde Digital Extremes ahora han confirmado que Nintendo ya les ha ayudado y están trabajando en una versión de Switch 2. Tras recibir el primer gameplay en la consola, ahora tenemos novedades de cara a sus próximos contenidos:
La espera casi ha terminado: el 10 de diciembre llega The Old Peace, la próxima gran actualización de Warframe, disponible en todas las plataformas, incluida Nintendo Switch.
La actualización añade la siguiente Cinematic Quest, junto con los nuevos modos de juego The Descendia y The Perita Rebellion.
Incluye una esperada expansión del sistema Focus School.
Presenta al Warframe demoníaco Uriel, nuevos Protoframes (con opciones de romance) y una nueva clase de armas Bayonet.
Añade también el Voruna Deluxe y más contenido adicional.
Todo esto prepara el terreno para una actualización aún más grande centrada en Tau, prevista para 2026.
El equipo de desarrollo ha trabajado intensamente desde su anuncio en TennoCon 2025 y está deseando que los jugadores disfruten del contenido el 10 de diciembre de 2025.
Además, una versión nativa de Warframe para Nintendo Switch 2 llegará en 2026, permitiendo disfrutar The Old Peace en la nueva generación.
Ya sabéis que el juego está actualmente disponible en Nintendo Switch, PlayStation, Xbox y Windows. ¿Qué os ha parecido el vídeo? No dudéis en compartirlo en los comentarios. Y ya sabes, no dudes en consultar los 110 mejores juegos de Nintendo Switch (2025). También podéis consultar los mejores juegos gratis de Nintendo Switch o los mejores juegos gratis de Switch 2.
Vía.
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