POLITICA
Discurso de Milei: en el campo destacaron el compromiso de bajar la presión impositiva pese a que en 2025 seguirán las retenciones
Aunque no hubo un anuncio concreto para campo en el discurso que el presidente Javier Milei dio en el Congreso en la presentación del presupuesto 2025, las primeras reacciones que se escucharon esta noche en el sector fueron de beneplácito hacia las palabras del jefe de Estado porque, entre otros puntos, ratificó en varios tramos un compromiso de bajar impuestos una vez que sea constante el equilibrio fiscal. Esto pese a que para 2025 se prevé una suba del 100,4% en la recaudación por este tributo, lo que pone en dudas una posible reducción del tributo. En rigor, Carlos Guberman, secretario de Hacienda, reconoció que no están “apurando” la baja de las retenciones.
En los últimos días, en algunas entidades del agro había expectativas de que el Gobierno incluyera en el presupuesto 2025 una reducción de las retenciones. Hizo un pedido, por ejemplo, la Confederación de Asociaciones Rurales de la Tercera Zona (Cartez), con base en Córdoba. La organización había señalado que en el proyecto de ley “se contemple de manera impostergable el inicio de la disminución efectiva hasta su total desaparición de los derechos de exportación que pesan sobre los productos agropecuarios, los que, desde su implementación hace más de 20 años, constituyen un peso impositivo determinante que imposibilita al sector agropecuario argentino expresar su plena capacidad productiva y generadora de divisas, le impiden crear mayor cantidad de puestos de trabajo y propiciar una dinamización definitiva de la economía, al tiempo que condenan a sus productores, en la actual realidad de precios internacionales deprimidos, a una situación de economía de subsistencia”.
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Incluso, en la semana, durante su congreso internacional Coninagro había expresado en la voz de su presidente, Elbio Laucirica, que el Gobierno avance con la quita del tributo. “Hoy está instalado en la política que las retenciones son un impuesto regresivo e injusto, que debe ser eliminado y el Gobierno se ha comprometido en hacerlo. Esperamos que esto sea así y cuanto antes, porque hay muchos productores que vienen muy afectados y ya no tienen espaldas para aguantar. Con todo respeto decimos, que no hay más tiempo”, dijo en su momento Laucirica.
El presupuesto 2025 estima en general un incremento de la recaudación por las retenciones en pesos del 100,4%, a $10.712.570,9 billones. El porcentaje es superior al 29,4% de todos los ingresos impositivos.
“Si bien no hubo anuncios específicos para el sector, se ratificó un rumbo de gobierno basado en el equilibrio fiscal y en un Estado abocado a sus funciones específicas, evitando gastos innecesarios para mantener la política partidaria y en muchos casos, la corrupción y que el Estado no interfiera en los procesos económicos que no le competen”, dijo Laucirica a LA NACION.
El presidente de Coninagro destacó que Milei habló de “continuar con la liberación y desregulación de la economía”. Agregó: “Y ratificó el compromiso de disminuir la alta carga tributaria, cuando se alcance el equilibrio fiscal”.
Entre otras frases, Milei en su discurso señaló que “en Argentina más impuestos no puede haber, es el país con mayor cantidad de impuestos del mundo”. Y prometió “devolver el exceso de recaudación a la sociedad a través de la reducción de impuestos” cuando haya mejoras “permanentes”.
En este marco, Laucirica también remarcó el norte fijado de “continuar con la reforma del Estado, y gestionar la economía para generar confianza y con ello inversiones”. Remarcó que “comprometió en el control del gasto público, tanto al gobierno nacional como a los provinciales y municipales, cambiando el paradigma que tuvimos los últimos 40 años”.
Para algunas fuentes del sector, las palabras de Milei dejan ver que la eventual reducción y quita de las retenciones -más allá de que ya hubo quitas en lácteos y reducciones para las carnes- no será inmediata. Y que cualquier proyecto de ley que busque eso podría ser vetado en línea a lo que señaló el jefe de Estado: “Vetamos el proyecto de aumento del gasto público que sancionó este Congreso y por eso vetaremos todos los proyectos que atenten contra el equilibrio fiscal”.
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Como se mencionó, tras el discurso de Milei el secretario de Hacienda habló en LN+ y esto dijo tras ser consultado sobre los derechos de exportación: “No estamos en principio apurando la decisión de la baja”, dijo. Indicó que el jefe de Estado se ha “comprometido con el sector que eso iba a pasar” y destacó que el jefe de Estado “entiende los tiempos de la economía por arriba de los de la política”. Agregó: “Tiene muy claro qué cosas hay que hacer y que hay un secuencia determinada”.
También se refirió a las palabras de Milei Gustavo Idígoras, presidente de la Cámara de la Industria Aceitera y el Centro de Exportadores de Cereales (Ciara-CEC), que dijo que el discurso fue “una ratificación de la política fiscal y monetaria de este gobierno”. Remarcó: “La que avalamos y apoyamos plenamente”.
Idígoras apuntó: “Sin superávit fiscal no podemos recuperar la economía, pero ahora tenemos que trabajar en lograr un superávit comercial a través de un fuerte crecimiento exportador con valor agregado”.
El presidente de Ciara-CEC añadió que hace falta “un tipo de cambio unificado, la eliminación del cepo y de todas las restricciones que aplica el BCRA que fueron heredadas por este gobierno”.
POLITICA
El tiempo que tenemos: notables actuaciones de Florence Pugh y Andrew Garfield para un melodrama que juega con el tiempo
El tiempo que tenemos (We Live In Time, Reino Unido/Francia/2024). Dirección: John Crowley. Guion: Nick Payne. Fotografía: Stuart Bentley. Edición: Justine Wright. Elenco: Florence Pugh, Andrew Garfield, Grace Delaney, Lee Braithwaite, Adam James, Douglas Hodge, Aoife Hinds. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Imagem Films. Duración: 108 minutos. Nuestra opinión: buena.
Hay historias que necesitan actores “importantes”. No solo importantes en términos de su talento, o su prestigio, o siquiera en su incidencia en la taquilla. Importantes por su cualidad de estrella, algo que Alfred Hitchcock entendía bien y dejó inmortalizado en la larga entrevista con François Truffaut que resultó en El cine según Hitchcock. Hablando de Saboteador (1942), una de sus primeras películas en los Estados Unidos, señaló entonces la condición “ligera” del protagonista Robert Cummings como una de las razones de la falta de compromiso del público con su suerte. “El público concede menos importancia a los problemas de un personaje interpretado por un actor que no le resulta familiar”. Un actor que no tiene esa cualidad de estrella, podríamos agregar.
Quizás esa es la verdadera preocupación del irlandés John Crowley a la hora de elegir al reparto de El tiempo que tenemos, su verdadera incursión en el melodrama, aún en tono menor. La historia es simple, algo convencional -como lo había sido Brooklyn (2015), su éxito previo al horrible traspié de El jilguero (2019)-, pero no por ello menos conmovedora. Una mujer joven sabe que está enferma y que el tiempo que le resta debe pasarlo haciendo tratamientos para sobrevivir de manera pasiva, o emprender una entrega más absoluta a lo que quiere y desea. Está enamorada de su pareja, tienen una nena de tres años, y además disfruta y se luce como chef en su propio restaurant en el corazón de Londres. Es claro, piensa Crowley, que para que nos importe ese periplo que combina la amenaza de la muerte y el ímpetu por la trascendencia, los actores que interpretan a esos personajes queribles, y de algún modo condenados, deben resultarnos familiares -en palabras de Hitchcock-, involucrarnos en su destino, y conmovernos hasta las lágrimas.
Florence Pugh y Andrew Garfield hacen un gran trabajo. Tienen carisma, química en sus escenas de amor, transitan con fluidez entre el drama y la comedia, y transmiten una verdad que escapa al mero verosímil. Pese a ello, la película no llega a estar a su altura. Elige una caprichosa estructura de alternancia temporal, que se presume sofisticada y que no termina de usar en su favor, esquivando la dimensión existencial en virtud de un juego con piezas a reacomodar. Entonces tenemos tres cronologías en danza: cuando los protagonistas se conocen, se enamoran, surge el fantasma de la enfermedad; luego cuando están esperando a su hija, con vaivenes de comedia que ofrecen las escenas más memorables; y luego un presente en el que las sombras reaparecen y con ellas las elecciones de vida. Ese ida y vuelta en el tiempo no ofrece más que un pretencioso rompecabezas que no esconde nada porque siempre tiene lo que ya sabemos para mostrar.
El tiempo que tenemos es una historia de amor amenazada por la muerte cuyas tensiones están delineadas sobre un lienzo universal: ¿qué es lo esencial de una vida, la memoria del mundo o la de los propios que nos recuerdan? ¿Un tiempo efímero de gran intensidad o una pasiva agonía? Preguntas que ha transitado el melodrama a lo largo de su historia y de las que Crowley tiene clara conciencia. Sin embargo, no se termina de conformar con esa premisa. Elige un espiral temporal que no es más que una anécdota, subraya algunas escenas con pantalla partida o música melosa cuando alcanzaba con el rostro desnudo de sus protagonistas, y enfatiza falsos dilemas de la modernidad -¿trabajo o amor? ¿Matrimonio heteronormativo o convivientes sin papeles?- cuando apelar a lo esencial es siempre la mejor solución.
Por suerte, Pugh y Garfield están ahí para hacernos sentir y creer en lo que vemos, para rescatarnos cuando la película se desvía en sus propios aires de “importancia”.
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