“Si uno debe escoger, es mucho más seguro ser temido que ser amado”, “Se debe ser un zorro para reconocer las trampas y un león para asustar a los lobos”, “Un príncipe debe simular y disimular”, “Quien engaña siempre encontrara aquellos a ser engañados”; “A veces es una cosa muy sabia simular locura”; El Príncipe, 1513; Discursos sobre Livio, 1517, Nicolás Maquiavelo.
POLITICA
Emergencia sanitaria en Florianópolis: crecen los casos de diarrea viral en plena temporada turística
Florianópolis registró un incremento significativo en los casos de enfermedades gastrointestinales, alcanzando niveles históricos tras las celebraciones de año nuevo. Este brote, que afecta tanto a residentes como a turistas, incluidos muchos argentinos, mantiene en alerta a las autoridades sanitarias de la ciudad del sur de Brasil.
Los especialistas subrayan la importancia de extremar los cuidados durante el verano, una temporada marcada por altas temperaturas y un intenso flujo turístico.
“Es habitual que los casos de diarrea aumenten en esta época del año. Nuestra prioridad es reforzar las medidas de prevención”, explicó Ana Paula Correia, jefa de la división de enfermedades transmitidas por agua y alimentos. Entre sus recomendaciones, destacó la necesidad de lavarse las manos con frecuencia, especialmente antes y después de usar el baño, al cambiar pañales o al manipular alimentos.
Para evitar estos síntomas los médicos recomiendan: no consumir hielos de procedencia dudosa, evitar baños en lugares con condiciones higiénicas deficientes, revisar las fechas de vencimiento y el estado de los envases de alimentos antes de consumirlos, asegurarse de que las carnes estén bien cocidas y por último beber siempre agua potable o de fuentes confiables.
Federico Costa, cónsul argentino en Florianópolis, informó que la cantidad de turistas argentinos aumentó un 20% en comparación con niveles prepandémicos. Esto generó un impacto en las infraestructuras sanitarias locales, sumado a las condiciones climáticas y al aumento de agentes patógenos como virus, bacterias y hongos. Dichos factores crearon un escenario propicio para la propagación de la enfermedad.
POLITICA
Las ventajas de la ¿locura? a la hora de negociar: de Nixon a Milei
Columna publicada originalmente en Ámbito
“Si tu oponente es de carácter colérico, busca irritarlo. Pretende ser débil, para que se vuelva arrogante”, “Toda guerra se basa en el engaño”, “Parece ser débil cuando sea fuerte, y fuerte cuando estés débil”, “No repitas las tácticas que te ganaron una batalla, sino que deja que tus métodos sean regulados para la infinita variedad de circunstancias”; El arte de la Guerra, (adscripto a Sun Tzu, 475-470 A.C.)
“Si queremos alcanzar un objetivo, tenemos que estar preparados para seguir todo el camino hasta su extremo”, “La guerra es el territorio de la incertidumbre, tres cuartas parte de las cosas que pasan están envueltas en una niebla de mayor o menor incertidumbre”, “Un cambio súbito de la paz más profunda a la guerra más violenta siempre ejerció una poderosa influencia sobre el enemigo”, “El combate de las fuerzas morales siempre es más importante que el de las fuerzas físicas”; Sobre la Guerra, Carl von Clauzewitz, 1832.
A lo largo de la historia, los mayores pensadores de estrategia han alabado la idea de ser permanente impredecibles, de no dudar en tensar la cuerda hasta un extremo en que el contrario crea que no dudaremos en romperla y que los costos nos importan un bledo… lo que llamaríamos: ser un loco. “Lo llamo “la teoría del loco”, Bob. Quiero que los norvietnamitas crean que he llegado al punto en que podría hacer cualquier cosa para detener la guerra. Les deslizaremos la idea que: por el amor de Dios, ustedes saben que Nixon está obsesionado contra el comunismo. No podemos frenarlo cuando está enojado y él es quien tiene en su mano el botón nuclear”; así el propio Ho Chi Min va a estar en dos días rogando por la Paz en Paris” (verano de 1968; cita de H. R. Haldeman & Joseph DiMona, The Ends of Power, pág. 83, 1978)
El 15 de abril de 1969 la aviación norcoreana derribó el avión de reconocimiento EC-121 muriendo sus 31 tripulantes. Por lo que dijeron los coreanos el avión había entrado en su territorio, por lo que dijeron los yanquis estaba a 167 km de la costa.
Según relató el piloto Bruce Charles, poco después de ocurrido el incidente fue convocado por su comandante, quien le comentó lo sucedido y le mostró una orden diciendo que se preparara para bombardear la base de Wonsanjin de donde habían partido los dos aviones MIG que derribaron al Super Constellation.
El avión de Charles llevaba una sola arma: dos bombas nucleares B61, veinte veces más poderosas que las que se arrojaron sobre Hiroshima o Nagasaki. Por suerte un par de horas después llegó la contraorden, se desarmaron las bombas y el avión quedó en tierra.
Algunos dicen que la alerta nuclear fue cosa de los militares. Los más insidiosos, que la orden vino directamente del “Dick” (en slang: “pene”), quien tenía menos de tres meses en su puesto y cursó la orden estando borracho.
Sobre esto último, no existe ninguna prueba que Richard Nixon fuera alcohólico o fuera visto alguna vez beodo, sin embargo, aun hoy los amanuenses de Henry Kissinger con quien siempre mantuvo una relación ambivalente -ante la diplomacia internacional el presidente hacía de “policía malo” y su secretario de “policía bueno”- lo acusan de ello.
No conocemos las conversaciones que se cruzaron con Moscú ni como, pero los rusos enviaron rápidamente dos destructores de rescate, que curiosamente fueron los que encontraron los dos únicos cuerpos recuperados y los pocos restos del avión, que al día de hoy sigue sin aparecer. Días después EEUU movilizó la “Task Force 71” frente a las costas nor-coreanas, en un “staging” de poderío naval, en Washington algunos políticos alzaron la voz pidiendo que “nuclearan” a los coreanos, los militares prepararon más planes y al poco tiempo se reiniciaron los vuelos de “observación”. En definitiva, nada pareció ocurrir tras lo que es, aún a hoy, la segunda mayor matanza de soldados norteamericanos desde fines de la Segunda Guerra Mundial (241 soldados americanos fueron asesinados en la barracas de Beirut en 1983).
Podemos discutir si este fue el primer caso en que Richard Nixon apeló a la estrategia del “Hombre Loco”, que había adelantado durante la campaña presidencial, forzando a los rusos a poner un bozal a los norcoreanos, pero hubo más (recordar que estábamos en el pico de la Guerra Fría).
Una de las principales promesas y obsesiones de Nixon era acabar la guerra en Vietnam. Así el 4 de agosto, Kissinger se reunió de manera secreta en Paris con el enviado vietnamita Le Duc Tho, pasándole el ultimátum: “Si para el primero de noviembre no hemos logrado un avance significativo hacia una solución (de la guerra), nos veremos forzados -con gran reluctancia- a tomar medidas de una gran consecuencia”.
Esa “gran consecuencia” era el plan “Duck Hook” que había elaborado la Marina norteamericana, para bombardear con armas nucleares a Hanói y la bahía de Haiphong (además de la destrucción de diques, vías de comunicación, hospitales, depósitos de alimentos, etc.)
El 27 de octubre, con la plena anuencia de Kissinger, Nixon ordenó que, en series de seis, dieciocho bombarderos cargados de armas nucleares y reaprovisionados en el aire volaran 18 horas por día sobre el límite de la frontera Alaska/ Chukotka, apuntando hacia la Unión Soviética, y que los rusos estuvieran al tanto de la amenaza.
El 13 de agosto soldados chinos habían atacado las posiciones rusas en la Isla de Zhenbaoi (Manchuria), bajo la excusa de recuperar algo del territorio perdido con el tratado de Kulja de 1851. El 27 de agosto la CIA informó al presidente yanqui que Rusia estaba consultando a distintos países por su reacción si arrojaban una bomba nuclear en China. A fines de septiembre China realizó dos pruebas sorpresivas explotando su primer bomba termonuclear y el 14 de octubre Mao ordenó evacuar Beijing. Al día siguiente Washington informaba a Moscú que estaban preparados para lanzar bombas nucleares sobre 130 ciudades rusas si atacaban China.
El 27 se iniciaba la operación “Giant Lance” en Alaska (todo esto recién se hizo público en el año 2000).
Nuevamente no sabemos que se dijo por teléfono, pero el 1º de noviembre, los bombarderos yanquis volvían a tierra, los rusos archivaban su plan de bombardear China y comenzaban las negociaciones -más que la diplomacia de Kissinger fue este incidente lo que acercó a China con los EEUU- y se archivaba el plan “Duck Hook”.
Luego vendrían muchas otras oportunidades en que el 37avo presidente los EEUU volvería a recurrir a esta estrategia del “Hombre Loco” (Medio Oriente/Israel, Pakistán/India, etc.). Pero si bien Nixon fue quien popularizó este comportamiento -idea, teoría, estrategia o como quiera llamarla-, no fue su creador.
La última vez que Estados Unidos entró en una guerra fue en junio de 1942, contra Bulgaria, Hungría y Rumania.
No, no me equivoco, si bien de entonces puedo mencionar Corea (1950-53), Vietnam (1955-75), el Golfo (1991), Afganistán (2001-21) e Iraq (2003-11), solo para citar las principales.
¿Cómo es esto? Simple, el articulo I, Sección 8, cláusula 11 de la Constitución Norteamericana, establece que solo el Congreso tiene el poder de declarar una guerra. Como jefe de los militares y a cargo de la Política Exterior, siempre existió una fuerte tensión entre los presidentes yanquis y el Congreso con esto de las guerras, pero en el pasado la disposición constitucional solía más o menos respetarse.
El problema es que la aparición de las armas nucleares cambió todo. Con apenas minutos para tomar una decisión y salvar o liquidar miles de personas en apenas segundos, estaba claro que no había tiempo para consultar a los legisladores ante una guerra nuclear.
Cuando Harry Truman lanzó las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945, no tenía ninguna limitación, un superpoder que se formalizó con el Acta de Energía Atómica de 1946.
Consciente del peligro si se veía incapacitado, su sucesor Dwight D. Eisenhower comenzó a establecer una serie de protocolos que, entre otras cosas, delegaban en el Secretario de Defensa la decisión de presionar o no el famoso “botón rojo” -iniciar o no un ataque nuclear- si él no podía. Dicho sea de paso, el botón nunca fue ni un botón, ni rojo.
Al principio “Ike”, consideraba que no había ninguna razón por la que las armas nucleares no deberían usarse en combate, “exactamente como se usaría una bala o cualquier otra cosa” y se concentró en la reducción de tropas convencionales en favor de la producción de ojivas nucleares (la política del “New Look”), convirtiendo a los EE.UU. en la primer superpotencia nuclear de la historia. La estrategia era “disuadir” cualquier ataque, con el temor a una “Represalia Masiva”.
Al arranca su administración en 1953, EE.UU. contaba con 841 bombas atómicas, cuando se fue en enero de 1961, cerca de 19.000 (el pico fue durante la administración de Lyndon B. Johnson con 31.255 artefactos).
En agosto de 1949 Rusia había desarrollado su propia bomba atómica, en 1952 Gran Bretaña, en 1960 Francia, en 1964 China, Israel se supone que en 1967, etc. Por su rol como Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas durante la Segunda Guerra Mundial -y creador y mandamás de la NATO-, Eisenhower era inmensamente respetado, si se quiere temido en el contexto internacional, por lo que hasta cierto punto contuvo la producción de armas nucleares en el resto del mundo. Entre 1952 y 1960, si bien la producción creció, la relación entre el stock de bombas atómicas rusas y yanquis se mantuvo más o menos invariable en torno al 10 a 1 (8.6% en 1960, del 11.9% de 1957).
Aunque “Ike” no tomó ninguna medida concreta para reducir el poder nuclear del presidente, hacia el final de su mandato estaba claro que era consciente de los peligros.
Así en julio de 1960 comenzó a instrumentar el National Military Command Center, formalizando la cadena de mandos entre el presidente y las estaciones de ataque nuclear. Esto no limitaba el poder presidencial, pero establecía una serie de controles (desde que se da la orden, a que las bombas están en el aire, toma entre 5 y 30 minutos), buscando evitar “accidentes”.
En su discurso de despedida en 1961 Eisenhower ya parecía un pacifista: “El desarme (en relación a Rusia), con honor y confianza mutuos, es un imperativo continuo. Juntos debemos aprender a resolver las diferencias, no con las armas, sino con el intelecto y un propósito decente”, advirtiendo “En el gobierno, debemos protegernos contra la adquisición de influencia injustificada, ya sea buscada o no, por parte del complejo militar-industrial. El potencial para el desastroso aumento de un poder fuera de lugar existe y persistirá”.
El problema es que sus sucesores estuvieron lejísimos de concitar el mismo respeto. En abril de 1961 un recién asumido J.F.Kennedy dio la orden de comenzar a enviar misiles nucleares de mediano alcance a Turquía. La respuesta rusa vino en octubre del año siguiente, cuando un avión espía descubrió que se estaban construyendo “silos nucleares” en Cuba.
Este incidente fue lo que se llamó la crisis de “los Misiles Cubanos” y finalizó cuando mediante un pacto secreto las dos superpotencias dieron marcha atrás. Si bien en occidente esto se “vendió” como una muestra del poderío norteamericano, lo cierto es que fue una derrota geopolítica.
En junio de 1961 JFK se reunió con Nikkita Khrushchev en Viena y este le dio un ultimátum para que las fuerzas aliadas se retiraran de Berlín antes de fin de año. Las tensiones continuaron creciendo, llegando a su pico el 25 de julio, cuando en su discurso a la nación JFK decía: “Intensificaremos nuestros planes para la construcción de refugios. Sé que hay algunos que dicen que esto es admitir que los soviéticos podrían atacar primero, pero permítanme decirles que nunca atacaremos primero”. Además del error de avisarle al enemigo que nunca los atacarían primero, esto desató la “histeria nuclear” entre sus conciudadanos, y dio pie a que el 13 de agosto los rusos comenzaran a construir el infame “muro de Berlín”. Tal vez la peor consecuencia de estos errores de JFK -y sus sucesores- es que abrieron la puerta a la infame “carrera nuclear”, que mantiene en riesgo la existencia de toda la humanidad.
Cuando lo asesinaron en 1963, había incrementado el inventario de bombas atómicas a 28.133 ojivas, pero los rusos lo habían hecho a 4.238, más de 15% del stock yanqui. En 1971 la Unión Soviética ya tenia la mitad de las bombas que los estadounidenses y a partir de 1978 más que ellos.
Hoy los rusos tendrían 4.489 cabezas nucleares activas y los americanos 3.708 (en 1987 comenzó informalmente el “Déntente”), con una potencia de 465.000 y 405.000 kilotones respectivamente, el equivalente a 58.000 bombas como la que se arrojó sobre Hiroshima.
Mas allá de la propia conciencia, sapiencia y cordura de Vladimir Putin, Donald Trump y demás tenedores de Bombas Nucleares, ningún país ha sancionado jamás alguna ley, ni dictó una resolución, que limite el poder presidencial para apretar el “botón rojo”.
Seth Klarman cuenta en “Margin of Safety: Risk-averse Value Investing Strategies for the Thoughtful Investor” (los bobos leen a Warren Buffet, los que quieren saber algo a Benjamín Graham, los que saben a Klarman), el caso de alguien que buscando una comida de lujo, compró una lata durante la burbuja Californiana de Sardinas de 1937-1950… y se enfermó al ingerirlas. Cuando fue a reclamarle al vendedor, él le contestó: “No entendés. Estas no son sardinas para comer, son sardinas para negociar”.
Lo mismo pasa con las armas nucleares, no son para ser explotadas, son para negociar.
En 1946 Bernard Brodie, el “von Clausewitz norteamericano”, escribió “The Absolute Weapon: Atomic Power and World Order”, donde introducía el concepto que el uso principal de las armas nucleares era disuadir al enemigo de utilizar las suyas. Ese mismo año, William Liscum Borden publicó “There Will be no Time: the Revolution in Strategy”, donde postulaba que la guerra nuclear era inevitable, que había que armarse mucho más y que como el fin de las armas nucleares era táctico -para Brodie era estratégico- había que dar el primer golpe. Si bien hoy casi no se lo recuerda (su personaje es “el malo” en la última película sobre Oppenheimer, no lo fue) , como director Ejecutivo del Comité Conjunto de Energía Atómica del Congreso hasta 1953, fue una de las principales espadas detrás de la expansión del arsenal atómico norteamericano y el desarrollo de la bomba de hidrogeno.
Un par de años antes, en 1944 John von Neumann había escrito junto a Oskar Morgensten “Theory of Games and Economic Behavior” (en 1928 había escrito Zur Theorie der Gesellschaftsspiele”) dando nacimiento formal a la “Teoría de los Juegos”, revolucionando el pensamiento militar y económico sobre estrategia y negociaciones.
Von Neumann, un matemático, físico y químico, fue una de las (o “la”) figuras intelectuales más relevantes durante esta primera etapa de la guerra fría, siendo considerado el mayor experto en armas nucleares y el principal científico del Departamento de Defensa.
Siendo la guerra nuclear un juego de suma cero donde lo que gana uno lo pierde el otro (recién en 1950 John Nash avanzó en “Equilibrium Points in N-Person Games” sobre la idea de un equilibrio donde las dos partes podrían salir perdedores), lo primero era conseguir que los rusos no consiguieran una paridad o superioridad atómica y había que lograr que su ganancia esperada al atacar fuera menor que la que lograrían con una capitulación o la paz. Así, en consonancia con Borden, von Neumann entendía que el óptimo (el valor “minimax”) para los EE.UU. era lanzar un ataque nuclear preventivo en contra de Rusia
A fines de 1958 Albert Wohlstetter, de la RAND Corporation publicó “The Delicate Balance of Terror” donde discutía, en contra de la idea generalizada que un ataque nuclear solo podría ser iniciado por actores irracionales -ya que todos perderían-, que “un ataque termonuclear sorpresivo no sería un acto de irracionalidad ni insania por parte del agresor” y se justificaba si con esto conseguía ventajas estratégicas y/o limitaba los daños que sufriría de otra manera.
Así, este comportamiento racional hacía que más que el poder destructivo de las armas que tenía cada uno, fuese su capacidad de lanzar un contrataque fulminante, lo que disuadía a las partes a iniciar una guerra nuclear.
Si bien la influencia de von Neumann sobre los militares, la de Broden en Congreso y la de Wohlstetter en el mundo académico fueron notorias, Ike -por suerte- siempre estuvo mucho más cerca de Brodie. En 1960 Thomas Schelling (Nobel en economía 2005 junto a R. Aumann, por su contribución al entendimiento de los conflictos y la cooperación a través de la teoría del juego) publicó “The Strategy of Conflict”, donde comenzó a incorporar al análisis simplista de von Neumann las complejidades del comportamiento humano, los problemas de la información imperfecta y la posibilidad del error en el mundo real (incorporó la sicología, sociología y economía a la teoría de los juegos).
Schelling, un especialista en el manejo de crisis, fue una de las principales mentes detrás de JFK durante los eventos de 1961 e impulsor de la instauración de teléfono rojo entre Washington y Moscú, que se estableció en agosto de 1963 (este nunca fue un teléfono, ni tampoco rojo, sino un fax, que se reemplazó luego por un télex y desde 2008 es un e-mail que corre sobre una línea de fibra óptica y dos satélites).
Lo que Schelling postulaba para la guerra nuclear era implementar una política de disuasión (prevenir la guerra con el temor a las represalias) y coacción (forzar cambios en el otro a través de la amenaza nuclear), para lo cual había que asegurar que las amenazas fueran creíbles, que se estaba dispuesto a efectuar un uso limitado de las armas, evitando una escalada e implementar canales de comunicación en los cuales las amenazas se usara para negociar y no para destruir.
Algo así como la política de la zanahoria y el garrote que había deslizado Winston Churchill en una carta del 6 de julio, poco después de la anexión de Austria a Alemania en 1938.
Durante 1963 Schelling asesoró a Stanley Kubrick en todo lo que tuviera que ver con la estrategia nuclear, sus absurdos, el potencial de error y la locura humana, en la realización de “Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb”. Quien quiera apreciar su pensamiento puede pasar un buen rato mirando la película, que perdió el Oscar 1964 frente a My Fair Lady y Mary Poppins… eran los tiempos que corrían.
Seis meses después que Schelling, Herman Kahn -considerado el padre de la planificación de escenarios- lanzaba en “On Thermonuclear War” introduciendo el concepto que cualquier guerra atómica se desarrollaría de manera lineal, siguiendo una serie de etapas sucesivas, lo que más adelante llamó los “44 escalones” (On Escalation: Methaphors ans Scenarios” de 1965). Si se podía alcanzar la victoria en algunas de estas etapas, era posible ganar la guerra evitando la destrucción total.
Según él, quien pudiera conservar la mayor infraestructura y número de pobladores intactos, ganaba. La idea que el contraataque debía se mucho más devastador que el ataque inicial era clave para evitar que el enemigo lanzase “la primera piedra”. Si aun así había un ataque, la respuesta debía ser limitada y localizada, evitando que el otro escale, pero asegurando la victoria a través de la destrucción de objetivos estratégicos. Había que concentrarse solo en objetivos militares, para que el enemigo retribuyera de la misma manera, sin atacar a los civiles y resultaba crucial estar preparados con refugios atómicos, planes de evacuación y un blindaje de la infraestructura civil y militar. Si bien ya no es tan popular como durante la guerra fría -es obvio que ante los cambios tecnológicos aquellos escalones y su resolución quedaron viejos-, aun hoy se siguen estudiando los libros de Kahn en los cursos sobre relaciones internacionales, estrategia militar y resolución de conflictos, en particular por su concepto de “escalada” y la búsqueda de sistematizar la incertidumbre (depender menos de los “instintos” militares).
Alrededor de octubre de 1962, durante la crisis de los misiles cubanos, Donald Brennan Presidente del Hudson Institute (una escisión de la RAND Corporation, con un sesgo algo menos militarista), comenzó a criticar a la racionalidad de mantener arsenales nucleares capaces de destruir a toda la humanidad, lanzando la idea que se había alcanzado una situación de “Destrucción Mutua Asegurada”, en la que ninguna de las partes atacaba porque no se podía ganar la guerra.
Fue a partir de dos artículos suyos aparecidos en el NYT en mayo de 1971, en los que abogaba por el desarme, que el acrónimo MAD (en inglés, loco) se popularizó.
Irónicamente la idea de la MAD -que sigue más que vigente-, si bien está detrás de los acuerdos de eliminación de armas nucleares, fue tomada por los militares en un sentido contrario al de Brennan y solo sirvió para fogonear la carrera nuclear (había que mantener “el equilibrio”).
En un sentido positivo Brennan estaba convencido que había que crear un sistema antimisilístico que destruyera las bombas rusas antes de tocar suelo norteamericano. Esta lo levantó Ronald Reagan -quiso contratar a Brennan, quien lo detestaba- desarrollando la “Iniciativa de Defensa Estratégica” o “Star Wars” en 1983. Si bien la eficacia del sistema era/es más que cuestionable, esto forzó a los rusos a tratar de crear su propio escudo -desviando el dinero que iba a la fabricación de bombas- y dio el puntapié a la firma de los tratados de desarme de los 80´s.
Desde entonces han aparecido otros actores y los avances tecnológicos le han quitado peso a las armas nucleares (tenemos escudos de defensa, ciberataques, etc) complicando el modelo bipolar del MAD, pero hoy en día este sigue siendo la base de las relaciones nucleares internacionales, los tratados de no proliferación, control de armas y los esfuerzos diplomáticos para mantener la estabilidad nuclear.
El 26 de septiembre de 1983 el Sistema de Alerta Temprano Soviético detectó que los norteamericanos habían iniciado un ataque nuclear sorpresivo, lanzando 5 misiles sobre Rusia (poco antes los soviéticos habían derribado el avión de Korean Airlines 007). Afortunadamente el Teniente Coronel Stanilav Petrov, a cargo de las Defensas Aéreas Soviéticas juzgó que esto era un error de las maquinas que hacía poco habían sido instaladas, ya que no era lógico que EE.UU. iniciara una guerra lanzando tan pocos misiles y además los radares de tierra aun no los habían detectado. Asi que decidió no escalar los hechos hacia arriba. El error lo produjo un inusual reflejo de los rayos del sol sobre las nubes a extrema altitud, confundiendo a los satélites. El buen juicio de un solo hombre, y no alguna de las tantas teorías sobre los enfrentamientos y negociaciones nucleares fue lo que evitó que hoy no estuviésemos todos aquí (¡ah!, en 1984 lo rusos pasaron a Petrov a retiro).
Así como todas estas teorías no evitaron el incidente de 1983, tampoco evitaron que EEUU fuera perdiendo terreno en la carrera nuclear frente a Rusia primero y luego frente a China. Cuando Nixon ganó la elección en 1968, ya estaba convencido que ninguna de las estrategias que se venían planteando eran las adecuadas para enfrentar al peligro ruso y al naciente amenaza china.
En marzo de 1959 Daniel Ellsberg Publicó “The Political Use of Madness” (El Uso Político de la Locura).
El problema con la política nuclear es que había que lograr que las amenazas de un ataque o un contraataque devastador fueran creíbles. En el caso de actores racionales esto es difícil, ya que depende directamente de su capacidad (militar) y la relación costo-beneficios, factores que son conocidos y pueden ser “manejados” por la otra parte a través de la coacción y la disuasión.
Lo que postuló Ellesberg es que actuar de manera errática, parecer ser irracional y hasta “loco”, podría servir a estos propósitos estratégicos en las negociaciones políticas o militares, al hacer que las amenazas fueran más creíbles. El loco no está sujeto a limites racionales ni hace cálculos de costo-beneficio y su respuesta puede ser tanto racional como irracional, esto incrementa la incertidumbre y disminuye la ecuación de ganancias del adversario (sin hablar de la locura, Schelling toca el tema en su libro de 1960 y lo expande en “Arms and Influence” de 1966).
No importa si se es loco o no, la clave está en generar la percepción o percepción de la posibilidad de locura, lo que depende de los comportamientos pasados (la amenaza de muerte de un insano o un extremista, es más creíble que la de una persona cuerda). Claro que no hace falta que uno sea o parezca permanentemente loco.
Según Roseanne McManus -la mayor estudiosa moderna del tema-, el ideal para ganar un conflicto es que la “locura” se manifieste ante ciertas situaciones o eventos, en particular los extremos (“locura situacional”) ya que esto deja abierta la puerta a comportamientos racionales para solucionar otras cosas.
Y si esto se logra no importa demasiado que las amenazas se cumplan. Si alguien visto como racional no cumple con una promesa, pierde su credibilidad, si un loco no lo hace, “es una locura mas”. Pero no es fácil ser considerado “un loco” (Nixon claramente fracasó). Además la estrategia es riesgosa -siempre existe la posibilidad de una escalada, sea por algún error o si la contraparte también es “un loco más grande”-, tiene costos -por ejemplo, frente al propio electorado-, y está el problema de la credibilidad de los compromisos contraídos -un loco disposicional, loco total, puede hacer cualquier cosa, un extremista “siempre ira por más”… claro que esto también puede afectar a un actor racional-. Es por eso que muchas veces son mejores otras alternativas al momento de lograr/buscar credibilidad, y que solo es cada tanto que vemos aparecer un loco en el escenario internacional.
Ellesberg termina su paper citando a Nikkita Kruschev: “Lo que Hitler fue, ningún hombre -debemos esperarlo- debe aspirar a ser. Pero lo que Hitler sabía, otros pueden aprender: y usar. Y ganar con ello… hasta que fracasen, y destruyan a toda la humanidad”.
Todos estos autores, libros y estudios constituyeron la base para el estudio y formulación de la estrategia militar moderna y son la base de la teoría de la negociación económica, política y social (pido perdón al lector por robarle tanto tiempo).
Es que más allá de las teorías, la psicología y la antropología han demostrado también que bajo ciertas condiciones, la volatilidad emocional, el enojo -podemos pensar en Néstor Kirchner, “El Furia”, según Jorge Asis- y el pensamiento irracional pueden ser activos favorables al momento de negociar – “Bargaining Theory of Conflict with Evolutionary Preferences”, A.T. Little y T. Zeitzoff, 2017; “The Advantages of Being Unpredictable: How Emotional Inconsistency Extracts Concessions in Negotiation”, M. Sinaceur et.al., 2013; “Get Mad and Get More than Even: When and Why Anger Expression Is Effective in Negotiations”, M Sinaceur y L. Z. Tiedens, 2006; “Expressing Anger in Conflict: When It Helps and When It Hurts,” G. A. Van Kleef y S. Côté, 2007; etc.).
Locos o no, es evidente que Donald Trump y su “copycat” Javier Milei, han incorporado elementos de “la teoría del hombre loco” a su filosofía de negociación.
En septiembre de 2017 Trump le ordenó al negociador con Corea del Norte: “tenés 30 días, y si no conseguís nada, me retiro”. “Bien, le voy a avisar a los coreanos que tienen 30 días” le contesto Robert Lighthizer. “No!, no!, no!” lo interrumpió Trump, “¡Así no es como se negocia! No les decís que tienen 30 días. Les decís: Este tipo esta tan loco que se puede retirar en cualquier minuto,… Les decís que si no nos dan las concesiones ahora, este tipo loco se va a retirar del acuerdo”.
Que Trump, en una muestra de su inteligencia (no es el caso de nuestro presidente) se solaza hasta la humorada con su reputación de “loco”, lo vimos muchas veces. En Newsmax cuando el 20/10/23 Greg Kelly -a quien considera un amigo- arrancó diciendo: “Esta bien, es un hombre loco, si, está un poco chiflado…” o en una más reciente nota del Wall Street Journal de 19/10/24 cuando en referencia al presidente de China, Xi Jinping, dijo: “He respects me and he knows I´m fucking crazy” (Me respeta y sabe que estoy endemoniadamente loco”). Los ejemplos puntuales sobre “comportamientos irracionales” de Donald Trump -o Vladimir Putin, o Javier Milei, etc.- son innumerables, pero mas allá de las percepciones, si vemos que estos se alinean dentro de una estructura estratégica, sabemos que “no están locos”…, o al menos “no tanto”.
Claro ejemplo son las amenazas del presidente norteamericano a Hamas para que libere sus rehenes, a Colombia para que acepte los deportados, a México y Canadá por la cuestión de las tarifas, que ha sido suspendidas por 30 días -se seguirán negociando- pero aceptaron controlar más sus fronteras con la cuestión de ilegales y drogas, a los propios inmigrantes ilegales cuto paso por la frontera ha caído casi 50% frente a lo de un año atrás, etc.
Esto de pensar al otro como un loco, si bien debilita nuestra posición, tiene una ventaja adicional (especialmente para “el loco”): el costo de vender a los propios la idea que uno cedió a las presiones de un insano capaz de hacer cualquier cosa -incluso lo que dice-, es menor que el de ceder ante alguien racional con el que siempre se puede negociar mejor.
Con esto no estoy diciendo que Kim Jong Un, Vladimir Putin, Donald Trump, Javier Milei o cualquier otro primer mandatario sea mentalmente sano y equilibrado. En “Mental Illness in U.S. Presidents between 1776 and 1974: A Review of Biographical Sources”, J.R.T. Davidson, K.M. Connor y M. Swartz, encontraron que cerca de la mitad de los 36 presidentes norteamericanos hasta Richard Nixon sufrían alguna forma de enfermedad mental. Este estudio no se volvió a hacer, pero en vista de lo vivido, sería difícil que los resultados sean mucho mejores.
“Al sabio no se lo escucha en todo el día; no muestra sus conocimientos. Cuando se examina a sí mismo y no encuentra ningún defecto ¿qué necesidad tiene de mostrárselo a los demás?”; Analectas 7.24 Confucio, 551-479 A.C.
“Toda guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando podemos atacar, debemos parecer incapaces; cuando usamos nuestras fuerzas, debemos parecer inactivos; cuando estamos cerca, debemos hacer creer al enemigo que estamos lejos; cuando estamos lejos, debemos hacer creer al enemigo que estamos lejos. lejos, debemos hacerle creer que estamos cerca”; El Arte de la Guerra, Cap.1, Sun Tzu, 544-496 A.C.
“Aquellos que saben, no hablan. Aquellos que hablan, no saben”; “Si quiere reducir algo, primero tienes que dejarlo que se expanda. Si quieres desembozarte de algo, primero tienes que dejarlo florecer”; “El elemento más suave del universo, supera al más duro. Lo que no tiene substancia puede entrar donde no hay lugar”; Tao Te Ching, Cap. 56; 36 y 43; Lao Tzu, 400-301 A.C. “La unidad de los opuestos es condicional, temporaria y transitoria, y por lo tanto relativa, mientras la lucha de los opuestos es absoluta”; “Los opuestos se pueden transformar a si mismos en el otro porque son solo dos aspectos de la unidad” “Debemos aprender a usar las contradicciones para nuestros propósitos”; Sobre las contradicciones, 1937 y Discurso de 1957; Mao Zedong
Tal vez sea que no entendemos su idioma y su cultura, por el sesgo imperial europeo del siglo XIX, o porque es así, pero mientras la locura ha sido un “leitmotiv” de la estrategia occidental, la inescrutabilidad lo ha sido de los orientales.
A la vez que a principios de mes Trump imponía una tarifa de 25% a los productos de México y Canadá, aplicaba una de 10% a las importaciones Chinas, en este caso solo por el tema drogas.
Los países vecinos recularon y las aplicación de tarifas se suspendieron durante 30 días en los que deberán demostrar cuanto están dispuesto a ceder ante los yanquis.
Pero China respondió, aplicando un impuesto del 15% a las importaciones de carbón y gas, y de 10% al petróleo, maquinaria agrícola y automóviles de lujo norteamericano y apelando a la Organización Mundial de Comercio, lo que da 60 días para que las partes resuelvan el entuerto antes de judicializarlo. Al mismo tiempo le iniciaron un juicio a Google por prácticas monopólicas (es por el Android, no por el buscador).
Menos llamativos, pero eventualmente más peligrosos son los nuevos controles a las exportaciones de tungsteno, telurio bismuto, molibdeno e indio (que suman al Galio, en diciembre), “minerales críticos” para la economía y la seguridad de los EE.UU.
En realidad, hasta aquí la respuesta es más nominal que efectiva y no resulta relevante para ninguna de las dos partes, pero apunta a fijar posiciones sin escalar una guerra comercial (se espera que en unos días Trump llame por teléfono al primer chino). En marzo de 2018 Trump impuso tarifas a la importación de acero y aluminio de varios países (incluyendo el nuestro), con los chinos respondiendo en abril, elevando las tarifas a 128 productos yanquis.
Se disparó una guerra comercial que finalizó en enero de 2020 cuando Xi Jinping y Trump firmaron el “Acuerdo Económico y Comercial entre los Estados Unidos y la República Popular China”, más conocido como la “Fase Uno”.
Como esto se mezcló con la pandemia, es difícil decir quién ganó y quién perdió, o si los dos perdieron, pero está claro que durante la administración Biden los chinos dejaron de cumplir muchos de sus compromisos.
A diferencia de Claudia Sheinbaum y Justin Trudeau, Xi Jinping sabe perfectamente que Donald Trump no está loco ni es un imbécil y conoce como negociar con él. Lo más probable es que Trump quiere ahora que se aplique lo acordado con la “Face Uno”, a lo que agregará la cuestión de las drogas -que no se trató en aquel momento-, así que más tarde o más temprano veremos a los dos firmar una “Fase Dos”.
“Siempre me ha gustado el proverbio de África occidental: “Habla suavemente y lleva un gran garrote; llegarás lejos””. Carta a Henry L. Sprague del 26 de enero de 1900, del Gobernador de Nueva York, Theodore Roosevelt.
Por lo que sabemos, es tan probable que el hubiese inventado el proverbio como que lo hubiese escuchado de otra persona, sin embargo, poco aclaraba:
“Si simplemente hablas suavemente, el otro hombre te intimidará. Si dejas tu bastón en casa encontrarás que el otro hombre no lo hizo. Si llevas sólo el bastón y te olvidas de hablar suavemente, en nueve de cada diez casos el otro hombre tendrá un bastón más grande”, Apuesta y vicios en la capital del estado, The Brooklin Daily Eagle, 1/4/1900. El punto aquí es que la estrategia del hombre loco solo sirve para hacer creíble una idea o amenaza, si llevamos un gran garrote en la mano, el otro está al tanto de ello y es más débil.
En el caso de Trump, “la locura” funciona con adversarios menores, pero no con quienes se sienten tan fuertes como él (China, Rusia), son “tanto o más locos” (Irán), o reconocen que se trata tan solo de una estrategia de negociación.
En 2003, entre los principales compromisos de La Libertad Avanza con la sociedad (punto 13 de la Reforma Económica) estaba la eliminación inmediata de cualquier forma de cepo cambiario, en caso de ganar la presidencia.
Ganaron, pero esto lo fueron pateando hacia adelante, hasta que en unos días atrás en una entrevista con un periodista “más que amigo” -no da otras- el presidente Milei anunció:
“(Nombraste recién al fondo, ¿crees que finalmente va a haber un acuerdo, finalmente va a haber un desembolso, en que momento esta eso?) Mira, nosotros estamos trabajando en avanzar en un acuerdo, nosotros tenemos la convicción de que para que Argentina le vaya bien, depende de Argentina”.
“Nosotros, sin la ayuda del Fondo en 2026 el cepo lo levantamos. El 1ro de enero de 2026 no existe el Cepo”; (¿Y si hay desembolso del Fondo antes?) Podemos hacerlo más rápido. Hay que ver como queda estructurado el programa. Como se calzan los fondos, y eso te va a determinar la salida del cepo”.
Puede ser que se levante antes (¿cuándo las necesidades eleccionarias lo demanden?), pero lo más seguro es apostar a que el cepo a las operaciones cambiarias ya no estará vigente el año que viene. Claro que, si rompe su palabra-no sería la primera vez-, bien podría ser más adelante. Si la entrevista trasuntó algo es que el país no puede depender del acuerdo con el FMI, sugiriendo que viene “demorado” y que la entidad prefiere al Ministro de Desregulación y Transformación del Estado como interlocutor: “…y Georgieva me pidió si lo podía convocar a Federico Struzenegger para, digamos, trasladar la experiencia de lo que estamos haciendo nosotros” que a Luis “Toto” Caputo.
Pero hay algo más sutil. No poder depender del Fondo es no poder depender de Donald Trump. Si bien Javier Milei acaba de pasar por lo que sea posiblemente su momento de máximo acercamiento al Presidente de los EEUU, es claro que no consiguió el yanqui utilizara su influencia en Fondo -esto va más allá de la cuestión burocrática- para que el organismo abriera su billetera.
Si lo quiere más claro: a Trump, Javier Milei le resulta una figura simpática -los vincula más “la locura”, que la ideología o los intereses- pero, preocupado en otras cuestiones mucho más graves y con “el garrote” en sus manos, no va a mover un dedo por Argentina a menos que se vea forzado a hacerlo (i.e., el costo/beneficio le resulte muy favorable). Así que lo mejor es… olvidarnos de Trump.
No entender cómo funciona “la locura” -real y/o percibida- de los principales mandatarios del mundo, es no entender el mundo. Si se preguntan por qué la sociedad argentina le permite lo que le permite a su presidente… tal vez esta nota le ayude en la respuesta (ahora, si es solo una máscara o algo más profundo, es algo que debe desentrañar usted).
Y llegó Nixon
EEUU y “la bomba”
De JFK a Donald Trump
Adentrándonos en la locura
El uso político de la locura
De Trump a Milei, “todos locos”
China, siempre China
No es la locura, es el garrote
El Loco y el Cepo
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