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Falta de control, precios absurdos y concentración: sospechas por contratos de limpieza en la gestión de Alberto Fernández

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Una serie de informes de la Sindicatura General de la Nación (Sigen), el organismo del Poder Ejecutivo encargado de realizar auditorías, consolidan sospechas sobre uno de los servicios tercerizados más opacos del Estado, el de la limpieza. Dos documentos oficiales, a los que tuvo acceso LA NACION, destacan irregularidades, potenciales sobreprecios, valores absurdos, concentración en la contratación de prestadores y falta de control en el trabajo en un rubro que se llevó $88.110.364.284,94 en 2023.

Un primer documento recopiló información sobre 144 organizaciones, incluidas empresas públicas, ministerios y organismos descentralizados, un total de 2985 contratos que vincularon a 355 empresas con el gobierno para la limpieza de 15.101 edificios. El segundo ratifica las conjeturas del primero, elaborado entre mediados y fines del año pasado, aunque todavía no hay una definición sobre qué hará el oficialismo con esta información.

Los precios se analizaron en función del valor aproximado de la hora del servicio de limpieza, que se obtuvo del monto total del contrato sobre el producto de la cantidad de horas semanales trabajadas por la totalidad del personal asignado al servicio y la cantidad de semanas totales del contrato. Fue excluida de parte del análisis la Anses, el organismo con mayor cantidad de edificios a cargo y el quinto con mayor presupuesto en limpieza. El motivo es que en los contratos informados por la unidad de auditoría interna de la administración no se pudo especificar la cantidad de “personal asignado al servicio”, dato necesario para determinar si el contrato es considerado razonablemente válido. “Sin perjuicio de ello, y a la luz del resultado del cálculo para el ´valor horas aproximado´, se exponen sus contratos con valores hora más onerosos, entendiendo que se trata de cifras, a priori, susceptibles de una nueva revisión por parte de la UAI”, especifica el informe de Sigen.

De los 10 convenios con mayor valor hora, nueve son justamente de Anses con la empresa Martín Cía. Los montos van desde $103.155,43 y $129.682,75, cuando la mayor parte de los contratos establecen valores inferiores a los $10.000. El restante en el top 10 pertenece a la Secretaría de Trabajo, Empleo y Seguridad Social con Logísticas Integrales SA, con un valor hora de $75.185,75.

La Sigen detectó una alta concentración en un grupo reducido de empresas, que además comparten autoridades en sus directorios. De las 355, 10 concentran el 61,78% del monto total pagado durante el último año del gobierno de Alberto Fernández. La que más dinero público recibió fue La Mantovana, por $19.091.080.664,26, cerca de un cuarto de todo el presupuesto ejecutado. El top tres se completa con Serza, por $9.947.895.632,933 y Linser, por $5.415.667.800,53. Sin embargo, ninguna de ellas es la que más contratos firmó ni más edificios tiene a cargo. El primer caso es el de Domin SRL, con 140 convenios y el segundo, el de Martín y Cía, con 2455 establecimientos.

La Mantovana ha tenido múltiples denuncias de empleados por falta de pago de sus obligaciones previsionales. En la información solicitada por Sigen, se consultó a las áreas: “¿Se controla que el personal del cocontratante esté en relación de dependencia con aportes jubilatorios y retenciones al día?“. Un 34% respondió que no. En caso de control de aseguradora de riesgos del trabajo, un 24% admitió no estar al tanto de si los empleados la tienen vigente.

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Lo que queda evidenciado es que hay áreas con montos muy superiores a otras, en casos no justificado por la cantidad de servicios que precisan para sus oficinas. Los organismos con más edificios a cargo son: Anses (3351), el Correo Argentino (2187), el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) (1662), el Banco Nación (1638), la ex-AFIP (1338) y el PAMI (849). Las entidades coinciden en el listado de aquellas que más contratos tienen suscritos, pero no en el de mayores montos pagados. En el primer lugar se ubica Aerolíneas Argentinas que, llamativamente, tiene afectados 62 edificios. También en cuarto lugar está AySA, que tiene 104 a cargo.

El 20% de los organismos aseguraron no controlar la asistencia del personal ni tampoco el cumplimiento del horario. De los 2376 casos en los que sí se verifica, tan solo 52 lo hacen con un registro biométrico. La mayoría utiliza planillas o control visual, entre otros mecanismos.

El informe sobre modalidades de contratación revela que solo el 27% de los contratos se adjudicaron mediante licitación pública, mientras que un 40% se realizó a través de contratación directa y legítimo abono, métodos menos competitivos y potencialmente más opacos. Además, se registraron 668 contratos por concurso privado y 84 por compulsa de precios, con una mínima adopción de subastas públicas (solo 3 casos). “Finalmente, del análisis efectuado, surge la necesidad de contar con documentos licitatorios modelos en donde se establezcan criterios de control uniformes a adoptar por parte de las jurisdicciones y organismos contratantes, como así también requisitos a cumplir por los oferentes que fomenten la concurrencia de los interesados”, concluyó la Sigen.

El análisis de las metodologías de ajuste de precios refleja que solo el 28,8% de los contratos cuentan con criterios definidos, lo que equivale a 861 contratos. Entre las metodologías utilizadas, destacan el ajuste por acuerdo paritario gremial (111 casos), paritaria sectorial combinada con índices inflacionarios (103 casos), y ajustes basados en el IPC (64 casos). Sin embargo, más de la mitad de los contratos (447 casos) se ajustaron bajo la categoría de “otras metodologías”, lo que dificulta la estandarización y transparencia de estos procesos. Esta diversidad de enfoques resalta la necesidad de establecer pautas uniformes para garantizar la equidad y eficiencia en los ajustes de precios.

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Inesperado “fuego amigo” de Santiago Caputo contra Milei

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Desde que trascendió un video en el que Mirtha Legrand (que hoy cumple 98 años) despotricaba contra la producción de su programa –en ese contexto lanzó para la posteridad su célebre “carajo, mierda”–, cualquiera sabe que una vez que alguien es microfoneado, todo lo que diga, aun fuera del aire, el día menos pensado podrá ser utilizado en su contra.

Los “crudos” (el backstage de un programa que no está destinado a trascender) quedan archivados y pueden llegar a ver la luz por motivos aviesos o por simple descuido. Telefe hasta llegó a armar un ciclo con esos retazos (Nosotros también nos equivocamos).

Así, todo el país pudo ver la improcedente interrupción del asesor presidencial estrella Santiago Caputo de la entrevista que el periodista Jonatan Viale le venía haciendo al presidente Javier Milei en la Casa Rosada para intentar dilucidar cuál fue su participación en el lanzamiento de $LIBRA. Dicha meme coin llenó las alforjas de unos pocos con cientos de millones de dólares en minutos antes de derrumbarse y dejar en Pampa y la vía a un montón de incautos que perdieron sus ahorros en un santiamén por dejarse llevar por la entusiasta difusión –¿o promoción? (a los efectos prácticos es exactamente lo mismo)– del líder libertario de tan trucha y volátil inversión.

Tras la supuesta estafa virtual, comenzó a funcionar el mentado “principio de revelación”, pero no para dejar como siempre en evidencia tropiezos de la “casta” opositora, sino las propias torpezas del referente principal del oficialismo, primero al exponer que se trataba de una iniciativa para fondear recursos que respalden nuevos proyectos productivos en la Argentina y, a renglón siguiente, afirmar que se trataba de algo tan riesgoso como apostar en el casino. Luego también al decir que su consejo había sido a título personal, de ciudadano de a pie –como si se pudiera escindir a voluntad del cargo que desempeña como presidente de la República, lo que les da otro volumen a sus palabras– y, de inmediato, anunciar que lo defendería en Tribunales el ministro de Justicia (¿a quién, al ciudadano o al Presidente?, ¿no son, acaso, la misma persona?).

Fue el preciso momento en que entró a funcionar otro inesperado “principio de revelación”: al irrumpir en escena Caputo chico (Caputo grande, ministro de Economía, también estaba allí presente, pero en silencio detrás de cámara), dejó en evidencia lo que ya era un secreto a voces: que Milei solo acepta entrevistas amañadas por parte de un acotadísimo staff de periodistas de su entera confianza, algo en lo que en el pasado ya habían incurrido Cristina Kirchner y Mauricio Macri, aunque no con el grado de intensidad y connivencia con que lo hace Milei.

Antes de que trascendiera la versión completa de la última entrevista presidencial, había llamado la atención que Viale se hubiese mimetizado por momentos con la habitual iracundia insultante de Milei al rotular repetidamente de “tarados” a aquellos que osaran poner en duda su independencia a la hora de preguntar.

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El crudo que se filtró demostró que el periodista careció de reflejos y aceptó con mansedumbre la atrevida interrupción del joven asesor que le hizo notar al Presidente que, de seguir con sus flagrantes contradicciones, podría llegar a complicar su frente judicial aquí y en los Estados Unidos. En su descargo posterior, Viale reconoció su error e incriminó, sin mencionarlos, a periodistas que habrían recibido pagos para ser condescendientes con otros políticos. El rótulo “ensobrado”, que el Presidente utiliza indiscriminadamente para ensuciar a quienes lo critican, tomaba cuerpo en la denuncia/amenaza no tan difusa del conductor de ¿La ves?

Resultó desopilante también que se rasgaran las vestiduras por el malhadado blooper conjunto de Milei/Caputo/Viale periodistas que al entrevistar a Cristina Kirchner siempre se comportaron como suaves felpudos.

No solo los políticos poderosos, que dan contadas entrevistas, pretenden fijar reglas del juego previas, que pueden llegar a ser muy severas al condicionar la realización de aquellas a que no se toquen determinados temas. De igual manera proceden ciertas celebridades del deporte y del espectáculo. Están en su derecho porque nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo. Sería muy recomendable que dichas restricciones, si son aceptadas, al menos se pongan en conocimiento de la audiencia. Lo contrario es retacear información.

Lo que hizo el joven Caputo fue un tiro en los pies (suyos y en los del Presidente). Quiso censurar algo y obtuvo un efecto completamente contraproducente: lo que intentaba esconder quedó más en evidencia y fue reproducido hasta el hartazgo en las redes sociales y en los medios de comunicación tradicionales.

Se ve que no se acordaba de un episodio similar de hace unos años cuando Hernán Lorenzino, ministro de Economía de Cristina Kirchner, pidió parar la entrevista con una periodista griega y pronunció la frase con la cual será recordado para siempre: “Me quiero ir”. En aquella ocasión también todo salió al aire y fue un verdadero papelón, pero no por un error involuntario o consentido como esta vez, sino porque la periodista y el medio decidieron que el mal paso de Lorenzino era parte de esa entrevista. Ciertamente lo era. Como también lo fue el ingreso a escena del llamado “mago del Kremlin”. Solo que esta vez le falló el truco.

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