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Historias: vendió su marca de surf en US$187 millones y hace un proyecto en un terreno que compró en el “uno a uno” por US$2000 en Chapadmalal

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Fernando Aguerre nació en Mar del Plata, un lugar donde el océano no solo define la geografía, sino también el espíritu de su gente. Desde joven, el mar fue su gran fuente de inspiración y enseñanza, un vínculo que iría más allá del deporte. En una ciudad que se proyectaba hacia las olas, Fernando encontró en el surf una forma de vida, un camino de conexión con la naturaleza que lo definiría para siempre.

“Con mi hermano Santiago pasábamos largos meses todos los días en la playa, metidos en el mar y entre las olas”, recuerda. A los 13 años, compraron juntos una vieja tabla de surf y dieron sus primeros pasos en el deporte que los marcaría de por vida.

A pesar del paso de los años, de una vida acomodada en California y de haber logrado una trascendencia empresarial y deportiva en los Estados Unidos, Fernando no olvida su tierra. Actualmente vive en Chapadmalal, en una casa que él mismo construyó junto a su familia, en un terreno de 100 hectáreas que adquirió con su hermano en 1999 y que ahora busca potenciar con un nuevo proyecto inmobiliario.

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Posicionar al surf en el país y en el mundo

Fue en tiempos de dictadura militar cuando su lucha por el deporte fue crucial. En 1978, desafiante y audaz, Fernando y un pequeño grupo de surfistas desafiaron la prohibición de surfear impuesta por el gobierno de facto. Con la valentía de un joven que se atrevía a soñar, organizó el primer campeonato de surf en el país, y en 1979, logró lo impensado: liberó la práctica del surf en Argentina y fundó la primera Asociación de Surf del país. En el mundo también es reconocido: Aguerre ingresó al Paseo de la Fama del Surf, un premio que reconoce las trayectorias destacadas en este deporte. Su nombre brilla en una baldosa en la calle Main Street de Huntington Beach, en California, junto con otras glorias del surf.

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A mediados de la década de los 80, luego de recibirse como abogado, se radicó en California, en una de las casas más lindas e imponentes de La Jolla, siempre cerca del mar. A lo largo de más de 35 años en su “California adoptiva”, no solo dejó su huella en la industria del surf, sino que también se convirtió en un símbolo de la pasión, perseverancia y transformación.

Su amor por el deporte y su visión de sostenibilidad lo llevaron a construir una carrera que trascendió las fronteras de la Argentina y tuvo un impacto global. A pesar de su éxito en California, cada verano regresaba a Chapadmalal, el lugar donde hace más de dos décadas inauguró el primer local de Ala Moana, su marca de ropa de surf, y donde sigue reconectando con sus raíces.

Fernando Aguerre en la baldosa del Paseo de la Fama del Surf, en Huntington Beach, California, donde fue reconocido en 2018 por su destacada trayectoria en el mundo del surf

Sin embargo, el gran hito de su carrera fue llevar el surf a los Juegos Olímpicos. Gracias a su esfuerzo, convenció al Comité Olímpico Internacional de incluirlo por primera vez en la historia de los Juegos, un sueño que se concretó en Tokio 2020. Este logro se convirtió en la culminación de toda una vida dedicada al mar, un mar que para Fernando no solo es un deporte, sino una fuente infinita de inspiración y desafíos.

La creación de Reef

En 1984, Aguerre relató que su hermano lo llamó para que fuera a California porque “si vas a trabajar de abogado nunca más nos vamos a ver”, le dijo. Ese fue el primer paso hacia Reef. Su hermano había abierto un surf shop allá, y decidieron viajar por Sudamérica en busca de mercadería para exportar a Estados Unidos.

El surfista recordó que fueron a Río de Janeiro sin resultados. “Nos quedaba un día en la ciudad y volvimos a San Pablo, donde conectamos con fábricas y encontramos un material antiderrapante para las tablas. Empezamos con US$4000 en un departamento de 20 metros cuadrados, no nos conocía nadie… ¡Y vendimos 250.000 piezas en un año. De repente, habíamos encontrado la conexión ‘Sudamérica-California’”, comenta.

“Nosotros creamos la marca Reef en California cuando mi hermano tenía 25 y yo 26″, recuerda. La marca fue la primera del surf mundial que no había sido fundada o gerenciada por anglosajones (californianos, australianos y sudafricanos).

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“Una madrugada, mientras escuchaba desde mi cama las olas romper contra el arrecife (Reef en inglés) pensé en lo fuerte que las olas rompen contra el reef. Así encontré el nombre para las sandalias con las que empezamos”, agrega.

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El surfista cuenta que, tanto él como su hermano, tienen pie plano y no podían usar las ojotas comunes, por lo que necesitaban un diseño con arco. Así, crearon sandalias ergonómicas utilizando un nuevo material de Nike, el etil vinilo acetato.

En 2005, los Aguerre tenían el 20% del paquete accionario de la marca, que se vendió al grupo VF Corp por unos US$187,7 millones, en una operación que también incluyó la transferencia a los nuevos dueños de una deuda que tenía la compañía. ”Fue una decisión personal y familiar, porque la empresa era demasiado grande y la relación entre mi hermano y yo se estaba erosionando, por la propia tensión entre las áreas internas. Decidimos venderla, para darle más tiempo a nuestras familias y al deporte que tanto amamos”, afirma.

Su regreso a Chapadmalal

Aunque su vida estaba consolidada en California, Fernando siempre sintió la necesidad de regresar a sus raíces. En 1999, adquirió junto a su hermano Santiago un terreno de 100 hectáreas en Chapadmalal. “Lo pagamos alrededor de US$2000 cuando el dólar estaba 1 a 1 ”, cuenta Fernando que hoy avanza en un proyecto inmobiliario al que llamó Olas Chapadmalal.

Ubicado sobre la Ruta Provincial 11, que conecta Mar del Plata con Miramar, y la Avenida 515 (también conocida como Avenida de Circunvalación), el predio posee árboles de más de 75 años, algo muy poco común en ese entorno de acantilados y terrenos abiertos. “Fuimos a verlo ese mismo día y lo señamos, no lo dudamos”, recuerda.

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“Esta tierra era del empresario alemán Otto Bemberg, quienes la habían comprado previamente a los Martínez de Hoz, propietarios de una vasta extensión que iba desde la Avenida 515 hasta el arroyo Las Brujitas. Con el tiempo, decidimos ampliar el bosque. En los últimos 20 años, hemos plantado más de 7000 árboles, respetando la armonía del paisaje”, recordó.

Para el empresario era clave que se respetara la naturaleza. De esta forma, asegura que la urbanización se pensó para preservar la biodiversidad del terreno, que cuenta con máus de 13.000 árboles y una flora autóctona única. De hecho, pese a que la ley provincial exige que los desarrolladores dejen el 30% de la tierra para espacios comunes, el empresario decidió comercializar el 50% del lote, en lugar del 70% que permite la norma. “Podríamos haber desarrollado hasta 1000 viviendas, pero decidimos limitar la venta a 350 lotes como máximo para mantener una baja densidad habitacional”, aclara Aguerre que avanza con la comercialización de la primera etapa de 152 lotes, y se estima que, al completar su desarrollo, podría alcanzar los restantes 198 terrenos.

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Mapa de la distribución de la primera etapa de 152 lotes que tendrá el nuevo emprendimiento

Hasta el momento, entre boletos y reservas, lleva vendidos alrededor de 40 lotes que tienen entre 1500 y 1600 metros cuadrados. Como novedad comparte que quienes compran y comienzan a construir en los próximos 18 meses acceden a valores de US$100/m², lo que equivale a unos US$150.000 el lote.

El diseño del paisajismo del barrio cerrado estuvo a cargo del estudio Carlos Thays. “Además, se convirtió en el primer barrio de la zona en contar con una red de gas natural”, aclara.

Vista aérea de Olas de Chapadmalal, mostrando su integración con el paisaje costero y los acantilados

El crecimiento urbano en Chapadmalal y sus alrededores se enmarca dentro de un proceso de expansión sostenida. “A unos 15 kilómetros al sur, camino a los hoteles, se encuentra Paraíso Golf, un barrio cerrado con 40 años de historia que fue el primero de la zona. Su establecimiento marcó el inicio de una tendencia que se consolidó con el tiempo”, explica Aguerre.

En las últimas décadas, la expansión se ha concentrado principalmente sobre la avenida Jorge Newbery, que continúa la calle Alem, la principal arteria de Plaza Grande. A lo largo de esta avenida se han desarrollado ocho barrios nuevos, entre los cuales destaca Rumenco. “Este último se consolidó hace alrededor de 20 años y, desde entonces, ha crecido considerablemente hasta ser considerado por muchos como parte de la ciudad”, comentó Aguerre, aunque reconoció que el crecimiento urbano también ha llevado a algunas personas a buscar zonas más tranquilas, alejadas de la aglomeración actual.

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“Vimos un aumento notable”. El silencio como refugio: jóvenes que apuestan por la espiritualidad en tiempos de hiperconexión

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La pantalla ilumina rostros en la madrugada, las notificaciones irrumpen a cada momento, y el murmullo incesante de la hiperconexión llena cada resquicio del día. Un contexto cotidiano en el que hacer una pausa es completamente disruptivo, como ir a contramano en una autopista que avanza a toda velocidad. Sin embargo, en el convento Santa Isabel de Hungría, una antigua construcción en las sierras cordobesas, un grupo de jóvenes elige lo improbable: pasar varios días en absoluto silencio. Lo que buscan no es desconexión, sino algo más profundo: una forma de trascender el ruido y hallar sentido en medio del caos.

“El Camino Ignaciano siempre despertó interés entre los jóvenes”, señala Nahuel Gauna, coordinador del centro, “pero tras la pandemia, vimos un incremento notable. Hay una necesidad de sentido y una búsqueda que cada vez se hace más evidente en los tiempos que vivimos”.

Los Ejercicios Espirituales Ignacianos fueron concebidos en el siglo XVI por San Ignacio de Loyola, y proponen días de silencio, oración y reflexión personal. A pesar de sus raíces antiguas, por algún motivo sigue resonando en una generación que intenta desafiar las leyes de un mundo híper conectado.

Nahuel explica que “para muchos jóvenes, el silencio puede ser abrumador al principio. Pero también es una oportunidad única para encontrarse con ellos mismos, con sus preguntas más profundas y con Dios”.

Nahuel Gauna, uno de los guías.

El Centro Manresa recibe a decenas de jóvenes cada año, durante enero, todos con motivaciones diversas. Algunos buscan consuelo espiritual, otros, un espacio de introspección. Pero la constante es clara: llegan con el deseo de mirar su vida desde otra perspectiva. “Buscan reconectarse con su interior, acallar las voces externas y reencontrarse”, indica Carolina Orias, guía en el Centro. Para ella, el Camino Ignaciano es una experiencia transformadora que se prolonga más allá del retiro: “Lo importante no es solo el silencio en el retiro, sino cómo aprendemos a aplicarlo en nuestra vida cotidiana, encontrando a Dios en lo cotidiano”.

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Para Carolina, el silencio es una herramienta transformadora. “Nos gusta hablar de desconectarnos para conectarnos. Salirnos de la cotidianidad y conectarnos con nuestros deseos, pensamientos y afectividad. Es una premisa que a veces llama la atención, pero al hacer la experiencia, entienden lo necesario que es esto”.

La tendencia es compartida por el cura Eduardo Mangiarotti, autor de un reconocido podcast (La Brújula), donde suele abordar reflexiones acerca de la pérdida del sentido en la vida moderna y la necesidad de reconectar desde el plano espiritual mediante un proceso de introspección que excede lo religioso. “Creo que estamos en un tiempo de mucha búsqueda de algún tipo de espiritualidad y también de espacios comunitarios”, explica. “No sólo en los ámbitos cristianos, en distintos espacios aparece la misma inquietud por ambas cosas que se anuda en experiencias como los retiros”, agrega. Para Eduardo, “particularmente los jóvenes, que han sufrido la pandemia como pocos, encuentran en estos lugares un silencio y una sanación (hay mucho de búsqueda de salud mental y espiritual) junto con vínculos cercanos, vulnerables, más ricos que los que se pueden generar en otros sitios”.

Para muchos jóvenes, el silencio puede ser abrumador al principio.

Para describir esta experiencia trascendental, Nahuel cita al teólogo Karl Rahner: “El cristiano del futuro o será un místico, o no será cristiano”. Y aclara: “Hoy la espiritualidad no tiene que ver con dogmas, sino con experiencias de encuentro: con uno mismo, con Dios, con el otro”.

La búsqueda de Nahuel comenzó con preguntas que lo acompañaron desde niño. “De chico, siempre sentía que había algo más allá de lo que veía. Recuerdo repasar mi día al final de cada jornada, emocionado por los momentos simples, como si estuviera agradeciendo sin saberlo”, relata.

Una pérdida familiar marcó su vida profundamente. “La muerte de mi abuela fue un punto de inflexión. Sentí una paz que no podía explicar, como si su vida no terminara ahí, sino que continuara en algún lugar que no comprendía del todo”, reflexiona.

Su camino espiritual lo llevó a descubrir los ejercicios ignacianos, una práctica que lo transformó por completo. “Recuerdo mi primer retiro. El ejercicio de silencio fue revelador: abrí una puerta a mi interior que no sabía que existía”, comenta. Esa experiencia lo llevó a comprometerse con esta práctica, incluso realizando los ejercicios completos: 30 días de silencio, oración y contemplación. “Durante ese mes vi mi vida como una historia sagrada, llena de sentido”, dice emocionado. Desde entonces, dedica al menos una hora diaria al silencio, un hábito que describe como un ancla en medio de la vorágine cotidiana.

Carolina Orias, guía en el Centro Manresa.

Carolina tuvo una experiencia similar, cuando por fin pudo dar el salto espiritual entre el “pensar” y el “sentir”. Luego de su primer retiro, quedó “con mucha sed de más”. “El segundo fueron ocho días para rezar tu vida de la mano de la vida de Dios, recorrer tu historia, tu vida, tus sombras y batallas; fue algo invaluable que marcó mi vida en un antes y un después”.

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El silencio como contracultura

En tiempos donde las notificaciones y los estímulos son constantes, el silencio propuesto por el Camino Ignaciano suena contracultural. “Es absolutamente contrario al modo de vida actual detenerse en un mundo que nos exige inmediatez”, concede Nahuel. “San Ignacio hablaba de ‘sentir y gustar internamente las cosas’. Ese es el desafío: salir del ruido para entrar en contacto con lo esencial”.

Este silencio calma, pero también confronta. Muchos jóvenes, al desconectarse del bullicio digital, enfrentan emociones y pensamientos que habían silenciado con las distracciones diarias. Pero lejos de ser una experiencia angustiante, el retiro parece ofrecerles herramientas para transformar esas inquietudes en claridad y propósito.

Antonella Truisi, de 32 años, fue una de esas personas que sintieron la necesidad de participar de este retiro. Si bien había incursionado en otras experiencias similares, siempre sentía que algo faltaba. “Me quedaba con ganas de más”, confiesa, como si el recuerdo todavía la atravesara. Cuando escuchó del Camino Ignaciano, no lo dudó. “La propuesta me resonó fuerte, y decidí hacerlo”.

Joaquín Castagna, de 23 años, llegó por un camino diferente. Una amiga cercana le habló de los Ejercicios Espirituales, describiéndolos como una oportunidad para encontrarse con Dios. “Fue una invitación al autoconocimiento, la reflexión y la contemplación”, cuenta. Aunque creció en un hogar donde la misa y la fe eran parte de la rutina, nunca había vivido una experiencia tan profunda. Pero fue un momento difícil en su vida lo que lo llevó a buscar algo más: “Fue ahí donde empecé a tener un diálogo más cercano con Jesús, a intentar vivir como Él lo propone”.

El convento de Santa Isabel de Hungría.

El desafío del silencio

Para ambos, el silencio fue un gran maestro. Antonella recuerda que los primeros días fueron una prueba de fuego: “Llegué a armar el bolso y querer irme. Pero esa noche, sin celular ni Netflix, me di cuenta de que si volvía a mi rutina, todo iba a seguir igual. ¿En qué momento había perdido la capacidad de conectar conmigo?”. Decidió quedarse, y esa decisión marcó un antes y un después. “Lo más difícil no fue el silencio exterior, sino el silencio interior: callar la cabeza, apagar el ruido que llevamos adentro. Pero cuando lo lográs, es liberador. Literal, te sentís libre”.

Para Joaquín, ese silencio tuvo un componente casi sagrado. “Hay momentos en el retiro que te invitan a estar una hora completa en puro encuentro con Jesús. A veces, me despertaba a las cinco de la mañana para ir a la capilla y contemplar esa conexión”, relata con emoción. Ese espacio de calma no era ausencia de sonido, sino un “silencio fecundo, de conexión con Dios”, que define como uno de los aprendizajes más profundos que se llevó.

“El Camino Ignaciano siempre despertó interés entre los jóvenes”, señala Nahuel.

Ambos coinciden en que desconectarse del mundo digital fue un acto liberador. Joaquín lo describe como “un regalazo”, aunque no exento de desafíos: “En mi vida cotidiana me cuesta desconectarme de las redes sociales, de las distracciones. Pero el Camino Ignaciano me dio la oportunidad de vivir al 100% ese silencio, y ahora intento llevarlo a mi día a día”. Antonella, por su parte, reflexiona sobre lo colapsados que estamos de estímulos. “Aislarse del ruido externo fue clave para la introspección. Te das cuenta de lo necesarios que son estos espacios en un mundo donde todo va tan rápido”.

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La lucha contra la vorágine digital

Joaquín forma parte de una generación nativa digital, y pone en palabras lo que muchos jóvenes sienten pero no siempre saben expresar. “Estamos atrapados en las redes sociales, los videojuegos, la pornografía, las apuestas online. Es un mundo de inmediatez, de gratificación instantánea, que nos genera ansiedad, estrés, dependencia, adicción. Pero si nos situamos ahí con consciencia y responsabilidad, podemos usar esas herramientas a favor de nuestra salud mental”.

Esa búsqueda de equilibrio se refleja en el creciente interés por propuestas como los Ejercicios Espirituales. “Hay algo en nuestra generación que nos recuerda que las cosas fueron diferentes”, reflexiona Antonella. “Tuvimos una infancia y adolescencia sin tanta tecnología, y eso nos dejó una memoria de lo que significa la pausa”. Joaquín complementa esa idea, apuntando al impacto negativo de la vorágine digital: “Nos está dejando híper sensibles, con baja tolerancia a la frustración, con dificultades para enfrentar desafíos reales. Algunos intentamos, y cada vez somos más, romper ese círculo”.

Joaquín Castagna, de 23 años, hizo el Camino Ignaciano y logró conectar profundamente.

Cuando el retiro terminó, Antonella y Joaquín regresaron con herramientas prácticas, pero también con algo más profundo: una paz difícil de describir. “Es una sensación de tener el corazón abierto y lleno de amor”, dice Joaquín. Para Antonella, la experiencia fue un redescubrimiento del valor de lo cotidiano, de lo simple.

Espiritualidad y salud mental

La crisis de salud mental entre los jóvenes es alarmante. Según la OMS, las tasas de ansiedad y depresión están en aumento, vinculadas al uso excesivo de redes sociales y la falta de conexiones profundas. Un estudio reciente -el primero de su tipo- realizado en España, reveló que el 20,22% de los adolescentes de entre 12 y 18 años pasan más de dos horas al día en TikTok, y la mayoría manifiesta que, al desconectarse, experimenta una disminución en su autoestima, un aumento en la sensación de estrés y dificultades para establecer límites personales.

La espiritualidad puede ser un complemento clave en este contexto. “Una persona que se conoce, que se pregunta qué quiere en la vida, para que vino al mundo, quizás es una persona que tenga una madurez espiritual que le ayude a poder entenderse mejor y tener más herramientas para encontrar su camino en este mundo”, aporta Carolina.

“Buscan reconectarse con su interior, acallar las voces externas y reencontrarse”, indica Carolina Orias.

Para los jóvenes que llegan al Centro Manresa, el retiro es más que un respiro: es una transformación. Nahuel describe esta experiencia a través de la figura del peregrino: “La vida es un camino hacia un horizonte desconocido, como decía San Ignacio, ‘una sana ignorancia’. Este proceso resuena en una generación que, aunque huérfana de relatos tradicionales, sigue buscando sentido”.

Esta no es una promesa de respuestas fáciles, pero sí una invitación poderosa: detenerse, escuchar y caminar hacia lo esencial. Para Nahuel, la clave es sencilla: “Es un regalo invaluable en un mundo donde todo parece fragmentado. Aquí, los jóvenes descubren que incluso en medio del ruido, hay un eco de plenitud esperando ser escuchado”.

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Y ese eco, envuelto en el silencio, sigue resonando.

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