POLITICA
Hun Manet, la nueva cara de la autocracia en Camboya
Camboya es un país marcado por una de las tragedias más desgarradoras del siglo XX: el genocidio bajo el régimen de los Jemeres Rojos (1975-1979). Este movimiento, liderado por Pol Pot, implementó una versión extrema del maoísmo, buscando convertir a Camboya en una sociedad agraria completamente autosuficiente. En su afán por lograr esta utopía igualitaria, se llevaron a cabo políticas que devastaron al país. La abolición de la propiedad privada, la eliminación del dinero y el desplazamiento forzoso de millones de personas hacia campos de trabajo causaron la muerte de aproximadamente 1.700.000 de camboyanos. Intelectuales, educadores e incluso aquellos que usaban anteojos eran asociados con la intelectualidad por consiguiente fueron asesinados, bajo la lógica de que eran una amenaza para la visión rural del régimen.
Este período oscuro, conocido como el «genocidio camboyano», no solo exterminó a una cuarta parte de la población, sino que también desmanteló las estructuras sociales y culturales de Camboya. Familias destruidas, religiones prohibidas y minorías perseguidas definieron la esencia del régimen. La situación se volvió insostenible y, a finales de 1978, Vietnam invadió Camboya, derrocando a los Jemeres Rojos en enero de 1979.
Tras la caída de los Jemeres Rojos, Camboya fue gobernada por el Partido Revolucionario del Pueblo de Kampuchea (PRPK), que más tarde se transformaría en el Partido Popular de Camboya (CPP), con el respaldo de Vietnam. En 1985, Hun Sen, ex miembro de los Jemeres Rojos que desertó, asumió el liderazgo del país. Aunque bajo su mandato Camboya adoptó algunas reformas económicas, la política continuó dominada por un régimen autoritario que consolidó el poder en manos del CPP. Este sistema ha dejado a Camboya funcionando como una democracia de partido único, donde las elecciones han sido regularmente acusadas de manipulación.
Hun Sen, presidente del Senado de Camboya (Foto: AP / Heng Sinith).
En el contexto actual, la figura de Hun Manet, hijo de Hun Sen, ha dado continuidad al control absoluto del CPP. Su ascenso al poder en 2023 no ha significado un cambio en la política represiva. Las voces disidentes, tanto de la sociedad civil como de los movimientos de oposición, continúan siendo neutralizadas mediante detenciones arbitrarias y un sistema judicial controlado por el partido. Aunque la economía ha experimentado cierto crecimiento, las libertades fundamentales permanecen restringidas, y los medios independientes han sido cerrados o silenciados, como el caso de Voice of Democracy este año.
El CPP ha mantenido su hegemonía desde los años 80, neutralizando cualquier oposición política. Un ejemplo reciente es el caso del líder opositor Kem Sokha, condenado en 2023 a 27 años de prisión bajo cargos de traición. La represión constante y el control de las instituciones, especialmente del poder judicial, han permitido que el CPP controle la política de manera incontestable. Las elecciones de 2023 fueron otro ejemplo de cómo el gobierno ha utilizado tácticas de intimidación y arrestos arbitrarios para eliminar cualquier desafío político, denunciado por organizaciones como Human Rights Watch.
El líder opositor Kem Sokha (Foto: Heng Sinith / Associated Press).
Este panorama evidencia la transición de Camboya, de un régimen comunista radical a una autocracia, en la que el poder sigue concentrado en un solo partido. La sombra del pasado genocida sigue presente, y aunque el país ha hecho avances en la reconstrucción económica, las heridas del autoritarismo y la falta de libertades políticas continúan abiertas.
El economista austriaco Ludwig von Mises, en su obra Socialismo, ofrece una explicación que ayuda a entender parte del autoritarismo que hoy se vive en Camboya. Mises argumentaba que el socialismo debe ser intrínsecamente autoritario porque no puede permitir que las personas elijan su propio destino; su objetivo es reorganizar la sociedad según una idea preconcebida, lo que requiere suprimir la libertad individual para lograr sus metas. Esto se reflejó claramente en el genocidio llevado a cabo por los Jemeres Rojos.
Si bien el gobierno actual en Camboya no se compara directamente con el régimen de los Jemeres Rojos, Hun Manet y el CPP han replicado muchas de las tácticas autoritarias al perseguir la disidencia, controlar los medios de comunicación y mantener un sistema de poder centralizado. Este pasado septiembre, 94 personas fueron arrestadas por protestar contra un acuerdo económico con Vietnam y Laos; sin embargo, oficialmente se dijo que estas personas intentaban derrocar al gobierno. Las reacciones internacionales no se han hecho esperar. Bryony Lau, directora adjunta de Asia en Human Rights Watch, criticó duramente las detenciones arbitrarias recientes, señalando que estas acciones muestran el desprecio del primer ministro Hun Manet por los derechos de los camboyanos y las obligaciones internacionales en materia de derechos humanos. De manera similar, el profesor Neil Loughlin, de la Universidad de Londres, ha señalado que Hun Manet ha heredado no solo el cargo de primer ministro, sino un sistema autoritario profundamente arraigado que promueve la supervivencia del poder familiar a través de la represión política y el nepotismo. Todos estos indicios alejan al país de poder desarrollar una democracia estable.
De la vergüenza histórica que significaron los Jemeres Rojos hasta el actual autoritarismo, podemos concluir que lo que conecta ambos regímenes son las ideas colectivistas que inspiraron a unos y a otros, así como el mal uso del poder. Los primeros llevaron su visión al extremo, culminando en la destrucción masiva, mientras que los actuales, aunque más abiertos en temas económicos, siguen asaltando las libertades individuales, perpetuando así el fantasma del autoritarismo en Camboya. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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Vietnam, Ludwig von Mises, Anderson N. Riverol, Human Rights Watch, Pol Pot, Camboya, Partido Revolucionario del Pueblo de Kampuchea, Partido Popular de Camboya, Hun Manet, Hun Sen, Kem Sokha, Jemeres Rojos, Bryony Lau, Neil Loughlin
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