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POLITICA

La extrema derecha alemana logró su primer triunfo estatal desde 1945

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Este ascenso no solo resalta la legitimidad del partido, sino que también pone en tela de juicio la efectividad de la coalición de gobierno conocida como coalición “semáforo», compuesta por el SPD, los Verdes y los Liberales Demócratas (FDP). La dinámica política alemana, con su compleja red de partidos, coaliciones y acuerdos, está experimentando una transformación significativa que refleja el descontento creciente en sectores amplios de la población.

En la actualidad, el discurso político se ha degradado a un nivel alarmante, donde los argumentos han sido sustituidos por ataques personales. Esta polarización entre la izquierda y la derecha, entre fascistas y comunistas, entre «buenos» y «malos», distorsiona la verdad y desvía la atención de los problemas reales que afectan a la sociedad. Este deterioro del diálogo político es reflejado y amplificado por los jóvenes, quienes, en busca de un lugar en un mundo cada vez más vacío y tecnológico, reproducen este comportamiento acusatorio.

A pesar de este caos, el individuo sigue siendo el eje central de la acción política, tratando de sobrevivir y adaptarse a las decisiones que quienes detentan el poder toman sobre el curso de la sociedad y por ende la vida de todos. Como bien afirmó el Nobel de Economía, Milton Friedman: «Las políticas deben ser evaluadas por sus resultados, no por sus intenciones». Así, es crucial que evaluemos a los políticos no por sus promesas, sino por los efectos concretos de sus acciones y las políticas que implementan. En este contexto, la percepción pública de la ineficacia gubernamental se convierte en un factor decisivo que puede alterar el equilibrio político en elecciones clave.

El partido AfD ha sido objeto de un intenso escrutinio, particularmente por la Oficina Federal para la Protección de la Constitución de Alemania, que lo ha monitoreado debido a sus posibles vínculos con el extremismo. A pesar de ello, el partido sigue participando en la dinámica democrática y se ha consolidado como una opción real para millones de alemanes. En las recientes elecciones del día de ayer, la AfD logró una importante victoria en Turingia y quedó en segundo lugar en Sajonia. Estas regiones, que han mostrado un respaldo creciente a la AfD, reflejan un cambio en la composición del electorado, que se está alejando de los partidos tradicionales en busca de alternativas que prometen un enfoque diferente a los problemas actuales.


El copresidente de Alternativa para Alemania (AfD), Tino Chrupalla, y la vicepresidenta Alice Weidel (Foto: EFE/EPA/Filip Singer).

El ascenso de la AfD puede atribuirse al fracaso de la coalición «semáforo». La incapacidad de esta coalición para gestionar eficazmente la crisis energética derivada de la guerra en Ucrania y la dependencia del gas ruso ha generado un descontento generalizado. La percepción de una mala gestión de la transición energética y la ineficacia de las políticas económicas, que no han aliviado las dificultades de la clase media y baja, han alejado a los votantes del gobierno. Este descontento se ha visto exacerbado por la crisis inflacionaria, que ha reducido el poder adquisitivo de las familias y aumentado las tensiones sociales en todo el país.

Además, la política migratoria y la creciente percepción de inseguridad han sido factores decisivos. En 2023, se reportó un aumento en los casos de violencia sexual en ciertas regiones, lo que ha intensificado el sentimiento de inseguridad entre la población local y debilitado aún más la confianza en la coalición gobernante. La falta de una respuesta contundente por parte del gobierno ante estos problemas ha sido interpretada por muchos como una muestra de debilidad, lo que ha permitido a la AfD capitalizar el miedo y la frustración generalizada para ganar apoyo.

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La victoria de la AfD no ha pasado desapercibida en el ámbito internacional. El eurodiputado español Hermann Tertsch, de la coalición Patriotas por Europa, calificó el triunfo de la AfD como «espectacular», destacando la resistencia del partido a las críticas provenientes de todos los frentes. Por otro lado, Balázs Orbán, jefe de Gabinete del primer ministro húngaro, afirmó que los estados alemanes han enviado un mensaje claro contra la inmigración, la ideología de género y la guerra. Estas declaraciones reflejan un creciente apoyo internacional a movimientos de derecha en Europa, que ven en la AfD un ejemplo a seguir.

Por otra parte, los medios occidentales como DW, El País, y The Guardian han expresado alarma ante el avance de la extrema derecha en Alemania, considerando esta victoria como un signo preocupante para la democracia europea. Las editoriales y artículos de opinión en estos medios han señalado los peligros de una mayor polarización y la posible erosión de los valores democráticos en uno de los pilares de la Unión Europea.

Los resultados indican que los partidos oficiales o tradicionales han fallado en abordar los problemas reales de la ciudadanía. Mientras la violencia en los discursos y debates políticos se intensifica, las preocupaciones genuinas de los alemanes son desatendidas, lo que ha llevado a un retiro del apoyo hacia la coalición «semáforo». Partidos como los Liberales Demócratas han prácticamente desaparecido del escenario político en las regiones donde se celebraron las elecciones, centrándose en temas ajenos al interés general. Aunque es improbable que la AfD gobierne en el corto plazo, el desgaste del «cordón sanitario» favorece su crecimiento, obligando a los partidos tradicionales a reconsiderar su estrategia. Ejemplos de cómo se están adaptando los escenarios políticos europeos incluyen a Suecia, donde los partidos tradicionales han tenido que incluir en la coalición a las fuerzas soberanistas, o los Países Bajos, donde ya se vieron obligados a negociar con fuerzas similares. Esta tendencia podría indicar un cambio en la política europea, con implicaciones significativas para el futuro de la Unión Europea. (www.REALPOLITIK.com.ar)

ETIQUETAS DE ESTA NOTA

Alemania, Björn Höcke, Milton Friedman, Anderson N. Riverol, Alternativa para Alemania, Liberales Demócratas, Hermann Tertsch, Balázs Orbán, Sajonia, Turingia, Alice Weidel, Tino Chrupalla

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El tiempo que tenemos: notables actuaciones de Florence Pugh y Andrew Garfield para un melodrama que juega con el tiempo

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El tiempo que tenemos (We Live In Time, Reino Unido/Francia/2024). Dirección: John Crowley. Guion: Nick Payne. Fotografía: Stuart Bentley. Edición: Justine Wright. Elenco: Florence Pugh, Andrew Garfield, Grace Delaney, Lee Braithwaite, Adam James, Douglas Hodge, Aoife Hinds. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Imagem Films. Duración: 108 minutos. Nuestra opinión: buena.

Hay historias que necesitan actores “importantes”. No solo importantes en términos de su talento, o su prestigio, o siquiera en su incidencia en la taquilla. Importantes por su cualidad de estrella, algo que Alfred Hitchcock entendía bien y dejó inmortalizado en la larga entrevista con François Truffaut que resultó en El cine según Hitchcock. Hablando de Saboteador (1942), una de sus primeras películas en los Estados Unidos, señaló entonces la condición “ligera” del protagonista Robert Cummings como una de las razones de la falta de compromiso del público con su suerte. “El público concede menos importancia a los problemas de un personaje interpretado por un actor que no le resulta familiar”. Un actor que no tiene esa cualidad de estrella, podríamos agregar.

Quizás esa es la verdadera preocupación del irlandés John Crowley a la hora de elegir al reparto de El tiempo que tenemos, su verdadera incursión en el melodrama, aún en tono menor. La historia es simple, algo convencional -como lo había sido Brooklyn (2015), su éxito previo al horrible traspié de El jilguero (2019)-, pero no por ello menos conmovedora. Una mujer joven sabe que está enferma y que el tiempo que le resta debe pasarlo haciendo tratamientos para sobrevivir de manera pasiva, o emprender una entrega más absoluta a lo que quiere y desea. Está enamorada de su pareja, tienen una nena de tres años, y además disfruta y se luce como chef en su propio restaurant en el corazón de Londres. Es claro, piensa Crowley, que para que nos importe ese periplo que combina la amenaza de la muerte y el ímpetu por la trascendencia, los actores que interpretan a esos personajes queribles, y de algún modo condenados, deben resultarnos familiares -en palabras de Hitchcock-, involucrarnos en su destino, y conmovernos hasta las lágrimas.

Florence Pugh y Andrew Garfield hacen un gran trabajo. Tienen carisma, química en sus escenas de amor, transitan con fluidez entre el drama y la comedia, y transmiten una verdad que escapa al mero verosímil. Pese a ello, la película no llega a estar a su altura. Elige una caprichosa estructura de alternancia temporal, que se presume sofisticada y que no termina de usar en su favor, esquivando la dimensión existencial en virtud de un juego con piezas a reacomodar. Entonces tenemos tres cronologías en danza: cuando los protagonistas se conocen, se enamoran, surge el fantasma de la enfermedad; luego cuando están esperando a su hija, con vaivenes de comedia que ofrecen las escenas más memorables; y luego un presente en el que las sombras reaparecen y con ellas las elecciones de vida. Ese ida y vuelta en el tiempo no ofrece más que un pretencioso rompecabezas que no esconde nada porque siempre tiene lo que ya sabemos para mostrar.

El tiempo que tenemos es una historia de amor amenazada por la muerte cuyas tensiones están delineadas sobre un lienzo universal: ¿qué es lo esencial de una vida, la memoria del mundo o la de los propios que nos recuerdan? ¿Un tiempo efímero de gran intensidad o una pasiva agonía? Preguntas que ha transitado el melodrama a lo largo de su historia y de las que Crowley tiene clara conciencia. Sin embargo, no se termina de conformar con esa premisa. Elige un espiral temporal que no es más que una anécdota, subraya algunas escenas con pantalla partida o música melosa cuando alcanzaba con el rostro desnudo de sus protagonistas, y enfatiza falsos dilemas de la modernidad -¿trabajo o amor? ¿Matrimonio heteronormativo o convivientes sin papeles?- cuando apelar a lo esencial es siempre la mejor solución.

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Por suerte, Pugh y Garfield están ahí para hacernos sentir y creer en lo que vemos, para rescatarnos cuando la película se desvía en sus propios aires de “importancia”.

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