POLITICA
Un estudio revela que la leche de soja es un buen reemplazo de la de vaca: desde qué edad se puede consumir
El consumo de leche de soja tiene múltiples propiedades nutricionales para la salud, entre ellos, ayuda a reducir el colesterol, los lípidos en sangre y la presión arterial. Un reciente estudio realizado por investigadores de la Universidad de Toronto publicado en BMC Medicine, sobre los beneficios de este alimento como reemplazo de la leche de vaca encontró que la bebida de origen vegetal no solo constituye un sustituto adecuado, sino que su consumo tiene beneficios importantes en la salud cardiovascular de las personas.
Según los investigadores, en Estados Unidos la leche de soja es considerada un alimento ultraprocesado porque contiene azúcares agregados para igualar la dulzura de la leche de vaca. Sin embargo, esta clasificación “puede ser engañosa en lo que respecta a sus efectos cardiometabólicos”, por lo que recomiendan que sea reconsiderada.
“Uno de cada tres estadounidenses está familiarizado con el término ‘alimentos ultraprocesados’, aunque no haya un consenso científico sobre la definición. Muchos alimentos clasificados como ‘ultraprocesados’ están muy bien valorados por otros sistemas de clasificación de alimentos utilizados en todo el mundo”, planteó en diálogo con Fox News, Madeline Erlich, PhD, autora principal de la investigación.
El equipo realizó 17 ensayos en unos 504 adultos con diversos estados de salud, en los que se evaluó el efecto de tomar una dosis diaria de 500 ml de leche de soja en sustitución de 500 ml de leche de vaca. Como resultado, encontraron que ese reemplazo reduce los lípidos sanguíneos y la presión arterial, que son factores de riesgo para las enfermedades cardíacas.
Al respecto, Erlich le ratificó a Fox que “los resultados del análisis muestran que en los adultos, el consumo de leche de soja, tanto endulzada como sin azúcar, puede mejorar la salud del corazón al reducir la presión arterial y los niveles de colesterol, sin afectar los marcadores de inflamación”.
Desde MedlinePlus afirman que la FDA ya ha planteado que el consumo de 25 gramos diarios de proteína de soja “puede reducir el riesgo de una cardiopatía, por sus altos niveles de grasas poliinsaturadas, fibra, minerales, vitaminas y bajo contenido de grasa saturada”.
Sobre el consumo de la leche de soja, desde la agencia precisan que las bebidas que vienen fortificadas con calcio, vitamina A y D son las únicas alternativas vegetales con nutrientes similares a la leche para ser incluidas en el grupo de productos lácteos en las Guías Dietéticas para los estadounidenses del gobierno federal. “Se incluyen porque son parecidas a la leche en función de su composición de nutrientes y su uso en las comidas”, explican.
Asimismo, como consideraciones especiales para bebés y niños pequeños, plantean que:
- Los bebés no deben consumir leche o alternativas de leche a base de plantas antes de los 12 meses de edad para reemplazar la leche humana o la fórmula infantil.
- A los niños de 12 a 23 meses de edad se les puede ofrecer leche entera o leche de soja fortificada sin azúcar para ayudar a satisfacer las necesidades de calcio, potasio, vitamina D y proteínas.
POLITICA
Viejas riñas porteñas
Hay que ubicar las cosas en su contexto. Lo que a los ojos del siglo XXI puede parecernos un show bárbaro y bestial, en otras épocas fue un entretenimiento frecuente e incluso una verdadera pasión de multitudes. Me refiero a un divertimento que imperaba en Buenos Aires en tiempos de la colonia y hasta mucho después de la independencia: la riña de gallos.
Hoy es absolutamente ilegal tirar dos aves al centro de un círculo, apostar dinero por una de ellas y verlas lastimarse hasta que alguna de las dos dé con el pico en el suelo. Pero no lo era cuando Buenos Aires era una aldea en crecimiento. Los reñideros estaban presentes en casi todos los barrios porteños y allí asistían, gustosos, miembros de todas las clases sociales.
Es que, por más que nos duela reconocerlo por la pena que nos dan estos pobres animales, las riñas eran una verdadera expresión popular. Un visitante inglés que habitó la urbe para 1820 escribió en una de sus crónicas: “Junto a las puertas de las casas de la gente pobre hay siempre un gallo atado a la pata, lo que demuestra que las riñas deben ser diversión muy difundida”.
Pero claro que esta es una competencia que no se inventó en Buenos Aires. Viene de bien lejos en tiempo y espacio: hay registros desde la antigua Grecia, en el 500 A.C. De ahí las riñas pasaron a la antigua Roma, llegaron al territorio español y fueron los españoles, cuando trajeron las aves de corral al territorio americano, los que instalaron aquí su emplumado pasatiempo.
En 1767 se inauguró el primer reñidero porteño, de José de Alvarado, en el entonces llamado Hueco de Monserrat, por la zona donde hoy se levanta el edificio de Desarrollo Social. Más adelante en el siglo XIX hubo muchos más. Entre los más destacados, se puede mencionar uno ubicado en la actual esquina de Chile y México, otro en Venezuela al 700 y hasta se abrió uno, muy concurrido, en la mismísima calle Florida. Algunos eran más bien precarios, pero otros tenían gradas y hasta palcos para que el público siguiera con comodidad las alternativas de la lucha, plena de espolones yendo y viniendo y picotazos a repetición.
Además de las cantidades de dinero que corrían en las apuestas, la actividad se ampliaba mediante la creación de criaderos y hasta escuelas de pelea para gallos. Tal como pasa hoy con diversos juegos populares, esto era, para algunos, un pingüe negocio.
El historiador Oscar Troncoso recuerda el nombre de algunos gallos que fueron legendarios por su valentía: rememora a ‘el Belgrano’, animal al que apodaron ‘el asesino de Balvanera’, pues así era de feroz; otros ejemplares destacados fueron el ‘Tigre Overo’ y el ‘Gaucho Cenizo’, que se convirtió en mito aquella jornada en la que el pobre continuó peleando después de perder ambos ojos. Pero también estaban las aves que rehuían al combate, como ‘Naranjo Barbucha’, que en su primera contienda se escapó del circo para correr a esconderse atrás de un árbol en otro de los reñideros célebres, el de Gandulfo, ubicado en Montes de Oca y Suárez, en Barracas.
Tan popular era la cosa que, en mayo de 1861, el Jefe de Policía Rafael Trelles emitió el Reglamento Oficial para la Riña de Gallos. Haciendo una lectura de esta legislación, es difícil creer que se cumpliera a rajatabla. Por ejemplo, había una norma que decía que el público “no podrá proferir palabras obscenas dentro del circo”. Con el fervor de la lucha y habiendo dinero en juego, imposible que no se escaparan decenas de improperios.
Por fortuna para los gallos, para el año 1891 se prohibían sus riñas en la ciudad de Buenos Aires. Empezaba a tener influencia la Sociedad Protectora de Animales, que promovió esta medida. Pero, clandestinamente, la movida no se detenía. De hecho, el drama teatral El Reñidero, de Sergio De Cecco, transcurre precisamente en uno de estos escenarios, en Palermo, en 1905. Lo que sí, como muestra la obra, ya era un espectáculo más marginal, para guapos, malevos y matones de algún turbio caudillo político. Pero ese ya es otro cantar.
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