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Chiquito Romero, el héroe de Boca otra vez: como en octavos y en cuartos, le dio el triunfo en los penales

Chiquito Romero, el héroe de Boca en esta Copa Libertadores. (Foto: AFP)El festejo de Boca tras lograr el pase a la final (Foto: REUTERS/Carla Carniel)

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Boca Juniors es finalista de la Copa Libertadores 2023: venció a Palmeiras por penales, luego de empatar 1-1 en el tiempo reglamentario. Los goles los marcaron Edinson Cavani y Joaquín Piquerez. Marcos Rojo se fue expulsado a los 65 minutos por doble amarilla.

Leé también: Cavani volvió al gol cuando Boca más lo necesitaba: abrió el marcador ante Palmeiras y chocó contra el palo

En la definición desde los 12 pasos, Sergio Romero se vistió de héroe nuevamente. El Xeneize había arrancado en desventaja porque Cavani erró el remate que abrió la serie, pero Chiquito se lució: atajó los dos primeros penales y sus compañeros aprovecharon la ventaja.

De esta manera, el arquero volvió a ser clave: en octavos de final contra Nacional de Montevideo, cuartos ante Racing y ahora en semi frente a Palmeiras fue clave en la definición desde el punto del penal. Durante los 90 minutos también fue la figura: sacó muchísimos remates que podrían haber quebrado el empate.

El festejo de Boca tras lograr el pase a la final (Foto: REUTERS/Carla Carniel)
El festejo de Boca tras lograr el pase a la final (Foto: REUTERS/Carla Carniel)

A Romero le patearon 23 penales desde que llegó a Boca: atajó 12 y le metieron 11. Con esta estadística alimenta la ilusión de los hinchas, ya que estará en la final del 4 de noviembre ante Fluminense en el Maracaná.

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Los aritos de la barbarie

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Corrían los años 90 cuando partí a los Estados Unidos para una “fellowship” de mitad de carrera, algo así como un espacio de investigación para dar un salto (…hacia dónde, no es claro). Al irme creí que ya era grande para los choques culturales. En gran parte fue así, pero hubo dos excepciones. Una, cuando, en un diálogo, alguien dijo que en el Estado de Massachusetts, donde vivía, los automovilistas eran muy violentos en su forma de manejar. Que sostuvieran eso en una ciudad en la que si uno pone un pie en la calle el coche frena para que uno pase y en la que los conductores paran de verdad ante las señales de “stop”, yo asumí, obvio, que era una broma. Y la festejé con una potente risa que ofendió a mi interlocutor. Lo decía en serio. Entre los prolijos cánones de conducción americanos, los de ese Estado tienen fama de figurar entre los peores. Pero como mi vara de comparación era Buenos Aires veía una realidad opuesta.

¿Cuál fue la otra sorpresa? Me había hecho amigo de una pareja “mixta”: ella, estadounidense de pura cepa; él, argentino. Habían tenido una beba hacía poco y hablando de lo que le regaló cada abuelo, pregunté quién había elegido los aritos. ¡Ay, muchachos, no lo hagan nunca! Metí la pata. ¿Pero no es acaso natural hacerle los agujeritos a las bebas apenas nacen porque así no sienten? Pues no, uno lo asume como tal pero ni es natural ni está aceptado universalmente. En los Estados Unidos se ve como un síntoma de barbarie por diversas razones: que la niña debe elegir si los quiere, que no puede ser una imposición, que es bueno que se hagan cuando ella ya se pueda cuidar. Mis amigos, entre sonrisas incómodas, me contaron que estaban en plena negociación, aún. Por las dudas, nunca volví a preguntar.

El mundo es global pero hay raíces culturales que tardan en asimilarse: se vinculan a lo más profundo, a lo visceral, a lo que creemos que ha sido dado así por una fuerza divina. ¿Cómo, entonces, no sentirse extraño ante lo que en teoría no puede ser, pero es? Respirar hondo y abrir la mente, no parece haber otra opción

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