SOCIEDAD
Creó imágenes de sus compañeras sin ropa con inteligencia artificial: ¿hay delito?
A principios de julio 15 estudiantes de la Facultad de Urbanismo de la Universidad de San Juan denunciaron que alguien estaba vendiendo fotos de ellas desnudas, solo que ellas jamás se habían sacado esas fotografías.
Las publicaciones venían de un mismo perfil y aseguraba que con un bot de Telegram podía tomar las imágenes de chicas en las redes sociales y “desnudarlas” a través de Inteligencia Artificial. Ante la denuncia, la Justicia logró dar con la cuenta de correo electrónico asociada al perfil que hacía esas publicaciones bajo el alias “MarioMJohn68″ y de allí sacar los datos para dar con la identidad del responsable: era un compañero de la Facultad.
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Se trata de Mario Leandro Pérez González, estudiante de Diseño Gráfico, quien al momento de ser acusado publicó un mensaje en sus redes sociales alegando haber sido “hackeado” y que no era él quien publicaba las fotos. A pesar de su alegación, la Justicia pudo comprobar que la cuenta pertenecía – ya fue dada de baja – a Pérez González y hacer el rastreo de la dirección IP desde la que hacía las publicaciones.
¿Cómo funciona la Inteligencia Artificial?
La herramienta que utilizó el detenido es “una nueva forma de deepfake, que usa algoritmos de deep learning para analizar una imagen de una persona y generar una nueva imagen en la que la persona parece estar desnuda”, explica el Ing. Fredi Vivas, especialista en inteligencia artificial. “El deep learning es un tipo de inteligencia artificial, que usa redes neuronales (como las del cerebro) artificiales y aprendizaje de máquina para imitar funciones similares a la inteligencia humana. Las imágenes se manipulan para eliminar la ropa y reemplazarla por piel de aspecto realista”, detalló Vivas.
Esto abre el debate a si se debe regular el uso de Inteligencia Artificial, al tratarse de una herramienta que puede generar grandes cambios positivos como consecuencias negativas. En ese vacío legal es donde cayó el Fiscal Eduardo Gallastegui cuando tomó el caso e intentó encuadrar el comportamiento del detenido con una figura penal.
Qué sucedió con Pérez González tras su detención
La denuncia fue presentada en julio por al menos 15 chicas de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de San Juan en la UFI Cavig, pero terminó cayendo en el Segundo Juzgado de Faltas. Es que luego de que el Juez de garantías lo mantuviera detenido durante 45 días para que se realice la investigación, no se pudo imputar a Pérez González ningún delito por la denuncia de las 15 chicas damnificadas. Sí se lo condenó por otro delito: además de haber “desnudado” a sus compañeras, en sus dispositivos tenía imágenes de menores en situación de abuso sexual. A raíz de este descubrimiento, el detenido admitió tener esas imágenes y el Juez Alberto Caballero lo sentenció a tres años de prisión condicional por tenencia de la mal llamada “pornografía infantil”.
Para la abogada especializada en derecho iinformático, Marina Benitez Demtschenko, para la imputación penal en la denuncia de las jóvenes “lo clave es la comercialización de ese material (para mujeres adultas) con el fin de que encuadre en promoción de la prostitución. Si no se comercializa es discutible porque ahí no hay figura específica”.
Sin embargo, aun queda una vía: la civil. “la vía penal (denuncia), no es la única para enmarcar un caso así. También -si se individualiza a quien está detrás-, puede accionarse por daños y perjuicios e invocando el derecho a la imagen, que es un bien jurídico tutelado en art. 53 del Código Civil. (Para esto) es necesario que las fotografías tomadas como base de la generación artificial sean de la/las personas damnificadas. Por ejemplo: tomó 10 fotos de su Instagram y las usó para crear una foto desnuda”, explicó Benitez Demtschenko.
SOCIEDAD
Manuscrito. Para pegar poemas en la heladera
Buena parte de este año tuve a la vera del teclado dos libros que me dediqué a releer a la primera pausa abriéndolos por cualquier página. Son la Poesía completa (1958-2008), de Joaquín Giannuzzi, y La vida en serio. Obra completa (1998-2019), de Juana Bignozzi. El tomo de Giannuzzi tuvo una edición anterior, pero esta (del Fondo de Cultura) agrega un prólogo de Fabián Casas sobre esa “poesía prosaica que viene de estudiar a los grandes maestros de la prosa”. El de Bignozzi (salió por Adriana Hidalgo, lo curó Mercedes Halfon), que reúne la segunda mitad de su producción, incluye algunos inéditos y pone en contratapa un poema inolvidable. Empieza así: “cuando yo esté muerta un libro va a llevar mi nombre/ se llamará obra completa porque nunca más/ podré agregar una línea/ y ahí estará mi primera juventud/ las etapas intermedias/ la última pasión antes de volver a la verdadera…”
«El libro de Martín Prieto deja en evidencia que la lectura de poesía no es nada arcano, que puede ser profunda pero también cosa cotidiana»
Bignozzi y Giannuzzi reaparecen –y este es el punto– en otro de los libros del año, que desborda de versos, pero está en prosa. Lo firma Martín Prieto y tiene un título ganchero: Un poema pegado en la heladera (Blatt&Ríos). Pequeños ensayos o crónicas razonadas, lo que dejan en evidencia es que la lectura de poesía no es nada arcano, que puede ser profunda pero también cosa cotidiana. Prieto relaciona poemas, los analiza y los hila muchas veces con elementos autobiográficos.
Bignozzi aparece cerrando el primer capítulo (después de Denise Levertov, Juanele Ortiz y Philip Larkin). El tema es el paso del tiempo. En “Sutherland. Retrato destruido de Churchill”, la poeta le da instrucciones al artista que pintó al político inglés (cuadro que la mujer de Churchill destruyó) para que la pinte a ella en su juventud, de manera tal que su marido pueda ver “a la muchacha que no conoció/ y con la que vive hace más de treinta años”.
El apartado en que figura Giannuzzi lo tiene además como personaje: un Prieto veinteañero visita al poeta, allá por 1980, cuando sacó con unos amigos un volumen con sus primeras piezas. Giannuzzi –al que no conocía, al que no había leído– lo recibió en el edificio del diario Crónica, donde trabajaba, y después lo acompañó a tomarse el colectivo. “Un gesto soberano” (de modestia, se entiende), define Prieto, antes de hacer la síntesis precisa de una obra –de Nuestros días mortales a Un arte callado– que asumió que todo lo personal es político, pero que el cambio se aprecia mejor en las “pequeñas mutaciones de la vida cotidiana”, a la espera de “un nuevo lenguaje que puede estallar en cualquier momento”.
«Ese hábito, ese gesto que permitía el hallazgo de un poema de la nada, en una página de todos los días se diluyó, como si los lugares comunes de la época no toleraran esa capacidad de resistencia, de duración»
El libro podría valer por ese acercamiento a dos poetas clave, pero hay, claro, muchos otros. La imagen “entre borrosa y mitologizada”, por ejemplo, que conserva Prieto de Elvio Gandolfo en un bar de Rosario, cuando lo conoció, y ese poema urbano que más tarde le permite entender que lo había encontrado en su “zona particular” del mundo. Y también el apartado del título, que habla del recorte de un poema de Francisco Madariaga, “Viaje estival con Lucio” (aparecido en un diario, justamente LA NACION) que la mamá del autor tenía pegado en la puerta de la heladera. “Un poema publicado en un diario contiene no un destino, pero sí una posibilidad de destino diferente al publicado en un libro”, anota Prieto. Ese hábito, ese gesto que permitía el hallazgo de un poema de la nada, en una página de todos los días se diluyó, como si los lugares comunes de la época no toleraran esa capacidad de resistencia, de duración. Una consigna posible: copiar y pegar poemas en la puerta de la heladera.
La poesía soportó en todo caso desplantes peores que ese y sigue ahí para quien quiera. Incluso hace acto de presencia en la vulgar mosca que acaba de entrar por la ventana abierta y que en este momento “explora el borde del vaso en rápidos giros discontinuos”. Linda descripción, me digo, antes de darme cuenta de que solo estoy repitiendo un verso de Giannuzzi.
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