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SOCIEDAD

La Argentina denuncia el arresto de un empleado de la embajada en Caracas y la presencia de un francotirador

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WASHINGTON.– Luego de que el secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, denunciara este viernes la presencia de un francotirador frente a la embajada argentina en Venezuela, la Cancillería argentina condenó en un comunicado “la detención arbitraria e injustificada de un empleado local de la representación diplomática” por parte del régimen de Nicolás Maduro.

“Esta acción constituye una violación flagrante e inaceptable de las normas internacionales que garantizan la inviolabilidad de las sedes diplomáticas y la protección de su personal, incluidos aquellos que desempeñan funciones esenciales”, remarcó la Cancillería en la nota, en la que no se precisaron más detalles del empleado.

“Esta detención no es un hecho aislado, sino parte de una campaña sostenida de hostigamiento, intimidación y violencia psicológica contra los asilados y empleados de la misión argentina. A ello se suma la presencia de francotiradores apostados frente a la sede y la ocupación ilegal de las viviendas vecinas, configurando un cerco de facto con el claro objetivo de ejercer presión y generar un clima de terror sobre quienes se encuentran en el interior de la representación diplomática. El gobierno argentino exige de forma categórica la liberación inmediata del empleado local y la entrega de los salvoconductos para las personas asiladas en la sede diplomática”, añadió la cartera que conduce Gerardo Werthein.

Más temprano, Almagro había condenado el “continuo asedio y hostigamiento” de las fuerzas chavistas sobre la residencia en Caracas, donde seis opositores al régimen de Maduro se encuentran asilados desde finales de marzo.

En su cuenta personal, Almagro, excanciller uruguayo, compartió una imagen a través de la red social X donde se destaca la figura de un franco tirador a pocos metros de la representación argentina.

Según destacó la Secretaría General del OEA en una nota, esta situación constituye “una flagrante violación de las garantías de seguridad y protección que deben ser otorgadas a los asilados”, según estipulan las principales convenciones internacionales sobre relaciones diplomáticas y asilo político.

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“La presencia intimidatoria de personal armado, los cortes de energía eléctrica y agua corriente, así como la interrupción del ingreso de alimentos y agua, representan un peligro inminente para la vida e integridad de los asilados”, advierte la nota publicada por el organismo americano.

Asimismo, la OEA reiteró que la concesión de salvoconductos para los asilados es “un imperativo que debe ser cumplido de inmediato” por las autoridades venezolanas, y que la negativa a este reclamo no solo “agrava” la situación, sino que también constituye “una violación de las obligaciones internacionales”.

“El despliegue de fuerzas represivas con armamento de asalto en torno a la embajada de la Argentina y el acoso en general al que está siendo sometida la sede diplomática revela las peores aberraciones del régimen y atenta contra los principios fundamentales del derecho internacional y los Derechos Humanos”, añadió la OEA.

Finalmente, el organismo continental hizo un llamado a la comunidad internacional para que dé muestras de solidaridad con los asilados en la legación diplomática de Caracas y exija al régimen de Maduro que “respete sus derechos y garantías”.

Este pronunciamiento se produce apenas un día después de que 14 países que integran la OEA exigieran al chavismo la emisión “inmediata” de salvoconductos para los seis opositores, al tiempo que denunciaron que las fuerzas de seguridad del país ejecutaron “actos de hostigamiento” contra el edificio.

Estos seis venezolanos están en la residencia en Caracas son estrechos colaboradores de la líder opositora María Corina Machado, e ingresaron en la sede diplomática a finales de marzo tras emitirse una orden de captura en su contra. Desde entonces, las fuerzas de seguridad venezolanas vigilan el edificio.

Se trata de Magalli Meda, jefa de campaña de María Corina Machado; Pedro Urruchurtu, coordinador internacional de Vente Venezuela; el exdiputado Omar González; el experto electoral Humberto Villalobos; Claudia Macero, al frente de la comunicación de Vente Venezuela; y Fernando Martínez Mottola, otra figura importante de la oposición.

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El miércoles, junto con varios países de la región, la Argentina exigió en una sesión especial de la OEA al régimen de Maduro que otorgue los salvoconductos para que los seis venezolanos puedan abandonar el país sin riesgos.

El canciller, Gerardo Werthein, denunció que el régimen de Maduro viola sistemáticamente los derechos humanos y el derecho internacional al impedir la salida segura de los asilados, y que además han sido sometidos a un “hostigamiento” con cortes de agua, interrupción de la electricidad, restricciones en el ingreso de alimentos y la constante presencia de fuerzas de seguridad.

“Los derechos humanos no admiten doble vara. Los derechos se respetan o no se respetan. Los derechos civiles se respetan o no se respetan. La libertad se respeta o no se respeta. No hay espacio para matices. Los derechos no se condicionan ni se someten a negociaciones coyunturales”, dijo Werthein. “Estas prácticas no pueden ser toleradas, ya que vulneran de forma flagrante el derecho internacional”, insistió.

El canciller argentino Gerardo WertheinCaptura de video

El gobierno de Javier Milei ya había dicho la semana pasada a través de un comunicado del Palacio San Martín que la vida de los seis asilados “enfrenta un peligro inminente”.

“¿Actuaremos ahora, o esperaremos a que ocurra una tragedia para reaccionar?”, dijo Werthein. “La respuesta no admite dudas. La responsabilidad de esta organización es actuar con firmeza y unidad. Exigimos la concesión inmediata de los salvoconductos para que estas personas puedan abandonar el país de forma segura y sin restricciones”, demandó.

El gobierno de Estados Unidos apoyó firmemente la condena a Maduro y se sumó al llamado para el cese de las acciones hostiles contra los venezolanos asilados por la Argentina.

“Las tácticas hostiles contra los ciudadanos, activistas y defensores de la libertad en Venezuela demuestran el intento desesperado de aferrarse al poder a pesar de la voluntad claramente expresada del pueblo venezolano”, dijo Thomas Hastings, número dos de la misión de Estados Unidos ante la OEA.

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“Estados Unidos condena en los términos más enérgicos la negativa constante de Nicolás Maduro y sus representantes a otorgar un salvoconducto a las personas refugiadas en la Embajada de la República Argentina que actualmente se encuentra bajo custodia brasileña en Caracas”, remarcó.

Agencias AP y ANSA

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Mundos íntimos. Soy maestra: una vez trabajé con un chico problemático. Ya adulto, llamó desde la cárcel para contarme su vida.

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Tenía 20 años, hacía tres meses me había recibido de profesora en Educación Primaria y me encaminaba hacia mi primera suplencia.

Me asignaron el 7º grado de una escuela del conurbano. Feliz, temerosa, con muchas ganas de ser maestra, comencé a trabajar con mis primeros alumnos, que mayoritariamente vivían en barrios muy humildes.

No pasó mucho tiempo para que reparara en un chico, Alberto, que cursaba 4º grado, aunque se notaba que era más grande.

Generalmente estaba en el patio, deambulaba por la escuela y sobre todo se quedaba parado en la puerta de la “Dirección”. Resultaba muy difícil que entrara al aula. Corría, se enojaba, se peleaba, contestaba mal, se escapaba…

Mónica Barromeres, en la época en que ingresó a su primera escuela.Mónica Barromeres, en la época en que ingresó a su primera escuela.

Una mañana la directora nos llamó a una reunión a su maestra y a mí para hablar sobre Alberto. Conversamos sobre su conducta y su dificultosa trayectoria escolar. Finalmente acordamos incluirlo algunas horas, algunos días en 7º grado. La idea era probar si con otros compañeros, un nuevo ámbito y otra maestra las cosas podían mejorar.

Brindar a cada alumno una atención personalizada porque son distintos y tienen necesidades diferentes. Esa idea guía a Mónica Barromeres.Brindar a cada alumno una atención personalizada porque son distintos y tienen necesidades diferentes. Esa idea guía a Mónica Barromeres.

Éramos un grupo de docentes pensando y armando un dispositivo para trabajar con un alumno que tenía otras necesidades. Eso que tanto habíamos estudiado, eso que todos los chicos son diferentes, con intereses y tiempos personales, se estaba haciendo realidad.

Discutíamos, entre otras cosas, la noción de “destino”, esa postura que parte de la idea de que ciertas condiciones socioeconómicas, familiares o las dificultades de los primeros años de escolarización llevan inexorablemente al “fracaso escolar”.

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Sabemos que una buena relación pedagógica se apoya en un vínculo de confianza.

Y ahí estábamos, confiábamos en él.

Fue así que un día, Alberto se convirtió un poco en mi alumno. Entró muy callado y se sentó solo en el último banco.

Se esforzaba por aprender, por leer y escribir, y con el tiempo mejoró mucho. Disfrutaba de las horas de Lengua, especialmente de las lecturas de cuentos y de poesías. En matemáticas era muy bueno (esto suele ocurrir con los chicos que trabajan, ya que la pobre economía familiar es un tema central en sus vidas). Si bien se relacionaba poco con sus compañeros, estaba tranquilo en el salón y observaba mucho. En los recreos se lo veía solo, no jugaba, caminaba, y yo notaba que en ese deambular trataba de acercarse a la zona del patio donde yo estaba para contarme algo.

En algunas ocasiones, a la salida de clases, me acompañaba a tomar el colectivo en la esquina de la escuela, me despedía con una sonrisa y su mano levantada.

No pasó mucho tiempo para que consiguiera mi teléfono y mi dirección (en aquellos años existía la guía telefónica y era muy sencillo obtener esta información).

Un día, mi mamá me dijo que había llamado un alumno “muy educado y afectuoso” que quería pasar a saludarme. Ella, sin tener muy en claro eso de la distancia óptima entre un docente y un alumno, lo invitó a venir una tarde a merendar a nuestra casa.

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A los pocos días se produjo la visita. Lo recibimos con una chocolatada y una torta hecha por mi mamá especialmente para él. Compartimos los tres una charla, risas y de paso un poco de lectura para continuar la práctica.

Faltaba muy poco para terminar el año. Alberto aprendía y mejoraba. Cada vez pasaba más tiempo en su 4º grado, con su maestra y sus compañeros. Si bien su carácter rebelde se mantenía, logró estar más tranquilo y se lo veía disfrutando de varias actividades escolares.

Finalmente Alberto pasó a 5º grado y yo terminé mi suplencia. No supe más nada de él. Nunca lo olvidé y más de una vez me preguntaba en qué estaría. ¿Habría terminado 7º grado? ¿Estudiaba? ¿Trabajaría quizá?

Pasaron los años, muchos, yo seguía como maestra en otra escuela, me había casado, tenía dos hijos y vivía en otra casa cuando una mañana recibí una llamada telefónica.

Era un sacerdote de una unidad penal de la Provincia de Buenos Aires. “Señorita Mónica, la llamo porque hay un muchacho detenido que está enfermo y me pidió que la contactara. Tiene muchos deseos de comunicarse con usted y, en lo posible, verla”.

Era Alberto. Quedé paralizada. Habían pasado al menos 15 años desde la última vez que lo había visto en el acto de fin de año de aquella escuela. Me cuesta encontrar palabras que expresen lo que sentí en ese momento. Estaba sorprendida, impactada, llena de preguntas.

Luego de unos segundos de silencio, pude seguir conversando con el sacerdote. Hablamos de su situación legal, de su salud -me dijo que Alberto tenía sida- y sobre todo me orientó sobre los trámites que debía hacer para poder visitarlo.

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No pasó mucho tiempo y ya estaba en la ruta junto a mi marido y mis hijos viajando al interior de la provincia de Buenos Aires. Me preocupaba no reconocerlo. La última vez que lo vi tenía 12 años y ahora debería tener cerca de 27.

Mi marido y mis hijos esperaron en una plaza cerca del penal. Entré a la sala de visitas, miré varios rostros y no lo reconocí. Pero de pronto se acercó un muchacho que caminaba rápido y me abrazó. Era él. Había crecido, estaba flaco, la cabeza rapada y la cara con alguna cicatriz, pero tenía los mismos ojos y la misma sonrisa de los 12 años.

A partir de ese día iniciamos una etapa de charlas telefónicas y visitas. El me avisaba cuando lo trasladaban a otro penal. Me hizo recorrer varias cárceles de la provincia de Buenos Aires. En esas visitas hablábamos mucho, recordábamos los años de la primaria, comíamos tortas que mi mamá le seguía preparando, aunque a veces luego de pasar la requisa se transformaban en un conjunto de migas de bizcochuelo.

Me mandaba cartas (que aún conservo) y yo le respondía. En los años que estuvo preso empezó a escribir mucho. En su primera carta me decía: “Si vos supieras cómo cambió mi vida, las miles de cosas que me pasaron, el porqué de este presente tan feo… Escribirte y que me escribas me hace bien. Contarte mis inquietudes, mis pensamientos y mis ilusiones. Es que acá adentro necesitamos la compañía de una palabra o algún consejo. Siempre que me siento agobiado por la impotencia me refugio en un papel y en una lapicera y me desahogo escribiendo”.

Siempre algún recuerdo lo llevaba a ese duro presente: “Me acuerdo de miles de cosas del colegio. Yo siempre me peleaba. Te decía que iba a ser boxeador ¿te acordás? Pero todas esas cosas quedaron en planes. Para lo único que me sirvió es para no dejar que me pasen por encima acá adentro. Pero la violencia no te lleva a nada bueno. Yo me limito a mantener mi lugar. No ser más que nadie pero menos tampoco”, me decía en otra de sus cartas.

Me contaba sobre la vida “adentro”, sus rutinas, los horarios de sueño cambiados, las visitas de sus padres, su arrepentimiento por los años perdidos. “Me lastimaron mucho, también hice mucho daño. Nunca maté a nadie, pero salía, consumía, robaba y volvía a entrar”, me dijo un día sin que mediara ninguna pregunta mía.

Ese arrepentimiento estaba siempre presente. “Elegí la forma más fácil de conseguir plata, pero a la vez la vida más difícil, porque hoy no tengo nada y todos estos años no los recupero más. Es que viví tantas injusticias que se me alteraron los sentidos y los valores de la vida. No supe nunca aprovechar la libertad que tenía y hoy estoy pagando las consecuencias”, escribió en otra de sus cartas.

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En la cárcel comenzó a hacer la secundaria. Me lo contó con alegría y esperanza: “Estoy estudiando primer año de Comercial, estudiar te ayuda a pensar”. También se había anotado en un taller de poesía.

De a poco Alberto hacía planes para cuando estuviera en libertad. En una carta me escribió: “Tengo ganas de empezar a hacer una vida sana. Por ahora sigo estudiando. Estoy bien, recapacitando. Si Dios quiere pronto me voy en libertad”. Y en otra: “Cada cual es dueño de su propio destino y sólo está en uno mismo cambiarlo. Por ahora estoy pensando y recapacitando y poniendo todo de mí parte para la verdadera prueba de todo eso, que la tengo que dar en la calle cuando esté en libertad”.

Pasaron los meses, los años. Una tarde me llamó para decirme que tenía dos buenas noticias para darme. La primera: “¡Me casé!”, dijo eufórico. Había conocido a su novia a través de un programa de radio. La segunda: “En dos meses salgo y te vamos a visitar con mi esposa. Quiero que la conozcas”.

Y fue así como nos reencontramos. Compartimos una tarde a pura emoción y alegría. Alberto, esta vez libre y con su mujer, y yo, esta vez con mis hijos en mi casa.

Me ilusioné pensando que esta vez sí cambiaría todo, que ya no estaría más solo y que le esperaba una nueva vida. Pero no fue así. La enfermedad ya había avanzado mucho.

No hubo más encuentros, ni cartas, ni lecturas de sus poesías por teléfono.

No pude o no quise averiguar, sabía que estaba muy enfermo.

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Es la historia de un niño, de un joven que enfrentó una vida difícil, que se equivocó, que se arrepintió, que quiso cambiar y tuvo la fuerza para hacerlo pero le faltó tiempo. Y es también la historia de un alumno y una maestra.

Él mismo lo decía en una de sus cartas: “Vos sabés algo de mi vida, sabés lo bueno que soy, que me crié solo y muchas veces la caricia que recibía era la de un golpe. Tal vez por eso a la persona que me brindaba un poco de cariño yo me le repegaba”.

No deja de sorprenderme aún hoy, después de tantos años, lo que puede significar una escuela, un maestro para un alumno.

Aprendí que los docentes tenemos la maravillosa posibilidad de ampliar la mirada para poder ver al niño o al adolescente detrás de la “mala conducta”, del “mal alumno”.

Y eso me lo enseñó Alberto.

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