SOCIEDAD
Los misterios del cuerpo
Hay algo en el ser humano que me confunde. Una persona puede tener una gripe o un resfrío pasajeros que dejan ninguna consecuencia y se siente morir: transpira, no tiene fuerza, duerme todo el tiempo, le duele el cuerpo, la garganta. Esa misma persona -supongamos- quizás esté desarrollando un cáncer muy peligroso: de páncreas, de cerebro, de ovarios si es una mujer. Y ni se entera, hasta el día que tiene un síntoma y va a consultar. Ya suele ser tarde. ¿No es una incongruencia?
Lo sé: un cosa es un virus externo que prende todas las alarmas y otra un cambio en las células del propio organismo que al principio puede pasar desapercibido o que genera estrategias para que la respuesta defensiva no resulte suficiente. Pero el razonamiento no me alcanza: ¿tiene sentido que el cuerpo no dé cuenta de una destrucción que le está sucediendo?
Esta disquisición, que quizás resulte infantil, tiene un correlato en nuestra vida cotidiana. Uno no está haciéndose controles para saber si tiene gripe: se anuncia por sí misma. En cambio -y más a medida que crece la tecnología- recibimos sugerencias mandatorias para estudios que “miran si”. Si hay algo, si hay sospechas, si hay que profundizar. Se aplican a cáncer como los de mama, los ginecológicos, los de próstata, los de piel, los de colon, los de pulmón (para los fumadores). Sumémosle las visitas al dentista, al oftalmólogo, al clínico -¿una al año?- y estamos ante un abanico que medicaliza nuestro tiempo. Pero no deja de ser una suerte: los estudios rutinarios salvan vidas y por eso los sectores que tienen menos acceso a la salud mueren antes. Así de claro, así de horrible.
A mí me gusta pensar que, aunque nos creemos modernos, esto es medieval. Que en unas décadas -ya no lo veré, intuyo- habrá detecciones amplias a partir de un pinchazo. O menos. Quizás la historia de la medicina nos coloque en sus páginas y nuestros nietos se sorprendan por lo que hacíamos. Mientras tanto, un poco de paciencia: es lo que hay. Y si no lo hubiera, sería peor.
SOCIEDAD
Cómo renovar una clásica casona sanisidrense para darle nueva vida y un guiño actual
- 3 minutos de lectura‘
“El mayor desafío fue unir dos estilos muy diferentes. Por un lado, un jardín de mucha estructura y clásico. Por el otro, un sueño de un cottage garden con flores, frutales y canteros más silvestres”, relatan las paisajistas Carolina Pell y Paquita Romano, jardinera e influencer, dueña de La Flor Azul. Así, su objetivo fue animarse a diseñar con pocas especies, pero con otra mirada, centrada en formas, niveles y volúmenes.
“Las líneas clásicas de la casa, con reminiscencias de patios españoles o italianos, se retomó en el uso de limoneros, macetas de barro, solados de ladrillo, granza, largos senderos con árboles alineados y setos de buxus topiarios”, explican las paisajistas. Esto se luce especialmente en el sector de la galería, que combina agapantos, Iris ‘Krüger’ (variedad casi negra), para floraciones de primavera temprana. Neomarica caerulea y macetas con limoneros, laureles y eugenias en topiario.
Los corrales de buxus contienen rosales ingleses ‘Lichfield Angel’, Persicaria amplexicaulis, anémona japónica, Salvia forsskaolii, dalias altas color bordó, Salvia ‘Envy’, algunos agapantos, la resistente Salvia ‘African Sky’, escabiosas ‘Black Knight’, verbascums y gauras. Fue clave pensar en las comunidades de vegetales de los canteros, para tener el suelo cubierto y protegido, con floraciones escalonadas a lo largo de las estaciones, explican las paisajistas.
En cuanto a los recorridos, se pensaron diversos ‘garden rooms’ o sectores para ir descubriendo. Es el caso de un estanque circular a filo del suelo, en un espacio con tilos y setos de oleas como biombos vegetales. También había un sector de florales de corte con invernadero, que llevaba hasta los frutales y fue respetado. En este sentido, las paisajistas explican que algunas reformas quedaron para una etapa posterior.
En el sector de la pileta, además de los canteros contenidos por buxus se luce un diseño pensado especialmente por las paisajistas para un sector de sombra. En este sentido, las Acanthus mollis y anémonas japónicas, además de Viola odorata de cubresuelos, aseguran floraciones tres veces al año. Se agregan pocas especies como buxus, pyrus, oleas a alturas distintas.
Un deslumbrante ejemplar de Phonix canariensis se destaca en altura, junto con los cercos de oleas y buxus, podados en forma de pastillas de diferentes diámetros, uno de los gestos más originales del jardín. En la zona del quincho, la huerta y el sector de fogón prolongan las sobremesas, luego de un asado con amigos. ¿Otro hallazgo? En los cercos se destacan dos lagerstroemias arbustivas de floración blanca y un manto de Salvia ‘Lavender Dilly Dilly’ de flores azuladas.
En suma, el rediseño permitió salir de un típico jardín centrífugo para aprovechar los generosos metros libres y generar sectorizaciones, sin tapar por completo las visuales, y que a lo lejos aparezcan espacios que se ofrezcan para recorrer. Las paisajistas aportan: “Intervenir el diseño en general, desde la iluminación dej jardín, solados de ladrillos, jugar con macetas y formas, asesorar en colores de calcáreos, hasta paneles de madera para cubrir la vista del área de servicio, para que en su conjunto se ‘leyera’ como una unidad y fuera armonioso.
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