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SOCIEDAD

Mundos íntimos. Soy maestra: una vez trabajé con un chico problemático. Ya adulto, llamó desde la cárcel para contarme su vida.

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Tenía 20 años, hacía tres meses me había recibido de profesora en Educación Primaria y me encaminaba hacia mi primera suplencia.

Me asignaron el 7º grado de una escuela del conurbano. Feliz, temerosa, con muchas ganas de ser maestra, comencé a trabajar con mis primeros alumnos, que mayoritariamente vivían en barrios muy humildes.

No pasó mucho tiempo para que reparara en un chico, Alberto, que cursaba 4º grado, aunque se notaba que era más grande.

Generalmente estaba en el patio, deambulaba por la escuela y sobre todo se quedaba parado en la puerta de la “Dirección”. Resultaba muy difícil que entrara al aula. Corría, se enojaba, se peleaba, contestaba mal, se escapaba…

Mónica Barromeres, en la época en que ingresó a su primera escuela.Mónica Barromeres, en la época en que ingresó a su primera escuela.

Una mañana la directora nos llamó a una reunión a su maestra y a mí para hablar sobre Alberto. Conversamos sobre su conducta y su dificultosa trayectoria escolar. Finalmente acordamos incluirlo algunas horas, algunos días en 7º grado. La idea era probar si con otros compañeros, un nuevo ámbito y otra maestra las cosas podían mejorar.

Brindar a cada alumno una atención personalizada porque son distintos y tienen necesidades diferentes. Esa idea guía a Mónica Barromeres.Brindar a cada alumno una atención personalizada porque son distintos y tienen necesidades diferentes. Esa idea guía a Mónica Barromeres.

Éramos un grupo de docentes pensando y armando un dispositivo para trabajar con un alumno que tenía otras necesidades. Eso que tanto habíamos estudiado, eso que todos los chicos son diferentes, con intereses y tiempos personales, se estaba haciendo realidad.

Discutíamos, entre otras cosas, la noción de “destino”, esa postura que parte de la idea de que ciertas condiciones socioeconómicas, familiares o las dificultades de los primeros años de escolarización llevan inexorablemente al “fracaso escolar”.

Sabemos que una buena relación pedagógica se apoya en un vínculo de confianza.

Y ahí estábamos, confiábamos en él.

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Fue así que un día, Alberto se convirtió un poco en mi alumno. Entró muy callado y se sentó solo en el último banco.

Se esforzaba por aprender, por leer y escribir, y con el tiempo mejoró mucho. Disfrutaba de las horas de Lengua, especialmente de las lecturas de cuentos y de poesías. En matemáticas era muy bueno (esto suele ocurrir con los chicos que trabajan, ya que la pobre economía familiar es un tema central en sus vidas). Si bien se relacionaba poco con sus compañeros, estaba tranquilo en el salón y observaba mucho. En los recreos se lo veía solo, no jugaba, caminaba, y yo notaba que en ese deambular trataba de acercarse a la zona del patio donde yo estaba para contarme algo.

En algunas ocasiones, a la salida de clases, me acompañaba a tomar el colectivo en la esquina de la escuela, me despedía con una sonrisa y su mano levantada.

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No pasó mucho tiempo para que consiguiera mi teléfono y mi dirección (en aquellos años existía la guía telefónica y era muy sencillo obtener esta información).

Un día, mi mamá me dijo que había llamado un alumno “muy educado y afectuoso” que quería pasar a saludarme. Ella, sin tener muy en claro eso de la distancia óptima entre un docente y un alumno, lo invitó a venir una tarde a merendar a nuestra casa.

A los pocos días se produjo la visita. Lo recibimos con una chocolatada y una torta hecha por mi mamá especialmente para él. Compartimos los tres una charla, risas y de paso un poco de lectura para continuar la práctica.

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Faltaba muy poco para terminar el año. Alberto aprendía y mejoraba. Cada vez pasaba más tiempo en su 4º grado, con su maestra y sus compañeros. Si bien su carácter rebelde se mantenía, logró estar más tranquilo y se lo veía disfrutando de varias actividades escolares.

Finalmente Alberto pasó a 5º grado y yo terminé mi suplencia. No supe más nada de él. Nunca lo olvidé y más de una vez me preguntaba en qué estaría. ¿Habría terminado 7º grado? ¿Estudiaba? ¿Trabajaría quizá?

Pasaron los años, muchos, yo seguía como maestra en otra escuela, me había casado, tenía dos hijos y vivía en otra casa cuando una mañana recibí una llamada telefónica.

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Era un sacerdote de una unidad penal de la Provincia de Buenos Aires. “Señorita Mónica, la llamo porque hay un muchacho detenido que está enfermo y me pidió que la contactara. Tiene muchos deseos de comunicarse con usted y, en lo posible, verla”.

Era Alberto. Quedé paralizada. Habían pasado al menos 15 años desde la última vez que lo había visto en el acto de fin de año de aquella escuela. Me cuesta encontrar palabras que expresen lo que sentí en ese momento. Estaba sorprendida, impactada, llena de preguntas.

Luego de unos segundos de silencio, pude seguir conversando con el sacerdote. Hablamos de su situación legal, de su salud -me dijo que Alberto tenía sida- y sobre todo me orientó sobre los trámites que debía hacer para poder visitarlo.

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No pasó mucho tiempo y ya estaba en la ruta junto a mi marido y mis hijos viajando al interior de la provincia de Buenos Aires. Me preocupaba no reconocerlo. La última vez que lo vi tenía 12 años y ahora debería tener cerca de 27.

Mi marido y mis hijos esperaron en una plaza cerca del penal. Entré a la sala de visitas, miré varios rostros y no lo reconocí. Pero de pronto se acercó un muchacho que caminaba rápido y me abrazó. Era él. Había crecido, estaba flaco, la cabeza rapada y la cara con alguna cicatriz, pero tenía los mismos ojos y la misma sonrisa de los 12 años.

A partir de ese día iniciamos una etapa de charlas telefónicas y visitas. El me avisaba cuando lo trasladaban a otro penal. Me hizo recorrer varias cárceles de la provincia de Buenos Aires. En esas visitas hablábamos mucho, recordábamos los años de la primaria, comíamos tortas que mi mamá le seguía preparando, aunque a veces luego de pasar la requisa se transformaban en un conjunto de migas de bizcochuelo.

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Me mandaba cartas (que aún conservo) y yo le respondía. En los años que estuvo preso empezó a escribir mucho. En su primera carta me decía: “Si vos supieras cómo cambió mi vida, las miles de cosas que me pasaron, el porqué de este presente tan feo… Escribirte y que me escribas me hace bien. Contarte mis inquietudes, mis pensamientos y mis ilusiones. Es que acá adentro necesitamos la compañía de una palabra o algún consejo. Siempre que me siento agobiado por la impotencia me refugio en un papel y en una lapicera y me desahogo escribiendo”.

Siempre algún recuerdo lo llevaba a ese duro presente: “Me acuerdo de miles de cosas del colegio. Yo siempre me peleaba. Te decía que iba a ser boxeador ¿te acordás? Pero todas esas cosas quedaron en planes. Para lo único que me sirvió es para no dejar que me pasen por encima acá adentro. Pero la violencia no te lleva a nada bueno. Yo me limito a mantener mi lugar. No ser más que nadie pero menos tampoco”, me decía en otra de sus cartas.

Me contaba sobre la vida “adentro”, sus rutinas, los horarios de sueño cambiados, las visitas de sus padres, su arrepentimiento por los años perdidos. “Me lastimaron mucho, también hice mucho daño. Nunca maté a nadie, pero salía, consumía, robaba y volvía a entrar”, me dijo un día sin que mediara ninguna pregunta mía.

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Ese arrepentimiento estaba siempre presente. “Elegí la forma más fácil de conseguir plata, pero a la vez la vida más difícil, porque hoy no tengo nada y todos estos años no los recupero más. Es que viví tantas injusticias que se me alteraron los sentidos y los valores de la vida. No supe nunca aprovechar la libertad que tenía y hoy estoy pagando las consecuencias”, escribió en otra de sus cartas.

En la cárcel comenzó a hacer la secundaria. Me lo contó con alegría y esperanza: “Estoy estudiando primer año de Comercial, estudiar te ayuda a pensar”. También se había anotado en un taller de poesía.

De a poco Alberto hacía planes para cuando estuviera en libertad. En una carta me escribió: “Tengo ganas de empezar a hacer una vida sana. Por ahora sigo estudiando. Estoy bien, recapacitando. Si Dios quiere pronto me voy en libertad”. Y en otra: “Cada cual es dueño de su propio destino y sólo está en uno mismo cambiarlo. Por ahora estoy pensando y recapacitando y poniendo todo de mí parte para la verdadera prueba de todo eso, que la tengo que dar en la calle cuando esté en libertad”.

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Pasaron los meses, los años. Una tarde me llamó para decirme que tenía dos buenas noticias para darme. La primera: “¡Me casé!”, dijo eufórico. Había conocido a su novia a través de un programa de radio. La segunda: “En dos meses salgo y te vamos a visitar con mi esposa. Quiero que la conozcas”.

Y fue así como nos reencontramos. Compartimos una tarde a pura emoción y alegría. Alberto, esta vez libre y con su mujer, y yo, esta vez con mis hijos en mi casa.

Me ilusioné pensando que esta vez sí cambiaría todo, que ya no estaría más solo y que le esperaba una nueva vida. Pero no fue así. La enfermedad ya había avanzado mucho.

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No hubo más encuentros, ni cartas, ni lecturas de sus poesías por teléfono.

No pude o no quise averiguar, sabía que estaba muy enfermo.

Es la historia de un niño, de un joven que enfrentó una vida difícil, que se equivocó, que se arrepintió, que quiso cambiar y tuvo la fuerza para hacerlo pero le faltó tiempo. Y es también la historia de un alumno y una maestra.

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Él mismo lo decía en una de sus cartas: “Vos sabés algo de mi vida, sabés lo bueno que soy, que me crié solo y muchas veces la caricia que recibía era la de un golpe. Tal vez por eso a la persona que me brindaba un poco de cariño yo me le repegaba”.

No deja de sorprenderme aún hoy, después de tantos años, lo que puede significar una escuela, un maestro para un alumno.

Aprendí que los docentes tenemos la maravillosa posibilidad de ampliar la mirada para poder ver al niño o al adolescente detrás de la “mala conducta”, del “mal alumno”.

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Y eso me lo enseñó Alberto.

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SOCIEDAD

Temporal en Córdoba: calles anegadas y el rescate de un adolescente que era arrastrado por la corriente

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En medio de un intenso temporal que afectó a la ciudad de Córdoba y alrededores, donde el agua colapsó las calles, personal policial tuvo que intervenir de emergencia para rescatar a un chico de 14 años cuando lo arrastraba la corriente de un canal del barrio Los Gigantes.

Según informaron las autoridades, el adolescente estaba jugando en la zona cuando fue sorprendido por la creciente, que lo arrastró por una cuadra. No obstante, quedó fuera de peligro.

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Pese a que, afortunadamente para los cordobeses, no tuvieron el efecto devastador de las registradas en Bahía Blanca, las lluvias produjeron un crítico panorama en la capital provincial. Comenzaron alrededor de las 18 y, durante la primera hora, cayeron unos 67 milímetros, de acuerdo al reporte de las autoridades. En algunos barrios, los valores totales se acercaron a los 100 milímetros.

«Hemos tenido unas precipitaciones de muchísima intensidad, con un máximo de 67 milímetros en una hora en la zona céntrica y una intensidad del 130 por ciento en un corto período de tiempo. Esto ha generado inconvenientes significativos en el tránsito y en las calles de la ciudad», dijo el secretario de Seguridad y Prevención Comunitaria de la Municipalidad de Córdoba, Claudio Vignetta, en declaraciones a Cadena 3.

Si bien las lluvias fueron particularmente fuertes en la zona norte, la situación fue similar en varios puntos de la capital y en las inmediaciones.

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La intensidad de la tormenta generó cortes de energía eléctrica en distintos puntos. Incluso, en la Avenida Colón – una de las más importantes del centro- los semáforos dejaron de funcionar.

Con el transcurso de la tarde y frente a la continuidad de las malas condiciones climáticas, las bocas de tormenta no alcanzaron a contener la cantidad de lluvia caída en tan poco tiempo. En declaraciones a El Doce, vecinos de Villa Cabrera, pidieron a los automovilistas y a los choferes de transporte público que no circularan para evitar el oleaje y evitar el ingreso del agua a las casas.

En este contexto, personal del Departamento de Unidades de Alto Riesgo (Duar) hizo inspecciones en varias viviendas del barrio Villa Páez, uno de los más afectados por la situación. Según informaron desde la fuerza de seguridad, «varios vecinos reportaron anegamientos en sus casas«.

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Además de la fuerza del agua, el viento también tuvo impacto y, por ejemplo, provocó la caída de árboles en la autovía que une Río Tercero y Almafuerte. Allí debieron trabajar integrantes del cuerpo de Bomberos Voluntarios para despejar el camino.

En tanto, las previsiones del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) indican que el mal tiempo continuará durante la mañana de este miércoles, cuando se esperan lluvias fuertes, con vientos que correrán a una velocidad promedio de 18 km/h.

«Estamos alertando a la comunidad que se permanezca en su domicilio y se salga solamente si es necesario. El fenómeno no se esperaba con esta intensidad», enfatizó el funcionario municipal.

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SOCIEDAD

Pagan hasta 1,7 millones de dólares por esta moneda de Lincoln de 1943 con un inusual detalle

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Los centavos de la serie Lincoln han sido objeto de gran interés por parte de coleccionistas y numismáticos debido a su historia y a las variaciones en su acuñación. Entre ellos, el de 1943 emitido por la Casa de la Moneda de Denver (“D”) destacó por un detalle inusual que lo convirtió en una de las piezas más valiosas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el cobre era un recurso esencial para la producción de material bélico, por lo que el Departamento del Tesoro de Estados Unidos decidió cambiar la composición de los centavos y fabricar las monedas de 1943 con acero recubierto de zinc en lugar de bronce. Sin embargo, algunas planchas de bronce quedaron atrapadas en las máquinas de acuñación, lo que resultó en la producción de un número muy limitado de ejemplares con este material durante esa etapa bélica.

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La moneda pertenece a la serie Lincoln de 1943Foto Heritage Auctions

Se estima que existen alrededor de 15 ejemplares del centavo de bronce de 1943 acuñados en Filadelfia y solo seis en San Francisco. No obstante, el caso del Lincoln de 1943-D es aún más excepcional, ya que hasta la fecha solo se ha identificado un ejemplar con la marca de la Casa de la Moneda de Denver, lo que lo convierte en una rareza única, según Heritage Auctions.

Este centavo en particular estuvo en manos de un exempleado de la Casa de la Moneda de Denver, quien se cree que lo acuñó de manera intencional al colocar una plancha de bronce en la prensa de la pieza.

A diferencia de otras monedas de error de la época, este centavo tiene una impresión más fuerte, lo que sugiere que fue golpeado dos veces con los troqueles para garantizar que el diseño quedara bien marcado.

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Durante años, la existencia de este ejemplar fue desconocida para el público hasta que, en 1996, uno de los herederos del antiguo propietario decidió consignarlo a una subasta en la casa de Superior Galleries. Posteriormente, la pieza fue certificada por distintas entidades numismáticas, por lo que recibió una calificación de MS64BN por el Servicio Profesional de Calificación de Monedas (PCGS, por sus siglas en inglés), una de las organizaciones más prestigiosas en la evaluación de monedas.

Este centavo puede alcanzar precios superiores al millón de dólares en el mercado de subastasFoto Heritage Auctions

Para identificar un centavo Lincoln de 1943-D de bronce, es importante considerar los siguientes aspectos:

La rareza y la historia de esta moneda han generado un gran interés en el mercado de coleccionistas. De acuerdo con PCGS, se vendió en una subasta por US$1,7 millones, lo que estableció un récord para un centavo de la serie Lincoln.

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El único ejemplar conocido está calificado por PCGS como MS64BNHeritage Auctions – Foto Heritage Auctions

En 2021, esa misma pieza fue subastada por US$840 mil a través de Heritage Auctions. Hasta el momento, no se volvió a poner en el mercado nuevamente al único ejemplar conocido.

La historia de la moneda Lincoln de 1943-D ha capturado la imaginación de coleccionistas y aficionados a la numismática durante décadas. Su rareza lo convierte en el “Santo Grial” de los centavos estadounidenses.

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La actriz de Abby en la serie de The Last of Us es consciente del infierno que vivió la actriz que la interpretó en el videojuego de Naughty Dog

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Interpretar a un personaje de una franquicia amada por millones de personas puede ser perfectamente el sueño para cualquier actor, pero eso no fue el caso para Laura Baley quien sufrió un verdadero infierno al dar vida a Abby en The Last of Us: Parte 2 hace ya casi cinco años. La actriz enfrentó críticas, acoso y toxicidad en las redes sociales por su papel en el videojuego de Naughty Dog, aunque hubieron algunos ataques que fueron muy graves, como el de amenazar al hijo de la actriz de Abby de The Last of Us 2.

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Queda poco más de un mes para el estreno de la Temporada 2 de la serie de The Last of Us, y ya sabemos que la actriz de Abby, Kaitlyn Dever, está más que preparada tanto para el papel como para soportar algunas de las críticas innecesarias que puede recibir. En una reciente entrevista con Screen Rant, Dever ha asegurado que es consciente de la reacción negativa de los fans hacia el personaje y, de paso, a la actriz que le pone voz. 

Kaitlyn Dever está lista para la serie de The Last of Us 

«Bueno, es difícil no ver esas cosas en Internet. Es difícil no dejar de mirarlo de vez en cuando, especialmente al comenzar esto. Y quiero hacer justicia a este personaje y hacer que los fans se sientan orgullosos al darle vida de esta manera», comenta (vía VGC).  Me centré principalmente en la colaboración entre Neil y Craig, y en asegurarme de que llegaba al fondo de quién es ella y qué la impulsa y su estado emocional; su ira, su frustración, su dolor y todo eso», indica.

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«Quería asegurarme de que era en eso en lo que concentraba la mayor parte de mi energía», asegura. No tardaremos mucho en ver su actuación, pues es bastante probable que la veamos el próximo 14 de abril, fecha en la que se emite el primer capítulo de The Last of Us: Temporada 2. Recuerda también que en los próximos capítulos no finalizará la serie y tampoco el arco narrativo de todo el juego de Naughty Dog. HBO Max aseguró que la serie de The Last of Us podría tener cuatro temporadas. 

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