Desde hace dos semanas viene ocurriendo en YouTube un curioso fenómeno cultural de alcance impredecible. El video de un show de música urbana de los argentinos Ca7riel y Paco Amoroso, realizado en Washington DC, se publicó el mismo fin de semana que Paul McCartney tocaba en River y al cierre de esta nota llevaba más de 5 millones de reproducciones.

La cifra, para tener una referencia, ya superó por varios cuerpos a otros recitales del mismo ciclo subidos a la plataforma de videos hace bastante más tiempo. Se trata del Tiny Desk, formato acústico nacido 16 años atrás en la estación de radio NPR (National Public Radio) de la capital norteamericana, pero que alcanzó repercusión mundial más acá en el tiempo.

Una posible explicación de esta masividad inesperada de Ca7riel y Paco Amoroso está vinculada no tanto al previsible furor provocado por la banda en su target habitual -adolescentes y jóvenes amantes del trap, el rap y el reguetón-, sino a la dramática ampliación -en el buen sentido- de ese público a mayores de 40 años, 50 y probablemente más también.

Comentarios sintomáticos de esta irradiación aparecieron en la red social X: una usuaria, por ejemplo, decía hace unos días, con evidentes signos de hartazgo, tener en su casa a una adolescente de 50 años -su madre- que no paraba de hablarle del Tiny Desk de Ca7riel y Paco Amoroso. Otros fans categoría «senior» se sorprendían a sí mismos por la atracción irresistible que este video les producía.

A muchos, el descubrimiento de estos músicos -que llevan varios años de rodaje en diferentes proyectos menos conocidos y vienen de hacer también un Movistar Arena muy celebrado- les hizo recordar a los Illya Kuryaki & The Valderramas. Sin embargo, la clave del fenómeno tal vez no haya que buscarla por el lado musical sino por el social, puntualmente con referencia a otra banda legendaria cuyo arte poco parece tener de influencia en la nueva música urbana.

A comienzos de los años 70, Sui Generis volvió amigable en Argentina -también en modo acústico- el rock nacional, eso que pocos años antes había sido un invento ruidoso y hostil de Los Gatos, Manal y Almendra, entre otras bandas precursoras. La casualidad quiso que Ca7riel y Paco Amoroso -como antaño Charly García y Nito Mestre- también fueran compañeros de colegio, en este caso en el primario en vez del secundario. Pero la hermandad escolar es sólo anecdótica.

Lo relevante es el procedimiento equiparable, en uno y otro caso, por el que ambas bandas han logrado tender puentes para amplificar el poder de su música y sacarla de un nicho acotado. Elixir acústico mediante -que recuerda al MTV Unplugged en versión aún más minimalista-, Ca7riel y Paco Amoroso derribaron un muro de prejuicios para contarle al mundo que detrás de la música robótica de sus discos hay -como rezan los comentarios en francés de los últimos días- “unos músicos del carajo”.

El fenómeno ha sido tan contundente que hasta se convirtió en objeto de análisis académico. Por estos días puede verse, también en YouTube, una entrevista a un experto sobre las implicancias culturales y sociales de la música urbana, que desglosa el sorpresivo devenir de lo ocurrido a nivel global, y en muy poco tiempo, con estos músicos criados y formados en la Ciudad de Buenos Aires.

El docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA e investigador -además de compositor- Martín Liut, fue convocado por el programa Cultura REC a raíz de un tuit suyo posterior al Tiny Desk en el que decía que Ca7riel “es cosa seria”, lo que causó gran repercusión en X.

Parte del éxito del producto, se dijo en esa entrevista online, está vinculado a la erudición de los intérpretes -salidos del conservatorio- y al diálogo de la propuesta originalmente mecánica con géneros más asimilables por viejas generaciones, como el soul, el jazz y el funk, ahora dominantes en la versión desnuda de las canciones. “Ahí hay una cabeza pensante”, afirma Liut en referencia a Ca7riel.

Otro envío web, titulado Antropología pop, subraya el subtexto escenográfico que hace de este Tiny Desk -aunque sus protagonistas aparenten abrazar la ley del menor esfuerzo y estar ahí sólo por el dinero- mucho más que un entretenimiento frívolo. Por ejemplo, el hecho de que las remeras usadas por la banda estuvieran estampadas con las visas de trabajo como evidencia de las trabas experimentadas al querer ingresar a Estados Unidos para hacer lo que hicieron. Y la icónica remera de Paco Amoroso con la estampa de Roly Serrano en su papel de Maradona, defensor del régimen cubano y prohibido en Estados Unidos desde el doping positivo del Mundial 94.

Pero no todas son flores. El mismo análisis antropológico del suceso hace también hincapié en una supuesta “trampa cultural”. Para eso introduce al teórico Ernesto García Canclini y su concepto de “hibridación cultural”, metáfora que viene de la botánica y es aplicada a lo social para referirse a la mezcla de costumbres que producen las migraciones en las grandes ciudades, lo que deviene en géneros diversos y da lugar, entre otras cosas, a la hoy denominada música urbana.

Ahí, entonces, se problematiza la cuestión de la pasteurización de las diferentes culturas convivientes, en música y estética (lo queer, lo afro, la cultura LGBT, el slang, etc.), excluyendo a base de glamour, fetiche y romantización los costos sufridos durante la construcción y supervivencia de esas minorías. Es decir, el artificio que ignora la genealogía más bien trágica que esas subculturas de los márgenes han tenido.

Pero la pretensión de autenticidad y conciencia social por parte de alguna crítica menos entusiasta parece contradecir la naturaleza de la banda de Ca7riel y Paco Amoroso, concentrados en ofrecer 17 minutos adictivos de ficciones musicales, con una cuota de cinismo e ironía extra por sobre la media del género, y aportar al cabo una creación estimulante e infrecuente: esto es, que haya algo ahí donde antes no había nada.