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Dabiz Muñoz deja Barcelona: el mejor chef del mundo cierra su restaurante GoXO en la Ciudad Condal

Ubicado en el hotel NH Constanza, el restaurante abrió a finales de 2021, aunque desde 2020 ofrecía comida a domicilio a través de Glovo

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02/11/2020 "El GoXO", del chef Dabiz Muñoz, comienza su andadura en la capital catalana a través de la app Glovo POLITICA EUROPA ESPAÑA SOCIEDAD EL GOXO
02/11/2020 «El GoXO», del chef Dabiz Muñoz, comienza su andadura en la capital catalana a través de la app Glovo POLITICA EUROPA ESPAÑA SOCIEDAD EL GOXO (EL GOXO/)

2023 ha sido un gran año para Dabiz Muñoz. Además de repetir por tercer año consecutivo como ganador del premio a mejor chef del mundo, el cocinero de DiverXo ha sido padre por primera vez, ha seguido triunfando con sus ya muy exitosos restaurantes de alta cocina y ha comenzado nuevos proyectos que han conquistado al mundo foodie, como ya viene siendo habitual. Sin embargo, el año cierra con una mala noticia para el galardonado como mejor cocinero del mundo.

El restaurante GoXo del chef Dabiz Muñoz en Barcelona, situado dentro del hotel NH Collection Constanza, ha cerrado definitivamente sus puertas. Así lo ha confirmado a Hule y Mantel tras una conversación con el propio hotel, una clausura que ya se intuía tras varias semanas en las que el establecimiento no había aceptado comensales.

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A pesar de que han sido muchas las teorías que se han barajado sobre los motivos que le han llevado a clausurar el local, este cierre se atribuye en realidad a una ruptura contractual entre Muñoz y la cadena hotelera NH. Esta noticia confirma el fin de las actividades culinarias del reconocido chef en la Ciudad Condal, donde Muñoz no ha conseguido hacer cuajar sus proyectos.

Durante sus años de vida en Barcelona, el local de Dabiz Muñoz ubicado en el NH Collection Constanza también dio servicio de reparto a domicilio, comúnmente conocido como delivery. Lo cierto es que la despedida de Dabiz Muñoz a Barcelona no solo pasa por el cierre del restaurante físico, sino que también lleva ligada la clausura del servicio de comida a domicilio que se hacía hasta el momento a través de la aplicación Glovo, un medio por el que ya no se podrán adquirir los platos del cocinero en Barcelona.

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Esta no es la única separación que el cocinero ha tenido con la cadena hotelera. Tal y como se confirmó hace unos meses, el chef madrileño también dirá adiós el próximo año al DiverXo del NH Eurobuilding de Madrid, aunque en este caso no será un cierre absoluto, mas un traslado. El local se trasladará el próximo 2024 a una nueva ubicación: La Finca, una exclusiva urbanización ubicada en Pozuelo de Alarcón, en Madrid.

Los cambios en las empresas de Dabiz Muñoz

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GoXo surgió como un proyecto de reparto de comida a domicilio que, con la mejora de la situación sanitaria, acabó convirtiéndose en un restaurante al uso. Su actividad tenía lugar en Madrid y Barcelona, aunque también se había traducido en un food truck que ha recorrido España sirviendo la versión más asequible de la cocina del chef.

Si esta decisión supone un punto final o simplemente un paréntesis en busca de otra ubicación o del momento ideal para dar comienzo a un nuevo proyecto, solo el tiempo lo dirá. Mientras tanto, platos como la tarta de queso de la Pedroche, la lasaña Mumbai o el Perrito Japo Coreano se podrán seguir disfrutando en los populares food trucks de Dabiz Muñoz en Madrid y Málaga, así como a través de delivery en la capital.

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La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida

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Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.

Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.

Librería de viejoShutterstock

Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.

Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.

«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»

En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”

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Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.

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