SOCIEDAD
Los amigos desaparecidos en Pinamar: la pista del kayak y un dato desalentador en la búsqueda
«Se hizo una búsqueda con resultado negativo», confirman desde la Comisaría III de Valeria del Mar a Clarín. Esto se debe a que el jueves hubo un rastrillaje intenso en la zona costera de San Bernardo por una pista sobre la posible aparición del kayak naranja con el que los amigos Ramón Román y Gabriel Raimann salieron el domingo a la madrugada desde la bajada náutica de Valeria del Mar, la última vez que los vieron.
Esta fue una esperanza para los hijos de Román, que le contaron a este diario que estaban «un 80% seguros» de que se trataba del kayak en el que iba su padre. Ahora, sin esta pista que quedó descartada, vuelve a aparecer la sensación de que la investigación está en cero.
El jueves, la familia Román viajó desde el muelle de Pinamar hasta el aeródromo de Santa Teresita, en donde los esperaba el testigo que había visto y fotografiado en un vuelo un objeto llamativo que le recordó al kayak desaparecido el día domingo.
A los Román se sumó la Prefectura Naval Argentina, que acompañó durante la tarde e hizo los patrullajes en la zona que el testigo apuntó.
Video
Ramón Román y Gabriel Raimann se conocieron trabajando como contratistas en una obra de la zona.
«El operativo de búsqueda del kayak de San Bernardo dio negativo. Se van descartando un montón de cuestiones, nosotros tenemos nuestra propia pericia para trabajar en estos casos, aunque acudimos a los puntos que nos avisan. Vamos buscando en base a deriva, marea, viento, demás. También le hacemos caso a la familia para que se queden tranquilos, obviamente, pero no hubo resultados hasta el momento«, señalan a Clarín.
Expresan, además, que hay «gran cantidad de medios a disposición», tanto de gestión privada como de gestión pública. Y que, desde la prefectura, hacen periódicamente los rastrillajes con helicópteros y aviones que se intercalan dependiendo del tiempo de autonomía de los mismos. Agregan que pese a los trabajos de búsqueda, no se pueden desatender otras emergencias y otras zonas del Atlántico.
Las esperanzas, tras 6 días de desaparición, persisten. Y los trabajos para hallarlos continuarán sin límite de tiempo por el momento.
La búsqueda no para
En un comunicado, la Municipalidad de Pinamar expresa que el operativo encabezado por la Subsecretaría de Emergencias del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires junto a Prefectura Naval Argentina, la Armada Argentina, Policía Federal, autoridades navales uruguayas y las Municipalidades del Partido de La Costa y de Pinamar, sigue su trabajo.
«En las últimas horas, la Policía Federal sumó al operativo una camioneta 4×4 con dotación completa y nueve efectivos policiales haciendo rastrillaje de infantería a pie», agregan.
Añaden: «En cuanto al operativo, el miércoles se realizaron patrullajes con aviones y helicópteros y continúan los patrullajes de las embarcaciones y moto de agua en el litoral de todo el Partido de La Costa».
El centro de comando de emergencias permanece emplazado en Punta Médanos, y en él se encuentran las fuerzas de seguridad, personal sanitario del operativo SAT junto al equipo provincial de Salud Mental en el Incidente Crítico (dependiente del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires).
Este equipo tiene una psicóloga especializada, enfermeros y ambulanciero que, según remarcan, están en contacto con familiares y allegados.
Pinamar. Enviada especial
SOCIEDAD
Que se terminen las vacaciones
Ante ustedes… la Costa Atlántica, ese escondite que eligen absolutamente todos los argentinos a los que nos les alcanza para vacacionar en Brasil y que, al ver los precios, descubren que tampoco les alcanzaba para vacacionar ahí.
Debajo de los pies se siente esa arena un poco gruesa pero 100% argentina, hecha de los sedimentos que trae un mar nuestro, propio, único, de aguas gélidas y bolsas de plástico flotantes. ¿Qué es eso que se asoma entre la arena? ¿un caracol? Ah, no, una colilla de cigarrillo. La costa argentina resalta por esas y otras perlas -no literalmente, porque si había alguna ya no está― y por esos deliciosos recovecos que hacen que uno piense: “¿Y yo por qué no me mudo acá?”.
Cada verano los argentinos se precipitan hacia la costa respetando su propia identidad. Las familias, a Mar del Plata; los abuelos, a San Bernardo; los jóvenes que saben tocar temas de los Auténticos Decadentes en la guitarra, a Villa Gesell; y los que no les dio para cruzar a Punta del Este, a Pinamar. Y ahí, en esa mezcla, conviven todos. El carpintero y el taxista con la peluquera y el abogado; el jugador de fútbol del ascenso con la vedette de temporada (¿hay vedettes todavía?); el político que va a hacerse la foto para que crean que vacaciona en la Argentina, con el grupo de veintitrés amigas que alquilaron un dos ambientes y hacen fila para usar su propio baño. Todos ellos son parte de esos momentos mágicos, con sol de día y frío de noche. Se viven buenos tiempos en un lugar donde el tiempo no pasa: las casas son de 1960 y las familias llegan en autos de 2017 que deben las patentes de 2023.
¿Qué se hace de día? Se disfruta de la playa, de los sánguches de milanesa llenos de arena, de los gritos de los barquilleros, de los avioncitos de telgopor, de los puestos que venden pareos y pelotas y se duda ante la oferta de hacerse las trencitas. ¿De noche? Depende: si usted está soltero, irá a un boliche o un bar, a ver si encuentra un amor de verano; si usted fue con su esposa, hijos, la suegra y el golden retriever, la peatonal es su lugar en el mundo. En esa gran pasarela se pueden encontrar mil versiones de uno mismo, caminando igual de lento, con una combinación de pulóver a los hombros y zapatos náuticos. Ahí, los artesanos ofrecen pulseras de alambre, cuadros pintados con aerosol y esos adornos con forma de delfín, casa o barquito que cambian de color si va llover (ni Elon Musk lo imaginó).
Pero la playa no es solo un lugar para descansar, aguantarse la cumbia de los demás al máximo y que a los maridos curiosos se les vayan los ojos. No, para nada, también es un lugar para hacer negocios. Y ahí están todos: los volanteros de los boliches ―”Chicas, 2×1 hasta las dos de la mañana, mi nombre es Brian”-, los churreros ―”Aaaaaaa los chuuuurrooos”– y hasta el avión con parlantes que invita a Mundo Marino. Y uno, que estuvo encerrado en una oficina todo el año, le dice que sí a todo y en un día hace lo que no hace en su vida: va a bailar y pregunta por Brian, se come los churros y se escapa a San Clemente para ver el show de los pingüinos del parque acuático.
Sin embargo, lo que al inicio era ideal al final cansa. Al tercer día de sacarse arena de lugares recónditos del cuerpo y de los placares con olor a humedad el cerebro activa un mecanismo de defensa. Ya no divierten los paseos sin fin por la peatonal ni gastarse una fortuna en los fichines que nadie recordaba que existían; la fila que al principio se toleró para entrar a una pizzería ahora provoca espanto; y el colchón de la casa alquilada está a punto de provocar roturas de espaldas. Solo queda una solución: agarrar el auto modelo 2017, subir a la esposa, los hijos, la suegra y el golden retriever y partir hacia el hogar, donde esperan la rutina, el trabajo de oficina y las patentes a pagar de 2023.
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