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SOCIEDAD

La historia de Kate Middleton es mucho más que Kate Middleton

El frenesí en torno a la Princesa de Gales plantea cuestiones importantes, que se derivan de la extrema deferencia con la que ha sido tratada hasta ahora en comparación con la paliza que ha recibido su cuñada Meghan Markle

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Kate Middleton en una imagen de archivo. (Jane Barlow/Pool via REUTERS)
Kate Middleton en una imagen de archivo. (Jane Barlow/Pool via REUTERS) (POOL/)

“¿Dónde está Kate Middleton?”, rezaba otro titular el lunes. La especulación pública a raíz de su operación abdominal no especificada, su larga ausencia de apariciones y su dudosa foto publicitaria se ha vuelto tan intensa que las personas razonables quizá quieran poner los ojos en blanco y desconectar. ¿No podemos simplemente desearle lo mejor y dejarla en paz?

Pero el frenesí en torno a Catherine, Princesa de Gales, plantea cuestiones importantes que van mucho más allá de las preocupaciones habituales de los observadores de la realeza. Estas cuestiones se derivan de la extrema deferencia con la que Catherine ha sido tratada hasta ahora, al menos en Gran Bretaña, en comparación con la paliza que ha recibido su cuñada, Meghan Markle, duquesa de Sussex.

A primera vista, la polémica sobre la foto de Catherine y su ausencia puede no tener nada que ver con Meghan. Sin embargo, la forma en que se está desarrollando -y el contraste con la forma en que se desarrollan las polémicas sobre la duquesa- tienen su origen en cómo nos han condicionado, la monarquía y sus aliados, a pensar en las dos. Su supuesta rivalidad ha sido manipulada durante años para generar nostalgia por las jerarquías sociales de un pasado idealizado.

“Pan y circo” es como el poeta romano Juvenal describió la estrategia con la que la Roma imperial aplacaba a las masas con limosnas y entretenimiento, a menudo espectáculos crueles y despiadados que implicaban la muerte ante multitudes enfervorizadas. En la Gran Bretaña moderna, la realeza ha desempeñado un papel similar de entretenimiento y distracción, un papel que persistió durante el declive del país tras el Brexit.

El Brexit se produjo por el más estrecho de los márgenes después de que una intensa campaña de propaganda azuzara los temores de los votantes sobre los extranjeros dispuestos a invadir y despojar a Gran Bretaña. La historia de la supuesta rivalidad entre Meghan Markle y Kate Middleton gira en torno a temas similares. Esa historia, promovida de forma sutil y abierta tanto por la prensa como por los admiradores de la princesa de Gales, presenta a Catherine como una “rosa inglesa” -bella, noble, blanca- y a su cuñada birracial como una recién llegada peligrosa y de pacotilla.

Meghan Markle durante un evento en 2019. (REUTERS/Toby Melville/archivo)
Meghan Markle durante un evento en 2019. (REUTERS/Toby Melville/archivo) (Toby Melville/)

En enero, cuando se anunció que Catherine había sido operada y que su estancia y recuperación en el hospital serían inusualmente largas, la prensa británica pareció tomarse el asunto al pie de la letra. Repitió los vagos comunicados de prensa del palacio de Kensington, a pesar de que era evidente que estaba ocurriendo algo fuera de lo normal. Cuando una agencia de paparazzi tomó una foto granulada de ella en un coche conducido por su madre, ni los periódicos de calidad ni ninguno de los tabloides descaradamente agresivos publicaron las fotos, “por respeto”, como dijo un editor al explicar la decisión de su medio, “a su intimidad mientras se recupera”.

Compárese con la decisión del mes pasado del periódico británico de mayor tirada, The Daily Mail, de publicar fotos “exclusivas” de Meghan tomadas por paparazzi. Una figura diminuta, apenas visible en la imagen granulada, es descrita como “mostrando una sonrisa”.

“Meghan Markle sonríe mientras conduce cerca de su casa de Montecito, valorada en 14 millones de dólares, horas antes de que el príncipe Harry regresara a casa tras 24 horas en Londres para ver al rey Carlos, enfermo de cáncer”, cacareaba el tabloide, con la clara insinuación de que era materialista y no le conmovía la crisis de salud de su suegro mientras holgazaneaba en California.

El doble rasero se remonta a muchos años atrás.

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Apenas unos meses después del nacimiento del primer hijo de Meghan y Harry -durante el cual la pareja fue criticada por esperar unos días antes de publicar fotos de su hijo y pedir más privacidad-, un columnista de The Sunday Times de Londres, se burló de ella por “intentar destrozar el contrato de la familia real con el público: Nosotros pagamos, ellos posan”.

La presentación oficial de Archie fue muy criticada por la prensa británica
La presentación oficial de Archie fue muy criticada por la prensa británica (POOL/)

Pero el ataque ha continuado incluso después de que la duquesa dejara de trabajar como miembro de la realeza y, por tanto, de cobrar. Los tabloides británicos publican ahora docenas de artículos negativos -y francamente, a menudo desquiciados- sobre ella en un solo día. La BBC calcula que, en una semana de marzo de 2021, se publicaron más de 25.000 artículos sobre ella. El bombardeo continúa a día de hoy.

Así que el contrato no era “nosotros pagamos, tú posas”: era que a Meghan nunca la dejarían en paz, sin importar cómo se ganara la vida. La habían echado a los leones. Las multitudes se unieron a este frenesí de odio desde las gradas, o como las llamamos en el siglo XXI, las redes sociales.

Al principio, no presté mucha atención. Pero el año pasado me metí en el asunto para decir que Harry tenía razón al afirmar que los tabloides británicos habían invadido su intimidad y la de su esposa, y que ese comportamiento tenía consecuencias perjudiciales mucho más allá de la familia real. El vitriolo con el que me topé a raíz de ello, a pesar de que sus afirmaciones han sido reivindicadas en los tribunales en numerosas ocasiones, fue espeluznante. En Reddit hay un grupo de más de 60.000 personas dedicado exclusivamente a odiar a Meghan. Y las redes sociales están llenas de afirmaciones de que sus hijos son muñecos, o de otra persona y, por tanto, una amenaza para la monarquía hereditaria.

La situación de Catherine, por el contrario, podría no haberse cuestionado nunca si William, el Príncipe de Gales, no hubiera tomado la muy inusual medida de retirarse en el último minuto de un servicio conmemorativo familiar, sin más explicación que la de que se trataba de un “asunto personal”. Imagínense si hubieran sido Harry o Meghan con una cancelación de última hora – incluso en una fiesta de cumpleaños para un compañero de clase de uno de sus hijos. Creo que la prensa británica podría haber pedido un asalto total a la casa de la pareja en Montecito.

Lo que nos lleva a una foto publicada por el palacio de Kensington el domingo. La imagen, supuestamente tomada por el Príncipe de Gales, muestra a la princesa feliz y en compañía de sus hijos. Sin embargo, pronto quedó claro que la fotografía había sido burdamente alterada. Muchos medios de comunicación y agencias fotográficas la retiraron. El palacio se negó a publicar la versión íntegra.

Kate Middleton junto a sus hijos en la imagen compartida en el perfil oficial de los príncipes de Gales. (instagram.com/princeandprincessofwales)
Kate Middleton junto a sus hijos en la imagen compartida en el perfil oficial de los príncipes de Gales. (instagram.com/princeandprincessofwales)

El resultado: otra flagrante muestra de doble rasero.

La columnista Celia Walden había insistido anteriormente en que, como miembro de la familia real (a la que se refería como “esa corporación”), Meghan no tenía derecho a la intimidad. Cuando se descubrió la manipulación de la fotografía, Walden saltó a proteger la intimidad de Catherine. “La vergonzosa especulación sobre la salud de la princesa de Gales”, escribió, “tiene que parar”.

La Gran Bretaña posterior al Brexit tiene problemas importantes y sustanciales, problemas que son mucho mayores que cualquier controversia sobre una foto trucada de la princesa de Gales. Y atrapar a las mujeres en roles públicos limitados, enfrentándolas entre sí y reduciéndolas a símbolos de virtud o vicio es una distracción poderosa y políticamente conveniente. Pero es perjudicial para todos y, a la larga, como demuestra la fotografía trucada, puede resultar contraproducente si va acompañada de una manipulación de mano dura. Los encubrimientos flagrantes alimentan teorías conspirativas que pueden salirse de control, una dinámica social que se aplica a mucho más que una sórdida historia de dos princesas.

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Que se terminen las vacaciones

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Ante ustedes… la Costa Atlántica, ese escondite que eligen absolutamente todos los argentinos a los que nos les alcanza para vacacionar en Brasil y que, al ver los precios, descubren que tampoco les alcanzaba para vacacionar ahí.

Debajo de los pies se siente esa arena un poco gruesa pero 100% argentina, hecha de los sedimentos que trae un mar nuestro, propio, único, de aguas gélidas y bolsas de plástico flotantes. ¿Qué es eso que se asoma entre la arena? ¿un caracol? Ah, no, una colilla de cigarrillo. La costa argentina resalta por esas y otras perlas -no literalmente, porque si había alguna ya no está― y por esos deliciosos recovecos que hacen que uno piense: “¿Y yo por qué no me mudo acá?”.

Cada verano los argentinos se precipitan hacia la costa respetando su propia identidad. Las familias, a Mar del Plata; los abuelos, a San Bernardo; los jóvenes que saben tocar temas de los Auténticos Decadentes en la guitarra, a Villa Gesell; y los que no les dio para cruzar a Punta del Este, a Pinamar. Y ahí, en esa mezcla, conviven todos. El carpintero y el taxista con la peluquera y el abogado; el jugador de fútbol del ascenso con la vedette de temporada (¿hay vedettes todavía?); el político que va a hacerse la foto para que crean que vacaciona en la Argentina, con el grupo de veintitrés amigas que alquilaron un dos ambientes y hacen fila para usar su propio baño. Todos ellos son parte de esos momentos mágicos, con sol de día y frío de noche. Se viven buenos tiempos en un lugar donde el tiempo no pasa: las casas son de 1960 y las familias llegan en autos de 2017 que deben las patentes de 2023.

¿Qué se hace de día? Se disfruta de la playa, de los sánguches de milanesa llenos de arena, de los gritos de los barquilleros, de los avioncitos de telgopor, de los puestos que venden pareos y pelotas y se duda ante la oferta de hacerse las trencitas. ¿De noche? Depende: si usted está soltero, irá a un boliche o un bar, a ver si encuentra un amor de verano; si usted fue con su esposa, hijos, la suegra y el golden retriever, la peatonal es su lugar en el mundo. En esa gran pasarela se pueden encontrar mil versiones de uno mismo, caminando igual de lento, con una combinación de pulóver a los hombros y zapatos náuticos. Ahí, los artesanos ofrecen pulseras de alambre, cuadros pintados con aerosol y esos adornos con forma de delfín, casa o barquito que cambian de color si va llover (ni Elon Musk lo imaginó).

Métase tranquilo al mar: los guardavidas lo cuidan

Pero la playa no es solo un lugar para descansar, aguantarse la cumbia de los demás al máximo y que a los maridos curiosos se les vayan los ojos. No, para nada, también es un lugar para hacer negocios. Y ahí están todos: los volanteros de los boliches ―”Chicas, 2×1 hasta las dos de la mañana, mi nombre es Brian”-, los churreros ―”Aaaaaaa los chuuuurrooos”– y hasta el avión con parlantes que invita a Mundo Marino. Y uno, que estuvo encerrado en una oficina todo el año, le dice que sí a todo y en un día hace lo que no hace en su vida: va a bailar y pregunta por Brian, se come los churros y se escapa a San Clemente para ver el show de los pingüinos del parque acuático.

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Sin embargo, lo que al inicio era ideal al final cansa. Al tercer día de sacarse arena de lugares recónditos del cuerpo y de los placares con olor a humedad el cerebro activa un mecanismo de defensa. Ya no divierten los paseos sin fin por la peatonal ni gastarse una fortuna en los fichines que nadie recordaba que existían; la fila que al principio se toleró para entrar a una pizzería ahora provoca espanto; y el colchón de la casa alquilada está a punto de provocar roturas de espaldas. Solo queda una solución: agarrar el auto modelo 2017, subir a la esposa, los hijos, la suegra y el golden retriever y partir hacia el hogar, donde esperan la rutina, el trabajo de oficina y las patentes a pagar de 2023.

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