SOCIEDAD
‘Yo, adicto’, la serie de Disney+ basada en el libro de Javier Giner, desvela su primer tráiler: “Perdí el control”
La novela, publicada en 2021, es un relato contado en primera persona con el que su autor pretendía exorcizar sus demonios. Dolor, pero también humor, son los dos ingredientes que narran la historia que, ahora, será serie
En 2021, Javier Giner publicó Yo, adicto (Planeta), un desgarrador relato en primera persona con el que el autor sumergía al lector en una etapa de su vida que terminó condicionándole. En la novela autobiográfica, Giner habla sin tapujos de su adicción al sexo y a las drogas, una etapa oscura que, ahora, se traslada a la pequeña pantalla. Disney+ ha sido el encargado de trasladarla ficción, conformando una serie que introducirá al espectador en la espiral autodestructiva que quebró su salud física y mental. La plataforma, que estrenará la ficción el próximo 30 de octubre.
Yo, adicto se proyectará en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián como Proyección Especial, convirtiéndose en la primera serie que no es de Movistar Plus+ que forma parte de la programación del certamen cinematográfico desde Patria. El propio Giner ejerce de showrunner, escribe y dirige tres de los capítulos (los otros tres, Elena Trapé, directora de Els encantats o Las distancias), de la mano de Aitor Gabilondo. Oriol Pla se convertirá en el alter ego de Javier Giner y, junto a él, completan el reparto Nora Navas, Àlex Brendemühl, Marina Salas, Vicky Luengo, Omar Ayuso, Itziar Lazcano y Ramón Barea.
Hasta ahora no se conocían muchos detalles sobre de la serie más allá de que tenía seis capítulos y de que se iba a rodar en Barcelona, pero la plataforma ha publicado un avance que promete arrojar más luz sobre cómo será la adaptación de la novela. “Perdí el control. Entré en el terreno de la locura. Me convertí en adicto”, entona Pla en el avance. Si la ficción es fiel al libro, puede que estemos ante una de las series más potentes y descarnadas de la temporada, pues promete ahondar en la problemática del abuso normalizado de las sustancias tóxicas en la sociedad. Un viaje de la oscuridad a la luz que promete ser tan radical como sanador. Yo, adicto buscará introduce al espectador es un espacio que no ha contado con mucha representación: un centro de desintoxicación.
“Nunca imaginé que mi historia más íntima llegaría a convertirse en una serie de alcance internacional gracias a Disney+ y de la mano de profesionales y personas tan admiradas por mí como Aitor Gabilondo y Laura Rubirola. Espero y deseo que nuestro trabajo abra debates, desestigmatice al enfermo y arroje luz sobre las cosas que nos ocurren como seres humanos, pero de las cuales solo hablamos en susurros porque nos producen dolor y vergüenza. Y que, por encima de todo, ilumine todos esos rincones oscuros con un mensaje claro: del infierno de la adicción, con ayuda, con trabajo y esfuerzo, se puede salir”, dijo Giner en una nota de prensa cuando saltó la noticia de la adaptación.
“No puedo resumir en una sola frase por qué quise hacer esta serie… pero puedo decir que leyendo el libro de Javi Giner descubrí que yo también soy adicto, aunque no haya probado las drogas. Si no sabes gestionar tus emociones y te refugias en sustancias, en el trabajo o en ti mismo, quizá tengas un problema… Pienso que Javi contando su historia, está contando la de muchos y muchas… y acompañarle en esa tarea no solo es un honor, también una oportunidad para entender y para crecer”, dijo entonces Gabilondo.
SOCIEDAD
La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida
Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.
Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.
Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.
Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.
«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»
En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”
Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.
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