SOCIEDAD
Luis Ventura, a corazón abierto tras la internación de Antonito: “Tengo un hijo de 10 años que todavía no habla”
En el ciclo de América, donde trabaja junto a Karina Mazzocco, el conductor hizo referencia a los problemas de salud que enfrenta el pequeño, fruto de su relación con Fabiana Liuzzi
A casi una semana del glamour de la alfombra azul y de compartir una noche con las mayores celebridades del país en los Martín Fierro 2024, el periodista Luis Ventura atravesó momentos cargados de angustia y preocupación. Su hijo Antonito fue internado tras sufrir complicaciones de salud como consecuencia de un cambio en su medicación. El pequeño, que padece una encefalopatía crónica que le genera dificultades en el habla, debió ser hospitalizado este jueves en el Sanatorio Trinidad de Palermo.
“¿Qué es lo que está pasando con tu hijo?”, le consultó Karina Mazzocco al recibir a Ventura al aire de A la tarde (América) tras dos días de ausencia en el programa. Con tono pausado, el periodista comenzó contando la condición que tiene su pequeño: “Estamos en presencia de un niño que nació de manera prematura a los seis meses y medio. Un niño que estaba en una incubadora, que pesaba 700 gramos, y que estuvo con elementos complementarios para empezar a formar su cuerpito, y que hoy es el de un hombre”.
Luego, Ventura detalló cómo atraviesa Antonito la encefalopatía crónica y las dificultades que le genera. “Vos tenés que hablar de procedimientos porque te dicen que es una rama del autismo, que en uno de los hemisferios del cerebro tuvo infartos que le dejaron heridas que van cicatrizando, y en ese proceso va recuperando funciones. Por ejemplo, el habla. Yo tengo un hijo de 10 años que todavía no habla. Emite sonidos, se hace entender, pero hay que saber hablar ese lenguaje”, contó.
Más adelante, el presidente de APTRA destacó los cuidados que conlleva la crianza del pequeño. “Es una observación día a día de su crecimiento, con una madraza (Fabiana Liuzzi) que está las 24 horas. La situación se dio luego del cambio de medicación que propuso nuestro neurólogo, Alejandro Anderson, en función de la observación de su mamá. El objetivo era eliminar uno de los medicamentos que tenía que ver con el control de ataques psicóticos”.
Según comentó el periodista, una vez que su hijo fue estabilizado, los médicos decidieron volver a la medicación anterior. En ese sentido, Ventura relató los obstáculos que debió superar para conseguirla.
“Recorrí 17 farmacias y me lo consiguió un amigo mío. Además, me llamaron de una farmacia donde pagué otro medicamento cannábico, por más de 100.000 pesos, y me avisaron que en el pago se me había escapado el dedo y había pagado de más. Esa sociedad de cariño, hacia alguien que está viviendo un momento límite, existe”, relató.
Por último, Luis comentó que, a raíz de la situación, Fabiana había tenido que ser internada por un pico de estrés, algo que ella misma había adelantado a Teleshow. “Lo atendían a él en una cama, a mí en otra. Sentía que no me entraba el aire, me dolía el pecho, tenía palpitaciones. Como soy hipertensa, tuvieron que asistirme”, contó Liuzzi a este medio.
“Fabiana, que acompañó a su hijo a la internación, se descompensó. Y en determinado momento, Antoñito estaba para salir de alta. Y no salía de alta porque le estaba haciendo el aguante a la madre. No era que estaba internado él. Después volvieron a casa, pero el cambio de medicación evidentemente no lo asimiló. Antoñito volvió a tener los mismos problemas y fue internado de vuelta. Hoy los estuve llamando, pero al no tener devolución, no sé si Antonito sigue internado o si le dieron el alta”, destacó.
La internación de Antonito
En diálogo con Teleshow, Fabiana Liuzzi explicó por qué tuvieron que internar a su hijo este jueves. “Arrancó el fin de semana. Algo le molestaba, estaba irritable… Coincide con que le quitamos una medicación que tomaba a la noche. Habíamos hablado con el neurólogo, queríamos sacarle un medicamento, de haberlo hecho, hubiera sido positivo. En este caso, empezó a dormir mal y luego, desde el domingo, arrancaron estas crisis. Cada vez que lo traía para el Sanatorio, le ponían un tranquilizante y se dormía, pero al día siguiente se levantaba con malestar. Entonces decidieron dejarlo en la clínica e ir evaluando día a día cómo se va sintiendo y cómo es su comportamiento”, recapituló.
El pequeño de diez años, que nació de forma prematura, padece una encefalopatía crónica a partir de la cual enfrenta desafíos en el habla y apenas pronuncia algunas palabras. El año pasado, en una entrevista en LAM, Fabiana compartió las dificultades que enfrenta Antonito desde que nació. “Puede evolucionar mucho, está experimentando grandes cambios”, confió acerca de su capacidad de hablar.
Esta no es la primera vez que el pequeño sufre complicaciones de salud. En junio de 2023, fue internado a raíz de un cuadro de neumonía y dengue. En aquel entonces, en diálogo con Teleshow, Luis Ventura contó detalles de la salud del chico. “Le hicieron tres laboratorios, estudios sobre sangre infectada y fluidos, a ver a qué reaccionaba. Los tres estudios dieron bien, por lo cual el dengue está controlado, que era una pérdida permanente de plaquetas, que lo produce esa enfermedad”, comentó esperanzado.
En cuanto a la neumonía, el periodista destacó que en ese momento aún tenía “una especie de fritura en la respiración, en el pulmón izquierdo. Una neumonía que tiene alojada solo en el pulmón. Esperamos el alta, pero para que se quede en casa, no para que vaya al colegio ni esté saliendo, esa es por lo menos la proyección”, cerró.
SOCIEDAD
La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida
Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.
Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.
Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.
Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.
«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»
En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”
Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.
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