Crónicas de una (norte) América profunda, en donde por cada rincón se erige un universo con su propia lógica: en un país donde votar no es obligatorio, cada estado cuenta distintos votos y vota distintas cosas. Allí también hubo curiosidades y perlas de un día de elecciones presidenciales entre Donald Trump y Kamala Harris: un voto por amor, el condado que tuvo que salir a reimprimir boletas y extendió el horario de votación, y el voto que aún no fue, de una votante futura demócrata.
La del martes es una elección histórica para la mayor potencia mundial, más aún si se hace zoom en el interior de la mastodóntica extensión de los Estados Unidos. Proyecciones que datan de varios meses buscan aún aportar precisión, hacer previsible lo imprevisible, que siempre busca imponerse.
Primer caso: ir a votar por amor, o por la amenaza de un amor. Marcaban las 19.25 en Charlotte, estado de Carolina del Norte, cuando un móvil de la CNN andaba a la caza de testimonios de votantes, saber cómo daban las bocas de urna.
La notera de la cadena de televisión aborda a un joven que acaba de salir de las urnas, vestido con una campera negra, del mismo color del gorro de lana que cubre su cabeza, de la que se vislumbra un pelo que cae hasta los hombros. Aritos en las orejas, que escuchan a la notera.
—Brian Flores —dice la cronista, con un acento anglosajón que deforma el nombre latino hasta hacerlo casi irreconocible—, acabás de votar. ¿A quién votaste?
—Voté a [Kamala] Harris —cuenta Flores.
—Pero contame cómo llegaste a esa decisión —inquirió la notera.
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El insólito caso de un hombre que fue a votar en amenazado por su novia
—No iba a votar, bajo ningún punto de vista, pero mi novia me llamó y me instó a ir a votar, porque si no lo hacía, me dejaría. Así que aquí estoy.
—¿En serio iba a dejarte? ¿Y ella te dijo que votaras a Harris? —detalla Flores ante la cámara, dejando entrever que se trata de un tipo entre temeroso y romántico.
Y luego comenta que se bancó media hora de manejo y otros cinco minutos de caminata hacia el lugar de votación, y tras dos horas de espera para que su voto entrara en la urna.
—Brian Flores, muchas gracias —, termina la notera, que probablemente haya sido lo mismo que podría pensar Harris si es que viera el recorte. Se ha ganado, más allá del resultado final, un votante leal. Lo mismo su novia.
El condado que salió a imprimir
La cuestión del convencimiento es crucial en los Estados Unidos, donde, como ya se ha mencionado, el sufragio no es obligatorio, por lo que al votante hay que darle, además, todas las facilidades. Justo lo que no sucedió en el condado de Saint Clair, estado de Alabama, y aledaños.
La votación se da cada cuatro años, un más que considerable periodo de tiempo para planificar e imprimir bien las boletas, que además de presidentes, vicepresidentes, senadores y otros cargos, también permiten sufragar enmiendas a leyes estaduales.
Resulta que el martes encontró al condado en cuestión con todo listo para las votaciones, o casi. Temprano comenzaron los votantes a ir a las urnas, pero varios de ellos denunciaron en redes sociales que a varias de las boletas les faltaban ítems de votación.
«La mitad de las boletas no tenían las enmiendas votables en su dorso», señaló un ciudadano en las redes sociales. Otro ciudadano: «Aparentemente, el condado de St. Clair imprimió mal las boletas. Las enmiendas no están en el dorso, y las máquinas de votación no tomarán las boletas incompletas. Volveré más tarde«.
Y así debió ser: el condado debió extender hasta las 21 el horario de votación, y tuvo que comunicarlo pasado el mediodía, sobre las 14.
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En Alabama tuvieron que reimprimir boletas en el mismo día de la votación
El juez Andrew Weathington dictaminó que se imprimieran y distribuyeran nuevas boletas, correctamente impresas, y decretó, de acuerdo a su autoridad, que esperaba que se lograra proveer a todos los votantes de boletas correctas antes del cierre de los comicios. La población censada y autorizada para votar en el condado se estimó en 73.000.
La empresa ES&S Election Systems, la responsable de la impresión de las boletas, calculó en 28.000 las defectuosas (casi la mitad de las necesarias para todos los votantes), y que estaban tan apenados como apurados por poner de nuevo en funcionamiento las rotativas.
Respuesta clásica, de manual: «ES&S asume su responsabilidad por el infortunado error y ya se encuentra trabajando para determinar cuál fue el error de raíz«. Las consecuencias: WVTM-TV, una cadena de televisión de Alabama, filmaba ya de noche largas filas para votar en las localidades del condado de St. Clair.
La llamada de Kamala Harris
Pero hay quienes no tienen prisa ni pruritos para cantar su voto. En medio de la vorágine, la candidata demócrata, Kamala Harris, se hizo un momento para hacer una llamada. Pero no fue a ningún alto funcionario del gobierno norteamericano ni de ninguna de sus atareadas agencias, sino a Jennifer, una votante. O a dos, si se lo observa con perspectiva de futuro.
—Jennifer, soy Kamala Harris —dice la demócrata, de un lado del teléfono. —¿Cómo estás?
—¡Hola! ¿Cómo estás? —contesta Jennifer, del otro lado, quizás sorprendida.
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La candidata demócrata llamó por teléfono a una mujer que sufragó por ella y, antes de terminar el contacto, ella le pasó con Sage, de ocho años, a quien Harris le dijo que «no puede esperar» a que tenga 18 para votar.
—Todo bien. Sólo quería llamarte para asegurarme de que sabés dónde podés ir a votar hoy, si aún no lo has hecho —conmina Harris, filmada por una cámara que se presume que es de su equipo de prensa, hábil recaudadora de votos en una votación súper ajustada. —¿Ya votaste?
—¡Ay, dios! ¡Sí! —asegura Jennifer.
—Gracias. Muchas gracias. Gracias por estar activa y participar en este muy, muy importante proceso —se deshace en encomios Harris.
—Estoy con una futura votante que te quiere saludar —señala Jennifer, y delega el teléfono.
—¿Cómo te llamás? —pregunta Harris.
—Sage —señala la nueva hablante.
—Soy Kamala Harris. No puedo esperar a que crezcas 10 años más.
Cabe la pregunta de cómo sabía Harris la edad de la pequeña. ¿Llegará a la próxima elección? Ese detalle y que en algún momento de la secuencia se vio la pantalla de su celular -que algunos ya conspiraban en redes que estaba conectado a la cámara y no a una llamada en curso- dio para unos la noticia dulce, y para otros, la amargura de las suspicacias.