Con las piernas aprisionadas, de espaldas al suelo, apenas supo que podía mover un brazo comenzó a palpar lo que podía tener alrededor de su mano izquierda, hasta que dio con una piedra: «ta ta ta… taaa taaa taaa… ta ta ta», S.O.S, el código internacional de socorro en Morse, con el que María Josefa Bonazza (73), la única persona rescatada con vida entre los escombros del derrumbe del edificio en Villa Gesell, golpeando en repetición constante, consiguió avisar a los rescatistas dónde se encontraba.
«Le pregunté a Mariano, el bombero que me hablaba, y me dijo que me habían encontrado por eso. Todo el mundo lo tiene que saber, hay universitarios que no saben ni lo que es, y te puede salvar la vida», dice María a Clarín en la sala del Hospital Fossati de Balcarce, donde termina de recuperse, sobre el SOS que puso en alerta a los rescatistas. Pero no fue su única estrategia para sobrevivir: también aplicó técnicas de yoga.
No podía verlo, pero sabía que junto a ella estaba su marido,Federico Ciocchini (84), un reconocido artista plástico de Balcarce. «No sufrió mucho porque fue instantáneo, no sentí una respiración agónica que me dijera que estaba sufriendo. Yo le hablaba: ‘Tesoro’, fue un derrumbe, ya nos van a venir a rescatar».
El mismo día del derrumbe, «Pelusa», como la conocen en Balcarce, viajó en remís con su esposo a Villa Gesell para acondicionar el departamento que tenían en el edificio lindero al Apart Hotel Dubrovnik, porque lo habían alquilado. Habían comido en el centro, temprano, y se acostaron.
Pasada la medianoche los despertó «un ruido ensordecedor; él me preguntó si lo había oído, y después, enseguida, hubo otros dos ruidos como explosiones y se nos vino todo encima. Escuché solo un quejido de él. Quedate tranquilo», cuenta que le decía.
Con una fortaleza singular, apenas sufrió una pequeña fractura en el radio del brazo derecho, algunos magullones y raspaduras, y después de haber permanecido 10 horas sepultada bajo toneladas de escombros, la sobreviviente de la tragedia que se cobró la vida de por los menos 7 personas, hace un relato minucioso sobre lo que ocurrió luego.
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«Se nos viene todo encima y con algún material se forma arriba mío como una forma de cúpula, y sentí que corría aire, de un lado y de otro, sabía que podía respirar, entonces le dije a Fede que nos quedemos tranquilos, nos tenemos que quedar quietos. Ya no me contestó«.
Aún paralizada por vigas sobre sus piernas, «en ningún momento perdí la calma porque tenía la certeza que nos iban a salvar. Todavía no sabía que mi maridito había muerto. Decidí que no tenía que gastar energía, y de pronto sentí una sirena lejana. ¡No te puedo explicar la emoción que sentí cuando la escuché!«
«Me quedé quietita esperando algún ruido y cuando escuché algo, sabiendo que podía respirar, comencé con los gritos. Respondan si me escuchan, repetía. Empecé a manotear y encontré la piedra. Empecé a hacer el código Morse con la piedra: ta ta ta… taaa taaa taaa… ta ta ta… Así supieron que había una persona consciente del otro lado y pidiendo ayuda», narra la mujer que se recibió de abogada aunque nunca ejerció, hija de «un personaje» de Balcarce, como recordó a su padre, Severio Bonazza, un hombre que «tenía el mejor humor del mundo».
Su hermana Doris la acompaña en el hospital balcarceño, también María Elena, una prima. Desde la ventana de la habitación en el primer piso puede ver su casa, de estilo colonial. Pero cuando le den el alta, y sabe que no falta mucho, primero irá a parar unos días a casa de Doris, quien recuerda que Silvia, una hermana fallecida, y su mamá, «cuando nadie sabía de qué se trataba ni conocía la palabra yoga, ya lo practicaban, y eso también le sirvió a ella para sobrevivir».
Cuenta María que haber respirado con técnicas del yoga la ayudaron a mantener la calma, luego la ayudó la voz del bombero de nombre Mariano, a quien quiere conocer, quien le hablaba «cada cinco minutos».
Le hicieron llegar de algún modo una pequeña cámara y que por ese diálogo los rescatistas pudieron «hacerse un mapa de donde estaba yo, me preguntaban dónde sentía los golpes que hacían, si cerca de la cabeza o dónde, y así supieron la posición en que estaba mi cuerpo».
Dice que una preocupación en medio del rescate fue una piedra que le había quedado cerca de la boca. «Solo me quedó la cara libre, como si fuera una corona de piedras alrededor, pero una piedra, cuando hablaba, se me venía hacía la boca, y yo la intentaba alejar con la lengua. Tenía ese miedo».
«Pero me salvaron mis ángeles, los bomberos, las enfermeras, los médicos, el encargado Carlos Cantagliano, que les dijo dónde podíamos estar, y ahora mis parientes que ma acompañan. Después, no sé, una fatalidad, creo que una casualidad nos puso ahí. Yo no creía mucho en los milagros, bueno, ahora tendré que creer».
Cuando los rescatistas pudieron llegar a ellos, recuperaron primero el cuerpo de Federico Ciocchini. En un sollozo contenido, María cuenta que ya entonces sabía que había muerto, aunque nadie se lo dijo en ese momento. «Sentí cómo lo sacaban. Vivimos 48 años de amor, felices, una vida hermosa. No estoy angustiada, ni furiosa, estoy triste por mi amorcito, porque me falta mi amor. Me queda recordarlo».
En la tarde del martes fueron encontrados tres cuerpos más entre los escombros de lo que queda del hotel Dubrovnik de Villa Gesell. Se trata de tres obreros que estaban realizando trabajos de arreglo en las instalaciones del hotel: Mariano Raúl Troiano (47), Ezequiel Juan Matu (38) y Matías Alberto Chaspman (27), los tres marplatenses.
Estaban en el segundo piso del hotel, o en lo que era ese sector hasta hace una exacta semana, cuando esa edificación y todos los demás pisos del hotel se desplomaron. Sus cuerpos, en notorio estado de deterioro, fueron rescatados entre los escombros.
Más temprano el martes, Raúl Troiano declaró ante la prensa: «Encontraron el cuerpo de mi hijo». Su hijo: Mariano Raúl Troiano, de 47 años, oriundo de Mar del Plata, del barrio Villa Evita, oeste de la ciudad. En ese mismo barrio fue alumno de la escuela Escuela de Educación Secundaria Nº19 «Vecinalista Hector Woollands».
Actividad declarada por Troiano al fisco, como monotributista clase D: «Instalaciones de gas, agua, sanitarios y de climatización, con sus artefactos conexos (Incluye la instalación de compactadores, calderas, sistemas de calefacción central, etc.). Además, «Instalaciones para edificios y obras de ingeniería civil». Así, trabajando en lo suyo, encontraría la muerte.
Ezequiel Juan Matu, nacido el 26 de mayo de 1986 (38), también marplatense, carpintero, plomero y changarín, aunque incursionó en otros rubros para buscar y encontrar el mango: «Servicios de mensajerías (Incluye servicios puerta a puerta de correo y mensajería, comisionistas de encomiendas, transporte de documentos realizados por empresas no sujetas a la obligación de servicio universal)», se lee en su actividad declarada como monotributista clase A.
Vivía en el barrio 2 de Abril, a una veintena de cuadras de la playa Varese. Algunas fuentes de Mar del Plata lo ubicaban en el Dubrovnik, no obstante, no como mensajero sino como un albañil. Un hombre sin dramas para arremangarse y salir adelante como se pueda.
Chaspman, Matías Alberto, el más joven. Murió a un día de su cumpleaños número 28, que sería el 30 de octubre. Horas antes, el hotel en que trabajaba se derrumbó, y dejó atrás una vida de padre de una nena y de ciclismo como pasatiempo. De pelo y ojos claros, hacía al menos ocho años que salía con Ariana, también aficionada al ciclismo y madre de su hija.
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Su última foto en Facebook: parapetado en calzas y camiseta de ciclismo, haciendo OK con la mano izquierda, que descansaba sobre el asiento de su bicicleta verde manzana. Sobre el corazón, en la izquierda de la camiseta, se leían las siglas MDQ: un marplatense a mucha honra. En el pecho, en las mangas y en las calzas se lee Retro Sanitarios, una casa del ramo en el centro de la ciudad balnearia.
Las crónicas relativas al Dubrovnik, o a lo que era el Dubrovnik, lo ubicaban, al igual que Troiano y Matu, como obrero en el hotel: los tres obreros marplatenses.
El cuerpo de un carpintero, el primero recuperado este martes y un audio premonitorio
En las primeras horas del martes, los rescatistas encontraron el cuerpo de Fabián Javier Gutiérrez (54), un carpintero que, al igual que Troiano, Matu y Chaspman, trabajaba en refacciones del edificio del hotel Dubrovnik.
Gutiérrez, a diferencia de los otros, era del conurbano de pura cepa. Tres de Febrero y Villa José Ingenieros, e Ingeniero Budge, en Lomas de Zamora, siempre sobre el eje oeste del AMBA.
Con amplia trayectoria en el ámbito de la construcción, el hombre nacido el 21 de agosto de 1970 era entendido del trabajo de la madera. Actividad secundaria declarada al fisco: venta al por menor de muebles para el hogar, artículos de mimbre y corcho.
Quizás por capricho del destino, presentía cómo iría a morir: en un edificio «hecho pelota». El 1° de noviembre se difundió un audio que envió a amigos días antes del derrumbe: «Y estos, por ejemplo, acá, los de Gesell, y si bien están invirtiendo un montón de guita en algo que prácticamente está hecho pelota… Es como querer poner a punto la camionetita de Ale», ensayaba un chascarrillo para alguno de sus amigos, y se reía.
«Quieren darle una lavada de cara —seguía Gutiérrez en su audio—. Ya no quieren que sea apart hotel. Ya no va a ser apart. ¿Viste la parte que es un departamento? Prácticamente el hotel… Le van a sacar la heladerita, el bajo mesada, la mesada, y no sé con qué reemplazarán… con algún sofá (…) Que ya no sea más Appart (sic) Hotel Dubrovnik [como se leía en el cartel del establecimiento]. Y a los placares, por ahora, le van a dar una lavada de cara».
Y terminaba el audio: «Yo voy a hacer desde el sexto piso hasta el primero, más o menos acondicionarlos. Y el año que viene, o cuando termine la temporada, cuando seguiré, lo reemplazaremos todo con melamina. Y sin puertas, que quede todo abierto. No le convenció, no le gustó a la arquitecta, pero es lo que hay…«.
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Pero no habría ni año que viene ni temporada, porque del Dubrovnik, ese edificio «hecho pelota», hoy no quedan más que escombros.