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Archaeologists discover privacy barrier possibly used by famous playwright in the UK’s oldest working theater

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A doorway that could have been used by famous playwright William Shakespeare was discovered in the United Kingdom’s oldest working theater. 

The discovery in St. George’s Guildhall in King’s Lynn, Norfolk, which has been undergoing major conservation efforts, was sparked when the Guildhall’s creative director, Tim FitzHigham, noticed a «weird shape in the wall,» according to a news release put out by the Borough Council of King’s Lynn & West Norfolk on August 21, 2024. 

Upon further investigation, the boards were removed to reveal an archway. 

Investigation of a «weird shape in the wall» of St. George’s Guildhall in King’s Lynn, Norfolk, revealed an archway dating back to the 15th century. (Borough Council of King’s Lynn & West Norfolk)

ANCIENT TREASURE DATING BACK THOUSANDS OF YEARS UNEARTHED IN BURIAL MOUND

«It has got to be pre-1405 as the hall’s medieval roof is held up above it,» FitzHigham said per the news release. 

«Further exploratory work identified the arch as the door to what is believed to be the Guild Robing Room. This room was used by the highest level of Guild members to dress in their finery before feasting upstairs,» he continued. 

«This is another mind-boggling discovery at the Guildhall,» FitzHigham said. «We’ve got a door that would definitely have been here in the years we think Shakespeare played here and, in all likelihood, was the door to a room where the players changed and stored props.»

A portrait of William Shakespeare

The archway found is thought to be linked to William Shakespeare. (Universal History Archive/UIG via Getty Images)

RARE PIECE OF ARMOR DATING BACK TO 14TH CENTURY FOUND IN NORWAY

«It is simply staggering that again a slight hunch or weird shape in the wall has turned out to be something frankly extraordinary,» he added.

Last year, another discovery with possible links to Shakespeare was uncovered, when researchers found boards underneath the flooring of St. George’s Guildhall, which dated back to the early 15th century and could have been walked upon by the famous playwright. 

The earliest recorded production at the Guildhall was a nativity play in January 1445, according to Shakespeare’s Guildhall Trust. 

William Shakespeare performing for Queen Elizabeth I

Shakespeare joined Lord Chamberlain’s Men in 1594, an acting troupe that often performed before royals. (GraphicaArtis/Getty Images)

The Queen’s Men, a prestigious acting company in London formed in 1583, performed at the venue on numerous occasions through the late 1500s. 

Shakespeare’s association with the Guildhall came in 1592 or 1593, according to the news release, as he and his company of actors were on tour in King’s Lynn when London’s theaters were closed due to a plague outbreak. 

Shortly following this, Shakespeare joined the acting company Lord Chamberlain’s Men, later called the King’s Men, according to Biography.com.

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Archaeologist Johnathan Clarke believes the archway never had a door in its frame, and rather provided privacy for performing actors with a sort of hanging. 

«This 15th century doorway appears to have provided access to a medium sized low status room, and not to have ever had a door closing up the arch; it may have been made private with a simple hanging when required,» Clarke said per the news release. 

«It is the type of room where traveling groups of players might change due to its location within the Guildhall.  It would have given them a private space where they could put things, change and then travel up the staircase to appear on the first floor in their costume,» he added.


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INTERNACIONAL

Vivir bajo un misil: un relato íntimo y crudo desde la guerra en Ucrania

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Mi mejor amigo de infancia vive en Nueva York. Después de cada ataque ruso con misiles contra Kiev me pregunta por WhatsApp: “¿Cómo has vivido el bombardeo, querida?”

El primer año de la invasión me explayaba en mis respuestas. Describía el silbido diabólico de los misiles balísticos, me quejaba de lo difícil que era recuperar la respiración después de ese sobrevuelo tan cercano de la muerte. Contaba detalladamente la diferencia entre el sonido de un impacto (un golpe sordo, como si fuera en las entrañas de tu cuerpo) y el sonido ensordecedor del derribo de un misil en el aire.

Sobre cómo los restos de misiles destruyeron varias viviendas en el pueblo de al lado y mataron a una mujer, a la que solía comprar fresas en primavera. Ahora contesto brevemente: “Estoy bien”.

No me atrevo a escribir sobre lo demás. No quiero explicar cómo comienza todo habitualmente. Cómo a medianoche salta la notificación de nuestra defensa antiaérea sobre el despegue de unos cinco o seis bombarderos rusos de una base aérea rusa más allá del círculo polar.

Cómo estimamos normalmente el momento cuando alcanzarán la línea de lanzamiento de misiles, cuánto tiempo tardarán los misiles en llegar al espacio aéreo de Ucrania y, por tanto, cuánto tiempo tenemos para dormir antes del ataque.

Un herido es trasladado luego de un bombardeo ruso en la capital de Ucrania, Kiev. Foto: REUTERS

He conseguido habituarme para aprovechar incluso esa hora y media de sueño cuando decenas de misiles ya han sido lanzados y ya están volando en camino. He aprendido a quedarme dormida con el pensamiento de que, prácticamente en una hora, alguien de nosotros morirá de nuevo, alguien quedará herido, alguien perderá su hogar, sus familiares, sus amigos, sus hijos.

Normalmente, los misiles llegan hacia las 4 de la madrugada. Vienen en grupos que se mezclan con los drones kamikaze iraníes “Shahed”. Los seguimos en nuestra redes sociales en tiempo real: vemos cómo entran desde Crimea, ocupada por los rusos desde 2014, para luego atravesar Mykolaiv y explotar en Odesa; o cómo cruzan la orilla oriental del río Dnipro rumbo a Kiev.

Suelen llegar cuando despunta el amanecer y los pájaros comienzan a cantar. Cuando el sonido de las alarmas antiaéreas se desvanece y los misiles aún no han explotado, oímos desde el otro lado de la ventana los sonidos de la mañana.

Suelo dejar la ventana abierta para que la ola explosiva no reviente los cristales y bajo para esconderme bajo las escaleras de hormigón. El ataque dura una o dos horas. Durante todo este tiempo monitoreo las noticias. Deteniendo la respiración, leo dónde ha habido impactos, cuántos heridos y víctimas mortales hay, qué es lo que consiguieron destruir los rusos…

Parte de un misil ruso que impactó en Kiev. Foto: REUTERS  Parte de un misil ruso que impactó en Kiev. Foto: REUTERS

Destrucción y heridas

Recuerdo la sensación de caer en un vacío negro al leer cada mensaje: la presa de Kajóvka ha sido volada, la planta hidroeléctrica de Dnipro está en estado crítico, la central térmica de Trupilia ha sido destruida. Las iglesias, los monumentos arquitectónicos, los hospitales, las estaciones de tren, los puertos, los silos de grano: es todo lo que constituye el cuerpo de mi país. Siento ese cuerpo y sus heridas como si fueran mías.

Cuando las alarmas se apagan, vuelvo a mi habitación. En ese momento se suele activar el riego automático de mi césped. Nada me tranquiliza más que los chorros de agua que riegan mis rosas, lavanda y árboles. Ese sonido de riego es mi vínculo con la vida normal, con mi casa, y con la magia de volver a la normalidad o, más bien, a su espejismo.

Cada uno de nosotros tiene una ventana de rescate al mundo de antes: el pintalabios rojo de la amiga, el tradicional doble espresso de camino al trabajo, la antigua cafetera de mi madre. Es una especie de arraigo, la sensación de estabilidad que nos permite aguantar y seguir respirando.

Humo, fuego y destrucción tras un ataque de las fuerzas rusas en Járkov, Ucrania, a fin de agosto. Foto: REUTERSHumo, fuego y destrucción tras un ataque de las fuerzas rusas en Járkov, Ucrania, a fin de agosto. Foto: REUTERS

Hace unos meses visité Kámianka, un pueblo cerca de Járkov que Rusia ha borrado prácticamente del mapa. Fue liberado por el ejército ucraniano en 2022, pero prácticamente ya no quedan casas. Al retirarse del pueblo, las tropas rusas “sembraron” estas tierras y bosques con minas, que se llaman “pétalos”. Una mina terrestre de gran explosividad que arrojan desde los aviones.

Kámianka se ha despoblado. Aún así, varias familias han vuelto para tratar de restaurar sus casas. Conocí al matrimonio de Iryna y Serhiy Oliynyk. Ambos tienen cerca de 50 años. Viven junto con su hijo en la única habitación que se ha conservado. Antes de la invasión, los Oliynyk tenían un colmenar, criaban patos y gansos para la venta, y tenían un gran huerto. Luego de huir de los bombardeos, lo perdieron todo.

Las tropas rusas, que se alojaron en su casa, dispararon contra todo lo que estaba vivo, incluidas las colmenas. Todo lo que no han podido robar y llevarse consigo también lo cubrieron con disparos de fusil: las grandes neveras, las paredes, los sofás e incluso los libros. En el gran espejo trumeau, escribieron con el pintalabios de Iryna: “Venceremos igualmente”.

Campos minados

En Kámianka sólo se puede caminar por la carretera y algunas áreas desminadas. El patio de los Oliynyk es un pequeño islote en medio de un campo de minas. Incluso cerca de la casa hay que ir con cuidado, siguiendo los senderos marcados.

Al volver a Kámianka hace un año, lo primero que hizo Serhiy fue desminar un trozo de tierra con sus propios manos: varias hectáreas de tierra negra para plantar un huerto. La desminó con una pala de mango largo. Recogía con cuidado las minas con la pala y las depositaba en una cesta. En total, recogió unas 30 minas. Pero, la pasada primavera, mientras podaba las ramas del cerezo pisó sin querer uno de los explosivos, que estalló delante de su rostro. Pudo salvar uno de sus ojos, del otro sacaron los restos de la mina.

Estamos de pie en el umbral de su casa, delante de la puerta hecha de cajas donde se almacenaban los proyectiles de artillería rusa. “¿Por qué no se quiere ir a Járkov, si está muy cerca, y están las mejores clínicas?”, le pregunto.

“La verdad es que tengo miedo de los bombardeos, allí sufren muchos ataques, y aquí en el pueblo todo está bien, se está tranquilo.” “¿No tiene miedo viviendo en un campo de minas?” “Es que es mi lugar natal…”

He estado pensando todo este tiempo sobre esa sensación de estar en casa, el vínculo que se tiene con tu tierra natal. Incluso si se trata de un fragmento de nuestra tierra natal de la que no tenemos dónde retirarnos y por el que cada uno de nosotros aguanta para ganar las batallas mayores.

Myroslava Barchuk es una periodista ucraniana, vicepresidenta de PEN Ucrania. “Cartas de Ucrania” es un proyecto de la campaña de solidaridad latinoamericana ¡Aguanta Ucrania! en conjunto con PEN Ucrania, UkraineWorld y Instituto Ucraniano.

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