En menos de un mes, en España, Larisa y Elisa -dos hermanitas de dos y cuatro años-, otro nene de 5, y los gemelos Yago y María, que acababan de cumplir 8, fueron asesinados por sus papás con el fin de dañar lo más posible a las mamás de los chicos.

Estos cinco crímenes, cometidos con puñales o veneno, ocurrieron entre el 17 de marzo y el 9 de abril. Pero no fueron los únicos.

En lo que va del año, siete menores fueron asesinados por la violencia de sus propios padres, cifra tan espeluznante como inédita desde 2013, año en el que en España se comenzó a llevar registros de semejante atrocidad.

El horror que provoca a los españoles contabilizar siete víctimas en apenas estos tres meses y pico de 2024 volvió a poner el debate sobre la violencia de género en la agenda política.

Por primera vez, el presidente Pedro Sánchez convocó esta semana a una reunión extraordinaria del Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer y participó en ella.

Y aunque admitió “disfunciones” en el sistema y solicitó “diseñar nuevos mecanismos para combatir la violencia estructural”, no tomó ninguna medida urgente.

Anunció que su gobierno destinará 160 millones de euros para que las comunidades autónomas desarrollen programas de prevención y lucha contra la violencia de género y llamó a renovar el Pacto de Estado contra la violencia machista que integran los partidos políticos -excepto Vox-, los ayuntamientos y las autonomías.

Fue un argentina, la psicóloga clínica laboral y forense Sonia Vaccaro, quien en 2012 le dio el nombre de “violencia vicaria” que hoy se utiliza a nivel global para definir a este ensañamiento feroz que España incluyó como concepto en ese Pacto de Estado de 2017.

“La violencia vicaria es una violencia desplazada por interpósita persona”, define Vaccaro en una charla con Clarín.

“Se da cuando el maltratador no tiene o tiene poco acceso a la mujer, porque se han separado o incluso tiene ya orden de alejamiento. Entonces el hombre toma a los hijos como objeto y comienza a hacer cosas para dañar a la madre de sus hijos”, explica.

“Es la violencia dirigida a dañar a la mujer, a través de las hijas y los hijos, pero hemos identificado casos en los que matan o torturan a las mascotas de esas mujeres a las que se quiere dañar o a familiares directos de ellas”, aclara Vaccaro, que vive en España desde hace más de dos décadas.

El Día del Padre, que los españoles celebran el 19 de marzo, la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, posteó en sus redes: “Desde 2013 ha habido 54 menores asesinados por violencia vicaria. Cada muerte es un fracaso social. No son casos aislados. Hay que hacer más. Un maltratador nunca puede ser un buen padre”.

Ese mismo día, la ex ministra de Igualdad, Irene Montero -actual candidata de Podemos a las elecciones al Parlamento europeo de junio- también opinó: “Un maltratador nunca es un buen padre. Por eso la ley de infancia obliga a suspender el régimen de visitas ante el más mínimo indicio de maltrato -escribió en su cuenta de X (ex Twitter)-. Los jueces tienen que cumplir la ley para salvar vidas. Basta de justicia patriarcal”.

“Cuando haya indicios fundados de que los hijos e hijas menores de edad hubieran presenciado, sufrido o convivido con la violencia (…), la autoridad judicial, de oficio o a instancia de parte, suspenderá el régimen de visitas, estancia, relación o comunicación del inculpado respecto de los menores que dependan de él”, establece la ley contra la violencia en la infancia que el Parlamento español aprobó en 2021.

Pero, según datos del Observatorio de Violencia de Género y Doméstica del Consejo General del Poder Judicial, los tribunales españoles sólo aplicaron la suspensión de visitas de padres maltratadores en un 14,51 por ciento en 2022.

“La ley dice que tendrían que suspender las visitas pero deja una puerta abierta a que, si el juez considera que es para el bien del menor, se mantengan. Esto una perversión -dice la psicóloga Vaccaro a Clarín-. Yo creería que el bien del menor es no crecer al lado de un maltratador. Eso no es ser padre. Padre es otra cosa.”

E insiste: “La ley dice que cuando haya una causa penal abierta por maltrato contra la mujer, las visitas se tienen que suspender. La custodia, si estuviera compartida, también. Sin embargo, no se está cumpliendo”.

Entre los casos recientes más desgarradores, los españoles no olvidan lo que les sucedió a Olivia y a Anna Gimeno Zimmermann, dos hermanitas de 6 y 1 año, que fueron asfixiadas y arrojadas al fondo del mar por su papá, Tomás Gimeno.

Fue en la isla de Tenerife, en abril de 2021. Semanas después, el cuerpo de Olivia, la mayor, fue hallado en un bolso deportivo en el fondo del mar junto a otro bolso abierto y vacío.

Los restos de Anna, de 1 año, nunca se encontraron. Gimeno, quien se habría ahogado luego de asesinar a sus hijas, sigue desaparecido.

Meses después del caso Gimeno, el argentino Martín Ezequiel Alvarez Giaccio asfixió en un hotel de Barcelona a Leo, su hijito de dos años y nueve meses, para destrozar a su esposa, de la que se estaba separando.

El martes 24 de agosto de 2021, Alvarez Giaccio, un economista de 44 años con doble nacionalidad argentino-española, pasó a buscar a Leo, se alojó con el nene en una habitación del hotel Concordia de Barcelona, sobre la Avinguda del Parallel -donde había celebrado su boda- y luego de jugar en la piscina con el nene, lo asfixió en la habitación y huyó del hotel. Tres semanas después apareció ahorcado en una zona boscosa cerca del aeropuerto de El Prat.

“Te vas a arrepentir”, había amenazado el argentino a su esposa cuando ella planteó la separación.

“La violencia vicaria extrema, que es la que estamos viendo últimamente, es el asesinato o desaparición de las criaturas”, dice Vaccaro, cuyo último libro se titula “Violencia vicaria. Golpear donde más duele”.

“Tenemos que empezar a hablar de terrorismo machista”, sentencia la psicóloga.

“Hoy nadie cuestiona desvestirse en un aeropuerto para ver que nadie lleve explosivos. Lo cumplimos y punto. ¿Es exagerado? Nadie se lo cuestiona. Es así. Creo que con esto tenemos que hacer algo parecido. Extremar las medidas”, propone Vaccaro.

Según ella, “la violencia vicaria se puede detectar antes de que ocurra”.

Y enumera algunos indicadores que deberían encender las alarmas: “El impago de la cuota de alimentos o no autorizar el tratamiento que son necesarios para la salud de las criaturas son señales”.

“Hemos identificado a hombres que, cuando sus hijos están con ellos, interrumpen tratamientos que su hijo o hija tenga que llevar, por ejemplo”, agrega.

“Si el niño o la niña tiene diagnosticada alguna enfermedad crónica, como celiaquía o diabetes, y tiene vedados algunos alimentos, rompen la dieta: hay casos de chicos diabéticos que vuelven a casa de sus madres con bolsas de caramelos en la mano”, cita Vaccaro.

“En el campo de la prevención de la violencia vicaria todo esto nos está diciendo algo más que una paternidad conflictiva entre comillas. Es alguien a quien los hijos no le importan y, en los casos de violencia vicaria, se aseguran de que la madre se entere. Esto va en escalada: la manipulación de los hijos en contra de la madre, diciendo que ella no quería que nacieran, o que se vayan a vivir con ellos, que les comprarán un iPhone 15 a los 9 años o un auto a los 16”, enumera la psicóloga.

Para Vaccaro, “como el patriarcado es universal, la violencia vicaria es universal, y está aumentando en modo exponencial. En España se conoce, se sabe y se identifica, pero es verdad también que no se está protegiendo a las criaturas”.

“Se está protegiendo el rol de padre y los derechos jurídicos de padre por encima de la prevención y protección de las criaturas. Eso da como resultado que tengamos que seguir contando los cadáveres”, lamenta.