POLITICA
Una civilización del acero
A la primera innovación del proceso Bessemer, que consiste en la eliminación de un elemento químico –el carbono– de los compuestos del hierro colado, se le sumó la creación de Siemens-Martin de altos hornos abiertos de fundición; esta innovación generaba muchos más costos de producción y a diferencia de las anteriores necesitaban menos operarios, aunque más calificados para el proceso de colado. Finalmente, a finales de esa década, la siderurgia introdujo fósforos ácidos, minerales que les dieron mayor fortaleza y duración a los aceros.
Esta industria necesitó inversiones iniciales y de mantenimiento muy importantes con lo cual la organización empresarial ya no podía representar al hombre burgués ingenioso y abierto al talento, sino que requirió de una concentración del sector y, por lo general, adquirió perfiles de sociedades accionarias. Por otra parte, esta industria debía ser mínimamente protegida, ya que, en el marco de una gran competencia, no era posible amortizar los grandes volúmenes de inversión inicial, por cuanto esta industria ya no se adaptaba literalmente a la cultura del laissez faire, vigente hasta la década del 70.
La electricidad fue un adelanto tecnológico progresivo que se desarrolló desde la segunda década del siglo XIX a partir de la aparición de generadores manuales de corriente eléctrica. El descubrimiento de las ondas eléctricas llevó a la creación del telégrafo sin hilos, pero recién en la década del 70 se logró avances importantes en la termodinámica y la generación de energía hidroeléctrica. Siemens inventó el tranvía eléctrico, en 1880, y más tarde se comenzó a aplicar en la metalurgia. En esta fase nacerían el teléfono y la radio y, hacia fines de siglo, la cinematografía. Igualmente, la gran revolución cultural del cine sólo se transformó en fenómeno de masas cuando se logró adaptar las historias al formato de un guion, lo cual necesitó bastante imaginación y versatilidad en los relatos.
Nadie podría dudar de la importancia del acero y la electricidad como generadores de una nueva era tecnológica, así como la multiplicidad de usos que éstos configuraban. Más desconocido era el futuro que se le deparaba al petróleo. Sin embargo, éste fue el elemento más importante del siglo siguiente; en forma inicial fue utilizado como fuente de iluminación, pero pronto adquiriría el papel de insumo energético de los motores a combustión, que permitieron el desarrollo de la industria automotriz.
En la última década del siglo XIX, fueron diseñados los primeros transportes impulsados con motor a combustión de este hidrocarburo. Nombres tan familiares como Karl Benz, Louis Renault, Andre Citroën, Armand Peugeot y por supuesto el empresario norteamericano que innovó en los estilos de gestión de la producción, Henry Ford, fueron la cuna de la industria más importante de los siguientes ochenta años.
Resultó evidente que las nuevas industrias no se amoldaban automáticamente al modelo de gestión y producción de la primera Revolución Industrial, así como también resaltaba la ausencia de Inglaterra como motora de la nueva fase. Esto no significa que este país cayera estrepitosamente frente a las nuevas industrias o que no adoptara dichos patrones tecnológicos, pero efectivamente su estructura industrial había sido hecha “a medida” para la primera etapa, y la rápida reconversión industrial que requería el nuevo mundo la hubiera llevado a romper con un orden social donde no se visualizaban conflictos insuperables. Tal vez por eso, Inglaterra prefirió seguir apegada a las viejas tecnologías y quedar relegada a un deshonroso tercer lugar como exportador de productos industriales, siendo superada ampliamente por Estados Unidos y Alemania.
Igualmente, este retraso no le impidió seguir ejerciendo un dominio en el comercio internacional durante un tiempo más. Pero esos años, a pesar de la euforia de la Inglaterra victoriana, eran tiempos que viviría de prestado. Su declinación llegó con la finalización de la Primera Guerra Mundial y ya nunca pudo recuperar la hegemonía de la que se vanaglorió durante un siglo y medio. Le alcanzó –y le sigue sobrando– con saber que continuaba siendo un actor estratégico relevante en el orden internacional.
El primer inconveniente, ya adelantado en los párrafos precedentes, estuvo vinculado con que estas nuevas industrias requirieron una concentración de capital inaugurando la era de la gran empresa. Obviamente, esto repercutió en el ejercicio de la libre competencia. La corporación sustituyó a las empresas familiares y planteó nuevos desafíos a la economía doméstica en tanto el valor de los productos dejó de fijarse en razón de la libre oferta y demanda –si aceptamos que esta forma existió alguna vez en forma pura– al ser distorsionado por empresas oligopólicas y trusts formadores de precios. En efecto, la concentración empresarial, conocida con la expresión trust, conllevó a la formación de megaempresas que realizaban todas las secuencias de la producción, desde la materia prima hasta la distribución y comercialización del producto industrial. Por otro lado, se generalizó la concentración por rama de producción a través de los oligopolios.
Esta modalidad se define por concentrar la mayor parte de la producción nacional en una rama particular de la actividad, y la teoría clásica y neoclásica de la economía justifican su existencia afirmando que son producciones donde la estructura de costos y el tamaño del mercado impide que muchas empresas sean capaces de realizar semejante inversión inicial. Si en un principio este tipo de actividades industriales tuvieron diversos oferentes del producto, muy pronto comenzó la absorción de las empresas menos rentables por los grandes inversores y las fusiones para hacer frente a los riesgos empresariales, propias de estas actividades. Cuando una sola empresa es la oferente de un producto, se lo designa con el nombre de monopolio.
Existió un debate profundo entre los intelectuales, particularmente de izquierda, de finales de siglo XIX, sobre la continua tendencia a la monopolización de las empresas. Desde ya era la tesis de Marx y Engels, sobre la última fase de desarrollo de las fuerzas capitalistas de producción. Y muchos observadores de la época pensaron que esta etapa había llegado. Sin embargo, los principales historiadores y economistas han coincidido en que esta etapa tendió a la oligopolización de las actividades productivas, ya que la etapa monopolista se presentó en el siglo siguiente y con una fuerte presencia del Estado. No obstante, algunas actividades tuvieron una temprana tendencia a la producción de bienes y servicios en forma monopólica; en algunos casos por ser monopolios naturales donde la concentración resultó la forma más eficiente de producción, como el caso del petróleo en Estados Unidos; en otros, el Estado asumió un perfil monopólico por razones estratégicas y militares, tal es el caso de Alemania con los transportes.
La tendencia a la concentración fue en aumento, sobre todo en la industria pesada como la de armamentos, transportes, la de energía –carbón, petróleo, electricidad–, pero rápidamente se trasladó a algunos productos masivos como el jabón y el tabaco. Esto generó en la década de 1890 las primeras legislaciones antimonopólicas, particularmente en Estados Unidos, como la denominada Sherman Anti-trust Act; aunque todos los estudios consideraron como poco eficaces estos intentos de control legal.
Estos corpus jurídicos se basan actualmente, como antaño, en el principio de la “defensa de la competencia”, y aún hoy, a pesar del camino recorrido en esta materia, no obtienen generalmente el resultado perseguido. Estas megaempresas tampoco se adaptaban a la gestión familiar típica de la empresa tradicional. Las nuevas actividades industriales se caracterizaron por ser industrias dinámicas, es decir, cuya demanda aumentaba más velozmente que el crecimiento vegetativo de la población, con un alto valor agregado por unidad de producto, con una tecnología compleja y con una utilización intensiva del capital. Es decir, requerían toda una economía de escala que abarcaba desde la producción, la distribución e incluso en algunos casos, la comercialización. Para cumplir con esta amplia variedad de actividades las empresas fortalecieron su política de integración horizontal y vertical logrando controlar desde la producción de las materias primas hasta la distribución de los bienes. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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