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Cuál es la fecha que estableció la NASA para el regreso del ser humano a la Luna

Entre los astronautas seleccionados por la NASA para ir a la Luna, por primera vez hay una mujer y un hombre de raza negra. FOTO: NASALos cuatro astronautas que irán a la Luna. Y en el centro, Bill Nelson, el director de la NASA. FOTO: NASAChristina Hammock Koch, Victor Glover, Reid Wiseman y Jeremy Hansen, los cuatro astronautas que irán a la Luna. FOTO: NASA

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La NASA cumple 65 años desde su creación. La Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio tuvo su puntapié inicial el 1° de octubre de en 1958, bajo la presidencia de Dwight Eisenhower, y desde entonces lideró la gran mayoría de los proyectos aeronáuticos y aeroespaciales de los Estados Unidos.

Y en el marco de su programa espacial, por el que el Estado norteamericano continúa invirtiendo mucho dinero, la NASA celebra este nuevo aniversario con la mira puesta en el objetivo que se plantea para el año que viene: orbitar la Luna durante 10 días para que, en 2025, se dé formalmente el regreso humano a la Luna.

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La fecha que se estableció para volver a orbitar el satélite de la Tierra es noviembre de 2024 y un año un grupo de astronautas volverán a pisar el suelo lunar, algo que no ocurre desde las misiones Apolo, que finalizaron en 1972.

La fecha para el regreso humano a la Luna y a quiénes eligió la NASA

Hace más de medio siglo, se trató del programa Apolo, que logró el hito del alunizaje el 20 de julio de 1969. Con televisación en directo a todo el mundo, se convirtió en uno de los acontecimientos científicos más importantes del siglo XX, con imágenes históricas y una frase para la posteridad, la que dijo Neil Armstrong, líder de la misión Apolo 11: “Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la humanidad”.

Ahora el nombre es Artemis. Con este programa de investigación y desarrollo, el objetivo inicial de la NASA apunta a volver a realizar un alunizaje con personas pero va más allá aún: quiere ser la primera agencia gubernamental aeroespacial en poner un pie humano en el planeta Marte, algo que podría llegar a ocurrir para 2040.

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La primera parte de Artemis se trató de un vuelo remoto, sin tripulación, que si bien tuvo que se postergado un par de veces por dificultades técnicas, finalmente se realizó y recorrió durante casi un mes el espacio lunar.

Los cuatro astronautas que irán a la Luna. Y en el centro, Bill Nelson, el director de la NASA. FOTO: NASA
Los cuatro astronautas que irán a la Luna. Y en el centro, Bill Nelson, el director de la NASA. FOTO: NASA

La idea es que Artemis II haga durante 10 días un recorrido similar y sobrevuele la superficie lunar, en este caso con una tripulación humana compuesta por cuatro personas, grupo que incluirá por primera vez en la historia de la NASA a una mujer y a un hombre de raza negra.

“Artemis es el primer paso en la próxima era de exploración humana. Junto con socios comerciales e internacionales, la NASA establecerá una presencia sostenible en la Luna para prepararse para las misiones a Marte”, anunció la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio de los Estados Unidos a través de su director, Bill Nelson.

Buena parte de esa presencia sostenible tiene que ver con que el objetivo es llegar para quedase, porque luego de que los humanos vuelvan a dejar sus huellas en el piso de la Luna, la NASA proyecta construir desde el año 2028 una estación espacial Gateway que tendrá un rol estratégico para la exploración espacial: será una suerte de trampolín pensando en viajes tripulados a la Luna y la visita a Marte.

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“Usaremos lo que aprendamos sobre la Luna y sus alrededores para dar el próximo gran salto: enviar a los primeros astronautas a Marte”, dijo la NASA en un comunicado cuando anunció a los astronautas que llevarán a cabo la misión Artemis II.

El presupuesto que tuvo asignado la NASA para este 2023 fue de 25.400 millones de dólares y el presidente, Joe Biden, ya le solicitó al Congreso que para el año que viene ascienda a 27.200 millones con el fin de financiar otros proyectos, además del programa Artemis, y que tienen que ver con el Telescopio Espacial James Webb, el cohete gigante Space Launch System y misiones remotas al sol, Júpiter y a Marte.

La fecha del regreso humano a la Luna: quiénes son los astronautas

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  • Reid Wiseman. Está misión será su segundo viaje al espacio, en donde estuvo trabajando como ingeniero de vuelo en la Estación Espacial Internacional, entre mayo y noviembre de 2014. Según informó la NASA, tiene más de 165 días en el espacio, incluidas “casi 13 horas como jefe de caminatas espaciales durante dos excursiones fuera del complejo orbital”. Wiseman, además, fue Jefe de la Oficina de Astronautas de la NASA entre 2020 y 2022.
  • Victor Glover. Entre fines de 2021 y mayo de 2021 pasó 168 días en el espacio, como piloto de la misión SpaceX Crew 1. Y en su rol de ingeniero de vuelo en Estación Espacial realizó “investigaciones científicas y demostraciones de tecnología”, detalló la NASA, además de “caminatas espaciales”.
Christina Hammock Koch, Victor Glover, Reid Wiseman y Jeremy Hansen, los cuatro astronautas que irán a la Luna. FOTO: NASA
Christina Hammock Koch, Victor Glover, Reid Wiseman y Jeremy Hansen, los cuatro astronautas que irán a la Luna. FOTO: NASA
  • Christina Hammock Koch. También estará haciendo con Artemis II su segundo vuelo al espacio, en donde fue ingeniera de vuelo en la estación espacial durante las Expediciones 59, 60 y 61, consiguiendo un récord particular: con 328 días en el espacio, es la mujer con mayor tiempo de vuelo espacial individual. También hizo las primeras caminatas espaciales exclusivamente femeninas.
  • Jeremy Hansen. Nacido en Canadá, es el único de los astronautas que no pertenece a la NASA y será su debut en el espacio. En su carrera militar, tiene rango de Coronel de las Fuerzas Armadas canadienses, donde fue además piloto de combate. Es licenciado en ciencias espaciales de Royal Military College de Canadá y tiene una maestría en física.
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La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida

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Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.

Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.

Librería de viejoShutterstock

Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.

Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.

«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»

En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”

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Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.

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