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SOCIEDAD

Paro de la CGT y arrastre de la crisis: un pésimo espejo para los jefes sindicales y la principal prueba para Milei

Los registros de pobreza en aumento constituyen el mayor indicador del deterioro económico y social. Los jefes cegetistas prefieren eludir que se trata de un proceso, porque lo ignoraron en el anterior gobierno. La nueva gestión también será medida por los resultados en ese terreno

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Héctor Daer y otros jefes sindicales, en el plenario de comisiones por la ley ómnibus
Héctor Daer y otros jefes sindicales, en el plenario de comisiones por la ley ómnibus (Congreso de la Nación Argentina/)

La consecuencia más dramática de la crisis -el creciente nivel de pobreza e indigencia- no estuvo en el centro de la campaña pasada, no asomó como eje en los discursos iniciales de la gestión de Javier Milei y no provocó respuestas concretas de la CGT, al menos durante el gobierno peronista/kirchnerista. El paro dispuesto para este miércoles tampoco coloca el foco real en ese terreno, sino en la disputa política que escribe su primer capítulo en el Congreso. Es, de mínima, llamativo: se trata de un pésimo espejo para los jefes sindicales y de la principal prueba económica y social para el Gobierno.

La protesta organizada por la conducción cegetista expresó, de entrada, la reacción frente al rubro laboral del súper DNU y luego se extendió al megaproyecto de reformas. El decreto incluye varios tramos considerados, con razón, por encima de los límites constitucionales y, como era previsible, ya acumulan medidas judiciales. Sin embargo, la movida sindical tuvo un giro, imaginable y superador.

A un mes y medio de la asunción de Milei, el impacto no se agota en la condición temprana de la protesta de la CGT. Es, sobre todo, la primera demostración de la dureza que impulsa el kirchnerismo, con el objetivo de ocupar el liderazgo opositor y contener las internas del peronismo.

Por esa misma razón, es eludida cualquier reflexión sobre responsabilidades cercanas: la crisis es presentada como una realidad virtualmente ajena. En esa línea, no se esperaría ni siquiera el paso del tiempo. Lo expone sobre todo la desconsideración sobre algunas cifras concluyentes de la economía. Y los números, como se verá, exponen procesos, no un fenómeno atribuible exclusivamente a los primeros pasos o los planes de la presidencia de Milei.

El ejemplo más notorio es la inflación. Diciembre marcó un pico del 25,5%, combinación del proceso previo, los desajustes de campaña, el cambio de gobierno y la nueva devaluación, entre otras razones no sólo técnicas. La escalada registrada por el INDEC apenas era contendida, algún mes, por las presiones acordadas en campaña por Sergio Massa, Cristina Fernández de Kirchner y, relegado pero necesario para la ejecución, Alberto Fernández.

El segundo semestre del año pasado mostró la trepada del IPC, con el consiguiente impacto en los ingresos. Marcó 6,3% en julio y anotó 12,8% en noviembre. Es decir, duplicó la cifra a pesar de las medidas repetidas para tratar de contener o pisar precios. Sumado el dato de diciembre, el año pasado cerró con un 211,4%.

Una tendencia similar describieron los registros de las canastas Básica Alimentaria, que marca la línea de indigencia, y Básica Total, tomada para medir pobreza. Con un agravante: en los dos casos, registraron marcas por encima del IPC durante el segundo semestre del 2023. El mes pasado, la CBA llegó al 30,1% y la CBT, al 27%.

Está lejos de haber sido un fenómeno sorpresivo o atribuible a un factor inesperado, como la pandemia. De hecho, esa ilusión fue alimentada por la línea estadística de la pobreza hasta mediados del 2022. Había alcanzado un punto muy alto como derivación de la enorme cuarentena, con una marca del 40,6% en la primera mitad del 2021. A partir de allí, bajó hasta los 36,5 puntos porcentuales, pero en el final del 2022 y en los primeros seis meses del 2023 volvió a escalar: 39,2 y 40,1.

Martín Menem y Guillermo Francos
Martín Menem y Guillermo Francos, en la foto de presentación del megaproyecto de reformas

Es cierto, como recomiendan los especialistas en la materia, que las comparaciones deben ser realizadas entre iguales períodos. Eso mismo, va a marcar el agravamiento del deterioro social. Las estimaciones para fines del año pasado son más graves de lo que podría suponerse.

Los cálculos fueron empeorando en noviembre y diciembre, según se desprende de evaluaciones realizadas por áreas especializadas de la UCA y de la Universidad Torcuato Di Tella. Se terminaron de deshacer algunos intentos de recomposición -en los comienzos de la campaña y durante el proceso eleccionario- y todo indica que el 2023 habría terminado con 43% de pobreza o tal vez algo más.

Este proceso pareció ignorado por la CGT, si se mide por acciones concretas y, en primer lugar, por la ausencia de paros nacionales. Y eso mismo contribuye a descalificar la protesta de este miércoles, antes que el sólo hecho de la primera medida de fuerza apenas transcurrido un mes y medio con Milei presidente.

Semejante contraste no niega el debate abierto por el megaproyecto de reformas impulsado por el Gobierno y el DNU. El problema, para la condena que expresaría el paro, es otra vez la negación en anteriores gestiones.

El decreto y la ley ómnibus no constituyen un dato original, nunca visto en la historia reciente, sino que transitan y profundizan el camino marcado por las gestiones del kirchnerismo. Hay medidas inconstitucionales, que podrían ser frenadas en la Justicia, pero alarma más la tendencia a la concentración de poder.

En estas horas, desde el círculo más estrecho del oficialismo y desde el kirchnerismo, además de algunos jefes sindicales, se alienta una confrontación reducida a intentos de demostración de fuerza. Frases fuertes, como las que giran en torno de quién podría “caminar por la calle” sin problemas. Y desafíos, desde el alcance de la movilización del aparato sindical y de los socios de la protesta, hasta las advertencias sobre el protocolo “antipiquetes”.

Mauricio Macri tuvo un acierto, que lo condenó, al sostener que la gestión presidencial debería ser evaluada finalmente por los índices de pobreza. Terminó su mandato con el 35,5%, por encima del final de CFK, estimado más o menos en el 30%, porque ya se había pasado del manejo de las mediciones a la supresión de la estadística oficial por parte del INDEC.

El mandato de Alberto Fernández terminó con cifras peores. Reprobó por mucho: como se ha dicho, su tramo último habría registrado no menos de 43 puntos. Es el espejo que los jefes cegetistas prefieren ignorar. Y en la lógica de la prueba de Macri, resulta el desafío principal también para Milei, en un cuadro social agravado por la profundidad de la crisis.

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Mundos íntimos. Parir en el extranjero: cómo es ser madre en otro idioma y que te consideren poco abnegada

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Dislocar: verbo transitivo. Sacar de su lugar. Referido a huesos y articulaciones, usado más como pronominal

La maternidad te saca de lugar. Te descoloca pero, sobre todo, te disloca: las dislocaciones (o luxaciones) son lesiones en las articulaciones que arrancan los extremos de los huesos y los sacan de su posición. Te arranca los extremos –todos los extremos– y te deja en carne viva. Por estar en una posición otra, la maternidad es una forma de exilio. Te posiciona fuera del yo. En la maternidad una persona se pierde. Es como tantear la niebla en la oscuridad; una penumbra que enmaraña el sentido. Lo que digo no es una novedad. Con una amiga querida intercambiamos experiencias maternas y llegamos a la misma resolución. La maternidad como exilio fue una nota concluyente. Ser mamá es deslizarse por una geografía empinada, foránea, que estalla de manera constante porque en sus pliegues yacen artefactos inexplorados, harto inflamable y predominantemente explosivos. Un tobogán de la sinrazón.

Cuando digo maternidad no intento excluir al padre, al pater, la paternidad. No hay política detrás de este texto excepto toda política que ineludiblemente acompaña todo texto. Pero quiero hablar desde mi voz de mamá, la mamá que devine viviendo en el exilio. Por cierto, decir exilio merece una aclaración. Desde hace muchos años que escribo sobre los dislocamientos, sus poéticas y articulaciones –esas figuraciones lesionadas, esos arranques deshuesados– provocadas por el exilio. Pero exilio es un término controvertido. No dejé mi lugar de origen por alguna forma de persecución ni me vi forzada a pedir refugio político. Nadie me obligó a irme. Nadie me enajenó. Dejé mi patria porque, como muchos, busqué oportunidades en circuitos más amplios de conocimiento, en sitios con economías hasta cierto punto estables, en instituciones académicas que me expusieran a una matriz de saberes amplios y diversos que, entonces, no detectaba en mi cercanía.

Para Gisela Heffes, había prácticas de tratamiento del embarazo que parecían distintas a las conocidas, pero había que aceptarlas y disfrutar la “dulce espera”.Para Gisela Heffes, había prácticas de tratamiento del embarazo que parecían distintas a las conocidas, pero había que aceptarlas y disfrutar la “dulce espera”.

Un combinado de posibilidades. Pero de un modo u otro dejar la tierra de origen es una experiencia liminal. Y aunque sin duda la mía fue una experiencia hasta cierto punto “privilegiada”, no es fácil ni fue fácil. La tierra a la que llegué no sustituyó la que dejé, pero tampoco me fue enteramente ajena. Devino un sitio en donde el cuerpo, la voz, la mirada, me obligaron a moverme, a hablar, a ver y observar, a escuchar y sentir desde una posición inédita, en la que no me había apostado previamente y que revelaba mi condición de neófita. El decir y oír palabras inexploradas –a pesar de conocer la lengua– el mirar, oler, sentir, palpitar, y reaccionar con el cuerpo atravesado por una topografía física, mental, psicológica, emocional e incluso epistemológica u ontológica, me atiborró con la torpeza típica del principiante.

Me gusta la idea de dislocamiento a pesar de tantas otras opciones (desarraigo, destierro, desplazamiento, exilio voluntario). Imagino un dislocamiento del hombro, de la cadera. Ese dolor intenso que impide que el lenguaje se manifieste. O que se manifieste en toda su plenitud.

Maternidad. 1. f. Estado o cualidad de madre.

Dar a luz fuera de la tierra de origen, dislocada sin ser forzada a partir, dejar la patria –que en un mundo ideal sería matria: ese matriarcado ansiado, un regreso al oikos que te arropa, te envuelve, te abriga y te nutre. Del griego, oikos significa “casa”. Dar a luz, parir: experimentar un estado o cualidad de madre permanente. Vivir en el exilio del yo. Y habitar otro exilio, el del cuerpo que se mueve en otra lengua –y otra tierra. Un yo fuera del yo fuera del cuerpo. Esa posición física enajenada que yace fuera de sí también determina al lenguaje. Y lo define. El sonido que el cuerpo emana, por ejemplo, varía de frecuencia, y, de igual modo, la vocalización y la cadencia. Si la maternidad es exilio, el desalojarse del cuerpo-territorio en la que una persona nació (yo, en este caso) ¿cómo es ser madre en el exilio? ¿Cómo es ser madre en otra lengua? ¿Cómo es parir en inglés (o para el caso francés, alemán, chino, hebreo, rumano, etc…)? ¿Y cómo es el cuerpo cuyo vientre fecundo te obliga a desplazarte con el soplo de otro ser que te habita?

Gisela Heffes con su hija. Ahora tocaba educarla, pero sin resignar su carrera profesional.Gisela Heffes con su hija. Ahora tocaba educarla, pero sin resignar su carrera profesional.

Regresemos en el tiempo. La mujer está embarazada. Antes, tuvo un aborto espontáneo (no me gusta “aborto espontáneo”, prefiero el término miscarriage, en inglés, porque el mis que precede al carriage concentra pérdida, acumula vacío y solidifica dolor). Pero mis(s) no sólo atañe al verbo “perder” sino también “extrañar”. Es perder esa carga preciada, pero extrañarla. Añorarla aún sin llegar a ser. Extrañarla tremendamente. La mujer que ensaya ser madre regresa al ginecólogo y, por fin embarazada, acoge la noticia de que su bebé es un breech baby. La ignorancia por no saber cómo lo llaman en su tierra la abruma. Recurre al diccionario. El vacío se redobla con la ausencia de referentes. ¿Cómo le dicen al breech baby en Argentina? Una enciclopedia sugiere bebé de nalgas. Pero en Argentina no se usa la palabra “nalgas”. Ese diccionario apunta a otro español. Un español disonante para la madre. Misma lengua pero no. Un ¿bebé de culo? ¿De cola? ¿De trasero? La madre de la madre le explica que ella también fue un bebé de culo-cola-trasero-nalgas. Que se dio vuelta antes de nacer. Que el obstetra –esos de antes, que hacían magia sin someterte a una cesárea– la sacó con sus habilidades magistrales por la cola un 26 de noviembre de 1971 en la clínica Marini (ya no existe). Pero en EEUU, un bebé de culo-cola-trasero-nalgas requiere cirugía.

La obstetra le sugiere que den vuelta a su bebé antes de dar a luz (“dar a luz”, otra expresión que no encuentra equivalente en inglés). Esa operación sin cirugía pero con las propias manos de la obstetra la titulan, en la tierra que ahora habita, External Cephalic Version (ECV). Google Translation le ofrece una traducción bastante literal: “versión cefálica externa”. Este procedimiento consiste en dar vuelta con la mano experta de la obstetra al bebé, sin cirugía, en el hospital, y conectada la madre a múltiples monitores. Pero, y a pesar de someterse a tal ejercicio dactilar, el bebé volvió a darse vuelta.

Inconsciente de este gesto rebelde y contestatario que se efectuaba en su vientre enorme y cilíndrico, cuando las contracciones llegaron, y la beba de culo-cola-trasero-nalgas rebotaba contra el umbral del canal de parto, hubo que aceptar que tendría una cesárea pese a tanto y pese a todo. Le ataron las muñecas; la crucificaron en una camilla horizontal. La desnudaron y la volvieron a cubrir con sábanas de papel esterilizado. Abrieron un hueco en forma de rectángulo al que se arremetieron, médicos y enfermeras, con tijeras metálicas, bisturís, agujas e hilos, para arrancar, con vida y rozagante, el cuerpo pequeño de su hija. La madre no recuerda si gritó en inglés, español o castellano. Si sus lágrimas exaltadas y eufóricas desplegaban un rictus idiomático local o extranjero, o se expandían, como el cuerpo trémulo, a la emoción desenfadada y feliz de la maternidad.

Amamantar. 1. tr. Dar de mamar. Sin.: lactar, atetar.

Lo primero que la madre nota, cuando recobra la conciencia, es a su beba en su pecho llorando, y a su lado, una enfermera con uniforme diferente que la espía desde un costado del ojo. La madre tiene la lengua un poco atascada. Le habla, quien sabe en qué idioma, pero a la enfermera parece no molestarle. Su misión es otra. No es policía de la lengua sino policía de la teta. Deposita unos folletos sobre la mesada junto a la camilla. La mira ahora de manera un poco más directa. Desde un centro que se despliega hacia adentro. La madre no puede percibir, exactamente, de qué se trata. En inglés, le pregunta si considera amamantar a su hija. Por qué no, piensa la madre, pero no alcanza a decir nada ya que el dolor intenso del posoperatorio, sumado al llanto de su hija, que la perturba, no le permite extender su concentración más allá de esa órbita precisa. Le habla y le explica, agarrando su pecho y llevándolo a la boca de su hija que llora incansable de hambre y destierro, que si no le da la teta, la beba, tu beba, no se desarrollará saludablemente. No hay nada como la leche materna, remata. La madre cierra los ojos por un instante, aún bajo los efectos de los narcóticos que le inyectaron para paliar el dolor, para tajarla, y para inducir a su hija, y no logra entender por qué algo tan natural y orgánico de repente se torna una imposición cuasi fascista. La mujer le lastima el seno al obligarla a darle de mamar a su hija, y cuando la madre cobra un suspiro de lucidez, la empuja fuera de sí y le pide que se vaya. No recuerda si lo hizo en inglés, español o castellano. Lejos de la vigilancia insidiosa de la mujer, madre e hija se enredan indivisibles en un hálito sin palabras.

Migrante; migrar. 1. intr. Trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente. Sin.: emigrar, inmigrar, mudar.

En el país que habito, muchas mamás tienden a ser abnegadas. Conozco unas cuántas profesionales que archivaron el título de abogacía en el cajón luego de parir. Nuca supe si aquella abnegación es un vehículo inconsciente para autoconvencerse de que su rol de madre acredita tal sacrificio, o un cálculo meramente económico frente al alto costo de las guarderías o niñeras. Puede ser además la influencia puritana, que late en cada recoveco de esta tierra. En todo caso, ser madre que trabaja es otra forma de habitar el exilio, en el exilio mismo. A veces su hija dice I love you, mom! Pero cuando le recrimina que está “trabajando” y no le dedica su tiempo incondicional a ella, la desacredita con un lapidario never mind. ¿Acaso yo fui grosera, de chica? se pregunta sabiendo que la respuesta es afirmativa. ¿Acaso es esto el efecto búmeran de la genética? ¿O es algo que ella mamó de mi teta cuando apenas era una beba? Le responde en castellano, español, inglés. Por la noche, la arropa con un fragmento de Dailan Kifki. Good night, dice la hija, contenta. Ta mañana, responde la madre. Y así, cada día, mes, año, en el exilio de la vida y en la vida del exilio, entre lenguas que se rozan y confunden, entre gestos y muecas y ademanes disonantes.

Enfocar. 1. tr. Hacer que la imagen de un objeto producida en el foco de una lente se recoja con nitidez sobre un plano u objeto determinado. Ant.: desenfocar.

Parir en el exilio se asemeja a un impulso por encuadrar la experiencia presente en un marco obstinado en borrarse. Es vivir fuera de foco: la guardería y el colegio, los amigos y las vacaciones, la salud, la terapia, la ortodoncia, la pubertad, la ropa, los modos de comer y de vestirse, de hablar, pararse, esperar, saludar. Desde mi nervio óptico, echar los cimientos en una esfera otra es transcribir las vivencias íntimas e inalienables en un intento por delimitar el foco, enfocar lo que no cabe en el marco del lente porque el marco es, en efecto, otro, el medium es otro, el plano es otro. Pura divergencia. Una existencia en continua asonancia. En la esfera que es la tierra que uno habita, el ser madre, parir, amamantar, cuidar, abrigar, cantar (“Manuelita vivía en Pehuajó” y “The Itsy Bitsy Spider”) es anidar lo recóndito. Gravitando al ras del suelo, los huesos arrebatados de cuajo y sus extremos dislocados ovillan el cuerpo desterrado, su voz, la mirada, los pies. Las manos. Y en el gravitar, esparcen semillas ansiosas de ímpetu y arraigo.

Gisela Heffes es escritora y enseña literatura y cultura latinoamericana en la universidad de Johns Hopkins. Sus publicaciones más recientes son el ensayo crítico “Visualizing Loss in Latin America: Biopolitics, Waste, and the Urban Environment” (2023), las novelas “Ischia” (Deep Vellum, 2023), “Cocodrilos en la noche” (2020; 2023), el poemario bilingüe “El cero móvil de su boca / The Mobile Zero of Its Mouth” (2020) y “Aquí no hubo ni una estrella” (2023). Es co-editora de “The Latin American Ecocultural Reader” (2020), “Pushing Past the Human in Latin American Cinema” (2021), “Un gabinete del futuro” (2022) y “Turbar la quietud” (2023).

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