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POLITICA

Debate presidencial: los candidatos expondrán sus diferencias y será clave que no cometan errores

Todos los candidatos a Presidentes participarán del debate. (Foto: AFP)El primer debate presidencial televisado que marcó un hito fue el de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon. (Foto: CBS)El principal desafío será hablar claro y en poco tiempo. (Foto: NA – Damián Dopacio).El debate, «grosso modo», no modifica una decisión. En todo caso, ratifica lo que se cree o bien, siembra una duda. (Foto: TN/Leandro Heredia)Muchos países han hecho gala de sus debates electorales, especialmente Estados Unidos. (Foto: Reuters)Gustavo Córdoba, consultor de opinión pública argentino: «Uno de los aspectos fundamentales es poder observar en los candidatos si tienen la capacidad comunicacional de poderle hablar de manera clara y pedagógica a todas las audiencias». (Foto: TN / Agustina Ribó)Existen críticas significativas hacia los debates presidenciales. Se argumenta que pueden fomentar la superficialidad, ya que los candidatos pueden estar más interesados en crear momentos memorables o “sonoros” que en discutir políticas en profundidad. (Foto: REUTERS/Matias Baglietto)

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Comencemos con un postulado de certeza: está bien que existan los debates presidenciales. Y más: está bien que sean obligatorios.

El origen de esta práctica se remonta a los emblemáticos debates Lincoln-Douglas de 1858 en los Estados Unidos, aunque estos fueron realizados para una elección parlamentaria. Sin embargo, el primer debate presidencial televisado que marcó un hito fue el de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon, demostrando así la influencia significativa de la televisión en la política.

Con el paso de los años, la tradición de los debates se propagó internacionalmente, con ejemplos notables como lo son el caso del Reino Unido a partir de 2010, o Francia, que los ha tenido desde 1974, y México desde 1994. Cada país ha adaptado el formato de los debates a su propio contexto político y mediático, reflejando las diferencias culturales y políticas inherentes.

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Los debates suponen un avance para el desarrollo del sistema democrático, ya que apelan a tres de sus elementos constitutivos centrales: lo público, lo participativo, la transparencia.

El debate de candidatos presidenciales le ofrece a la ciudadanía la oportunidad de ver públicamente juntos a quienes desean adjudicarse la representatividad popular. Es la chance de hacer públicas sus diferencias en materia de ideología, de propuestas, de carácter, etcétera.

En el debate se ponen en evidencia las cosas que unen y separan a los candidatos. No hay chances de que eso no ocurra. Sobre todo, las diferencias. Pero también se percibe como nunca si aquel o aquella que pretende llegar a la presidencia tiene la templanza suficiente para abordar situaciones críticas, para mantener la calma, para conseguir serenidad.

El primer debate presidencial televisado que marcó un hito fue el de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon. (Foto: CBS)
El primer debate presidencial televisado que marcó un hito fue el de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon. (Foto: CBS)

Uno de los postulados centrales de la ciencia política indica que para poder gobernar es preciso primero gobernarse. El debate es, también, una muestra de eso.

Lo “participativo” adquiere relevancia más aún en esta edición 2023 ya que la Cámara Nacional Electoral -que es la que organiza el evento- dispuso que el público pueda elegir temas sobre los cuales los candidatos tienen que hablar. Si bien es una primera experiencia, es una manera de abrir el nicho de la política a la gente en general. La actitud es positiva.

Pero el debate per se ya implica “participación”. Será transmitido en directo por los principales canales de TV, habrá cobertura de medios como pocas veces ocurre, el país hablará de eso.

La “transparencia” es -quizás- el elemento más moderno de la historia del desarrollo democrático. Es una demanda contemporánea que le exige al sistema abrir de par en par sus puertas para que todo se vea. Entiende que vivimos en un mundo cada vez más complejo, que demanda de mayor creatividad en la búsqueda de soluciones a los problemas y que -en ese proceso- la ciudadanía no es un actor pasivo al cual hay que servirle el plato hecho sino al que es preciso invitar al proceso de preparación, puesto que es quien finalmente se sentará a la mesa.

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Permítaseme sumar un cuarto elemento que, si bien no es constitutivo en términos de estructura del sistema democrático, resulta relevante en momentos de problemas complejos y soluciones creativas: la capacidad de hablar claro y en poco tiempo. El debate de candidatos no dura más de dos horas. Y los problemas que la Argentina atraviesa son muchos y muy profundos. Con lo cual es clave para quienes intenten persuadir al electorado poder sintetizar ideas claras, nítidas y legibles. Esa cualidad es elemental en los tiempos que corren. Evaluarlas es algo que el debate permite.

El principal desafío será hablar claro y en poco tiempo. (Foto: NA - Damián Dopacio).
El principal desafío será hablar claro y en poco tiempo. (Foto: NA – Damián Dopacio).

Por todo esto, podemos decir con toda convicción que el debate es justo y necesario.

Ahora bien, en términos de “la decisión”, ¿para qué sirve el debate?

Daniel Kahneman es un prestigioso psicólogo nacido en Tel Aviv que vivió gran parte de su vida en los Estados Unidos. En 1958 viajó allí para hacer su doctorado en psicología en la Universidad de California, en Berkeley. Tiene una interesante particularidad: siendo psicólogo es Nobel de Economía.

Su obra maestra, “Pensar rápido, pensar despacio”, nos ofrece algunas interesantes herramientas para pensar qué pasa con el cerebro humano a la hora de tomar decisiones, incluso aquellas relacionadas con cuestiones electorales. Y que nos ayudan a pensar cuál es el verdadero aporte de los debates de candidatos.

El debate, "grosso modo", no modifica una decisión. En todo caso, ratifica lo que se cree o bien, siembra una duda. (Foto: TN/Leandro Heredia)
El debate, «grosso modo», no modifica una decisión. En todo caso, ratifica lo que se cree o bien, siembra una duda. (Foto: TN/Leandro Heredia)

Palabras más, palabras menos, Kahneman sostiene que el cerebro trabaja con dos sistemas, a los que llama 1 y 2. El sistema 1 es aquel que opera desde la reacción inmediata, por instinto, rápidamente, sin reflexión ni detenimiento. El sistema 2 es aquel que actúa sereno, reflexivo, con templanza y detenimiento.

El tema es que el sistema 1, sostiene Kahneman, consume muchas menos calorías que el sistema 2. Es, básicamente, como la diferencia entre sentarse plácidamente en un sillón y salir a trotar 10 kilómetros. Y, como diría Kahneman, el cerebro es un órgano perezoso.

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La pregunta es: ¿qué hace mejor a nuestra salud, salir a trotar o quedarnos en el sillón? La respuesta es obvia. Tan obvia como el hecho de que no es más habitual ceder a la pereza y quedarnos en el sillón.

Javier Milei, en la mira del gobierno brasileño (Foto: Reuters)
Muchos países han hecho gala de sus debates electorales, especialmente Estados Unidos. (Foto: Reuters)

Volviendo al cerebro, seguramente nos es más económico en términos calóricos vivir con el sistema 1, dentro del cual existe lo que los neurocientíficos llaman “la conformación de sesgos”. Y claro, abrirse al otro que piensa distinto es un esfuerzo que demanda de todo aquello que provee el sistema 2: serenidad, capacidad de reflexión, apertura, templanza, detenimiento.

Retomemos -entonces- la cuestión del debate. En el marco de lo descripto, ¿sirve el debate para reflexionar sobre las decisiones electorales o el público lo mira con la decisión tomada

El debate, grosso modo, no modifica una decisión. En todo caso, ratifica lo que se cree o bien, siembra una duda. Pero no existen -salvo mínimas excepciones- casos de cambios rotundos de posición electoral.

Gustavo Córdoba, consultor de opinión pública argentino: "Uno de los aspectos fundamentales es poder observar en los candidatos si tienen la capacidad comunicacional de poderle hablar de manera clara y pedagógica a todas las audiencias". (Foto: TN / Agustina Ribó)
Gustavo Córdoba, consultor de opinión pública argentino: «Uno de los aspectos fundamentales es poder observar en los candidatos si tienen la capacidad comunicacional de poderle hablar de manera clara y pedagógica a todas las audiencias». (Foto: TN / Agustina Ribó)

“Lo que se produce en un debate electoral es que el público que lo observa en vivo es el público que ya tiene decidido a quién va a votar. Es decir, estudios en muchos países y también en la Argentina determinan que el espectador promedio de los debates electorales presidenciales no son los indecisos. Son los que ya tienen definido el voto. Es más, te diría que tienen hasta una cierta inclinación por ser partícipes de la campaña electoral”, dice Gustavo Córdoba, importante consultor de opinión pública del país.

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En el mismo sentido, Pablo Knopoff, distinguido analista, agrega: “Es difícil pensar que los debates sean vistos en detalle por aquellos muy lejanos a la cosa pública o por personas que en general no conversan sobre el tema con cotidianidad. En general, los que más miran, tanto debates como intervenciones políticas en general, son los que -por diversos motivos- tienen alto o pleno interés en la cuestión política, con lo cual la mayoría lo hace con posiciones tomadas. Vale decir, al mismo tiempo, que en una época en la que impera el fenómeno del negative partisanship podría eventualmente darse la posibilidad de votantes que miran un debate y pivotean sobre fuerzas que finalmente puedan derrotar a quien quieren ver perder, que podría ser su principal motor de voto.”

Existen críticas significativas hacia los debates presidenciales. Se argumenta que pueden fomentar la superficialidad, ya que los candidatos pueden estar más interesados en crear momentos memorables o “sonoros” que en discutir políticas en profundidad. (Foto: REUTERS/Matias Baglietto)
Existen críticas significativas hacia los debates presidenciales. Se argumenta que pueden fomentar la superficialidad, ya que los candidatos pueden estar más interesados en crear momentos memorables o “sonoros” que en discutir políticas en profundidad. (Foto: REUTERS/Matias Baglietto)

Está claro entonces que, si el candidato no comete errores, no pasa nada. La clave, entonces, pasa por no cometerlos. Ese pareciera ser el único aspecto disruptivo en un evento esencial.

“Muchas veces los candidatos tienen pánico a equivocarse porque el debate del debate después muestra hasta el infinito -en formato de memes y en formato de videos en las redes sociales- todos sus errores. Uno de los aspectos fundamentales es poder observar en los candidatos si tienen la capacidad comunicacional de poderle hablar de manera clara y pedagógica a todas las audiencias. Esto me parece que es uno de los aspectos muy positivos del debate electoral porque obliga a los candidatos a pensar el formato comunicacional con el cual se van a presentar y esto definitivamente es un paso adelante porque los obliga a pensar en las audiencias”, agrega Gustavo Córdoba.

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Como sea, es un avance para el sistema democrático. Muchos países han hecho gala de sus debates electorales, especialmente Estados Unidos que, más aún, ha sido un espejo de estructura política para Argentina en términos de cómo fue organizado el Estado-Nación bajo el formato de república presidencialista.

Existen críticas significativas hacia los debates presidenciales. Se argumenta que pueden fomentar la superficialidad, ya que los candidatos pueden estar más interesados en crear momentos memorables o “sonoros” que en discutir políticas en profundidad.

Hay una cuota de espectacularización político-electoral, es cierto. Pero es una cuota sana y necesaria. La política -aquí como en gran parte del mundo- ha perdido capacidad de representar al soberano. Un soberano que demanda más nitidez y creatividad a la hora de pensar cómo resolver los problemas cotidianos que son cada vez más en número y en variedad. Poder explicar simple y fácil cuáles son las ideas para solucionarlos es hoy una cualidad de liderazgo esencial a evaluar en la arena del debate.

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Señales de alarma para preocuparse

Milei retomó su lucha contra “la casta”.

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Columna publicada originalmente en Clarín

Desde que sufrió una sucesión de traspiés parlamentarios (fondos reservados para la SIDE, compensación jubilatoria y Comisión Bicameral de Inteligencia), Javier Milei ha debido incorporarse a una escena pública que le sienta incómoda. Esa que, en los últimos días, por ejemplo, lo encontró departiendo con diputados propios y colaboracionistas del PRO. Un encuentro y una fotografía denostados por su principal asesor, Santiago Caputo. “Un tiro en los pies”, lo calificó el joven prestidigitador de las redes.

Es muy posible que el intento presidencial por enmendar aquel paso no haya sido una casualidad. Tampoco, impulsado por una sola razón. Sin decir nada a nadie firmó el decreto que limita el acceso a la información pública. Un derecho de la sociedad y de los medios de comunicación. El Gobierno no estaría obligado desde ahora a brindar información del ámbito de la vida privada de los funcionarios públicos ni de todo aquello que sea preparatorio de una decisión estatal.

Al margen del carácter restrictivo de la determinación oficial, no puede pasarse por alto otro detalle. La norma modificada fue uno de los aciertos institucionales que dejó como herencia la administración de Mauricio Macri. El PRO emitió un duro comunicado de repudio. El jefe del bloque de Diputados, Cristian Ritondo, aseguró que se lo dijo al Presidente. El macrismo, vale recordarlo, es el aliado principal que tiene el Gobierno para gestionar políticas en el Congreso que La Libertad Avanza, por su volumen escaso y conocimiento precario, no está en condiciones de encarar.

Claro que el macrismo no estuvo solo. Todas las fuerzas políticas condenaron aquel decreto de Milei. Incluido el kirchnerismo, amante siempre del oscurantismo informativo. Se montaron en el repudio centenares de organizaciones civiles y se aprestan presentaciones en la Justicia por el carácter presuntamente inconstitucional del decreto.

Guillermo Francos soportó, a propósito, una firme interpelación cuando asistió en Diputados a cumplir con su primer informe como jefe de Gabinete. El veterano dirigente improvisó una respuesta que no poseía. Aclaró que aquel decreto presidencial podría ser revisado. Difícilmente ocurra, por un motivo: la decisión le permitió a Milei retomar su guerra contra “la casta”. Alineada casi sin fisuras, a juicio suyo, en oposición al límite establecido para el acceso a la información pública.

Nunca la relevancia del líder libertario ha estado ligada a la política o a los asuntos institucionales. Esos menesteres le desagradan, según confió a los diputados que lo visitaron en la Casa Rosada. Su fuerte radica en la economía-financiera, el equilibrio fiscal, la lucha contra la inflación. ¿A la sociedad le importan más esas cosas o los cambios en el acceso a la información pública?, fue el interrogante que hicieron circular los libertarios en las últimas horas. Antes que una pregunta pareció una explicación sobre lo ocurrido.

Aquel episodio representó apenas el prólogo del renovado embate de Milei contra “la casta”. El primer mandatario no se guardó nada al hablar en el Foro de Madrid que se realizó en Buenos Aires. Un mitin con escasa asistencia, organizado por el partido Vox de la ultraderecha española, encabezado por su numen, Santiago Abascal. Sopapeó a “la casta” y al socialismo. Como no lo había hecho nunca, llamó a Alberto Fernández “autócrata golpeador”. Alentó a quienes vociferaban insultos desde las plateas.

Milei se guardó un tramo de la alocución para hablarle a los propios. Advirtió sobre la dispersión y las peleas internas. Exhortó a la unión para poder llevar adelante la difícil tarea que les espera. Una señal alentadora: sabe con evidencia lo que ocurre en el pandemonio libertario. Una comprobación: parece no haber hallado todavía la manera de conducir dos cuerpos (Diputados y el Senado) que batallan muchas veces por cuestiones incomprensibles.

El jefe del bloque de la Cámara baja, el cordobés Gabriel Borboroni, fue vapuleado por los pares que no resultaron invitados a aquella primera cumbre con Milei en la Rosada. La diputada Lilia Lemoine es acusada desde adentro de manipular supuestos videos extorsivos. ¿Contra quién? En el Senado saltó una liebre: los seis senadores de LLA reúnen 88 asesores. El presidente provisional, Bartolomé Abdala, confesó que varios de los suyos trabajan en su provincia, San Luis. Aspira a ser el próximo gobernador. Ni macristas, ni kirchneristas, ni radicales, ni los “lilitos” podrían haber perfeccionado ese cuadro.

Javier Milei vs la UIA: los industriales no quisieron hacerse cargo de nada

El Presidente se entusiasma en agitar la bandera de la lucha contra “la casta”. Puede que le siga dando réditos. Debe darse cuenta, sin embargo, que la campaña electoral quedó muy atrás. Camina ahora sobre terreno embarrado. La semana pasada fue la vicepresidenta, Victoria Villarruel, y algunos aliados no libertarios quienes impidieron o postergaron otra amargura a Milei en el Senado. El naufragio final del DNU de la SIDE, la ampliación del presupuesto universitario y, probablemente, la imposibilidad de habilitar la Boleta Única para las legislativas de 2025.

Más allá de la insistencia de Milei con el veto a la compensación a los jubilados, exhibido como muestra de autoridad y firmeza, el Gobierno parece estar balanceándose entre esa postura de aparente avance y una estrategia de defensa a la cual lo obliga, de manera paulatina, la oposición. No de modo excluyente el kirchnerismo.

El Gobierno se enfrenta a dos amenazas que exceden a “la casta”. La postura intransigente contra los jubilados, en defensa del equilibrio fiscal, acarreará, antes o después, un costo político y social. El líder libertario lo advirtió en abril cuando fue sorprendido por una marcha multitudinaria, repleta de votantes suyos, en defensa de la educación pública y los fondos universitarios. Permitió sin interferencias la catarsis y recompuso el rumbo.

El desafío podría replicarse si, como afirma, aplica otro veto al presupuesto adicional para las universidades que aspira a sancionar el Senado. Sería el momento de repensar ciertas cuestiones. Nadie puede discutir que el Estado ha recuperado el control de la calle después de estar por décadas bajo la tutela de piqueteros y movimientos sociales. No todas las situaciones deben auscultarse bajo un mismo cristal.

Existió una reprimenda desproporcionada en una protesta de empleados judiciales –no más de 50—que reclamaron por una paritaria mejor. Es cierto que viejos y mañeros dirigentes se filtraron en la protesta de los jubilados frente al Congreso. Pese a eso, cabría una pregunta: ¿Hacía falta semejante despliegue policial para controlar a un millar de personas? Quizá le alcance a Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad, con bajar simplemente un cambio.

Un gesto así, a lo mejor, ayudaría a aplacar un clima político y social que se advierte muy tenso. Encima de una grieta. Originado en las penurias objetivas producto del ajuste y de la crisis. La dirigencia arroja combustible en esa tea con demasiada indolencia. Sería prudente que Milei rehaga su lenguaje cotidiano insultante y provocador hacia cualquiera. También ayudaría que dirigentes como el senador K José Mayans desista de las alusiones psiquiátricas contra el mandatario. O Pablo Moyano, uno de los secretarios de la CGT, deje de augurar desestabilizaciones del Gobierno.

Esos contextos son los que suelen propiciar situaciones sorprendentes, graves e inexplicables. Ocurrió el jueves con un paquete explosivo que estalló en la oficina del titular de la Sociedad Rural, Nicolás Pino. No tuvo consecuencias insolubles. Representa una alerta inquietante. Nadie en el Gobierno, ni fuera de él, entiende las razones y el origen. Se apunta a grupos periféricos. La patrulla digital libertaria, burda, cargó culpas contra el macrismo y otros por no aprobar los fondos reservados para la SIDE.

Aunque se trate de episodios muy distintos, resulta difícil no parangonarlo con aquel umbral de tragedia a la que se asomó la Argentina en septiembre de 2022. Fue el intento de magnicidio contra Cristina Fernández. Pese a la investigación judicial y el juicio en curso a los responsables, la ex presidenta nunca pudo aceptar que haya sido obra de un grupo de marginales. Fernando Sabag Montiel, Brenda Uliarte y Gabriel Carrizo. Llamados “los copitos”. Personas resentidas que incubaron odio y violencia al amparo del concepto bélico que impuso por décadas el kirchnerismo en el poder.

La escalada de ese clima enrarecido puede haber contribuido a diluir algunos trámites políticos que se hacían con discreción. Uno de ellos refiere a la nominación de los jueces Ariel Lijo y Manuel García- Mansilla para la Corte Suprema. La parálisis sucedería por una hábil maniobra de Cristina: dejó correr todas las discusiones, nunca negó consultas oficiales con su entorno, pero cerca de la hora de los bifes blanqueó condiciones. No habría lugar para aquellos jueces si no se discute una ampliación del máximo Tribunal donde el kirchnerismo pueda terciar.

Tantas idas y vueltas no resultan ajenas a los cuatro magistrados de la Corte. En diciembre debe dejar su cargo el cordobés Juan Carlos Maqueda. La indefinición general estaría induciendo al cuerpo a anticipar una decisión: renovar en cualquier momento la presidencia de Horacio Rosatti, respaldado por el propio Maqueda y por Carlos Rosenkrantz. Ricardo Lorenzetti toca otra melodía.

Ese status quo no convence a Cristina. En el Tribunal terminarán cayendo, al final, sus causas por corrupción. De allí la idea de ampliarlo. La ex presidenta, antes de eso, considera que habría que atender la evolución de la realidad económico-social. Sostuvo un chicaneo con Milei y formuló consideraciones no todas desechables. El problema de su palabra es siempre el mismo: la historia y el prontuario.

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