SOCIEDAD
Pedro J. Ramírez nos confiesa cómo se encuentra a pocos días de convertirse en abuelo
Contando los días para convertirse en abuelo por primera vez, Pedro J. Ramírez está saboreando uno de sus mejores momentos personales. Después de haber alcanzado la estabilidad emocional al lado de su mujer, Cruz Sánchez de Lara, se dejaba ver en el Teatro Real y nos confesaba cómo ha comenzado el año. Discreto como siempre con su vida privada, le preguntábamos cómo se encuentra a pocos días de que nazca su primer nieto y nos confesaba que «es algo que afecta a mi hijo Tristán. Yo creo que él está contento, pero él es una persona muy privada y no está hablando de esto, no voy a ser yo el que lo haga». El periodista llegaba solo al Teatro Real solo, excusando la ausencia de su mujer por motivos laborales: «Ha terminado ahora y va a llegar tarde» y es que la pareja se ha convertido en una de las incondicionales en este tipo de eventos. Por último, el comunicador no ha querido entrar a valorar el paso de su exmujer, Ágatha Ruiz De La Prada, por el programa ‘Bailando con las estrellas’ y prefería desviar el tema exponiendo su verdadera preocupación, que no es otra cosa que «lo que está pasando con la amnistía».
SOCIEDAD
Dónde va a quedar la rebeldía
Tiempo después de que naciera nuestro primer hijo pensamos -lo sé, suena tan obvio- en agrandar la familia. No teníamos dudas, creo, acerca de buscar el o la hermana -fue ella, finalmente- pero uno siempre elabora escenarios. Recuerdo que en esas digresiones, la idea de que el mayor fuera hijo único no nos asustaba por él en tanto niño sino por su futura adultez.
Me explico: en algún momento uno se pone viejo y necesita ayuda, colaboración. Por más que se sueñe con no molestar y liberar a los hijos, los lazos se imponen y, si son potentes, hay una casi necesidad de estar con el otro. Nos parecía, entonces, injusto que sólo uno se responsabilizara por dos. Demasiado peso.
No fue, reitero, esa la razón de buscar la hermana, queríamos más clima de familia, pero sí reconozco que se nos cruzó por la cabeza esa percepción de ¿injusticia? existencial.
Sé que a veces no se trata de una decisión sino de algo que se impone -un problema médico, el divorcio de los padres, la edad que no lo permite-. Pero cuando se puede elegir, intuyo por dónde recorro el camino. Sin embargo, el mundo parece ir por otra dirección. En los Estados Unidos, el 20 % de las hogares con hijos tienen un solo niño. En España, el 18 %. Peor en Corea: las parejas de ese país promedian menos de un hijo cada una.
Aquí se abren distintas encrucijadas. La que hablábamos, más íntima, sobre la carga que significa hacerse cargo (la redundancia es buscada). Y la social: ¿puede una comunidad vivir en lógica de pirámide invertida (más viejos que jóvenes)? Las respuestas son varias. Desde lo económico, si queremos mantener un país con cierto bienestar, se complica: el Estado se financia con los impuestos y con menos gente activa, menor recaudación a la par que crece el número de adultos mayores que necesitan atención. Pero hay otra dimensión, psicológica: ¿cómo se mantiene fresca, rebelde, creativa una sociedad en la que faltan jóvenes? ¿No nos volveríamos demasiado conservadores, algo tediosos? Una pregunta por ahora sin respuesta.
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