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La vendedora ambulante más famosa de Punta del Este: tiene 81 años y todos los días camina 6 kilómetros para vender sus empanadas

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En la búsqueda de alguna tendencia o entretenimiento playeros durante esta temporada en Punta del Este, la inesperada aparición de una mujer mayor, vendedora ambulante, invitó a pegar un giro y seguirla por las arenas de La Brava, a la altura del balneario Los Dedos. Su inmaculado outfit fue lo que cautivó primero y luego su delicado tono «a las empanadas de masa madre, a las empanadas». Camina unos metros y frena, y así sucesivamente, porque dice que toda la mercadería que lleva la vende.

«¿Sabe una cosa? Hace 30 años que yo camino estas playas, que son las mejores de Punta del Este. Y aquí tengo toda mi clientela, que me permite vivir a diario. Nunca me hicieron una nota, tengo una vida reservada, puede buscar en Internet y lo comprobará», responde en voz alta María Migueles (81), mientras zigzaguea entre sombrillas cargando su pituca canasta blanca al hombro con empanadas artesanales, que ella prepara a base de masa madre.

A simple vista María es una mujer sólida físicamente, de piernas musculosas y de carácter fuerte. «Imposible no verla, mirá lo que es y las empanadas son imperdibles», dice Nina, una clienta de la localidad de San Carlos, que compra a diario los pack de dos unidades a cambio de 400 pesos uruguayos (9 dólares). De inmaculado blanco, luce un delantal sobre un uniforme almidonados, una gorra al tono, gafas oscuras y esa canasta con volados bordados, con una flor que sobresale. «Es una institución María, una persona íntegra, trabajadora, debería ser un ejemplo para muchos que sólo buscan planes sociales»,

A regañadientes, María acepta la compañía de Clarín, mientras va vendiendo. «Yo llego todos los días a las 11 de la mañana y me voy a las tres de la tarde, con un descanso en el medio. Voy y vengo, siempre haciendo este camino. Desde Los Dedos hasta el parador Papá Charlie. A veces me canso, son como cinco o seis kilómetros por la arena. No me quejo, es un esfuerzo, pero también me estimula, porque sé que me esperan. Soy la ambulante que más vende en esta parte», sostiene con firmeza.

María, en acción. Aquí en la playa Los Dedos, en La Brava, vendiendo sus muy solicitadas empanadas. Foto Juano Tesone / Enviado Especial

María vive en una zona de campo en Cerro Pelado, departamento de Maldonado, en una casa social, humilde, dice una persona que es vecina. «Ella tuvo algunos problemas y se transformó en un mujer dura, pero su fortaleza es admirable», agrega. Según pudo averiguar Clarín, tuvo un negocio avícola (venta de pollos) por Parada 5 (La Brava) y estuvo en pareja con un hombre que la habría estafado y dejado en la calle. «Por suerte vivo sola con mis perros y mi gata Kitty. Soy solitaria por elección. ¿Por qué le interesa?».

Mujer de acción, la señora rumbea hacia las sombrillas donde están sus clientes. «No soy de perder tiempo, yo sé qué cliente me va a comprar. Y María es la vendedora más querida y la más buscada. ‘María, por aquí’, ‘María, por allá’. Y María tiene que preparar cada vez más empanadas -dice en tercera persona-. Primero eran 20 bandejitas con dos piezas, ahora a veces llego a 40. ¡Sabés lo que pesa esto!». Se acomoda la canasta, que pasa de un hombro al otro. En el mango tiene un acolchado para que no le deje la marca.

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En el fondo, entre las sombrillas, asoma María Migueles, la vendedora más pintoresca de Punta del Este. Foto Juano Tesone / Enviado Especial En el fondo, entre las sombrillas, asoma María Migueles, la vendedora más pintoresca de Punta del Este. Foto Juano Tesone / Enviado Especial

A María siempre le gustó la pastelería, pero se dedicó a preparar delicias a partir de los 50 años, cuando luego de que una situación personal, la dejara en la calle. «Siempre fue una hermosa mujer, trabajadora, pero es muy reservada y nunca le gustó hablar de lo que le pasaba puertas para adentro. Pero ella no pasaba desapercibida, su belleza nos hipnotizaba», recuerda Luis, recepcionista del Hotel San Rafael.

Va a paso más lento María, camino al parador Papá Charlie. Es una franja empinada y la arena está más blanda. Hace un pausa y le mete con todo. Más allá, un puñado de sombrillas la están esperando. «María, no vendas todas, dejanos algunas (empanadas)», llega el grito que devuelve con una mueca sonriente, pero está concentrada en llegar.

Allí va la vendedora María Migueles (81), acudiendo a los llamados de sus clientes, a la altura de la playa Los Dedos. Foto Juano Tesone / Enviado Especial Allí va la vendedora María Migueles (81), acudiendo a los llamados de sus clientes, a la altura de la playa Los Dedos. Foto Juano Tesone / Enviado Especial

Cuando llega a destino es cálida y dicharachera, aunque sus clientes susurran que habla poco de su vida privada. «Mis hijos crecieron dándoles los buenos días y las buenas tardes a María, en su puestito en el puerto, que tiene arreglado como si fuera una boutique. Es muy paqueta y un símbolo también en la zona del puerto, donde está desde los años ’90», remarca el uruguayo Rolando Rozenblum.

«Es de una conducta intachable y de una asistencia perfecta que llama la atención, porque ahora estamos en verano, pero sabés lo que es la zona del puerto de Punta del Este en invierno. Y allí la ves, firme, estoica, vendiendo todo lo que cocina. Ahora la rompe con las empanadas, pero en invierno los pastelitos calentitos de membrillo y batata, de hojaldre… que te comerías media docena sin parar»,

María Migueles, un símbolo de las arenas de Punta del Este. Vende empanadas caseras que son requeridas por sus clientes. Foto Juano Tesone / Enviado EspecialMaría Migueles, un símbolo de las arenas de Punta del Este. Vende empanadas caseras que son requeridas por sus clientes. Foto Juano Tesone / Enviado Especial

En la caminata bajo los rayos del sol del mediodía, se escucha al pasar: «¿A vos te gustaría que tu mamá estuviera trabajando así, a los 80 años?», lo que fue el disparador de un debate de sombrilla a sombrilla. Constructivo pero insólito. Con respeto, Isabel refuerza su consulta: «A lo mejor le gusta pero es demasiado esfuerzo y cansador». Otro señor, de unos 40, se suma: «Da un poco de lástima que, a esa edad, tenga que salir a ganarse el pan». «Quizás lo hace para mantenerse viva y útil, parece una mujer entera, pero sí, sería mejor que pueda estar como nosotros, descansando en una reposera mirando el mar».

Mientras María sigue su itinerario, las voces empiezan a multiplicarse y se produce un ida y vuelta dinámico y respetuoso. «La señora es una muestra más que sí se puede trabajar y vivir del trabajo. Lamentablemente generaciones como las de María se están extinguiendo. Le deseo una larga vida», opina Samuel. «Pero estás hablando de una postal de La Brava. El día de mañana María será parte de alguna foto institucional de Punta, es un emblema y yo la conozco, el día que lo deje de hacer se muere», se suma Arturo. «Que venga siempre María, es una lady, siempre bien arreglada, de buen ánimo y cocinando las mejores empanadas de la playa», aporta Andrea.

Se la ve a María a lo lejos y se la alcanza y comenta esta discusión. «¿Qué dice? Yo trabajo porque quiero y porque lo necesito», lanza a la defensiva. Yo me levanto las cinco de la mañana y amaso todos los días y a la noche, cuando me llaman, colaboro en la cocina de un restorán». Algo impaciente, pide que ya quiere estar sola, sin la presencia de este cronista. ¿Cuál es el secreto de sus manjares? «La mano, la masa madre y las horas que le dedico». Responde y se despide. «Ahora le pido que se retire y que me deje vender tranquila». Se da media vuelta y se va…

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Se fue de vacaciones a Quequén y desapareció en los acantilados

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La pareja había llegado de vacaciones a Quequén desde Cañuelas el 3 de enero. Pero desde el viernes pasado, a media mañana, todo es angustia para la familia de Gerardo Luis Cáceres (41), un policía retirado que desapareció en los acantilados.

El hombre es paciente psiquiátrico desde hace cinco años y padece esquizofrenia. Toma medicación diaria para controlar episodios de delirios y dificultades para distinguir la realidad.

En los acantilados, en Bahía de los Vientos, encontraron parte de la ropa que vestía cuando salió del hospedaje donde se alojaba y, además, un testigo dijo haber visto a una persona nadando en la zona.

La Prefectura Naval intensificó su búsqueda, junto a agentes de Defensa Civil y de la Policía.

Cáceres mide 1,68 metros, pesa unos 90 kilos, es de contextura robusta, piel trigueña y ojos marrones claros. Cuando desapareció, vestía una musculosa negra, un short y zapatillas grises.

La búsqueda del hombre, que tiene un hijo de 19 años, fue compartida en las redes sociales por su familia y allegados. Por el momento, la causa fue caratulada «averiguación de paradero».

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Además, difundieron los números de teléfono ante cualquier novedad: Romina (esposa) 11-5178-3242 y Facundo (hijo) 11-5625-1382.

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